De siempre, incluso desde cuando era un
estudiante de bachillerato bajo los programas educativos del franquismo, he
oído que todos los bienes y, sobre todo, que todos los males de España están en
su siglo XIX, como si este siglo fuera la clave de todo y su estudio en
profundidad fuera imprescindible si te interesaba conocer por ejemplo el
verdadero porqué de la Guerra Civil, el carácter del franquismo, y hasta el
origen de ETA.
El General Narváez, 7 veces presidente
del gobierno, pintado por Vicente López Portaña. A su muerte se inició la
Revolución que terminó con el reinado de Isabel II (vía)
Tal vez el énfasis fuera innecesario, ya
que es lógico que el siglo precedente contenga las claves primeras del siglo
que le sigue, y, por otro lado, no solía resolverse bien: los planes de estudio
eran largos y la asignatura de Historia rara vez llegaba al siglo XX,
evitándose así disgustos en clase. En mi colegio de curas lo cierto es que
esperábamos siempre llegar a fechas actuales en esta asignatura, sobre todo
porque anhelábamos secretamente que el profesor, en general un fraile, quedara
retratado como un postfranquista sin remedio. El colegio era privado y su
clientela principal era la burguesía vasco-española de Getxo e Induatxu –alguna
de ella era muy alta burguesía-, pero en los años finales de la década de los
setenta y en los primeros ochenta del siglo XX, todo lo que oliera a justificación
y nostalgia del franquismo era motivo de befa.
El General Espartero, pintado por
José Casado del Alisal, fue regente de España tras conseguir expulsar a María
Cristina del país, y tres veces presidente del gobierno; pudo ser rey y lo
rechazó. Liberó Bilbao del asedio carlista, y bombardeó Barcelona para reprimir
un alzamiento (vía)
El caso es que no por eso el siglo XIX se
estudiaba bien. Llegaba ya al final del curso, con la cabeza agotada de los
Austrias, los primeros Borbones y la Guerra de Independencia, y se llenaba casi
de tantos acontecimientos como los tres siglos anteriores. Los elementos más
polémicos, como la I República, la Gloriosa, o, en el País Vasco de manera
determinante, las Guerras Carlistas, se ventilaban en minutos. Había algo de
sitio para explicar la dupla liberal versus conservadora, para el desastre del
98, o para la Restauración y el turno pacífico entre Cánovas y Sagasta. Y así,
obviamente, las fuentes de aquellos a quienes nos interesaban estas cosas,
acababan siendo otras.
El General Prim, pintado por Eusebi
Valldeperas, fue presidente del gobierno tras la Gloriosa, en que consiguió
sublevar muchas ciudades. Consiguió convencer a todos de la conveniencia del
reinado de Amadeo de Saboya, para ser asesinado al día siguiente de su
elección. (vía)
Toda esta introducción ególatra me pasó
en un momento por la cabeza cuando el año pasado visité el Museo del
Romanticismo (Madrid), que es en realidad un museo de usos, costumbres y
cambios del siglo XIX español, y en su librería vi este volumen, El siglo de las revoluciones en España,
de Rafael Sánchez Montero, llamando insistente en mi cabeza al estudiante que
fui. Eché un ojo a varios párrafos, no lo vi sesgado por ideología excesiva
alguna, y me decidí a rellenar un hueco que hasta ahora había estudiado de modo
parcial con un libro más completo, aunque, a fin de cuentas, se traten sólo de
trescientas páginas.
El fusilamiento de Torrijos pintado
por Antonio Gisbert. El General Torrijos fue traicionado al intentar un
levantamiento contra Fernando VII en 1831 (vía)
La hipótesis de la que parte Sánchez
Mantero me gusta y me parece de alto interés: España NO es diferente, y aunque
su historia tenga particularidades, su siglo XIX, plagado en efecto de diversas
revoluciones, constantes cambios de gobierno, asonadas y golpes de estado,
nacimiento de movimientos nacionalistas y obreros, y constante en su camino
desde el Antiguo Régimen a una democracia mayoritaria de sufragio universal
(masculino, claro), sucede a la par que acontecimientos similares tenían lugar
en los demás países europeos. Al inicio del libro, Sánchez Mantero trabaja más
esta línea, aunque en toda su duración es sobre todo Francia el país con el que
la comparación es más continuada por múltiples razones, resultando en efecto
sorprendente la influencia mutua, la interrelación entre políticas, y el camino
paralelo entre ambos países especialmente a partir de las dos restauraciones
borbónicas tras la caída de Napoleón.
El General Riego fue el protagonista
del alzamiento que dio lugar al trienio liberal de 1820 a 1823 y murió
ajusticiado por Fernando VII. Da nombre a un himno que ha perdurado ya
doscientos años (vía)
Sánchez Mantero es fiel a su título y
explicar los diferentes ciclos revolucionarios del siglo, su origen, causas, y
consecuencias, es su primer objetivo. También la historia política del país:
quién gobernaba, en virtud de qué ley o constitución, y bajo qué
características. Hay menos espacio para la economía y los grupos sociales, pero
lo cierto es que el autor resuelve determinados pasajes con prontitud clarísima
sin renunciar a estos puntos si son necesarios, como, por ejemplo, por qué el
régimen absolutista de Fernando VII favoreció sin desearlo la aparición de
asonadas militares, o por qué la desamortización de Mendizábal puso en contra
de su gobierno progresista al campesinado más pobre. En la parte más política
he saciado bien mi sed de la I Guerra Carlista, pero no tanto la de la II,
aunque también es cierto que ésta transcurrió a la par que otros variados
acontecimientos de primer orden. Algunas partes y su influencia resultan un
tanto ausentes, como la pérdida de las colonias durante el primer tercio del
siglo, e incluso la sucedida en el 98 no es prolija. Sin embargo, es bastante
satisfactorio el retrato de personajes, que es breve y acertado, y que permite
terminar el libro con semblanzas claras de personajes como Narváez, Espartero,
Cánovas, Prim, o, por supuesto, los reyes y reinas del período.
Cánovas del Castillo, pintado por
Ricardo de Madrazo (vía),
fue el inspirador del turno pacífico tras la Restauración borbónica en el
último cuarto del siglo, con el que el país alcanzó cierta estabilidad. Fue 6
veces presidente del gobierno.
En resumen, Rafael Sánchez Mantero imprime
un ritmo endiablado a la lectura, hace claras las diferentes transiciones
históricas, consigue una explicación diáfana y entendible de los sucesos, y
rinde un libro objetivo y moderado que además se lee en un santiamén. Pues eso.
Rafael Sánchez Mantero (por Juan
Miguel Baquero, vía)