17 de diciembre de 2009

Fabulando


Dos libros dos leyó el joven Borge escritos por Italo Calvino, y le fascinaron. De ello hace muchos años, y, por razones que él mismo desconoce, abandonó al autor. Tal vez no encontró más libros. Tal vez no le interesó lo que veía, o simplemente fijó su mirada en otros árboles, ya no lo recuerda. El caso es que muchos años después (y sin encontrarse delante de ningún pelotón de fusilamiento sino fuera ya de las paredes en que se forjaba su juventud primera), descubrió en una librería de la capital otro libro del mismo autor. Pertenecía a su conocida trilogía fantástica, estaba editada (siempre con gusto) por la Siruela de Jacobo Fitz-James Stuart, y esa librería cinéfila en un lado (Ocho y Medio) y cuidadosamente romántica (El Gatopardo) en el otro, le tentaba como lugar donde el trabajo de, esta vez sí, un librero verdadero, merecía la pena dejarse los cuartos.

Aquellos dos libros eran El barón rampante (leído hace 22 años) y Los amores difíciles (hace 19). A pesar de los libros pasados y las historias olvidadas, es francamente difícil no recordar la anécdota que da lugar a la metáfora del primer libro, la historia del barón Cósimo que un buen día decide rebelarse contra su familia (y la sociedad y el mundo, ya que estamos) y pasar toda su vida sin bajar de los árboles. Atención a la horrible coda pedante que escribí en el volumen: ‘el orgullo de un hombre nunca debe suponer el final de su vida, aunque ésta se le haga insoportable sin él’. Semejante sermón sólo es disculpable porque me lo debí dirigir a mí mismo, que, por lo que recuerdo, debería haber estado por lo demás encantado con la historia del personaje francamente individualista que no quiere perder ni vida ni opiniones en la masa adocenada que ‘decide’ andar por la vida con los pies en la tierra. Debe ser cosa de la vida que el hombre modifique la memoria al gusto, claro está. En las novelas no pasa, suelen estar mejor construidas.


El vizconde demediado me ha devuelto dos décadas después, por tanto, al universo alegórico y fabulador de Italo Calvino. En las breves 92 páginas que forman la historia, Calvino cuenta la historia del vizconde Medardo de Terralba, que, batallando contra los turcos en Bohemia recibió un cañonazo que lo demedió, es decir, le partió por la mitad. Pero cada una de las mitades fue milagrosamente curada y ambas acabaron volviendo por separado a su tierra, que pasa a tener dos vizcondes Medardos en vez de uno. Una de las mitades es malvada y deja tras de sí un rastro de destrucción. La otra es tan decorosa que resulta indigesta. La obvia referencia al mito de Jekyll y Hyde tiene el valor añadido del tono fabulador y la ligereza de la ironía, no sólo sobre la condición humana, sino de algunos de los temas sociales que como buen (ex)comunista le preocupaban: la religión y sus conflictos representados por un grupo de hugonotes que habitan en la zona pero que ya no recuerdan por qué están separados del resto de cristianos, la solidaridad con los enfermos a partir de la leprosería cercana, o las condiciones en que vivían mujeres y niños desfavorecidos. Calvino logra una de estas cuadraturas del círculo que tan difícil resultan: hablar de temas serios usando el neorrealismo de manera ligera, sin ser necesario pensar en ellos para disfrutar ‘mecánicamente’ de la historia, y acentuando así su conocimiento del comportamiento humano.

Es un deber y una obligación procurar leer esta nivola, así como la más larga, ambiciosa y densa El barón rampante. De mientras, este blog se apunta como deber conseguir una copia de El caballero inexistente, para completar esta trilogía fantástica de Calvino, que, dicen las biografías, surgió de esa Italia que luchó contra el fascio, y se volvió gloriosa y artísticamente comunista (¿podríamos imaginar un país donde creadores como Fo, Passolini, Berlusconi, Calvino, Pavese… eran comunistas confesos?), y que tras arruinarse en la discusión moral imposible de un terrorismo loco acabó arrasada por el desencanto y la televisión (y la mafia, esa prima vieja).




19 de noviembre de 2009

¡Hija de Sodoma!

Para ser verdaderamente medieval no debiera tener uno cuerpo.
Para ser verdaderamente moderno no debiera tener uno alma.
Para ser verdaderamente griego no debiera tener uno ropa.


‘¡Qué maravilla!’, me dije al saber de una reedición aparentemente decente de las cartas de Oscar Wilde. Un libro que contiene unas 400 misivas de las 1400 que se conservan de él. ¿Y por qué estas expectativas? Porque es difícil leer algo nuevo de la pluma de Oscar, y porque tengo una visión romántica de las cartas. Pero antes de explicarme, un poco de dandismo:

Siempre he creído que un escritor puede dar lo mejor de sí en una carta, cuando conoce perfectamente al receptor de la misma y sabe lo que debe contarle de manera individual y específica. Sería una forma incluso más pura de literatura que la destinada a publicarse, pues no se preocupa por el efecto causado en personas anónimas, sino que conoce de manera personal los resortes del lector. Son las mejores condiciones, aunque no descarto que escritores de renombre ya cuiden sus cartas sabiendo que un día formaran parte de su obra publicada. Obviamente hoy no se escriben cartas; los nostálgicos siempre sospecharemos que el efecto de recibir noticias por carta es superior al del correo electrónico, pero esto no es sino un juicio trasnochado que acabará cuando termine la generación que no conoció los ordenadores desde niños.
Lord Alfred Douglas (‘sé que Jacinto, a quien Apolo amó hasta la locura, fuiste tú en días griegos’)

A finales del siglo XIX, sin embargo, no había otro modo para comunicarse a distancia que el papel y el servicio de correos. Así que la tradición epistolar, además del aura romántica que yo le veo desde este 2009, tenía también un sentido evidentemente práctico.

El volumen Oscar Wilde. Una vida en cartas está editado por el nieto de Oscar, Merlin Holland –quien conserva el apellido que adoptó su madre después del escándalo-, y es un volumen satisfactorio, autobiográfico y sorprendente.

Es satisfactorio porque cumple la expectativa de una literatura por momentos de altísimo nivel, coherente con su autor y su adscripción al movimiento literario esteticista y sus toques de decadentismo del fin de siglo, del que Oscar acabó siendo culmen y epítome trágico. Incluye además las suficientes reflexiones sobre su obra y su vida como para descubrir la bondad de carácter y las motivaciones de sus actos, además de su fascinación por la belleza y la actitud artística.

Es autobiográfico porque nadie como Oscar unió vida y obra, hasta el punto de que su helenismo acabó en la tragedia anunciada que ni siquiera quiso evitar cuando pudo. No tuvo oportunidad por motivos obvios de escribir una autobiografía, de modo que sus cartas son el documento que reflejan de viva letra prácticamente toda su vida, excepto por los huecos dejados por aquellos que las destruyeron en tiempos en que Oscar Wilde era veneno. No hay otro modo de saber cómo fue la cárcel para Oscar, o porque no podía dejar de ver a Lord Alfred Douglas, Bosie, su amante-perdición-mantis, nombre tan indisociable del de Wilde que incluso su nieto opta por una fotografía de ambos en la portada de esta recopilación.
Lord Alfred Douglas (‘Le dejé hacer lo que le pareció. Estaba ciego, era incapaz de juicio. Di un paso fatal. Y ahora… aquí estoy en un banco de mi celda en prisión. En toda tragedia hay un elemento grotesco. Él es el elemento grotesco de la mía (…) Si estas paredes tuvieran eco, se oiría en ellas gritar ‘Idiota’ eternamente’)

Es finalmente, sorprendente, porque las cartas de Wilde revelan que los modos y costumbres cambian, pero que las pasiones y necesidades se revelan siguiendo formatos similares. Oscar escribe a varios interlocutores jóvenes pequeñas cartas aduladoras de su belleza e intelecto y solicita grácil y elegante que le envíen una foto a cambio de la que él ofrece. Vale que no es exactamente Gaydar, pero parece imposible no ver el paralelismo. O bien reflejan un sentido del humor moderno, adulador de la superficialidad de las clases superiores a las que necesitaba pero cuyos modos tradicionales negaba con su vida –y así le fue-, que aúna a la vez vanidad e ironía autocrítica. O, cambiando de tercio, negociaba toda cuestión económica que tuviera que ver con lo que hoy llamaríamos propiedad intelectual y que en aquellos años se basaba en vender sus piezas de literatura o de teatro para conseguir sus ingresos adecuadamente, actividad en la que Oscar fue también brillante y que ni siquiera dejó en sus tiempos en la cárcel o en los años que malvivió al salir de prisión.

Robbie Ross, su supuesto primer amante, estuvo junto a Oscar al morir, y fue su albacea literario

¿Qué puedo añadir? Que la carta que Oscar Wilde escribió al Ministro del Interior desde la cárcel de Reading intentando una mejora de sus condiciones de reclusión es uno de los textos más emotivos que recuerdo, y que me dejó al borde de las lágrimas. Todo el poderío de un escritor sobresaliente puesto al servicio de explicar su situación, manejando la inculpación y la conmiseración de manera magistrales, mostrando arrepentimiento y solicitando piedad con un realismo lírico inigualable.

Wilde es siempre bello, en general muy divertido, en ocasiones sublime, y un gran observador social. No hay obra de él que no me haya convencido. Siempre pueden descifrar su increíble y apasionante vida y obra de la mano de un analista de estetas y modernos tan competente como Luis Antonio de Villena en su breve ensayo Wilde total, que además tiene una estructura a lo Rayuela y contiene los aforismos publicados por Oscar en vida. Lo último que he leído de Wilde, que no conocía aún, es Salomé, en una bellísima edición de Círculo de Lectores, traducida por Pere Gimferrer e inquietantemente ilustrada por Gino Rubert (¿no les recuerda el estilo gráfico? Es lógico, este señor es el autor de las portadas para Lisbeth Salander). La única de sus obras teatrales que fue tragedia definitiva, que escribió en francés, que no pudo ser estrenada en Londres por tener personajes bíblicos como protagonistas, y con varios de cuyos inquietantes versos dejo esta entrada de hoy.
Salomé
No me gustan tus cabellos. Es tu boca la causa de
Mi amor, Iokanaán. Tu boca es como
Una cinta escarlata sobre una torre de marfil.
Como una granada cortada por un cuchillo
De marfil. Las granadas que florecen en los
Jardines de Tiro y son más rojas que las rosas
No son tan rojas como tu boca. El rojo griterío
De las trompetas que anuncian la llegada
De los reyes y amedrentan al enemigo
No es tan rojo como tu boca. Tu boca es
Más roja que los pies de los que
Pisan el vino en los lagares. Es más roja
Que los pies de las palomas que habitan
En los templos y son alimentadas por
los sacerdotes. Es más roja que los pies
del hombre que viene de un bosque donde
ha dado muerte a un león y ha visto tigres dorados.
Tu boca es como una rama de coral
Que han hallado unos pescadores
En el crepúsculo marítimo y que reservan
Para los reyes. Tu boca es como el bermellón
Que los moabitas encuentran en
Las minas de Moab y que les es arrebatado
Por los reyes. Tu boca es como
El arco del rey de los persas, pintado
De bermellón y con cuernos de coral.
Nada en el mundo es tan rojo como tu boca…
Déjame besar tu boca.

Iokanáan
¡Jamás! ¡Hija de Babilonia! ¡Hija de Sodoma! ¡Jamás!

Salomé
Besaré tu boca, Iokanaán. Besaré tu boca.


7 de noviembre de 2009

La monja y el hombre

Quizá cada generación crea que ha llegado a un momento decisivo de la historia, pero nuestros problemas parecen particularmente intratables, y nuestro futuro cada vez más incierto.
Tengo un gran recuerdo de la asignatura de Religión que recibí en el curso de tercero de BUP. Contra todo pronóstico, en lugar de la enésima revisión del catecismo y los clásicos misterios católicos que llevaba estudiando sin renovación desde la infancia (y que dado mi militante agnosticismo adolescente me resultaban puro humo), me encontré con un curso sobre historia de la religión, humanismo cristiano y filosofía moral, en el que interpretábamos textos de Bergson o Teilhard de Chardin, o veíamos el sentido social del cristianismo.

Si ahora retomara mis apuntes de aquel curso seguramente no los entendería, y me parecerían obra de un marciano, apasionado eso sí. Aquel curso de Religión no me devolvió al redil de la Iglesia –que fue fácil dejar completamente al dejar a fin de aquel año escolar el colegio católico en que me eduqué-, pero además de enseñarme que alrededor del cristianismo no todo tenía el negro color que mi juventud le daba, me hizo curioso en el tema, algo que además se aliñaba con los incipientes cursos de filosofía, que todo el mundo veía como inútiles. A mí me dejaron cierto sello, aunque con el tiempo, los estudios, y la dedicación a las ciencias me convirtieron en un aficionado que a veces se da el pego de leer algo de filosofía clásica y siente que, en alguna neurona arriconada, algo crepita.

Y entre estas lecturas, de repente, aparece este libro, La gran transformación, de Karen Armstrong, con portada pelín esotérica. La misma autora requiere parar un poquito, aunque para biografías ya saben ustedes que tienen la wikipedia: ¿un libro escrito por una ex monja? ¿Cuándo he leído algo escrito por una monja, no digamos ya una ex de Dios? Sólo se me ocurren Teresa de Ávila ó Helen Prejean, pero ninguna dejó –o ha dejado- los hábitos a pesar de su activismo. Karen Armstrong se salió de monja, dio clases de literatura y se puso a escribir libros reconocidísimos sobre las tradiciones religiosas, con una visión alejada del centralismo occidental, y con loas agradecidas por parte de las diferentes religiones estudiadas.

La gran transformación es un libro excelente en el que Armstrong estudia con tino el paralelismo en el nacimiento entre hace 2200 y 2900 años de cuatro tradiciones filosógico-religiosas de la antigüedad, centrándose en lo que da en llamar la ‘era axial’, el período en que sabios procedentes de lugares muy diferentes dieron en desarrollar edificios morales de comportamiento ético a partir de distintos puntos de partida. Un comportamiento resumible en una ‘regla de oro’ formulada como ‘no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti’ (y variaciones), válida para construir una vida, pero también un imperio. Resumiendo, estudia las tradiciones religiosas buscando los puntos de unión basados especialmente en la compasión, en lugar de las divisiones generadas por una militancia impuesta por quienes siguieron y sacaron beneficio de aquellos sabios.

Las cuatro tradiciones son la israelí, la griega, la hindú y la china. De un modo u otro, cada zona dio lugar a personalidades sensibles a la maldad, ignorancia y crueldad que observaban a su alrededor, y decidieron responder éticamente. Usaron métodos distintos, bien una meditación que permitiera aprehender el verdadero ego, bien una entrega que buscara la comprensión del contrario, bien una introspección racional que llevara al conocimiento. Y con ello también desarrollaron diferentes teologías, gnoseologías, y formas de experimentar a Dios, que bien podía ser experiencia mística resultado de una vida de sacrificio y devoción, un ser que proclamara su dominio sobre un pueblo y su propia perfección, o un ente utilizado políticamente para mantener la unión de la polis.

La comparación es apasionante: resume con precisión las tareas de Sócrates, Platón, Confucio, Las Tse, el Buda, Jeremías y muchos otros, y, cronológicamente, encuentra los fascinantes espejos en el pensamiento de los sabios así como las diferencias culturales, políticas, sociales y económicas que los separaban. Todo ello ha creado las condiciones de progreso y vida que hoy conocemos y que intuimos en esa noche de los tiempos en que nació cada tradición, por lo que el valor del libro es mayor. Lo encumbra una prosa limpia, matemática en la exactitud racional del discurso comprensible pero sin simplificaciones, que unifica los estilos culturales de los diferentes sabios en una belleza textual interna propia, en un libro final atractivo y muy disfrutable, sí, aunque no se tenga por costumbre leer sobre filosofía o religión.

Absolutamente desbordado por el enorme conocimiento adquirido gracias a la lucidez que la autora muestra y reclama, me da pena saber que olvidaré pronto (esta cabeza no piensa ni recuerda igual de bien que hace años), y me pregunto qué efecto tendría La gran transformación como libro de texto, tanto ahora como en la época en que estudié. Y pienso que, como en todo libro brillante que analice un conflicto complejo, el secreto está en el estilo: poéticamente neutro, pero fascinado por la pasión de los hombres de que habla, el análisis de Armstrong contribuye a dejar un mundo mejor, y a hacer que sus lectores no sólo se diviertan sino que sean conocedores de por qué muchos lucharon por ser mejores personas.

Si no se convencen del todo, pero por otro lado tienen ganas de leer más después de este tochazo y ver si este es uno de mis desparrames habituales, en este blog pueden leer la introducción del libro escrita por su misma autora. No les garantizo que no se enganchen…

19 de octubre de 2009

Film the legend!

Con Soy leyenda, la novela de Richard Matheson, vuelvo a una de las manidas discusiones cinematográficas: la validez de las adaptaciones de las grandes obras literarias al cine. Me pasó con esta película algo que hacía tiempo que no me sucedía: leer una novela de reputación tras haber visto una película que me ha interesado lo suficiente para hacerlo. Como cualquier aficionado, yo he tenido de todo: películas que he adorado, cuyo libro, leído después, me ha encantado, dándose el caso de novelas y películas que se complementan maravillosamente (El nombre de la rosa, La insoportable levedad del ser, o, si nos ponemos más clásicos, Lawrence de Arabia, son ejemplos magníficos); libros que he odiado después de haber disfrutado enormemente de su adaptación (Entrevista con el vampiro), y, por supuesto, muchas películas vistas después del libro, además del especialmente extraño único caso (Expiación) en que vi la película justo cuando estaba leyendo el libro. Fue… raro.
No había leído Soy leyenda ni había visto las películas con Vincent Price, The Last Man On Earth, dirigida por el ignoto italiano Ubaldo D. Ragona, o con Charlton Heston (The Omega Man), de Boris Sagal. Pero sí había visto la película con Will Smith dirigida por Francis Lawrence y me había parecido correcta, adscrita al interés actual por los zombis/infectados y su pararelismo con los miedos sociales actuales, y a las tiranías de las grandes superproducciones americanas. Pero me pareció una buena oportunidad para solventar una falla: no haber leído el libro, no haber leído nada de Matheson, a pesar de ser el escritor del que surgieron textos de películas tan interesantes como El increíble hombre menguante o la primera película de Steven Spielberg (Duel). Localizada una edición del libro con el inevitable Will Smith en la portada (algo que sé que molestará a muchos), y, una vez emocionadamente leída, no concluyo nada nuevo de lo que sé sobre Hollywood, pero, en este caso, me ha parecido que los cambios son un tanto perversos y que no siempre responden a necesidades estrictamente dramáticas.
La trama de Soy leyenda es conocida: un único hombre que ha sobrevivido a una infección generalizada de la humanidad vive sólo en su casa. Los infectados no soportan la luz del sol, pero de noche dominan la ciudad y el mundo. De día, nuestro hombre sale de casa, se aprovisiona de lo que necesita, y trata de investigar sobre una vacuna para curar el mal de las personas infectadas. Obviamente, a partir de este punto voy a contar cosas más fundamentales de la trama de ambas obras –peli y libro-, avisados quedan.

Neville
El carácter del personaje principal, Robert Neville, es francamente diferente. Frente al muy derrotado personaje del libro, prácticamente alcohólico y con tendencias destructivas que apenas da importancia al hecho de matar de continuo a infectados, el Neville de Will Smith es hombre modélico en su aguante y soporte, un baluarte de la resistencia y, por supuesto, de los valores que Hollywood da a la masculinidad, a la familia (que perdió), a la casa, etc…

Abby
El papel del perro también es dramáticamente distinto. Mientras en la película es un compañero, un animal agradable y valiente que está con Neville desde un principio, en el libro es una víctima esquiva que da esperanza a Neville inicialmente, y una gran frustración después, en uno de los episodios más desoladores de la novela.

Los otros ‘vivos’
En la película, por supuesto, acaba resultando que Neville no es el único hombre todavía en la Tierra. Hay otros como él, que también se conservan estupendamente, y que permiten un final de esperanza fácil que roza el ridículo; frente a eso, la novela muestra infectados que conservan el raciocinio y la humanidad, y que sufren la violencia indiscriminadamente asesina de un Neville encerrado en sí mismo, incapaz de comunicación o de asumir que una situación diferente a la suya también es posible y no censurable, no digamos ya ‘no asesinable’.

El final
Por supuesto, lo más criticado en el momento de su estreno: de la esperanza de la curación gracias a las investigaciones y los sacrificios de Neville, a la esperanza de que una nueva especie necesite deshacerse de ese ermitaño asesino, Neville, para sobrevivir, aunque sea enferma.

Resumiendo
Soy leyenda, el libro, es una historia mucho más desesperanzada pero más lúcida sobre la condición humana; esto convierte a la adaptación en superficial, en un juguete técnico, con sólo algunos puntos no incluídos en el original que resultan de interés, más allá de cambiar los años 50 por la época actual: cambiar el Los Ángeles de la novela por Manhattan contribuye mejor al aislamiento de Neville; refuerza además la escena de la muerte de la familia en la evacuación, aunque esto escamotea la vuelta de la mujer de Neville a la casa para infectarle, lo cual sin duda era una escena más potente…); las expediciones diurnas encuentran muchos hallazgos visuales en los maniquíes con los que Neville habla, o con los encuentros con infectados a plena luz del día.

Por lo que leo, Richard Matheson es un hombre que aún vive, a sus 83 años, y era joven cuando ideó su revisión de los vampiros/zombis que tan bien encaja con los gustos del fantastique actual, en el que él ha seguido trabajando de continuo. No es de extrañar, dados que los miedos colectivos son psicológicamente los mismos que hace cincuenta años. Soy leyenda es una novela emotiva y apabullante. El volumen tenía además varios relatos cortos, varios de ellos algo superados cuando no bastante mediocres, si bien también hay otras historias inquietantes con desarrollo relevante.
Richard Matheson, vía vjbooks



10 de octubre de 2009

En la cabeza del facha

Monsieur Jonathan Littell fue sensación literaria hace dos años por la publicación de su multipremiada novela Las Benévolas, su primer trabajo, reconocido mundialmente, y cuya fama fue subrayada por el hecho de ser norteamericano, vivir en España y escribir con éxito en francés una historia sobre la Alemania nazi.

Las Benévolas era sutilmente revisionista en un tema donde ya no resulta novedoso (pero sí por tanto complicado) serlo. A mí me pareció innovadora en la introspección psicológico-fisiológica de su personaje principal, el SS-Hauptstumpführer Dr. Herr Maximilian Aue, un cultísimo y brillante nazi que se adapta al parecer ‘bien’ a su entorno y que en su gloriosa carrera pasa por la aplicación de la solución final en Ucrania, el asedio de Stalingrado, la organización de la logística de los campos, el cierre y desmantelamiento de Auschwitz y la caída de Berlín. Aue cree en la necesidad de eliminar a los judíos de la vida germana; su lógica acepta, observa y a veces ejecuta, pero su cuerpo se rebela ante el exterminio: las pesadillas le atrapan, vomita, sufre diarreas infinitas y la mierda le rodea de continuo. Su psique además sufre por ser homosexual y disfrutar de tomar decisiones 'con el culo lleno de esperma' en un momento y lugar donde tal hecho supone acabar en los campos. Por no hablar de su tendencia al incesto... Es un traidor y un asesino, y no es simpático, pero tampoco es el mal irracional que no sepa ponderar lo que pasa a su alrededor. Atrapado en el contexto, hace cosas medias esperables en el mismo (bueno, no todas), y responde a la lógica de la propia cárcel en que vive. Pero, no obstante, he leído en las redes que esto ha sido visto como una descripción simplista de la psicología nazi. Ya saben, de nuevo un brillante reprimido que no puede desarrollarse y encauza su furia hacia el odio racial y la entronización de la supremacía aria. Yo no obstante veo más textura a la falta de remordimiento alguno de Aue en el plano consciente, que se acompaña de la rebeldía física, emocional, interiorizada de un cuerpo más atento a la deshumanización de su entorno que su lógica.

La parte digamos más histórica de la novela me resulta espléndida. No es que sea un manual de historia clarificadora, ya que los hechos en sí son directos, Aue participa en ellos de manera directa, y al lector necesitado de seguirlo todo pueden parecerle confusos (profusión de nombres y cargos, muchos términos en alemán, miles de lugares en la trama). Pero la visión sobre la horrible y tan mal organizada (para mi sorpresa, aunque tal vez sea lógico por la falta de medios que desde mediados de la guerra tuvieron) burocracia alemana, la lamentable cadena de decisiones ilógicas, la ejecución de la endlösung y su dificultad y estupidez prácticas -impagables los conciliábulos para decidir exterminar a los bergjuden del cáucaso, por ejemplo-, la visión de los pueblos que son conquistados, la comparación de regímenes que se da al salir Aue, superviviente siempre, de Stalingrado, y el desencanto generalizado, parecen confluir en un magnífico bosque de razones para que el Reich de los mil años durará lo que duró. La combinación de la vida personal de Aue con estos hechos resulta especialmente atractiva: Alemania se folla al continente, pero este se venga haciendo que cague toda su mierda sobre sí misma. Suena obvio, lo sé. Pero Littell lo hace con estilo, colando el folleteo y folletín personales en las rendijas del grandilocuente compromiso con el Reich, junto con la hez de la sangre y barro de la guerra. Hoy todavía vemos inesperadas (por lo aparentemente involuntarias) fascinaciones por la estética y organización supremas del estado nazi (un ejemplo reciente es el Valkiria de Bryan Singer), y aunque es más común incluso en los espectáculos mainstream (el Schindler de Spielberg, para entendernos) ver que la eliminación del judaísmo no era sólo cosa de odio (¿envidia de pueblo elegido?) racial sino de financiación extraordinaria del esfuerzo bélico, que los nazis pudieran no estar bien organizados ni ser cuadriculados y cumplidores sino corruptos e ineficaces parece algo difícil de sacar del acervo colectivo.
El caso es que un libraco de mil páginas como este, centrado en hechos históricos, y con vocación grandilocuente de obra que se quiere casi definitiva, requería de una documentación previa enorme, de la que el autor ha hecho gala incluso públicamente (su confesión de que documentarse fue mucho más largo que escribir, un proceso según él más corto y directo, le ha supuesto más de una crítica) con la edición de Lo seco y lo húmedo. Este libro ya no es ficción, sino un ensayo articulado alrededor de los textos de León Dégrelle y en especial de su obra La campaña de Rusia, y resulta muy revelador no ya de los mecanismos psicológicos del fascismo, sino también de los mecanismos literarios de construcción de personajes.

Léon Dégrelle fue el líder de la Legión Valona, un batallón de nazis de origen belga que combatieron junto a los nazis en el frente de Rusia. Dégrelle sobrevivió casi milagrosamente a varios años en el infierno, para acabar con una vida más o menos regalada en el exilio en Málaga. Se trata de un prototipo de fascista europeo fascinado por el régimen nazi, que en este caso acaba integrándose en él y siendo reconocido como integrante del Reich. Su facción fascista, el Rex, no fue exitosamente política en Bélgica, y fue incluso muy denostada cuando ya no ocultó su adscripción al nacionalsocialismo alemán. Llegó a dividirse con la invasión nazi y siempre tuvo un encaje difícil por su origen ultracatólico. Wikipedia les da una biografía recompleta al respecto.

El interés de los textos de Dégrelle (un hombre por lo demás compulsivamente mentiroso e intelectualmente vulgar) está en sus formas lingüísticas y en sus metáforas, en las que, a juicio de Littell, Dégrelle muestra las estructuras falsarias del pensamiento fascista sin, obviamente, pretenderlo ya que a fin de cuentas, creía en lo que escribía. Ahí se recoge desde el miedo y estereotipación de la tradición cristiana a la mujer (bien santa enfermera blanca y nazi, bien soldado bolchevique asilvestrada casquivana y prostituida), a la necesidad de estructurar una necesidad rígida, fálica (‘lo seco’) frente a la informe ‘humedad’ de las masas comunistas, la marea roja de su sangre y el barro ruso que consigue dinamitar los mil años del Reich con su constante ataque amorfo e incontrolado. Como si la vieja polémica entre Parménides y Heráclito se rehiciera a la luz del fascismo europeo del siglo pasado. Hay sitio para más: el doble rasero lingüístico en la descripción de los ejércitos nazis o soviéticos en su lucha, en su forma de morir, o en las razas que lo componen; o las ínfulas de estrella que se postula como modelo de Tintín para Hergé; o la participación en la estética homófila tan apegada a la representación visual del joven soldado ario (aunque sin ‘concretar’, ya que lo homo también forma parte de lo amorfo y húmedo).

Degrelle se lleva a sus hijos de desfile (via el blog de Pierre Assoline)
Más allá de la fascinante experiencia vital de Dégrelle (que fue un facha de mierda, pero que sobrevivió a lo indecible, que fue protegido por el franquismo y acabó siendo un español no extraditable), y del desenmascaramiento de una psique traducida en sintagmas y metáforas, Lo seco y lo húmedo muestra paralelamente, aunque esto sí sea intencionado en el metaanálisis del autor, algunas de las claves del diseño de Maximilian Aue, y da notas suficientes sobre el lenguaje buscado por Littell para Las Benévolas. También me produce curiosidad que un análisis anterior necesario para una novela se publique tras el éxito de la misma, obligando a una lectura invertida del proceso literario. La tarea de documentación que permite la creación psicológica de profundidad, es, por su parte, posiblemente ingente y casi inabarcable, y me hace preguntar cómo se decide terminar (¿cuántas autobiografías de fascistoides así puede haber? ¿cuántas websites podrían hoy servir de documentación del neofascismo actual?) y cómo puede acabar uno de salud mental por esas lecturas y análisis antes de (o durante) la escritura de una novela de este tema.
Jonathan Littell (via Portugal dos Pequeninos)



23 de septiembre de 2009

¿Metacómic?

A mí la cosa ésta del cómic actualmente me desborda. Me resulta imposible escoger qué leer. Hay un exceso de oferta, mucha en géneros que a priori no me gustan: el manga o los superhéroes serían los mejores ejemplos. O que empiezo a considerar pesados: la ya cansina autobiografía catárquica, que sin pensar mucho incluye títulos como ¿Por qué he matado a Pierre? –Alfred & Olivier Ka-, Mis circunstancias –Lewis Trondheim-, Fun Home –Alison Bechdel-, Stuck Rubber Baby –Howard Cruse-, Shenzhen –Guy Delisle-, etc… Muchos de los cuales me encantan, pero ya empieza a abrumarme…

Siempre me parece que en cine o literatura me defiendo mejor. Pero, en fin, hay miles de informantes de cómics en la red, si bien el cómic es un medio dado a los fans de adhesiones sin fin, y hay que saber mirar. O pedir a quien sabe qué te gusta. Este es mi caso, en el que cuento con tres gurús que me hacen, cuando llega el caso, recomendaciones personales (gracias todas a Absence, Malarrama, y Malapeor). Ya no recuerdo quién fue de los tres el que me llevó hasta El bulevar de los sueños rotos, obra de Kim Deitch (con la colaboración de su hermano Simon y publicada gracias a las artes de Art Spiegelman, si bien desconozco la participación real de cada cual en que el libro tal y como es llegue a nuestras manos). No crean, algunas de estas recomendaciones no las sigo, simplemente las ojeo y me doy cuenta de que no me encajan. Y comprar cómics tontamente –ya que verlos en la web me parece un sinsentido- es un ejercicio caro: son buenas ediciones y volúmenes bellos, pero de lectura demasiado rápida. Y el libro de Deitch… Digamos que la estética underground y la presencia de un gato parlante me llevaban rápido a la obra de Robert Crumb, que me suele desagradar –perdón por la generalización sin más explicaciones- por su excesivo feísmo. Y, no obstante…

El bulevar de los sueños rotos cuenta la historia de un estudio de animación en el que trabaja el brillante animador Ted Mishkin, hermano de uno de los directivos de la casa, a su vez amante de la ilustradora a quien Ted ama platónicamente. Ted tiene visiones que canaliza en su obra. ¿Y qué ve? Un gato, de nombre Waldo, que le hace funciones de conciencia y de diablo. Waldo es en realidad el verdadero protagonista de la historia, una ensoñación paranoica encarnación de los deseos y de la locura creativa, en un delirio mental a medias entre la lucidez y la neurosis, que acaba siendo protagonista mediante un psicodrama creativo de los mejores cartoons de la productora.

Waldo y el protagonista
La historia de la animación como arte incluye un homenaje a sus inicios que para Deitch y hermanos debe ser emocionante por ser hijos de un pionero, Gene Deitch, pero da una vuelta de tuerca al mito de la misma. La animalización de caracteres es pesadillesca y resulta desagradable, la ‘disneyización’ del cartoon no es precisamente un hecho de criterios estéticos, y los personajes sufren también la caza de brujas. Y todo ello sobre el paralelismo continuo entre creación y locura, en que los mejores momentos suceden y las mejores obras se crean en un manicomio, y en que se incide en la incapacidad de un artista verdadero para tener una vida digamos saludable.

En efecto, la estética es la del comic feísta y abigarrado del underground; cada viñeta está llena de elementos, de la obra narrada en sí, de la obra que crean Mishkin y sus colegas, de los elementos del circo y la atracción de feria que rodean a Waldo como ensoñación surreal y a los inicios de la animación. El blanco y negro es una opción moral, que huye del color blandurrio sólo sospechable en el personaje que desea introducir los modos Disney en la productora.

Ante todo este carrusel, debo reconocer que me he acordado de Charlie Kaufman… ¿Se reflexiona el cómic a sí mismo? ¿Se retrata como arte como hacen o intentan hacer desde hace años los autores literarios o cinematográficos? ¿No está más acusado de falta de madurez por haber sido despreciado como medio/arte más (falsamente) infantil durante décadas? Ya sé que esto es cómic y lo que retrata es animación, no exactamente lo mismo, y que el cine como experiencia de masas da para otros discursos, y que... Bueno, que los artistas se retratan es claro, todas esas autobiografías lo demuestran. Uno puede ver rastros de dibujantes o animadores formando parte de la trama en ese Guy Delisle que va a Pyongyang a trabajar en lo suyo, o en Art Spiegelman dibujando sobre la montaña de cadáveres de Auschwitz que le dan éxito, dinero y un Pulitzer. Hasta en Harvey Pekar curándose un cáncer dibujándolo a diario. Pero la implicación emocional con el acto creativo no es tan compleja como aquí. Y por supuesto el cómic puede ser de profundidad superior a los otros artes, y no hay mejor ejemplo que Alan Moore para ello (que, a fin de cuentas, hizo algo con el final de Watchmen que tiene que ver con esto). Pero el de Kim Deitch es un retrato Kaufmaniano sobre la creación, que no veo tan frecuentemente trasladado al comic, o bien me faltan lecturas y formación para ello. Como si todavía no hubieran llegado el Fellini o el Joyce de este arte. En fin, interpelaré a mis gurús. Con un poco de suerte, puede que descubra más joyitas.
Waldo y el autor (vía The Daily Cross Hatch)


10 de septiembre de 2009

Miradas insumisas

Si algún éxito puede tener esta entrada es que consiga convencer a los cinéfilos heterosexuales de que le echen un ojo a este libro: Vale, ya han cerrado esta entrada más de la mitad de las visitas... ¿Por qué sería un éxito? Porque este libro, sobre todo, habla de cómo vemos el cine. De cómo lo entendemos, de cómo nos apropiamos de sus imágenes, de cómo el público mira una pantalla y da el sentido final a las películas que un director y su equipo hacen, y de cómo sucede esto según sus condicionantes biográficos y culturales. Eso, para un cinéfilo, un aficionado a la narración visual y al sentido de las imágenes, debiera ser de interés.
Pero, claro, el tema que interesa a Alberto Mira (un apellido que ni pintado) es el del subtítulo del libro ‘Gays y lesbianas en el cine’, y el libro incluye una muy documentada, prolija, y francamente interesante historia de la homosexualidad en el cine; entendida esta homosexualidad como explícita, implícita, oculta, armarizada, objeto de voyeurismo o de placer, inserta en la mirada del espectador, basada en una autoría gay de directores, guionistas, atrezzistas o coreógrafos, que fuera obvia o llena de simbolismos subculturales…
El caso es que esta historia que ocupa la segunda parte del libro es obviamente indisociable de la propia historia del cine, y de la representación de los tabúes sociales en el mismo. Es inseparable del carácter industrial del cine estadounidense, y del arte y ensayo europeos, como lo es del asociacinismo por la acción política tradicional de los EE.UU. frente a la privacidad intelectual como actitud de Europa. Me pregunto si Alberto Mira consideraba al escribir lo normalizador del enfoque en sí, aquel que toma hitos cinematográficos e históricos y ve su influencia en el cine de cada época: el código Hays, el fin del sistema de grandes estudios, la nouvelle vague y el movimiento de Derechos Civiles, Stonewall y la muerte de Judy Garland, o el conservadurismo reaccionario de los ochenta y la aparición del SIDA.
No obstante, a pesar de la contundencia de esta historia en la que no falta nada relevante de los cines norteamericano y europeo, creo que lo más disfrutable y adecuado del libro sucede en la primera parte, que Mira dedica a describir la mirada insumisa, la que permite ver, reconocer y apropiarse de códigos, la que luego permite ‘entender’ por qué el musical, o Disney, o los melodramas de Sara Montiel, o Top Gun, pueden mirarse como algo más de lo que parecen.
Reivindicar la libertad de mirar e interpretar no es cosa tonta. Mira ha escrito su ensayo-río escuchando en un blog a todos los que querían dejarle su opinión, y ha constatado las diferencias en la mirada de los homosxuales que han participado. Ha estudiado la evolución (escasa) de la crítica oficial, y la del activismo gay (poco cinéfila) hacia lo que llama la ‘mirada queer’, menos militante y más reivindicativa de opciones más abiertas y positivas. Ha mirado todo y ha intentado comprender con moderación que no hay mirada que no deba escucharse o intentar explicar, huyendo de la confrontación dialéctica tan del gusto de todocinéfilo.
En resumen, todo un gusto (y un apetito) en el que está casi todo lo que es (hasta 2005), que gana frente a los abundantes estudios americanos por el completo análisis del cine español, y que se convierte en fuente bibliográfica fundamental (por lo comentada con criterio) en la búsqueda de cine desconocido que, horror, me queda por ver en grandes cantidades.
Pero, por supuesto, la mirada insumisa que ejerce el autor es en este caso homosexual, homosocial, homoerótica. Por tradición e historia, es una mirada no permitida, que se activaba según la posibilidad y los códigos que había en cada momento. El reto se cifre en que habiendo estado obligado el homo a mirar como hetero, ¿puede suceder al revés? Yo conozco casos gloriosos, aunque no sean frecuentes. De ahí el reto planteado al principio: ¿algún hetero cinéfilo en la sala? Digánmelo, ¡hagan feliz al autor!








2 de septiembre de 2009

En la boca del lobo

¡Qué libro apasionante este! Crónicas desde Berlín (1930-1936) es el conjunto de crónicas que durante esos años envió desde Berlín para su publicación en el diario madrileño ‘Ahora’ el periodista catalán Eugenio Xammar.
Xammar fue coetáneo, amigo y colega de varios hombres de oro del periodismo español de los treinta: Chaves Nogales (su editor en ‘Ahora’ y que ha sido recientemente reeditado en España), Pla (con quien compartía algo que podemos llamar ‘catalanismo’), Maeztu, Camba, etc… Hombres de prosa abundante y fluída, de una lectura sencilla, directa y denotativa. Algo que Xammar, figura reverenciada por varios de ellos, y que cayó en el olvido como varios de sus colegas por no adscribirse con devación y sin análisis a ninguno de los bandos de la Guerra Civil, cumple con creces.

El conjunto de reseñas o columnas periodísticas no es género que precisamente me haya apasionado cuando lo he podido hojear. Incluso me parece aconsejable huir de los libros que usando este modelo publican Javier Marías o Arturo Pérez-Reverte, recopilando sus tantas veces falsarias e histriónicas columnas de suplemento dominical. Pero en este libro de Eugenio Xammar se conjuran varios hechos que hacen de su lectura una experiencia apabullante:

- Xammar está en y escribe desde la verdadera boca del lobo de la Historia del siglo XX. Y lo hace sin saber lo que viene después, sin tener la representación del nazismo y sus consecuencias en la cabeza. Mediante crónicas objetivas, Xammar asiste a la desintegración progresiva de un régimen democrático por una dictadura ascendida electoralmente al poder, y cuya ideología nacionalista racial y expansiva va infiltrando sin pausa el fantasma de la guerra en Europa

- las crónicas son un modelo de prosa objetiva sin artificio ni aparatosidad, a pesar del control sobre la prensa extranjera que ejerce el régimen, y de que Xammar entiende bien los mecanismos de censura del sistema. No por ello se deja la ironía en el camino, sutil y acertada, ni un estilo que en verdad traiciona los objetivos que él mismo da a su profesión: la ‘descripción de los hechos’ que aparentemente explicita. Más que un estilo descriptivo o neutral, se trata de dar el mensaje verdadero entre las líneas que reflejan calma y reflexión, frente a la grandilocuencia exaltada nazi (o la marxista, que también comparece)

- Xammar escribe para España, para la España de la República que tenía fresca la experiencia de la absurda dictadura de Miguel Primo de Rivera. Sus crónicas terminan obviamente en julio de 1936, unos días antes del golpe franquista. Pero la ironía de analizar Alemania como dictadura desde la perspectiva ‘demócrata liberal’ de España es una impresión fuerte de la Historia para el lector.

- las abstrusas maniobras políticas para acaparar el poder internamente en Alemania (noche de los cuchillos largos, legislación contra judíos, eugenesia, incendio del Reichstag, control de prensa, anulación ‘legalista’ de la Constitución de Weimar, y la constante labor del Ministerio de Propaganda reforzando los anunciados y esperados discursos del Führer) se alternan con la entrada brutal de la Alemania de entreguerras en la política internacional (abandono de la Sociedad de Naciones, denuncia del Pacto de Locarno y petición de igualdad de los derechos militares decididos en Versalles, para acabara en la primavera del 36 con la militarización de Renania, dando lugar a un relato histórico arrollador, del que sólo se pueden esperar más páginas, lamentando que éstas tuvieran que acabar en 1936, cuando desde el futuro sabemos que empezaba lo más crudo del invierno. Xammar era el hombre adecuado en el momento justo, pero la Historia (en general, y el franquismo en particular) nos escamoteó que pudiera seguir siéndolo, y que nos contara la mayor de las guerras desde su epicentro.



15 de agosto de 2009

El profesor en la trinchera

¡¡No es justo!!

Supongo que por egoísmo, o por saber que no voy a ser padre, o porque, otros temas, simplemente, me han gustado más o parecido más interesantes, nunca he puesto demasiado interés en las cuestiones educativas. Aunque como ciudadano sea consciente de las situaciones que pasan profesores, alumnos y padres dentro de nuestra sociedad cambiante a la que los gobiernos han regalado también muy cambiantes leyes educativas.

¿Por qué me duelen los ojos?

Sin embargo, el hecho de que un amigo muy querido sea profesor de adolescentes en un centro escolar en un entorno algo difícil me ha llevado a conocer algunas situaciones tan estrambóticas (alumnos que utilizan Fotolog para acosar a otros alumnos, alumnos que insultan a sus profesores por Facebook, hijos de traficantes que hacen trapicheos en la escuela, amenazas públicas de palizas que hacen intervenir a la Ertzaintza, etc…) que cuando supe de la publicación de este libro de título tan denotativo como aparentemente real, no pude sino agenciármelo.

Un gran poder supone una gran responsabilidad

El profesor en la trinchera, obra de José Sánchez Tortosa, utiliza buscadamente referentes de la cultura audiovisual actual para exponer sus tesis y describir la situación en la aulas. Es decir, referentes que entenderían los que son el objeto central de la situación, los alumnos: Matrix, Los Simpson, Spiderman… Claro que el autor es profesor de Filosofía y muestra los clásicos de donde proceden estas obras y su aplicación en la educación, con preferencia por la caverna platónica y su cariz gnoseológico: el aprendizaje es recuerdo y el alumno es un esclavo que sólo ve sombras del mundo real y al que hay que liberar porque para él es más fácil seguir siendo un esclavo tranquilo y hacer caso de su naturaleza más primaria (ver sombras, o comportarse como un energúmeno, si se prefiere). Vencer esa resistencia es lo que convierte a la educación en una ‘guerra’.

Multiplícate por cero

El libro describe cómo anda esta ‘guerra’ en la actualidad: muy malamente, porque los alumnos tienen acorralados a los profesores y secuestrado el juicio de los padres, sin que las autoridades educativas sean capaces de romper este cerco (e incluso a veces parece que lo alimenten). Una situación que posiblemente es dada al derrotismo, y que el autor presenta con todas sus dificultades y fracasos, no por ello perdiendo ni el humor ni la lucidez ante las complejidades que un proceso como la educación objetivamente supone.

Aunque el libro no tiene un destinatario único claro, parece improbable que los alumnos puedan serlo. A los profesores posiblemente les guste el enfoque, pues seguramente les retroalimente su visión propia tratada con justicia exquisita. Para los padres, no obstante, debiera ser un libro muy útil. Para los legos en la materia como yo… he disfrutado con la aplicación sencilla de modelos filosóficas a una situación social directa, y con el hecho de haber sido capaz de ‘recordar’ (aprender, claro) los viejos mitos platónicos. Que los mitos modernos desciendan de ellos no es sorpresa, y que un filósofo utilice su saber en empresa literaria práctica y educativa no es novedad. Pero no por ello esta obra pierde interés o su ejecución es banal.

12 de agosto de 2009

Placeres de lenguaje nuevo

He leído Drown (traducido al castellano como Los Boys) después de admirar el gran éxito que ha sido La maravillosa vida breve de Oscar Wao, ambos libros obra de Junot Díaz; Drown es un libro de relatos que adelanta varios de los espacios que conforman Wao, novela que se publicara diez años después que Drown.

Wao es una saga familiar que sucede entre Nueva Jersey y la República Dominicana. Cuenta cómo la desgracia (el fukú, una maldición omnívora que destroza a la República Dominicana, a sus habitantes y a sus descendientes) se ceba con una familia. Wao novela es una gloria en muchos aspectos, que apetece analizar:
Lengua
Aunque me informan de que su traducción es admirable, me parece que en verdad esta novela traducida tiene que ser otra obra. Lo más destacado de Wao es posiblemente que por muchos premios de la literatura norteamericana que reciba, no es un texto escrito en inglés, sino en un spanglish desatado. O al menos me resulta desatado porque la mezcla de lenguajes adquiere un humor e ironías imagino que poco alcanzables para quien no domine los dos idiomas de partida. En cierto modo, esta nueva realidad es inquietante, porque me hace preguntarme si acaso este nuevo idioma está abocado a producirnos risas de reconocimiento en la mixtura cultural, o si es una impresión por la potencia casi pionera de Wao. Casi parece difícil imaginar una obra distinta escrita en esta misma lengua.

Ambiente
Wao se desarrolla en los dos espacios vitales del autor, la República Dominicana y los Estados Unidos, más concretamente Nueva Jersey, donde la familia emigró huyendo de la maldición. Junot Díaz juega admirablemente con los tópicos dominicanos (sus machos seductores, la nigromancia/santería y las maldiciones eternas, o los crímenes de la mafia trujillista –Rafael Leónidas Trujillo acaso sea el patriarca sudamericano que por carácter, por lo surreal de su familia y por la acumulación de barbaridades y derechos de pernada variopintos, más literatura ha inspirado-). Díaz dibuja los avatares de sus personajes en una sociedad llevada por el fatalismo a una infancia eterna y controlada. Pero, es importante decirlo, esto no tiene tono de drama, sino de comedia negra que roza el costumbrismo y a veces el realismo mágico. Más cerca de Fellini que de Coetzee, para entendernos.

Personaje
A ese humor contribuye al diseño de su magnífico protagonista, Oscar Wao. Este ilustre pagafantas, este incalificable friqui devorador de cómics y futuro Tolkien caribeño en potencia, que no se jama un rosco en una sociedad donde se es macho o no se es, invade de ternura patética y de valor inmenso las páginas de la novela. Él permite el uso de referentes de la subcultura pop en la narración, en un aparente desenfado que va más allá del homenaje, agilizando el acercamiento al personaje (y el intento de éste de acercarse a la realidad) por parte también de un público que ya acepta estas referencias en este formato, ya que conoce tanto a Lee o Kirby como a Proust y Vargas Llosa, fácilmente confundibles en esta novela que es fronteriza también entre las vanidosamente autoproclamadas culturas alta y underground.
Drown / Los Boys no deja de ser un anticipo sabroso. Es un libro de relatos ambientados bien en la República Dominicana, bien en Nueva Jersey, y que en cada parte tienen cierta hilazón. En la República Dominicana seguimos diferentes vicisitudes de dos hermanos (uno de ellos se llama Yunior, como el narrador de Wao), cuyo padre ausente está en Nueva Jersey. Sin embargo, en los relatos ambientados en Estados Unidos el protagonista parece ser un camello postadolescente (¿el mismo Yunior?) en un entorno yanqui degradado. El relato final (el más logrado para mi gusto) se reserva para el padre de ambos hermanos, que se marchó al norte para trabajar y hacer dinero y llevarse a la familia de la isla y que acabo siendo bígamo. Aunque en la lectura me pesó mucho la sombra de Wao (demasiado inmensa como para colmar expectaivas), se adivina una mayor ternura en el retrato infantil, no desprovista de las crueldades de los niños pero sin el determinismo de una maldición oscura sobre ellos y su futuro. Los episodios adultos encierran alguna joya muy divertida (con posible homenaje a Cortázar), pero también una poética del desencanto tomado con la filosofía del fracasado.


24 de julio de 2009

Manual de literatura para caníbales




La trama de este libro de título estupendo es metafórica: una familia, los Belinchón, se convierten en saga de escritores frustrados durante doscientos años. Desde el primer movimiento literario que se autorreconoce como tal, el romanticismo, los Belinchón colocan siempre ‘en la vanguardia de las letras’ a un miembro de la familia, invariablemente un mindundi de ínfulas literarias que siempre se encuentra retrasado respecto a las nuevas tendencias artísticas, y siempre está, diletante y procrastrinador, a la espera de escribir la obra maestra definitiva en un estilo ya pasado de moda. Por supuesto, cada Belinchón acaba codeándose con las grandes figuras de la literatura hispánica: Espronceda, Galdós, Darío, Valle, Lorca, García Márquez, etc…


¿He entendido bien el propósito del autor con este libro? ¿Ha querido acercarnos (dígase sin pomposidad alguna) a la historia de la literatura reciente en español, o más bien quiere hacer un ajuste de cuentas? ¿Es sólo un divertimento profesional, un intento de significarse ante los ilustres con un aldabonazo, o un clásico continuar del lado canalla (envidioso, a veces rastrero) de los literatos españoles hacia sus congéneres?

¿No lo será todo?

Del humor escrito de Reig me disgusta parte del tono, que por momentos resulta desagradablemente cercana a lo que yo entiendo como ‘humor ABC’. Esa corriente que puede ir desde el ilustre Camba al actual Mingote pasando por ramas podridamente Ussía. Esas frases y expresiones que recuerdan con poca elegancia que, aunque hable de Belinchones de hace siglo y medio, el autor escribe desde un hoy cañí parecen mecanos burdos, casi indignos, de acercarse al lector.

Pero el caso es que con las páginas se adquiere familiaridad.


Y entonces, casi como el propio Reig, me pregunto si el lector no se convierte necesariamente en lo que acabo de comentar (¿acaso no he llamado podrido a alguien?) Miserias de escritores, cotilleos de famosos, una cierta excusa culta con referencias a personajes más nombrados que leídos, parecen sucederse en busca de carnaza de las letras para los lectores caníbales, futuros autores que se comerán a los actuales en coherencia con el título del libro. Una lástima, porque no faltan las páginas lúcidas de ensayo sobre la literatura como arte, como oficio, o, sobre todo, como actitud, y porque determinados perfiles parecen a veces sinceros reconocimientos sin atisbo de cinismo.

Al final de cada capítulo, Reig incluye un irónico apartado de ejercicios y lecturas obligadas y recomendadas para el lector. Un sitio estupendo donde comprobar la cantidad de literatura de aparente interés que uno se ha dejado por el camino, o de lo mal que escogió los libros por los que empezar con un autor consagrado del parnaso literario en castellano.

De lectura imprescindible para camilófobos…

15 de julio de 2009

El escritor y los políticos


Hasta la cocina

La carrera de Javier Cercas como escritor tiene un punto de inflexión obvio: el éxito literario inmenso de Soldados de Salamina, su libro editado en 2001. Parecía una novela en la que su principal protagonista, el personaje real ‘Javier Cercas’ contaba cuánto le costó y cómo pudo narrar el episodio real de la fuga y superviviencia de Rafael Sánchez Mazas (bilbaino, escritor, número tres de la Falange, padre de Rafael Sánchez Ferlosio), a quien un soldado republicano que lo buscaba por el bosque, tras escaparse de un fusilamiento colectivo, encuentra y salva la vida. La mezcla de experiencia personal, ficción de ensayo y de un tema de actualidad continuada en la España actual como la memoria histórica fue novedosa en aquel entonces, ha sido muy imitada hasta hoy, pero posiblemente nunca resultó tan brillante y emotiva, y el exitazo literario fue apabullante. Hubo premios, película…


¿Fotos de Sánchez Mazas? Sólo en foros de política excesiva
Aparentemente, Anatomía de un instante parte de premisas similares, de nuevo el escritor obsesionado con un hecho histórico de las Españas (aquí el 23F, allí un suceso de la Guerra Civil), confiesa haber querido escribir algo al respecto (una novela en este caso, un artículo en Salamina), y tras no quedar satisfecho, aborda un ensayo histórico con estructura novelística y ambiciones históricas. Lo hace en un momento de superación, ahora en 2009, cuando la época en que sucedió el 23F es más bien objeto de nostalgias para varias generaciones, para dar una versión desmitificadora (la transición se basó en que varios de sus protagonistas traicionaron a sus hasta entonces compañeros e ideas) pero reivindicativa (esas traiciones fueron necesarias para consolidar un sistema frágil en un momento muy débil) de la transición.


El instante
El instante que Cercas disecciona es la Guardia Civil entrando en el Congreso: gritos, Gutiérrez Mellado zarandeado, balas, todos los diputados se echan al suelo excepto tres… La estructura del relato avanza por las simetrías de los personajes centrales del instante, Suárez –traidor del movimiento-, Carrillo –traidor del comunismo- y Gutiérrez Mellado –traidor del ejército-, entre sí y con los tres golpistas principales, Armada, Milans del Bosch y Tejero, en el contexto histórico concreto y el de las diferentes asonadas españolas. Hay dos líneas de investigación central, una mantenida a lo largo de todo el libro y aún sin resolver, referida a la participación o no del CESID como organismo en el golpe, y otra referida al Rey, sus aciertos, errores y coyunturas en la resolución de la intriga. El conjunto se cierra en un bonito círculo novelístico completo, el que dan los años pasados y la reflexión organizadora a pesar de tratarse de hechos oscuros cuyos detalles nunca se conocerán totalmente.


Cercas se obsesionó con la grabación televisiva


Tal vez el gran acierto del Cercas que juega a historiador sea la objetividad en un hecho deudor del enfrentamiento histórico de las dos Españas. Creo que este acierto viene de su profesión: escribir novelas, y tal vez esté, sorprendentemente, vedado a los historiadores. ¿Por qué? Por su necesidad de comprender –más que describir- razones y psicologías de todos los protagonistas de un relato que escriba, y por dar más importancia a esta necesidad objetiva de la novela que a su (presumible) ideología. Así, Cercas humaniza la posición de todos los protagonistas, sus intereses grandes y pequeños, para recuperar un espíritu hoy manipulado: que el 23F no triunfara no se debió a los desvelos de partidos, sindicatos, organizaciones, o prensa, que nadie de los que vivimos aquel día somos capaces de recordar aunque parezca que nuestra clase política actual sí, sino más bien a un conjunto de casualidades que dieron al traste con una acción cutre y caótica. Ver escribir sobre política e historia recientes españolas y mostrar dudas, mostrar no lo que los personajes piensan, sino lo que parece que pudieron creer y pensar, y buscar sus motivaciones, no es pan habitual. Las reflexiones añadidas sobre la ética en la política (y al revés), que remiten a Max Weber y a su excelente El político y el científico, que recomiendo mucho incluso (o sobre todo) si no se es político ni científico, son de calado para una sociedad acostumbrada a gritar la necesidad de la pureza política sin tener en cuenta sus consecuencias ni, encima, aplicarla como tal.

Que la disfruten...

17 de junio de 2009

Tiempo de enciclopedias



Ya que todos los usuarios mortales de Internet tiramos de Wikipedia cuando se trata de contrastar o documentar lo que queremos escribir, hablar de la enciclopedia histórica de referencia me tienta especialmente a NO buscar esa wikientrada, tal vez por el gusto de imaginar paralelismos que seguramente no existan.

"ENCYCLOPÉDIE: Esta palabra significa concatenación de áreas de saber, y se compone de la preposición griega en y los sustantivos círculo y saber. El objetivo de una Encylopédie es reunir todo el saber disperso en la superficie de la tierra, para describir el sistema general a las personas con quienes vivimos, y transmitirlo a aquellas que vendrán después de nosotros para que el trabajo de los siglos pasados no sea inútil para los siglos futuros, y que nuestros descendientes, haciéndose más ilustrados, puedan ser más virtuosos y más felices, de manera que no muramos sin haber merecido ser parte de la raza humana."
(Entrada "Enciclopedia" en la Encyclopédie de Diderot, D'Alembert y de Jaucourt)


Toda revolución que se precie parte de un trabajo intelectual. Como sucesos históricos, las revoluciones tienen causas más profundas que los acontecimientos inmediatos que las preceden, y no cabe pensar que una revolución en realidad no ha sido anunciada, prevista, pensada. Encyclopédie (El triunfo de la razón en tiempos irracionales), escrito por Philipp Blom en 2004 y editado por Anagrama en castellano en 2007, habla del gran esfuerzo intelectual previo a la Revolución Francesa, la llamada Enciclopedia o Diccionario Razonado de las Ciencias, las Artes y los Oficios. Fue escrita y defendida por personas que no hicieron la Revolución (y que seguramente nunca la quisieron, y que además fueron perseguidos por ella), y su esfuerzo se enfrentó a todo poder presente en la época. Y, sin embargo, sobrevivieron a la cárcel, a la censura, a la infamia y a la persecución. Encyclopédie lo cuenta y es un libro estupendo porque convierte en relato de interés novelesco la vida de un gran acontecimiento: su origen, concepción, el soporte económico y el crédito sobre los libros a publicar que lo sustentó, su ejecución a la luz pública y/o en la clandestinidad, y todos los hechos que la rodearon en la Francia del dieciocho. Blom bucea en los hombres y mujeres (pocas, pero esenciales) que llevaron a cabo y apoyaron el proyecto, sabiendo que la influencia mezclada de sus vidas y necesidades, su potencia intelectual y sus grandezas idealistas fueron el cultivo que usando herramientas como la inteligencia, el raciocinio, la indispensable alegría de vivir, la perseverancia sin remedio, y, por qué no, la necesidad de dinero de los autores, dio lugar a una obra de ambiciones y resultados desmesurados.





Los enciclopedistas vaticinaban la Revolución en una característica que los unía a casi todos: eran ateos (con gozo, diría yo) en un momento en que serlo era peligroso. Su ateísmo está en la obra, pero tenían que disfrazarlo por la oposición de la Iglesia (por supuesto) al proyecto. ¿Y a dónde lleva esta falta de creencias? Pues nada menos que a

- la propagación de conocimiento científico que suponía un progreso técnico (ahora todos los artesanos sabían lo que se hacía en otros sitios en su oficio) cuya consecuencia final era la mejora de condiciones de vida y trabajo, y las posibilidades de desarrollo personal y económico de las clases medias.
- la descripción de artes y oficios de manera exhaustiva, con textos y gráficos detalladísimos, posiblemente más idealizadamente pulcros que naturalistas, pero en cualquier caso realistas en la descripción, y de una ejecución perfeccionista y exigente en gran grado. Esto, que parece una tontería, es subrayado por Blom como profundamente significativo: esta gran enciclopedia, este proyecto que daba fama mundial a Francia y sus elites, no tenía interés en centrarse en los grandes hechos históricos, en figuras divinas como reyes y emperadores, o en los personajes religiosos fundamentales.
- una ambición antropocéntrica desmedida, queriendo abarcar la ciencia y la verdad de un modo racional y humano, lo que es contrario a la visión dominante en la cosmogonia cristiana de aquel tiempo: un hombre común domeñado por pasiones y pecados, y nunca uncido por la divinidad real o aristocrática ni por el conocimiento verdadero
- un primer caso de superviencia de un proyecto cultural por causas puramente económicas, ya que incluso aunque gobierno y clero prohibieron la publicación de más de la mitad de los volúmenes, estos generaban tales ventas e ingresos económicos en Francia y en el extranjero, que el cierre de la producción hubiese supuesto una debacle económica. Los enciclopedistas podían tener cierto amor a la empresa en que participaban, pero los editores y libreros que sostenían el proyecto tenían también motivos crematísticos muy mundanos. La rica burguesía impuso sus intereses a las clases más altas, usando para ello a los intelectuales. Todo un resumen en sí de la misma Revolución.

Denis Diderot, sin peluca y envejecido
Los grandes conceptos que desarrollaron estos hombres sucedieron a la par de las ambiciones literarias frustradas y los problemas de pareja de Denis Diderot, la ambición científica y el orgullo traidor de Jean D’Alembert, las incontinencias urinarias de Jean Jacques Rousseau, o la distante superioridad arrogante de Voltaire; todas ellas parecen pasiones vulgares en una empresa grande, pero no hay obra humana que por definición no sea hija de las miserias de sus autores. Relatar estas vidas biografiadas junto al paso histórico del cambio de épocas en lo social y lo político, y el regusto de leer viejos artículos científicos y sociales que debían contar una verdad racional en un ambiente hostil, con su interpretación en el tiempo histórico y al día de hoy, es el logro placentero y cercano de un libro para disfrutar y aprender.

“MÉTIER: éste es el nombre que se da a aquellas ocupaciones que requieren el uso de las manos y que se limitan a cierto número de operaciones mecánicas, todas las cuales tienen el mismo objetivo, y que el trabajador repite continuamente. Ignoro por qué se piensa que esta palabra tiene un sentido peyorativo; debemos a los oficios todos los objetos que nos son necesarios en la vida. Quienes se tomen el trabajo de visitar los talleres encontrarán en toda spartes utilizad y buen sentido. En la Antigüedad, a los que inventaron oficios se les hizo dioses; pero los siglos posteriores han arrojado al barro a quienes perfeccionaron estos logros. Dejo a quienes tienen sentido de la justicia la tarea de determinar si es la razón, o son los prejuicios, lo que nos lleva a pensar tan poco en personas tan esenciales para nosotros. El poeta, el filósofo, el orador, el ministro, el soldado, el héroe… estarían todos desnudos y hambriento sin el artesano al que todos desprecian.”
(Entrada "Oficio" en la Encyclopédie de Diderot, D'Alembert y de Jaucourt)