29 de septiembre de 2015

Magia razonable


Durante la lectura de Brazil, mi primer libro de John Updike… ¿He echado de menos a algún practicante verdadero del realismo mágico, lógicamente sudamericano al ambientarse el libro allí? Tal vez no necesariamente, pero quizás sí a alguien que no procediera de una tradición tan racional, al menos. Mi tentación es añadir que Updike es incluso paternalista, desde el mismo título incluso.

Brazil es la historia de amor de una pareja tópica en la historia de la literatura: la rica heredera blanca, hija de un ministro en este caso, y el joven pobre negro de las favelas de Río inician un amor imposible, lleno de huidas y persecuciones varias que les llevan por todo Brasil (de Río a Sao Paulo, Brasilia, Amazonas, y de vuelta), hasta que a mitad de relato, el hecho mágico –cuya idea es muy brillante- sucede, se revela, y se impone en el relato. Pero… la asunción por Updike de su propuesta de magia es externa, no la hace propia. Updike la explica, le pone un contorno obvio, no parece sentirla como autor. Como lector, viví esto como una ruptura en cierto modo inasumible, un acto de cobardía literaria, conociendo otros ejemplos de maestría en casos similares, y que tan bien manejaron esta situación.


Por eso pienso en Gabriel García Márquez, o en Alejo Carpentier. Incluso en Mario Vargas Llosa, que tiene su propia novela sobre Brasil (la fascinante La guerra del fin del mundo), aunque no es un escritor tan dado al realismo mágico, pero más agudo al recoger voces y comprender las facetas del hombre en su continente. ¿Significa esto que Sudamérica es impenetrable para otras tradiciones literarias? ¿Que propongo que sólo los autores que saben de lo suyo están capacitados para escribir sobre ello sin resbalar? No, ahí está Werner Herzog y su estupendo Conquista de lo inútil. Significa más bien que Updike ha desnaturalizado un tanto la fascinación de estos relatos a cambio de dar masticadas las debidas sensaciones al lector, y entendiendo que su lector natural es de otras latitudes, creo que puede pensarse que Updike fracasa en su intento de traslado de la alucinación mágica tropical al lector del rico norte, o, incluso, que conceptualmente desprecia a ese lector.

Resulta también sorprendente que Updike incluya al final del libro una especie de bibliografía de la que se ha servido para el libro. Que los protagonistas se llamaran Tristao e Isabel hacía obvio, dada la historia narrada, que había usado la historia de Tristán e Isolda para el eje central de la historia. Aun así lo menciona. También dos o tres libros en que dice haberse basado e informado, así como la literatura de varios escritores brasileños. Que con todo ello escriba y publique una novela titulada nada menos como un país distinto al suyo es reflejo de una ambición no conseguida y pobremente trabajada. Eso sí, el ritmo narrativo, la ejecución dramática, incluso el fluido inglés original, funcionan bien, y por ello creo que le daré una oportunidad a algún Conejo. Siempre que trabaje en lo suyo, je, imagino que esta gloria de las letras puede merecerlo…

John Updike (vía)

18 de septiembre de 2015

Siempre el viento



La lectura de Letricidio Español. Censura y novela durante el franquismo (de Fernando Larraz) fue una puerta a novelas de autores que conocía pero apenas había leído. Uno es Ignacio Aldecoa, del que pude comprar en un rastro una edición de 1962 de su exitoso Con el viento solano, una novela que figura entre las censuradas con varias tachaduras en el excelente informe de Fernando Larraz. La edición que he leído es por tanto mutilada, porque según Larraz esta novela no ha conocido aún una edición que recupere su versión previa a los censores.

Como La parranda, el libro del escritor Eduardo Blanco-Amor al que tanto reivindicaba también Fernando Larraz, Con el viento solano se inicia con una gran borrachera entre hombres sin recursos, y apenas futuro, del campo español. El protagonista es ahora Sebastián Vázquez, un gitano de Talavera que mata a un Guardia Civil que le perseguía tras haber tenido una pelea en un bar por un mal beber. Durante una semana, Sebastián deambula por pueblos castellanos y se llega a Madrid, visita amigos, se encuentra con personas que le ayudan, y sobre todo intenta ver a su madre pronto para poder despedirse de ella porque sabe cuál es su destino y futuro.

La versión cinematográfica fue escrita también por Ignacio Aldecoa y dirigida por Mario Camus en 1966

Con el viento solano, un libro de 1955, no es una novela tan tremendista como las de una década antes, pero sí tiene un poso importante de miserabilismo español, además de un lenguaje realista (cuyas expresiones malsonantes figuran entre las tachadas por los censores, además de aquellas consideradas contrarias a la Guardia Civil), y una dicotomía entre el lacerante pesimismo determinista de quien conoce las consecuencias seguras de sus actos, por arrepentido que pueda llegar a estar, y el humanismo presente en la generosidad de las figuras que Sebastián encuentra en el camino, encerrando en ello un discurso sutil sobre la naturaleza del hombre y sus relaciones.

Aldecoa estructura el relato en seis capítulos, con cierta simetría entre ellos (cada uno tiene un despertar y un acostarse, suele tener uno o dos encuentros significativos) y en el conjunto del relato (que empieza con una borrachera y tras días de sobriedad acaba con otra). El realismo del lenguaje es tal vez más forzado que el de otros colegas de generación: Aldecoa domina sintaxis y vocabulario, pero tal vez tiene menos fluidez que un Delibes por ejemplo, o tal vez resulte de mucho peso el psicologismo en la mente de Sebastián para un personaje así. Uno está tentado de ver al brillante chico de ciudad universitario retratando con profundidad y lucidez las miserias de los desamparados, pero tal vez faltándole la comprensión íntima del mismo, que me resulta más urbana, por así decir, de lo debido. La novela no obstante se lee con el placer de voces ya olvidadas en nuestros diálogos y expresiones, y atesora momentos de sensualidad inesperada. Curiosamente, es la segunda novela de un díptico que completa El fulgor y la sangre, la historia de las mujeres de los guardias civiles que esperan encerradas en el cuartel conocer quién es el guardia que ha muerto tiroteado por Sebastián. Un experimento literario curioso cuya lectura intentaré completar, aunque parece que no biblioteca mediante: en Bilbao los ejemplares no están disponibles, aparentemente por mal estado.

Ignacio Aldecoa (vía)



8 de septiembre de 2015

Mala ciencia


A riesgo de sonar pomposo, y a pesar de que las formas de Ben Goldacre, autor de Mala ciencia, no me parecen siempre las mejores, este es uno de esos libros que podríamos considerar necesarios. Esa necesidad está en lo concreto de su subtítulo: No te dejes engañar por curanderos, charlatanes y otros farsantes. ¿Por qué es necesario? Para mí el primer motivo es que el desconocimiento del método científico y del alcance de la ciencia nos hace ignorantes, lo cual resulta impresentable en un mundo marcado por la ciencia y la tecnología (y esto es algo más que tener móviles y aviones, claro). Goldacre habla además de continuo de que esta ignorancia tiene consecuencias concretas, y se refiere a decisiones que afectan a la vida de las personas.

Goldacre se centra sobre todo en los grandes negocios relacionados con la salud, alrededor de la cual se publican la gran mayoría de artículos científicos de alcance general. Habla y desacredita con ejemplos bibliográficos abundantes los resultados de los productos que la homeopatía y el nutricionismo hacen llegar al público general. También denuncia la incultura científica pretenciosa e interesada de los medios de comunicación. Pero tal vez el mejor logro del libro es partir de la perversión del método científico y de la presentación e interpretación de resultados del mismo que hacen estas pseudociencias para que el lector lego en ciencia pero abrumado por los medios pueda además conocer cuáles son los errores de la medicina y la farmacéutica oficiales, a los que Goldacre pone también en cuestión porque demasiado a menudo se apartan también del rigor del método científico en favor de intereses económicos. Trabaja así también incluso una línea narrativa en un libro de divulgación que resulta interesante en cuanto línea metodológica en sí misma.

Rhustox original (vía)

El libro es resultado de un trabajo de varios años de Goldacre desenmascarando resultados pretendidamente científicos publicados sobre todo en los medios británicos y norteamericanos. Goldacre no sólo ha estudiado en cada caso los fundamentos científicos (encontrando el vacío muy a menudo), sino que también ha querido contactar con los protagonistas de los mismos y entender sus razones… Sucede que también ha publicado sobre ellos en su columna de The Guardian, y, claro, no ha ganado muchos amigos al hacerlo. En algunos casos su juicio es feroz, aunque siempre expone razones que, al menos en su versión, lo justifican. Esto, la ferocidad en el juicio, sin embargo a mí no me resulta relevante y en cierto modo puede ser poco eficaz, puesto que se acerca a la arrogancia que todas aquellas disciplinas que desconfían (y es alucinante que lo hagan) de la ciencia quieren ver en quien la defiende. También es cierto que el libro se resiente para un lector no anglosajón dado que esas figuras mediáticas sólo parecen conocidas en su ámbito, con algunas excepciones (en mi caso, creo que sólo el autor del artículo que relacionó en su día vacunas con autismo). Pero cada capítulo suele tener un brillante epílogo de conclusiones que está escrito con una moderación y un reconocimiento de méritos y deméritos que resulta edificante, que eleva a Ben Goldacre por encima del agotamiento propio que revela su retrato de cada farsante.

La ciencia parece jugar en una absurda inferioridad de condiciones en este debate. Frente a las acusaciones de arrogancia, la ciencia y su método por defecto son humildes y se basan en la duda sobre la ciencia anterior establecida y en la realización de nuevos experimentos que permitan provocar la realidad y comprobar sus respuestas para establecer conclusiones. Frente al elitismo del que se acusa a los científicos, estos saben que todas sus proposiciones sólo serán aceptables mientras no aparezca quien explique mejor sus resultados, y saben que eso le ha pasado a Newton o a Einstein, por lo que no deben hacerse muchas ilusiones; no sólo eso: la relación histórica entre desarrollo de la ciencia y el de las revoluciones liberales y las libertades democráticas es obvio y posiblemente indisociable: sin ciencia parece bastante convincente que viviríamos momentos más oscuros. Finalmente, frente al aburrimiento que la sociedad mediática atribuye incluso a la educación supuestamente especializada en ciencia, ésta aporta una descripción del mundo con herramientas elegantes y bellas cuyo disfrute estético está al alcance de cualquier interesado real en el tema. Yo diría que es absurdo pasar por este mundo y perdérselo.


Ben Goldacre, en la foto que pide en su web que usemos de él.