Produce una cierta alegría terminar satisfactoriamente
experiencias literarias de largo recorrido, como es el caso de la Tetralogía
de la Ejemplaridad de Javier Gomá, que acaba con este volumen titulado Necesario
pero imposible. Han sido tres años de cierto impacto e incluso tensión,
dado que la obra tiene construcción de clímax narrativos, tanto dentro de cada
volumen como en su generalidad. Pero, the deed is done, queda completar
el comentario de una aventura que empezó con esta firma:
Una dedicatoria
Al terminar la lectura de Ejemplaridad
pública parecía lógico preguntarse por una metodología para pasar del
molde de la ejemplaridad individual al de la ejemplaridad colectiva, con los
riesgos y las restricciones que han explicado el repaso a la historia del
pensamiento (Imitación
y experiencia) y el estudio de las relaciones entre vida privada y vida
pública en sus diferentes estadios que suponen Aquiles
en el gineceo y Ejemplaridad pública. Nada indicaba cómo iba el
autor a responder a esta demanda; Necesario pero imposible responde a
ello, pero el título advierte (¡imposible!) que la respuesta puede ser
frustrante, algo que en realidad el lector atento podía haber supuesto. Pero, ay
amá, el viaje es apasionante.
Musas de Sicilia, elevemos un poco nuestro canto.
No a todos agradan las arboledas y los humildes tamarindos.
Si cantamos las selvas, sean las selvas dignas de un cónsul
(Virgilio)
No sólo es el título; en las primeras páginas ya advierte el
autor de que es el momento, tras mil páginas ya, de hablar de palabras mayores
y hollar terrenos inseguros: la posteridad, a quien ya escribió la dedicatoria
de uno de los volúmenes, es el objeto, pero no sólo con el sentido habitual. Se
trata de superar la injusticia definitiva de la vida: la corrupción del ser,
que sucede al final de la vida adulta, lo que ha venido mencionando como la
definitiva victoria de la negatividad del larguísimo estado ético de la vida
adulta. Esta negatividad vence incluso en aquellos casos en que el hombre ha
tenido una vida bella y digna, que no siempre sucede pues no es raro que la
vida sea dolor y sacrificio continuos sin que pueda uno luchar contra ello.
El libro comienza con las páginas más duras de filosofía de
Gomá hasta el momento en la tetralogía. Un capítulo de severa ontología que se
inicia con una frase que recuerda a Heidegger, y que se esfuerza en distinguir
el ser de las cosas (los ejemplos impersonales, objeto de la ontología clásica)
y el de las personas (ejemplos personales, objeto de la ética clásica). El
análisis es necesario para llegar a la conclusión de que los ejemplos
impersonales son categorizables, algo que es esencial para la Ciencia, ya que
así las puede cuantificar, uniformizar, abstraer y predecir. Esto permite
conquistar el mundo, y disfrutar de tecnología y bienestar físico. Sin embargo,
los humanos no son categorizables porque su individualidad es única, y la
Ciencia fracasa con frecuencia en su intento de predecirlos. Gomá dedica
páginas hermosas al ejemplo de Sócrates como individuo de excepción para
demostrarlo.

‘Muchos cambios y azares de todo género ocurren a lo largo de toda la vida, y es posible que el más pr óspero sufra grandes calamidades en su vejez, como se cuenta de Príamo en los poemas troyanos, y nadie considera feliz a quien ha sido víctima de tales percances y ha acabado miserablemente’
(Aristóteles)
Pero esta individualidad de cada persona no fue siempre tan
evidente como lo es hoy. Es muy bonito (y en este caso nada severo) cómo Gomá
describe las diferencias entre el antiguo Cosmos griego, cuando los dioses
vivían entre nosotros, y las ideas cristianas que separan Cielo y Tierra (al
César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios), reflejando cómo el
cristianismo encierra desde su inicio la idea de una secularización (y lo
afirma Leonardo Boff
en la fuente que usa Gomá), que de una manera u otra se va afirmando durante
siglos con disputas enormes (la separación de poderes entre Iglesia y Estado es
un reflejo, por ejemplo) hasta que llega el siglo XIX, cuando la individualidad
romántica lleva a la negación aceptable de la existencia de Dios alguno. La
persona se basta, la experiencia de vida es suficiente para que la vida sea
completa, no hay cosmos ni cielo ni lugar donde una divinidad nos espere o nos
convierta o nos subsuma. Claro que, si alguien piensa en la posteridad, tal y
como es el planteamiento del libro, es lícito preguntarse si hay alguna
esperanza de superación de la corrupción del final de la vida, y, sobre todo y
como gran preocupación de Gomá, sobre cómo debe ser esa esperanza.
Gomá, que a pesar del tema que abraza en este volumen es un
firme defensor de la contingencia, niega que nadie quiera que en realidad sea
su alma la que se salve y viva eternamente. Postula que los hombres quieren y
desean seguir viviendo en un cuerpo (decente a ser posible), y que los
defensores de un alma inmortal y una eternidad se engañan, en parte por no
saber qué piden, en parte por dejarse llevar. Confronta así con el Unamuno, con
el que dialoga una buena cantidad de páginas, que exhibía un conflicto de aire
similar entre la fe y la razón en su Del sentimiento trágico de la vida,
pero que deseaba una inmortalidad mediante el alma. Gomá sin embargo habla de
una mortalidad prorrogada, y, en el marco del estudio de la ejemplaridad, el
concepto encuentra su encarnación no tan obvia en Jesús de Nazaret.
¿Pero cómo puede Gomá, un autor que ha sido puro raciocinio
en las mil páginas anteriores, llegar hasta esta conclusión, se preguntará el
lector, con lo que supone de contrario al pensamiento racional dominante y al
materialismo actuales? Pues… A ver, con un enorme bagaje filosófico y teológico.
Gomá (de nuevo recordemos el título) es consciente de que defiende un
imposible, pero su defensa de la historia del cristianismo y de la figura de
Jesús parte de un importante volumen de lecturas teológicas, cuyo destilado es
apasionante y chocante para el mundo actual, probablemente porque es
minoritario o porque ya no forma parte de las corrientes de pensamiento más
implantadas. El pensamiento rompedor de Jesús para su era axial es esperable, también
el conflicto del Dios compasivo pero pasivo, pero lo es menos la presentación
de la ejemplaridad conflictiva del cristianismo por los teólogos
de la liberación, o cómo Jesús es el primer paso para la propia eliminación
de Dios (él dio el primer paso enviando a Dios a la esfera celeste y eliminó el
animismo del pensamiento occidental) o el recordar la decepción de la parusía
prometida que nunca llegó. Tampoco obvia a los pensadores anticristianos como
Nietzsche (el cristianismo murió en la cruz) y, es demoledoramente
defensor del ámbito privado de la esperanza con su distinción del Dios de la
religión y del Dios de la esperanza, que es el encarnado en Jesús, que le
interesa definir, que a fin de cuentas también considera un ser (que analiza,
claro) y, por tanto, un ejemplo, en su caso un super-ejemplo…

‘Suponiendo , pues, que un hombre, conmovido, en parte, por lo débiles que son los tan ponderados argumentos especulativos [sobre la existencia de Dios], en parte también por alguna irregularidad que percibe en la naturaleza y en el mundo de los sentidos, se convenza de esta proposición: no hay Dios, sería, sin embargo, a sus propios ojos un hombre indigno, si por eso viniera a tener las leyes del deber por meras ilusiones sin valor que no le obligan y decidiera arrollarlas sin temor’
(Kant)
No comparto -igual es más justo decir que no consigo
convencerme- varios de los argumentos de Gomá en la definición del
super-ejemplo de Jesús de Nazaret, pero es profundamente conmovedor su lenguaje
en este punto, y alcanza un mayor sentimiento que el propio Unamuno al definir
las características de su necesidad. Es consciente del imposible
exigido, y diría que su descripción asume -diría que con algo de gozo- un
carácter a veces defensivo, a veces ingenuo. Si todos los indicios marcan que
Jesús de Nazaret era una personalidad no ordinaria, que inició un movimiento
que resultó imparable para el mundo occidental a pesar de sus recursos ínfimos,
y que los testimonios de la época le divinizan a pesar de todos los
inconvenientes -y decepciones- que esto suponía, ¿por qué no serían posibles
esos días de mortalidad prorrogada, por qué no creer -con la ingenuidad deseable
pues no está a nuestro alcance salvo una intervención exterior-, con el
objetivo de que sirva de ejemplo para recompensar la negatividad de la vida,
aunque ninguna experiencia lo corrobore?
En las páginas más hermosas de Necesario pero imposible,
Gomá recuerda a Dietrich Bonhoeffer, sacerdote ajusticiado por el nazismo
apenas unos días antes del fin de la guerra, quien defendía el cristianismo
arreligioso y la necesidad de seguir a Dios sin que Dios exista. El autor es en
describir que una de las causas de que el individualismo romántico se haya
desecho de Dios es que la religión, la forma oficial en que apela al individuo,
nunca se adaptó a nuestra época (o lo intentó ya muy tarde), como sí hicieron
otras disciplinas e instituciones. Comparar este argumento con el ejemplo que
pide Bonhoeffer (que en su salto a la nada es auténtica angustia coherente y
postromántica) hace pensar en que Dios pudo ser la escala de valores que
llevara a, o apadrinara al menos, la Declaración de Derechos Humanos, una vez
que el libro sagrado era ya el de la ciencia.

‘Nuestro acceso a la mayoría de edad nos lleva a un veraz reconocimiento de nuestra situación ante Dios. Dios nos hace saber que hemos de vivir como hombres que logran vivir sin Dios. El Dios que nos hace vivir en el mundo sin la hipótesis de trabajo Dios es el Dios ante el cual nos hallamos constantemente. Ante Dios y con Dios vivimos sin Dios. Dios, clavado en la cruz, permite que le echen del mundo. Dios es impotente y débil en el mundo, y precisamente sólo así está con nosotros y nos ayuda. Cristo no nos ayuda por su omnipotencia, sino por su debilidad y por sus sufrimientos’
(Dietrich Bonhoeffer)
La aproximación de Gomá al fenómeno inexplicable y super-deseado
tiene este eje sentimental pero no olvida ni mucho menos la razón: se desliga
de las religiones oficiales, fácilmente utilizables y manipuladoras para el
control de los pueblos. No da el salto a interesarse en una espiritualidad
laica (sospechablemente Comte no está entre sus filósofos preferidos), pero en
ocasiones parece rondarla. El peso que tiene en su obra definir un ser (que es
un ente, que es un ejemplo) lo impide, pero no se completa, creo, al dejar sin
terminar la descripción del super-ejemplo una vez prorrogada su existencia:
¿cuándo termina su recorrido? ¿la mortalidad prorrogada se sometería a las
leyes de la Ciencia, la biología y la fisiología, como sí hace el ser mientras
su mortalidad es segura? Son preguntas materialistas, de una especulación ingrata,
sí, probablemente innecesarias, que además carnalizan, hacen mundana, la
posibilidad de la esperanza. Es obvio que Gomá está desilusionado filosóficamente
con la Ciencia, aunque aplauda pragmáticamente sus resultados, pero la actitud
escéptica del método científico confronta demasiado con la fuerza de la
convicción ingenua o la voluntad de creer de algunos de los autores que
menciona (Ernst
Troeltsch o William
James -sí, el hermano de Henry-) y que ya en el siglo XIX teorizaban contra
el absolutismo científico. Esto es un oxímoron, porque un científico no
se comporta como tal si actúa con ese tipo de arrogancia: al contrario, la
Ciencia y su método son por definición humildes y su duda escéptica tampoco
está alejada del interés puro (ingenuo) del conocer.

‘Toda sociedad humana es en última instancia una congregación de hombres frente a la muerte. El poder de la religión depende, entonces, de la credibilidad de las consignas que ofrece a los hombres cuando están frente a la muerte, o, mejor dicho, cuando caminan, inevitablemente, hacia ella’
Así, Gomá estudia formas de inmortalidad que le ofrecen la
tradición religiosa y filosófica (menciona expresamente la reviviscencia, la
reencarnación o la transmigración de las almas como decepcionantes mortalidades
renovadas, pero la discusión sobre la eternidad del alma y la resurrección
cristiana están presentes) pero no es el objeto de su estudio especular sobre
los avances de la Ciencia actual o reciente en el tema: la clonación, la
creación de órganos, el revertimiento del envejecimiento celular, el
posthumanismo cyborg, la robótica y la inteligencia artificial… Es comprensible
que el método filosófico necesite más tiempo ante estas opciones, cuyo descarte
en ocasiones en unos pocos años desconciertan al pensador que invierta en su
análisis, pero resultaría apasionante ver a los estadios de vida de Kierkegaard
estirar su razonamiento ante estos éxitos de una Ciencia que a veces parece
inimaginable. Y no es sólo cómo afectaría esto a la dialéctica descriptiva de
la vida que encierra la obra de Gomá, sino también a la definición del ser:
pienso por ejemplo en la divulgación sobre microbiología que recoge Ed Yong en su obra,
donde afirma que en nuestro ADN tenemos mucho genoma captado a virus y
bacterias con los que hemos intercambiado material genético durante miles de
años. Hoy que se usa con tanta alegría la metáfora del ADN para remarcar la
identidad personal o empresarial, resulta irónico que con ello nos afirmemos en
que también somos otras especies que lógicamente no tienen nuestras angustias y
razonamientos, pero sin cuya participación no hay vida.
Para este lector Necesario pero imposible ha supuesto
una conmoción, pues recupera lenguajes y argumentaciones que desde mi propia
crisis personal juvenil no había pisado salvo excepcionalmente, como por
ejemplo con Karen
Armstrong, o con los poetas místicos, o la conversación
entre Habermas y Ratzinger, los artículos aislados de Hans Küng (aquí
mencionado entre varios teólogos de argumentación cuando menos interesante) y
me ha hecho reflexionar en profundidad, ahora que con cierta edad compruebo a
mi alrededor que la vuelta a las creencias religiosas no es extraña entre mis
coetáneos -cosa que en el fondo es el tema de este libro-. Con Necesario
pero Imposible se cierra además la Tetralogía sobre la Ejemplaridad
con un recorrido que tiene todo el sentido: un libro inicial de marco
conceptual y definición de la teoría, y tres libros que en realidad trazan una
línea temporal por los tres estadios de la vida, el estético de Aquiles
adolescente, el ético de la vida de los adultos frente a los problemas de la
vida, y la imposible esperanza que no alcanzaremos, pero cuya belleza ilumina
el camino para completar una vida digna. Su estupenda pirueta final es, de
nuevo, obra de un narrador de primera: todo el tiempo hemos asistido a un viaje
desde el animismo a la ciencia, pero al final echamos de menos el imposible, e
intentamos que el raciocinio llegue a él. Evoca, en parte exige, que el viaje
del mito al logos termine invocando a las musas, esas de Virgilio arriba
mencionadas. La Tetralogía es una obra monumental, un libro de
pensamiento maravillosamente descriptivo de la vida y que aspira a un mundo
positivo y ético, pero además destila un interés narrativo y un profundo hálito
poético, no sólo por sus múltiples referencias, sino por la belleza casi épica
que encierra su lenguaje preciso, su intensidad razonadora, su convicción
asentada en que este viaje desde la juventud a la madurez y a la preparación a
la muerte requiere un determinado sentido del deber y la dignidad como
sentimientos bellos y útiles para lo privado, y para lo público.

‘Si crees saber lo que es Dios, es que no es Dios. Nada de lo finito es infinito, ni divino, ni digno de adoración. Cuando la adoración a las realidades invisibles se proyecta sobre las visibles -personas o cosas- se incurre en idolatría. La secularización nos ha enseñado lo que no es ni puede ser Dios pretendiendo serlo y, previniéndonos así contra los ídolos, confina a Dios a su verdadero lugar, que es el de la conversión del corazón’