Imagino que revisitar Dorian
Gray una vez terminados sus derechos era demasiada tentación. Yo la
tendría, probablemente con otros clásicos a los que una visión gay daría una
lectura al menos distinta, no necesariamente más crítica o hábil que el
original. Pero no con Dorian, que ya tiene el subtexto, la lectura, y el
autor/mártir, y que es un libro de resultado casi sublime. ¿Qué necesidad?
¿Hay obra sublime sin musa adecuada? ¿Puede la de Wilde haber sido la mayor lucidez de la historia del arte respecto a su musa?
Pero en fin, metidos en harina, puede hacerse mejor o peor. Dorian, de Will Self, está publicado en
2002 aunque ambientada especialmente en los ochenta, y utiliza como metáfora el
SIDA para acelerar la destrucción del entorno del protagonista, un muchacho
malvado que se dedica a diseminar el virus a todo personaje que se le cruce
mientras permanece inalterado a cambio de que las cintas que contienen grabado
su cuerpo a los veinte años en una videoinstalación denominada Cathode Narcissus
almacenen no ya el rastro de sus maldades morales sino obviamente el de la enfermedad
desarrollada. Y… yo creo que tal vez por la época, o por la borrachera de la
escritura, Self no se da cuenta de la comparación moral que realmente encierra
esta premisa y que probablemente requiere que el escritor aclare su mirada real
hacia el enfermo de SIDA (sólo comparado con un Henry Wotton postcínico y
tecnologizado). Hay otras ideas que acompañan el cambio de los tiempos: cierta
mención que a veces parece que se va a profundizar en ella, como la de la
criogenización, la posibilidad de que a Self se le acabara la fuerza de la
metáfora por la aparición de los retrovirales, apenas mencionados…
El retrato de Dorian
Gray, de Albert Lewin, adaptación estupenda de la novela de Oscar Wilde. En
el cuadro, Hurd Hatfield
Tal vez la mueca que se me dibujaba ante el significado de
la trama narrativa me impidió disfrutar de sintaxis o estructura. Es verdad que
Self a veces alcanza imágenes de cierta garra, pero también que está subyugado
por una alta cultura anglosajona donde dominan el dinero, el clasismo y la
agilidad dialéctica, de la que no consigue separarse ni dejar de empatzar, de modo
que su fugaz brillantez resulta un tanto vacua. La novela se permite además un
epílogo con relectura de todo lo anterior que tampoco ensalza lo aparentemente
conseguido. Tal vez, quién sabe, hace quince años, cuando la perspectiva sobre
la epidemia era menor, cuando la presión estigmatizadora también dentro de la
comunidad gay era mayor, su mirada un tanto desde la torre de marfil de la
pobre homosociedad adinerada de Londres tenía más fuerza. Hoy, al menos, no me
ha convencido, y le he visto más arrugas morales, más achaques en sus páginas,
que las del video de su personaje. Igual debería haber dejado el libro en la
estantería una década más, por si se convertía en cenizas.
Will Self por Colin McPherson (vía)