31 de enero de 2015

En la balsa


Erik Hesselberg, el autor de Kon-Tiki and I, fue uno de los marineros a bordo en la expedición que llevó en 1947 a la barcaza Kon-Tiki desde Perú a la Polinesia y con la que Thor Heyerdahl, el líder de la misma, quiso demostrar el posible origen andino de los habitantes de la Polinesia. Los detalles de la expedición son muy conocidos, han dado lugar a películas y documentales, y a varios libros. El más conocido de ellos es el escrito por el propio Heyerdahl, pero este de Hesselberg se tradujo a 15 idiomas y tiene un encanto especial.


El libro recoge la vivencia personal de Hesselberg durante el viaje desde su casa hasta que consiguió regresar a ella. El ciclo central es obviamente el viaje en la Kon-Tiki. El encanto viene dado por una descripción liviana y sensorial de todo lo que acontece a Hesselberg y sus compañeros, el texto aparentemente reproducido de su puño y letra, y los dibujos que ilustran la acción, se supone que iniciados durante el mismo viaje. Con todo ello, Hesselberg consigue un tono inocente de aventura pura entre el descubrimiento científico (geográfico, antropológico, etnológico) y la maravilla, destinado probablemente a un lector infantil, que alcanza un tono de comunión poética con la vida desprovisto de ideologías y con el que he disfrutado enormemente, por rebajados que entiendo que están los aspectos más duros de cien días de navegación en las condiciones que se impuso la expedición.


Gran parte de la fuerza del libro reside en sus dibujos, obviamente, algunos de gran formato, realizados en tinta sobre blanco y sin enmarcar, adquiriendo un carácter de apuntes del natural en un cuaderno científico o de viaje. El trazo es simple y claro pero muy efectivo, y es especialmente impactante en la reproducción de las especies animales que se van encontrando en el Pacífico durante el viaje. El volumen que he leído añade experiencia estética a la lectura: es un ejemplar de la tercera reimpresión (en 1951) de la primera traducción al inglés (publicada en 1950) que encontré por sorpresa en una librería de viejo de Bilbao. El papel es grueso y sedoso, y los bordes amarillean. La encuadernación ha sufrido el paso de los años y quién sabe qué viajes habrá tenido propiamente el libro.


Erik Hesselberg (vía)

18 de enero de 2015

Señor cocodrilo


Pensar en Joann Sfar como un clásico y comprobar en la pestaña de este libro que es más joven que yo ha sido un pequeño mazazo… compensado por este fresco librito dibujado y escrito por él, El señor cocodrilo está muerto de hambre, donde un cocodrilo que debe buscarse el sustento es un maravilloso protagonista que se mueve en el mundo moderno.


En la aventura del cocodrilo en busca de alimento, Sfar juguetea a la vez con un planteamiento lúdico basado en la humanización imposible del animal –comportándose con la educación dada por sus padres, o vistiendo a la moda según el ambiente- y un somero dibujo social sobre las dificultades de un individuo hambriento. Ciertamente es predominante el primer aspecto, entiendo que por la colección de publicación original (Gallimard Jeunesse) este es un libro para niños y jóvenes. Pero claro, a este cocodrilo un tanto primario pero colega honesto (sobre todo de una niña que le ayuda y le quiere civilizar consiguiéndolo a medias), que necesita ir a la ciudad porque en el campo todo son dificultades, al que un cerdo vestido de traje ofrece alimento para salvar sus propias carnes en perjuicio de una piara cercana, y que acaba en una cárcel porque la policía le detiene por salir a comer (humanos, claro), explica, como en las antiguas parábolas a los niños, determinados peligros y modelos de la vida actual. Viajamos un tanto de Samaniego al George Orwell de Rebelión en la granja.

Sfar no fuerza esta parábola, ni pretende cerrar una lección moral, ni hace, menos mal, discursos. El divertimento y la alegría destacan con esa facilidad que en efecto tienen los que conocen con maestría su oficio. Por ello hay un gozo vital en el dibujo y entusiasmo de este cocodrilo emprendedor que hace que este libro sea encantador. ¡Aunque se tengan más años que el autor y ya no se sea un niño!

(Encantadores seres son también los que me regalaron este volumen, aunque sólo uno tenga una web en la que debiera prodigar más sus talentos. ¡Gracias!)


Joann Sfar (vía)

8 de enero de 2015

Destripador


Aunque Colin Wilson es un miembro (que no conocía) de los Angry Young Men, reconozco que debo esforzarme en encontrar en Ritual in the Dark las características del movimiento que más o menos conocía. Leo en la Wikipedia que Colin Wilson fue un filósofo existencialista autodidacta y un escritor prolífico, y que Ritual in the Dark es la primera de sus novelas que claramente indaga en la psicología del asesino en serie.

El protagonista de Ritual in the Dark es George, un joven solitario no rico pero sí ocioso que durante una exposición sobre Nijinsky conoce en Londres a Austin, un homosexual de tendencias sádicas, indecentemente rico y bebedor, viajero y fascinante. Ambos entablan conversación y descubren en cada uno cierto espejo de sí mismos, especialmente en su mirada misántropa e individualista contrastada con la religión, especialmente la católica, y la comprensión de las debilidades humanas. La vida de George da un vuelco al empezar a relacionarse con los círculos de Austin, pero no necesariamente los perversos de los bajos fondos, prácticamente ocultos en la novela, sino algunas de sus amigas de infancia e incluso un enfermo sacerdote católico que le conoce hace años. Todo ello coincide con una especie de reedición en 1956 de los asesinatos del Destripador, pues un desalmado está asesinando prostitutas por Whitechapel mientras la policía le persigue.

Jack el Destripador según Eddie Campbell para From Hell

Creo que Colin Wilson retrata bien la sociedad de los años cincuenta británica, que aún anda despertándose del shock de la guerra, en la que aún la religión pesa en el pensamiento y en la vida juveniles antes de la explosión social que está a punto de llegar, pero en la que ya existe cierta libertad sexual, la posibilidad de discutir valores tradicionales, y algunas psicologías más liberadas que las retratadas por Ian McEwan en Chesil Beach. La sensación es extraña: los protagonistas se tratan en todo momento con una educación exquisita, tienen conversaciones cultas sobre los crímenes, el arte, la función de Dios, y las pasiones humanas, en un educado y correctísimo inglés académico, mientras la modernidad se cuela en forma de horror y asesinato, perversión, y apuntes de pederastia y homosexualidad.

Lo que debía ser un perfil arriesgado de personajes hace cincuenta y cuatro años ahora queda dibujado sólo en forma de valor histórico. George es un heterosexual que acepta en igualdad la tendencia de su amigo Austin, pero la novela hace al homosexual perverso y sospechoso, y fuente de todo el problema existencial a discutir. George no es un joven airado, ni es crítico hacia la vida de millonario disipado que Austin lleva; la relación entre ambos no es lejana a tantas otras que ha dado la literatura inglesa (Retorno a Brideshead sería un ejemplo canónico), tensión sexual no resuelta incluida, y puede que la mayor disonancia de la novela sea ver un carácter taciturno pero fuertemente asentado como el suyo dejarse llevar por una vida ajena, si bien esto se explica por su aburrimiento vital y el hecho de que ese arrastre viene sembrado de cultura y arte. La historia de thriller, por su lado, es correcta y clara, aunque para llegar a la resolución hay quizá demasiadas reiteraciones en los hechos.


Colin Wilson (vía)