22 de noviembre de 2019

España y Revolución



De siempre, incluso desde cuando era un estudiante de bachillerato bajo los programas educativos del franquismo, he oído que todos los bienes y, sobre todo, que todos los males de España están en su siglo XIX, como si este siglo fuera la clave de todo y su estudio en profundidad fuera imprescindible si te interesaba conocer por ejemplo el verdadero porqué de la Guerra Civil, el carácter del franquismo, y hasta el origen de ETA.

El General Narváez, 7 veces presidente del gobierno, pintado por Vicente López Portaña. A su muerte se inició la Revolución que terminó con el reinado de Isabel II (vía)

Tal vez el énfasis fuera innecesario, ya que es lógico que el siglo precedente contenga las claves primeras del siglo que le sigue, y, por otro lado, no solía resolverse bien: los planes de estudio eran largos y la asignatura de Historia rara vez llegaba al siglo XX, evitándose así disgustos en clase. En mi colegio de curas lo cierto es que esperábamos siempre llegar a fechas actuales en esta asignatura, sobre todo porque anhelábamos secretamente que el profesor, en general un fraile, quedara retratado como un postfranquista sin remedio. El colegio era privado y su clientela principal era la burguesía vasco-española de Getxo e Induatxu –alguna de ella era muy alta burguesía-, pero en los años finales de la década de los setenta y en los primeros ochenta del siglo XX, todo lo que oliera a justificación y nostalgia del franquismo era motivo de befa.

El General Espartero, pintado por José Casado del Alisal, fue regente de España tras conseguir expulsar a María Cristina del país, y tres veces presidente del gobierno; pudo ser rey y lo rechazó. Liberó Bilbao del asedio carlista, y bombardeó Barcelona para reprimir un alzamiento (vía)

El caso es que no por eso el siglo XIX se estudiaba bien. Llegaba ya al final del curso, con la cabeza agotada de los Austrias, los primeros Borbones y la Guerra de Independencia, y se llenaba casi de tantos acontecimientos como los tres siglos anteriores. Los elementos más polémicos, como la I República, la Gloriosa, o, en el País Vasco de manera determinante, las Guerras Carlistas, se ventilaban en minutos. Había algo de sitio para explicar la dupla liberal versus conservadora, para el desastre del 98, o para la Restauración y el turno pacífico entre Cánovas y Sagasta. Y así, obviamente, las fuentes de aquellos a quienes nos interesaban estas cosas, acababan siendo otras.

El General Prim, pintado por Eusebi Valldeperas, fue presidente del gobierno tras la Gloriosa, en que consiguió sublevar muchas ciudades. Consiguió convencer a todos de la conveniencia del reinado de Amadeo de Saboya, para ser asesinado al día siguiente de su elección. (vía)

Toda esta introducción ególatra me pasó en un momento por la cabeza cuando el año pasado visité el Museo del Romanticismo (Madrid), que es en realidad un museo de usos, costumbres y cambios del siglo XIX español, y en su librería vi este volumen, El siglo de las revoluciones en España, de Rafael Sánchez Montero, llamando insistente en mi cabeza al estudiante que fui. Eché un ojo a varios párrafos, no lo vi sesgado por ideología excesiva alguna, y me decidí a rellenar un hueco que hasta ahora había estudiado de modo parcial con un libro más completo, aunque, a fin de cuentas, se traten sólo de trescientas páginas.

El fusilamiento de Torrijos pintado por Antonio Gisbert. El General Torrijos fue traicionado al intentar un levantamiento contra Fernando VII en 1831 (vía)

La hipótesis de la que parte Sánchez Mantero me gusta y me parece de alto interés: España NO es diferente, y aunque su historia tenga particularidades, su siglo XIX, plagado en efecto de diversas revoluciones, constantes cambios de gobierno, asonadas y golpes de estado, nacimiento de movimientos nacionalistas y obreros, y constante en su camino desde el Antiguo Régimen a una democracia mayoritaria de sufragio universal (masculino, claro), sucede a la par que acontecimientos similares tenían lugar en los demás países europeos. Al inicio del libro, Sánchez Mantero trabaja más esta línea, aunque en toda su duración es sobre todo Francia el país con el que la comparación es más continuada por múltiples razones, resultando en efecto sorprendente la influencia mutua, la interrelación entre políticas, y el camino paralelo entre ambos países especialmente a partir de las dos restauraciones borbónicas tras la caída de Napoleón.

El General Riego fue el protagonista del alzamiento que dio lugar al trienio liberal de 1820 a 1823 y murió ajusticiado por Fernando VII. Da nombre a un himno que ha perdurado ya doscientos años (vía)

Sánchez Mantero es fiel a su título y explicar los diferentes ciclos revolucionarios del siglo, su origen, causas, y consecuencias, es su primer objetivo. También la historia política del país: quién gobernaba, en virtud de qué ley o constitución, y bajo qué características. Hay menos espacio para la economía y los grupos sociales, pero lo cierto es que el autor resuelve determinados pasajes con prontitud clarísima sin renunciar a estos puntos si son necesarios, como, por ejemplo, por qué el régimen absolutista de Fernando VII favoreció sin desearlo la aparición de asonadas militares, o por qué la desamortización de Mendizábal puso en contra de su gobierno progresista al campesinado más pobre. En la parte más política he saciado bien mi sed de la I Guerra Carlista, pero no tanto la de la II, aunque también es cierto que ésta transcurrió a la par que otros variados acontecimientos de primer orden. Algunas partes y su influencia resultan un tanto ausentes, como la pérdida de las colonias durante el primer tercio del siglo, e incluso la sucedida en el 98 no es prolija. Sin embargo, es bastante satisfactorio el retrato de personajes, que es breve y acertado, y que permite terminar el libro con semblanzas claras de personajes como Narváez, Espartero, Cánovas, Prim, o, por supuesto, los reyes y reinas del período.

Cánovas del Castillo, pintado por Ricardo de Madrazo (vía), fue el inspirador del turno pacífico tras la Restauración borbónica en el último cuarto del siglo, con el que el país alcanzó cierta estabilidad. Fue 6 veces presidente del gobierno.

En resumen, Rafael Sánchez Mantero imprime un ritmo endiablado a la lectura, hace claras las diferentes transiciones históricas, consigue una explicación diáfana y entendible de los sucesos, y rinde un libro objetivo y moderado que además se lee en un santiamén. Pues eso.

Rafael Sánchez Mantero (por Juan Miguel Baquero, vía)


3 de noviembre de 2019

Las olas



The Waves es una novela de corte experimental. En la que Virginia Woolf lleva al extremo su capacidad poética, por un lado, y la metodología del flujo de conciencia, por el otro. Seis personajes realizan monólogos sólo relativamente conectados entre sí, delante de paisajes, o como espectadores de reuniones sociales. En esos monólogos tanto describen lo que aparentemente ven, hablan de los demás personajes (o de terceros que no tienen voz pero sí influencia), y comentan las emociones y sentimientos de sus propias vidas, aunque éstas parecen más bien estados mentales, ya que no son descritas convencionalmente en ningún momento, y se relacionan siempre de manera algo inconexa con el ciclo de la vida, la presencia del hombre en el mundo, el sentido del amor, etc…

Las impresionantes marinas de Gerhard Richter, recientemente expuestas en el Museo Guggenheim de Bilbao, parecen directamente inspiradas en la obra de Woolf (vía)

El libro empieza de manera directa, con estos parlamentos en general ominosos, algo grandilocuentes y melancólicos, y se ve interrumpido por descripciones paisajísticas de la costa, con el sol y el mar como foco, y una voz supuestamente narradora distinta de los seis protagonistas, que impone al menos una unidad temporal: el transcurrir de un día. Según el libro avanza, los monólogos son más extensos, se van imponiendo algunos de los personajes, y, finalmente, todas las voces parecen confundidas en una especie de mente única, como, probablemente, tesis final del flujo de conciencia completado en la novela. El título, además del paisaje marino recurrente, parece apelar a las olas como elementos percutientes y continuos, a los que se asemejarían los monólogos de los personajes de Woolf y su repercusión en el ánimo del lector.

Me ha sorprendido poder acabar sin demasiadas dificultades el reto lector que supone The Waves, además del hecho de leerla en inglés. Es una tentación importante dejar el libro a las veinte o treinta páginas, cuando el estilo está claro; podría esperarse una cesura (¿también experimental?) y un final racional. Pero nada lo indica. El libro tiene por si fuera poco un tono triste y deprimente, sin duda deudor de las propias circunstancias de Woolf, que acabaría suicidándose. Entender en sí qué quiere decir Woolf, comprender racionalmente el estilo del libro, resulta un fin poco edificante y podría compararse con comprender un cuadro abstracto tras su pertinente explicación crítica, y sin que en realidad su emoción nos haya llegado inicialmente. Los temas que conocemos que obsesionaron a Woolf y que la reconocen como escritora pionera y singular están presentes en varios episodios, sí. Pero la atmósfera del libro resulta una maquinaria que engulle mecánicamente la claridad radical de todos ellos, sin dar solución. El caso es que The Waves encierra pasajes maravillosos, con una prosa poética de la desesperanza personal a veces cercana al nihilismo existencialista reforzado por el caparazón fuertemente individualista de personajes incapaces de dialogar y capaces sólo de pensarse a sí mismos. Lógicamente, y casi por definición, no se trata de un angst gozoso, pero la sucesión de imágenes líricas es espléndida, y el arrojo coherente de la autora es muy aplaudible.

Virginia Woolf (vía)