Los germanoparlantes comprenderán el chiste malo que supone
llamar a Ralf König el Rey del cómic gay
(revelado en parte en la película que sobre él dirigió Rosa Von Prauheim).
Pero sin duda es así, porque frente a todos los autores de cómic de temática
homosexual que conozco, (varios de ellos autores más completos que König), este
atesora valores que le hacen un autor más político. Y el término gay tiene ese
origen, político y reivindicativo.
Konrad y Paul son los personajes principales de una
historieta que König ha publicado durante años en diferentes formatos de tamaño
y volumen. En este libro se recogen varias de estas historietas a modo de
compilación. No existe una correlación cronológica, pero las firmas a final de
página indican que estamos de 1989 a 1997. Konrad y Paul se presentan en dos
páginas iniciales desde el sofá de su casa, y nos introducen a las historias
que les han ocurrido en los diez años que llevan viviendo juntos. Forman una
pareja abierta, con Konrad como el hombre ordenado y sensato, culto y amante de
las artes, profesor de piano y de natural burgués y acomodado; y Paul como un
hedonista provocador y divertido, deseoso de experiencias y con fuerte
conciencia homomilitante.
El estilo de Kónig es el reconocible en su obra. Blanco y
negro, personajes de grandes narices cercanos a la caricatura, con talento para
la construcción de situaciones paradójicas que revelan los modos de la sociedad
homosexual (urbana y occidental, claro) en el mundo actual, del que no se
escapa una radiografía propia, una deshinibición sexual tanto física como
literaria, y un profundo sentido del humor.
Las historietas, muchas, de Konrad y Paul ocupan normalmente
1 ó 2 páginas, y en alguna ocasión alguna más. Como conjunto no pueden ser
todas brillantes (aunque este argumento es falaz, y nos da una idea de la
enromidad de figuras como Watterson, Quino o Schulz), y, en algunas, se observa
ya el paso del tiempo, aunque siempre pueda quedar quien aún se escandalice por
el exceso de pollas o por las extravagantes fiestas de una parte del mundo gay.
Yo pienso que König no es provocador sino desinhibido, su mirada es natural
pero no entomológica, ya que se asombra con sus criaturas y no las analiza ni
juzga, y traslada la provocación al lector que quiera verla. Parte importante
de esos lectores son sin duda los gays que encuentran un reconocimiento de
modelos por fin disfrutables literariamente.
Al enmarcar esta desinhibición como política me refiero a
que es continuada en su obra, y a que en este caso Konrad y Paul estructuran
una familia en rasgos reconocibles, diferenciadores e igualitarios, y lo narra
con la alegría asociada etimológicamente a la palabra gay, un tanto al estilo de Howard Cruse o Alison Bechdel en las tiras satíricas que precedieron a sus obras serias. Que fueron unas magníficas autobiografías dramáticas,
mientras que Kónig nunca hizo una obra de ese estilo, sino que siguió explorando el humor en
obras maestras como Yago o Lisístrata, que hacen de él un autor de
coherencia global. En El libro gordo de
Konrad y Paul consigue incluso superar una terrible traducción capaz de
cambiar el nombre a iconos de la cultura alemana y traducirlos cutremente por
Cellen o Naranjen, en referencia a Camilo José Cela y Mónica Naranjo.
Ralf Kónig, rodeado de sus creaciones (vía)