El título del último relato de Estrómboli da título al volumen de cuentos que Jon Bilbao publicó
en 2016, su (creo) última publicación hasta la fecha. Son relatos en los que su
voz es reconocible, pero que cada vez parecen mejor terminados. Y, como suele
suceder con los
autores que se leen con frecuencia, resulta interesante adivinar si existe
evolución, cambios significativos o continuidad.
Stromboli (vía). Isla, volcán y película de Rossellini.
En Estrómboli hay
una menor presencia de lo telúrico que cuestiona la civilización. No por
supuesto que esté borrado del todo, hay presencias animales, o imágenes del
pasado, capaces de llevar a los personajes al conflicto o la desazón. En cierto
modo, parece imponerse una de las obsesiones importantes de Bilbao: los
momentos vitales de transición, esos en los que cualquier persona se cuestiona
la vida y los parámetros por los que la ha llevado o la va a llevar. Así, los
protagonistas son personas que dejan su trabajo, que pierden su pareja, que
inician su primer trabajo, o que se casan… En esa transición, que les sitúa en un
estado de confusión, aparece el nudo del relato, que parte de lo aparentemente
rutinario pero que no lo es y viaja enseguida a la extrañeza de un elemento
perturbador: un fresco inesperado en un sótano, un portero que encubre una
organización mafiosa, un despechado que acaba refugiándose en una isla con un
volcán, o la desgraciada pérdida de un hijo en un accidente absurdo. Esta
habilidad es inicialmente estructural, pasa de la presentación de la
cotidianeidad a la del conflicto y su ritmo va en aumento camino de la
paradoja. Sucede desde lo general a lo particular. Ejemplo:
Eché a correr,
confesó. Fue algo involuntario. No di orden a mis piernas para que empezaran a
moverse. Lo decidieron por sí mismas, como si supieran mejor que yo lo que
había que hacer. Cuando me di cuenta había soltado mi arma reglamentaria y
estaba corriendo, alejándome todo lo rápido que podía de mis compañeros, los
cuales se mantuvieron en sus posiciones. Y yo corriendo como un cobarde. Pero
recuerda: las cosas siempre pueden empeorar. Eso es algo que no debemos olvidar
nunca. Oí un estampido a mi espalda. El coche de los sospechosos se había
estrellado contra los nuestros. Seguí corriendo. Y fue entonces cuando hizo
aparición la cabeza. Los sospechosos conducían un descapotable. En el choque,
el que ocupaba el asiento trasero salió proyectado hacia delante y el borde
superior del parabrisas le cortó de cuajo la cabeza, que continuó su
trayectoria volando por encima del capó y por encima de los coches patrulla y
todavía unos cuantos metros más allá, hacia mí. Pasó casi rozándome. Llegamos a
intercambiar una mirada. Y te juro… te juro por mi hija que aquella cabeza
estaba gritando. Volaba por el aire con los ojos desorbitados y gritaba. Solo
se calló cuando por fin chocó contra el asfalto. Entonces enmudeció al
instante, como si con el golpe se hubiera mordido la lengua. Rebotó como una
pelota y volvió a caer y rodó unos metros más, hasta detenerse en mitad de uno
de los carriles, con los ojos abiertos de par en par, mirando al cielo.
Pero no por ello Bilbao es un escritor sometido férreamente
a una estructura o que sea un determinista. No le falta tampoco gran capacidad
de observación y visión de los absurdos de la vida. Un ejemplo es esta
descripción por un personaje femenino del stripper contratado en una despedida
de soltero:
No me podía
imaginar que caminara por la calle, ni que entrara en supermercados, ni que
viviera en una casa normal. Cuando no estaba bailando permanecía encerrado en
un almacén y ocupaba el tiempo en masturbarse, una y otra vez, sin descanso,
tumbado en un catre pegajoso de semen. No comía ni bebía ni dormía. Al
masturbarse se daba cuerda a sí mismo, violando alguna ley de la termodinámica,
o todas. No tenía nombre, sólo un número de serie tatuado en el escroto.
Me gusta Jon Bilbao porque exhibe una rabia contenida pero
inevitable con esa civilización que cuestiona, donde civilización es la organización
laboral, social y familiar occidental actual. Sufro porque no se dedica más a
la novela, pues soy mal lector de relatos y rara vez soy capaz de recordarlos
frente al mayor tiempo que acabo dedicando a una novela. Pero mientras tanto
tengo Estrómboli y una bonita
dedicatoria. Recomendable es poco.
Jon Bilbao, por Xavier González (vía)