25 de noviembre de 2018

En Portugal

 


Compré este libro durante un viaje vacacional a Portugal y lo leí durante otro. Saramago lo publicó en 1981, cuando estaba retomando su carrera literaria y antes de publicar sus novelas de mayor éxito, aunque enseguida llegaría el Memorial del convento. Aunque sea un libro de viajes, el tono literario y el concepto vital del Saramago novelista ya habita estas casi 700 páginas de pueblos, paisajes, iglesias, arte, ciudades, comida e Historia.

 
Obidos, Castillo

Saramago plantea un viaje de Portugal de norte a sur, recorriendo comarcas del interior al océano y viceversa, empezando con un clima otoñal y terminando en un verano abrasador. Viaja sin intención sistemática ni turística, sino persiguiendo sus intereses propios de amante de los lugares artísticos e históricos, y con debilidad por aquellos lugares que fueron vividos por autores de las letras portuguesas (curiosamente, sin referencia a los grandes espadas de la literatura portuguesa: ni Pessoa, ni Eça, ni Camões). Su juicio es el de una persona culta y conocedora de los estilos artísticos, amante de la Historia, y observador tan irónico como escéptico, tan tierno con lo concreto como pesimista con lo general. Conocedor de que transmite una experiencia personal, utiliza el humor para transmitir el choque entre las realidades que encuentra y la suya propia, y su capacidad metafórica y universalista consigue el milagro de interesar ávidamente a un lector que, como yo, es ajeno a (casi) todo el acervo cultural, folclórico e histórico del país visitado y que apenas puede reconocer algunos lugares concretos que sí ha conocido, algunas idiosincrasias que brevemente ha notado, algunas lecturas y estilos mínimos que ha distinguido; y todo ello gracias a estar visitando Portugal con frecuencia en los últimos tiempos. Así, imagino que el placer de un portugués con esta lectura puede ser supremo.

 
Mafra, biblioteca del Convento

Como buen proyecto de sabio cascarrabias, Saramago enjuicia actuaciones turísticas, actos sobre el patrimonio, o el escaso mantenimiento del mismo, a veces con virulencia. Como buen asceta, gusta más del románico y de los muros de lienzo que de la explosión manuelina o su odiado barroco, de modo que incluso Lisboa, sorprendentemente, no es demasiado de su gusto –aún más sorpresa es que le disguste tanto el convento de Mafra al que dedicó un libro entero-. En su personal análisis artístico alcanza grandes logros, como por ejemplo cuando especula con que las esculturas o azulejos de diferentes épocas de una misma iglesia hablen entre sí, o cuando pide a los dueños de los huesos de la iglesia de Évora que se rebelen ante su injusta situación. Como viajero concreto no tiene reparos en describir su sufrir en la ruta, de la noche en que no encuentra alojamiento a la ruta imposible para llegar a un lugar remoto, con una especial predilección por las dificultades para conseguir que le abran las puertas de las iglesias de los pueblos que visita. Sin duda se producen repeticiones, pero prima la conseguida atmósfera de viajero decidido y esforzado en el conocimiento, y en su descripción con ligereza pero sabiduría.

 
Monsaraz, vista del Guadiana

Un aspecto especialmente encantador del libro afecta a los lectores de Saramago que, como yo, hemos leído antes la mayor parte de sus novelas, escritas sin embargo después del Viaje a Portugal: el libro encierra sin duda el aliento de muchas de las fábulas saramaguianas. Así, la ironía científica con que mira determinadas imágenes religiosas anticipa el espíritu de El Evangelio según Jesucristo; el escepticismo que le producen los tópicos históricos son el reflejo de lo que leeremos en la Historia del cerco de Lisboa; el apartado abrasador del Alentejo remite a Levantado del suelo; y de las constantes referencias fronterizas (desde la primera frase a orillas del Duero, su sermón a los peces) hay apenas un salto a La balsa de piedra. Todas son obras de aquellos años, no he atisbado sombras de sus polisemias más alejadas. 

En fin, un gran libro que a pesar de ser obra de un escritor que ya conocía y admiraba nunca habría leído sin haber conocido a @PalmeiroRicardo. Obrigado, meu amor!
 
 
José Saramago (vía)


4 de noviembre de 2018

Patti, Robert



Éramos unos niños es una autobiografía peculiar, escrita con ternura y bondad inmensas por Patti Smith, y centrada en uno de los episodios de su vida, su relación con Robert Mapplethorpe. La autora hace gala en su libro de una gran sensibilidad poética, siendo como es la poesía la primera y mayor de sus vocaciones, y de la perspectiva que le dan los años, dado que el libro está escrito veinte años después de la muerte del fotógrafo. Desde que supe de la existencia del libro quise leerlo y, cuando las críticas lo ensalzaron, las expectativas aumentaron. Maravillosamente, se han cumplido.

 
Portada de la biografía de Robert Mapplethorpe escrita por Patricia Morrisroe

Una parte importante tiene que ver, creo, con la fascinación que la mitad ingenua mitad satánica figura de Robert Mapplethorpe me supone. Han pasado más de veinte años desde que leí la biografía que Patricia Morrisroe le dedicó. Mapplethorpe fue víctima del SIDA en 1989, y para mí, como joven homosexual atemorizado por el despliegue de la enfermedad en aquellos años armarizados, era ya un icono. Ya conocía que era autor de una obra que bebía de diversas fuentes pero que era profundamente original al registrar cuerpo masculino, homosexualidad y sadomasoquismo con una mirada artística desconocida y en muchas ocasiones censurada. En su biografía vi que además era ambicioso y visionario, pero también de formación ultracatólica y chapero por dinero pero también por placer y como forma de reclutar modelos para sus obras. Patti Smith es obviamente una figura esencial en esta biografía, ya que fueron pareja durante cinco años intermitentes esenciales en los que ambos se formaron artísticamente.

 
Portada del álbum Horses de Patti Smith

Smith es hoy una estrella esencial de la historia del punk (si el punk puede tener estrellas), en el que se inició musicalmente como forma de expresión de su creación poética, con su banda The Patti Smith Group, protagonista de una de las portadas de LP claves del rock (vía fotografía de Robert Mapplethorpe), autora de hits de grandísimo éxito como Because the Night ó People Have the Power, que ahora ha regresado a la literatura, pero que aún gira (no hace muchos años que actuó en la sala Santana 27 de Bilbao) con la fuerza y brillo de las grandes estrellas. Smith y Mapplethorpe formaron una pareja lógicamente inestable, en la que se apoyaban en lo sentimental y personal, y aprendían y maduraban en lo artístico. Mapplethorpe era homosexual y esa tensión imposible desbarató el futuro de una asociación que Smith, por juventud y por carácter, homenajea con cariño y progresión, desde el momento en que proyecta su infancia y adolescencia hasta su viaje a NYC, la casualidad con que descubrió a Robert, y el apogeo cultural que ambos vivieron en el Hotel Chelsea, en el que se alojaron al inicio de los setenta.

 
Patti Smith y Robert Mapplethorpe fotografiados por Norman Seeff (vía)

Éramos unos niños (feliz título que procede de la reacción casual de unos turistas que un día se cruzan con ellos en la calle) es un relato ejemplar en muchos puntos. Recupera en su ejercicio de memoria la ilusión humana, más presente en la infancia y primera juventud, por la imaginación creativa, la búsqueda poética, y cierta introspección artística, capacidades que Smith atesora y desarrolla con facilidad desbordante. También recoge la vida de una comunidad artística esencial en un momento determinado, con alto valor histórico como registro del movimiento cultural del paso de los sesenta a los setenta en NYC, sus influencias y sus relaciones futuras. El libro además muestra una honestidad tan fresca como inesperada, recuperando sin rubor pero con pudor episodios como su embarazo juvenil, el gusto por la prostitución de Mapplethorpe, o el impacto del SIDA. Pero además es un libro muy divertido, inmenso en un anecdotario con todo tipo de cameos locos de famosos que incluyen a Salvador Dalí o Allen Ginsberg, además de los secundarios más esperados como Jim Carroll, Johnny Winter, Sam Shepard, Janis Joplin o Jim Morrison. Smith admite que fue afortunada por todo el talento con que se cruzó y le ayudó a crecer y se sorprende de mirar hacia atrás y descubrir que era una de las portadoras de un ticket ganador. Ella se refiere a su vida larga, 72 años ya y muy por encima de la media de su sector. Pero Éramos unos niños demuestra que su ticket ganador también sirve para su obra.

  
Patti Smith (vía)