21 de septiembre de 2010

Los (falsos) bailes de Marte


En los 25 años que llevamos sin Orson Welles, y más específicamente en los 10 ó 15 aún creativos que le podrían haber quedado de no morir a unos prematuros 70 años (para cualquiera que hubiese llevado una vida menos agitada que la suya), ¿cuántos proyectos megalómanos no podrían haberse concebido por el genio incontenible y desatado de Welles? ¿Cuántas películas inacabadas más habría añadido a su leyenda de proscrito de Hollywood, cuántos países más habría tenido que pisar buscando financiación, qué más anuncios radiofónicos o qué papeles ya de iracundo abuelo le habrían ofrecido (en la tele, supongo) y hubiera aceptado en busca de dinero para terminar, por ejemplo, The Other Side of the Wind?
Especular es posible dado el carácter de mito y leyenda de Orson Welles. De él se escriben biografías al uso y estrictamente cinematográficas (recomiendo la de Esteve Riambau, El espectáculo sin límites, imagino que no fácilmente accesible), se le representa en teatro (lo hace Josep María Pou en una obra crepuscular que presenta un Welles mastodóntico y espectacularmente expansivo, acorde con la visión de artista descomunal, pero fallida en encontrar la tragedia interior ahogada entre datos cinéfilos y espejos nostálgicos, y cuyo autor es precisamente Esteve Riambau), y las revistas especializadas no le olvidan y periódicamente recuperan estudios sobre él y su obra.


Frente a toda esta memorabilia, yo quiero recomendar este librito sobre la obra que le dio impulso casi definitivo en su camino hacia la gloria artística a Orson Welles: su adaptación para la radio y representación de La guerra de los mundos, el clásico de la ciencia ficción escrito por H.G. Wells. Atención al título del libro: El guión radiofónico de ‘La invasión desde Marte’ sobre la novela ‘La guerra de los mundos’ de H. G. Wells por Orson Welles y el Mercury Theatre con un estudio de H. Cantril sobre la psicología del pánico y una introducción de Julián Jiménez Heffernan. Es largo porque en efecto tiene las tres partes de las que habla. El ensayo Los papeles del marciano está escrito por el editor del volumen, y es bastante prescindible, y es de agradecer que se note en las 4 ó 5 primeras páginas: se trata de una colección de ‘momentos’ de Marte –el dios, el planeta- y los marcianos –los alienígenas, los extraños- en la cultura occidental, pero su ingenio es escaso.


La segunda parte es el guión del programa de radio que asustó a tanto norteamericano aquella noche del 30 de octubre de 1938. Hoy la red permite conocer el talento de los actores del Mercury Theatre que lo interpretaron –Welles entre ellos-, pero independientemente de su talento, el guión es inteligente y puede entenderse bien el terror que generó. Utilizando hábilmente las interrupciones periodísticas de un programa musical con noticias urgentes, y con un ritmo que consigue en apenas 1 hora condensar la llegada de los marcianos, la destrucción inicial que causan en el campo, su llegada a Nueva York, y su derrota final, además de añadir una introducción y un intermedio que anunciaban el carácter ficticio del programa.

Hoy estamos muy curtidos frente a la posibilidad de engaño por parte de los medios, con el objetivo que sea y en todo tipo de soportes o formatos. Casi puede decirse que el fake mediático es un género en sí mismo, y el correo electrónico e Internet lo han llevado tan lejos que incluso puede considerarse agotado (a mí al menos ya no me parece ni divertido ni metafórico, y confieso que, en efecto, también lo he practicado). Pero... ¿y en 1938?. El falso documental en que este programa podría encuadrarse era algo desconocido en 1938. Por seriales que hubiera en la radio y por avezados oyentes que fueran los norteamericanos de la época (y a Dianne Wiest esto le costó un novio), la audacia wellesiana es pionera e inimaginable.


La tercera parte del libro es un interesante ensayo psicológico que recoge los resultados de encuestas que se hicieron a varias personas que en algún momento de la transmisión creyeron que podría tratarse de un noticiero verdadero y sobre su reacción posterior (comprobarlo, asustarse, darse cuenta o no de la ficción, expandir el pánico, buscar a los seres queridos…), y sobre las causas de ese comportamiento crédulo. El número de entrevistas es escaso, y las conclusiones parecen un tanto obvias. Desconozco cuándo fue escrito, el volumen no lo dice y el autor murió en 1968, pero se aleja conscientemente de teorías conductistas y presenta algunos datos explicativos sobre qué contribuyó a la reacción de pánico: un escaso espírito crítico debido en gran parte pero no sólo a la formación escasa, la inseguridad vital debida en gran parte pero no sólo a las dificultades económicas, las creencias religiosas debidas en parte a una mala aplicación de las mismas en busca de la llegada del Armageddon, o el momento de sintonización del programa y el entorno en que se produjo (las barreras críticas se debilitan si no se ha oído el programa desde el principio y se empieza a hacer empujado por otro oyente aterrorizado). La lectura del estudio se sigue bien y es académicamente enriquecedora. Pasa también por el análisis del momento histórico (el clima prebñelico, el desastre económico aun arrastrado desde la Gran Depresión), y tal vez pueda reprocharse el número de entrevistas y la obviedad de las conclusiones; pero, por otro lado, su rigor científico con los datos disponibles sobre un fenómeno singular, y su objetividad analítica son encomiables.

A H.G. Wells (vía gutenberg.org) no le dio tiempo a conocer las versiones cinematográficas de su novela, pero dio su 'visto bueno' a la radiofónica de Welles

9 de septiembre de 2010

Un Nobel ante el espejo (ii/ii)


Si en Diario de un mal año, Coetzee reinventaba el ensayo a su manera, el género que retuerce en Summertime (Verano) es la autobiografía. Para empezar, Coetzee se da por muerto, y escribe a través de un supuesto biógrafo póstumo. Coetzee ya había escrito dos volúmenes autobiográficos, Infancia y Juventud, en los que, incapaz de escribir en primera persona, habla de sí mismo en una fría e impersonal tercera persona, y va describiendo su infancia desarraigada en la triste Sudáfrica afrikaner del apartheid y su juventud gris en el sólo teóricamente alegre Londres de los setenta.

En Summertime este distanciamiento llega al máximo. Además de matar al narrador (algo no tan extraño en el cine, aunque no sé si alguna vez es el mismo director el que se da por muerto), Coetzee utiliza con impudicia –no puede ser de otro modo en una autobiografía- las voces de cinco personas (cuatro mujeres y un hombre) que le conocieron en los setenta, época en que el escritor tenía más de treinta años, y que pasó cuidando de su padre enfermo. Su retrato, el que Coetzee pone en voz de gente que le trató, no es que no sea positivo, sino que resulta directamente terrible. Acusado de mil vergüenzas, su incapacidad para la emoción física es algo que a nadie se le escapa y que le define casi por completo.

Coetzee además, por primera vez (que yo sepa/recuerde), explicita sus opiniones sobre el apartheid. Nunca en sus novelas lo ha hecho, allí no son sino un fondo moral siniestro. En Summertime, en coherencia con el conjunto del libro, lo hace usando palabras de sus colegas, a veces de manera directa en el diálogo, pero siendo más potente la propia actitud del escritor durante esos años. Actitud que le empuja a, sin tener ni idea, hacer labores de albañilería, labranza, o mantenimiento sólo para recuperar la capacidad (el poder) de hacer trabajo manual que el régimen despreció y obligó a realizar a los negros, en una peculiar recuperación de la dignidad mediante la humillación. Pero, por otro lado, siendo la palabra su arma mejor, es curioso que hable ahora con claridad, cuando posiblemente es mucho menos necesario y además está viviendo en el extranjero. Puede anotarse este punto como una asunción de cobardía moral, pero resulta fascinante la necesidad no sé si honesta o vanidosa (o mezcla) en que Coetzee desea retratarse en esa vergüenza interior.


Mandela a cuadros, vía yanswerbloges


Summertime, por equivocado que esté su biografiado en su actitud vital, es una biografía brillante en su idea y estupenda en su ejecución, demostrando un dominio del oficio y una capacidad de riesgo estimulantes. Además de reflexionar sobre una vida y un país, lo hace implícitamente sobre la literatura y su incapacidad de acercarse de veras a la realidad, o mejor dicho, a las personas reales. Su opción abre caminos en la literatura, y sólo se me ocurren ejemplos cinematográficos que pudieran acercarse. Un clásico, como Ciudadano Kane, porque también se investiga a un muerto (aunque aquí sea el que además escribe) en una estructura de entrevistas a sus conocidos, o la reciente I’m Not There (Todd Haynes), porque se presentan las caras diferentes de un mismo personaje. Supongo que debiera haber comics que ya hayan investigado este camino, dado que es arte tan dado a lo (auto)biográfico.

Espero que esta muerte en vida que se infringe Coetzee en Summertime no sea el final de esta sorprendente saga autobiográfica. Algo en el libro suena a despedida, un tanto a la francesa, de un novelista que ha encontrado en la ‘no ficción’ un camino sorprendente en el que dar rienda suelta a su pasión por escribir, y una catarsis psicoanalítica. Pero, después de esta época, ya llegó el éxito, y, tal vez considere que se trata de una historia ya conocida.



El Coetzee (vía leyendo) que ya empezaba a despuntar es el siguiente al de la época retratada en Summertime