17 de junio de 2009

Tiempo de enciclopedias



Ya que todos los usuarios mortales de Internet tiramos de Wikipedia cuando se trata de contrastar o documentar lo que queremos escribir, hablar de la enciclopedia histórica de referencia me tienta especialmente a NO buscar esa wikientrada, tal vez por el gusto de imaginar paralelismos que seguramente no existan.

"ENCYCLOPÉDIE: Esta palabra significa concatenación de áreas de saber, y se compone de la preposición griega en y los sustantivos círculo y saber. El objetivo de una Encylopédie es reunir todo el saber disperso en la superficie de la tierra, para describir el sistema general a las personas con quienes vivimos, y transmitirlo a aquellas que vendrán después de nosotros para que el trabajo de los siglos pasados no sea inútil para los siglos futuros, y que nuestros descendientes, haciéndose más ilustrados, puedan ser más virtuosos y más felices, de manera que no muramos sin haber merecido ser parte de la raza humana."
(Entrada "Enciclopedia" en la Encyclopédie de Diderot, D'Alembert y de Jaucourt)


Toda revolución que se precie parte de un trabajo intelectual. Como sucesos históricos, las revoluciones tienen causas más profundas que los acontecimientos inmediatos que las preceden, y no cabe pensar que una revolución en realidad no ha sido anunciada, prevista, pensada. Encyclopédie (El triunfo de la razón en tiempos irracionales), escrito por Philipp Blom en 2004 y editado por Anagrama en castellano en 2007, habla del gran esfuerzo intelectual previo a la Revolución Francesa, la llamada Enciclopedia o Diccionario Razonado de las Ciencias, las Artes y los Oficios. Fue escrita y defendida por personas que no hicieron la Revolución (y que seguramente nunca la quisieron, y que además fueron perseguidos por ella), y su esfuerzo se enfrentó a todo poder presente en la época. Y, sin embargo, sobrevivieron a la cárcel, a la censura, a la infamia y a la persecución. Encyclopédie lo cuenta y es un libro estupendo porque convierte en relato de interés novelesco la vida de un gran acontecimiento: su origen, concepción, el soporte económico y el crédito sobre los libros a publicar que lo sustentó, su ejecución a la luz pública y/o en la clandestinidad, y todos los hechos que la rodearon en la Francia del dieciocho. Blom bucea en los hombres y mujeres (pocas, pero esenciales) que llevaron a cabo y apoyaron el proyecto, sabiendo que la influencia mezclada de sus vidas y necesidades, su potencia intelectual y sus grandezas idealistas fueron el cultivo que usando herramientas como la inteligencia, el raciocinio, la indispensable alegría de vivir, la perseverancia sin remedio, y, por qué no, la necesidad de dinero de los autores, dio lugar a una obra de ambiciones y resultados desmesurados.





Los enciclopedistas vaticinaban la Revolución en una característica que los unía a casi todos: eran ateos (con gozo, diría yo) en un momento en que serlo era peligroso. Su ateísmo está en la obra, pero tenían que disfrazarlo por la oposición de la Iglesia (por supuesto) al proyecto. ¿Y a dónde lleva esta falta de creencias? Pues nada menos que a

- la propagación de conocimiento científico que suponía un progreso técnico (ahora todos los artesanos sabían lo que se hacía en otros sitios en su oficio) cuya consecuencia final era la mejora de condiciones de vida y trabajo, y las posibilidades de desarrollo personal y económico de las clases medias.
- la descripción de artes y oficios de manera exhaustiva, con textos y gráficos detalladísimos, posiblemente más idealizadamente pulcros que naturalistas, pero en cualquier caso realistas en la descripción, y de una ejecución perfeccionista y exigente en gran grado. Esto, que parece una tontería, es subrayado por Blom como profundamente significativo: esta gran enciclopedia, este proyecto que daba fama mundial a Francia y sus elites, no tenía interés en centrarse en los grandes hechos históricos, en figuras divinas como reyes y emperadores, o en los personajes religiosos fundamentales.
- una ambición antropocéntrica desmedida, queriendo abarcar la ciencia y la verdad de un modo racional y humano, lo que es contrario a la visión dominante en la cosmogonia cristiana de aquel tiempo: un hombre común domeñado por pasiones y pecados, y nunca uncido por la divinidad real o aristocrática ni por el conocimiento verdadero
- un primer caso de superviencia de un proyecto cultural por causas puramente económicas, ya que incluso aunque gobierno y clero prohibieron la publicación de más de la mitad de los volúmenes, estos generaban tales ventas e ingresos económicos en Francia y en el extranjero, que el cierre de la producción hubiese supuesto una debacle económica. Los enciclopedistas podían tener cierto amor a la empresa en que participaban, pero los editores y libreros que sostenían el proyecto tenían también motivos crematísticos muy mundanos. La rica burguesía impuso sus intereses a las clases más altas, usando para ello a los intelectuales. Todo un resumen en sí de la misma Revolución.

Denis Diderot, sin peluca y envejecido
Los grandes conceptos que desarrollaron estos hombres sucedieron a la par de las ambiciones literarias frustradas y los problemas de pareja de Denis Diderot, la ambición científica y el orgullo traidor de Jean D’Alembert, las incontinencias urinarias de Jean Jacques Rousseau, o la distante superioridad arrogante de Voltaire; todas ellas parecen pasiones vulgares en una empresa grande, pero no hay obra humana que por definición no sea hija de las miserias de sus autores. Relatar estas vidas biografiadas junto al paso histórico del cambio de épocas en lo social y lo político, y el regusto de leer viejos artículos científicos y sociales que debían contar una verdad racional en un ambiente hostil, con su interpretación en el tiempo histórico y al día de hoy, es el logro placentero y cercano de un libro para disfrutar y aprender.

“MÉTIER: éste es el nombre que se da a aquellas ocupaciones que requieren el uso de las manos y que se limitan a cierto número de operaciones mecánicas, todas las cuales tienen el mismo objetivo, y que el trabajador repite continuamente. Ignoro por qué se piensa que esta palabra tiene un sentido peyorativo; debemos a los oficios todos los objetos que nos son necesarios en la vida. Quienes se tomen el trabajo de visitar los talleres encontrarán en toda spartes utilizad y buen sentido. En la Antigüedad, a los que inventaron oficios se les hizo dioses; pero los siglos posteriores han arrojado al barro a quienes perfeccionaron estos logros. Dejo a quienes tienen sentido de la justicia la tarea de determinar si es la razón, o son los prejuicios, lo que nos lleva a pensar tan poco en personas tan esenciales para nosotros. El poeta, el filósofo, el orador, el ministro, el soldado, el héroe… estarían todos desnudos y hambriento sin el artesano al que todos desprecian.”
(Entrada "Oficio" en la Encyclopédie de Diderot, D'Alembert y de Jaucourt)


3 de junio de 2009

La soledad después de Berlín


¿Recuerdan lo que en su día comenté de David Leavitt? Vale, no lo recuerdan… bueno, tal vez… ¡¡ni siquiera lo leyeron!!

(((dejen que me recupere del fiasco)))

Bien. Allí comentaba cositas de literatura (de subgénero) gay y como David Leavitt era prácticamente pionero en una presentación normalizada (pero bien escrita, con interés literario general) de la cuestión. Bueno, pues aquí está uno de los posibles precursores, especialmente en la novela que nos ocupa, Un hombre soltero. El autor es Christopher Isherwood, un hombre conocido y mitificado por ser el autor original de los relatos que dieron lugar a Cabaret, el musical, y, posteriormente, Cabaret, la película, y que se encuentran recogidos principalmente en la novela Adiós a Berlín.



Póster de Cabaret en Polonia, via Cinemaposter

Los escritores británicos homosexuales son legión (a ver, sin pensar mucho, se ha dicho o sabido de Byron, Bacon, Marlowe…). No sólo cuentan con el santo oficial de la causa (Oscar Wilde) sino que incluso se especula que el gran maestro de su literatura (Shakespeare) lo fue, y ello no sin fundamento. Pero haber estado fuera del armario en el siglo XX, tras la muerte de Wilde en 1900, no era cosa fácil (Forster, Woolf, Lawrence, Coward…). Isherwood lo estaba, pero no en su país, sino que escogió para ello el Berlín de la República de Weimar, un espacio legendario de libertades que sublimaban el fracaso de Versalles hasta ser revisionadas hacia la perversión racial por la llegada del nazismo. Y de allí se marchó para convertirse a partir de 1939 en un forastero aún mayor en California, experiencia de la que surge Un hombre soltero.



Edición inglesa del libro, via Fantastic Fiction

Un hombre soltero es la cálida historia de George, un inglés cincuentón profesor de literatura en California, que en una jornada muy amplia divide su vida cotidiana en cuatro episodios punteados de continuo por el recuerdo de Jim, su pareja, con el que vivía y que acaba de morir en un accidente. Su estructura es un repaso por algunos de los episodios del armario llevados con humor y dosis de cierta desesperanza crepuscular. George se despierta, y en su casa todo le recuerda a Jim, aunque su terreno apartado indique lo alejado que se encuentra en realidad de sus vecinos, que le miran por encima del hombro. En la universidad, disfruta de sus clases, de la conversación y las caras de sus alumnos, más o menos bellos, y sus libros. La tarde la pasa con su ‘amiga de toda la vida’, siempre enamorada en secreto y que todo le confiesa. Pero a la noche, al querer olvidar e ir a un bar, se encuentra con su alumno favorito, que le propone ir a nadar de noche y…
California e Isherwood recuerdan a David Hockney, y su Peter getting out of Nick's pool, obtenido via la Walker Art Gallery y los museos de Liverpool
Este libro tiene más de cuarenta años pero mantiene un punto de vista muy actual en lo personal pero que en lo sociopolítico resulta muy pre-Stonewall, para entendernos. El marica maduro está convencido y hasta feliz de serlo, se protege de la problemática social que eso le supondría con la discreción debida a un tiempo hipócrita, pero lo suyo no es un secreto para amigos y vecinos (y, posiblemente, alumnos), y su actitud y pensamiento, que uno atreve a intuir que son los del propio autor en su madurez, son cálidos, solidarios, positivos, germinales de visibilidad aún no posible sin sufrimiento personal extremo.
Todo ello respecto a la cuestión homo, claro, porque en lo literario Isherwood usa costumbrismo y reflexión personal enfrentando a un hombre solo (‘single’ en el buscadamente equívoco título en inglés de la novela) a una sociedad en la que no tiene asideros: británico en California, viejo entre jóvenes alumnos, homosexual entre heterosexuales alfa. Claro que todo ello lo consigue sin forzar drama alguno, y con capacidad de observación sobre la madurez intelectual enfrentada a las pasiones tardías que es muy disfrutable.
Mira por donde Hockney precisamente retrató a Isherwood y pareja (via Art in the Picture)
Esta edición se completa con una entrevista al autor realizada en 1973, en la que critica el desdibujo sexual del personaje de Michael York en Cabaret, y da su personal visión de la feliz vida homosexual que pudo llevar, algo que en su tiempo requirió voluntad, honestidad, mucha alegría vital, y, posiblemente, una pureza ingenua que uno aprecia en sus personajes, bien sea Sally Bowles o este George, por baqueteados que estén.

Christopher no tenía las dudas de Michael... (via Get Back)
Se la recomiendo mucho a todos, y, tras anunciarles que la película (dirige Tom Ford, interpretan Colin Firth, Julianne Moore y Matthew Goode) está a puntito de llegar, les dejo con un apunte del autor, un profesor de literatura, sobre su relación con los libros. Este blog, dedicado a una relación emocional con los libros, no podía obviarla:

Los libros no han hecho a George más noble, mejor ni más sabio. Es solo que le gusta escuchar sus voces, unas u otras, según su estado de ánimo. Se aprovecha de ellos de manera impía –aunque en público habla de ellos con el mayor respeto- para inducir el sueño, para ahuyentar de su mente las agujas del reloj, para aliviar la roedura de su espasmo pilórico, para superar con sus chismes la melancolía, para liberar los reflejos condicionados de su colon.