20 de febrero de 2015

Una literatura tolerada


Letricidio español. Censura y novela durante el franquismo es un estudio completo y prolijo de las acciones de la censura sobre la novela escrita en España durante los cuarenta años del franquismo. El autor, Fernando Larraz, acota el objeto de su estudio de manera clara y aboga por un objetivo fundamental: reescribir la historia de la literatura española del siglo pasado a la luz de la influencia que el régimen franquista supuso en la misma y del que parece que ni siquiera tantos años después somos totalmente conscientes, y que por ello se convierte en necesario: no es normal que demos por buena tanta creación literaria que ha llegado mutilada a nuestras manos y que cuarenta años después del fin de la censura, aunque haya excepciones, no estén reeditadas las versiones originales sino aquellas que los censores admitieron.


Pero el paso del tiempo sí beneficia al menos al libro como tal de Larraz: su trabajo impresionante parte de estudiar los informes del Archivo General de la Administración, en Alcalá de Henares, que recogen los informes de censores sobre la multitud de novelas que leyeron, la correspondencia entre los autores y los censores, y en ocasiones con los responsables políticos (pues los autores y editores podían recurrir las decisiones de denegar las novelas dañosas), y, especialmente, la ingente cantidad de proposiciones de tachaduras que realizaron a los textos originales, que son una formidable fuente de gazmoñería. El estudio incluye también las fases legales por las que pasó la censura, los objetivos iniciales que tenía y los cambios que sufrió (especialmente la ley de Fraga de 1966) y cómo estos respondieron a los variables intereses del régimen  -muy relacionado con la evolución de la IIGM al principio, y posteriormente a la mejora de imagen del régimen en el exterior-. Existían diferentes tipos de censor (religiosos, miltares, civiles) a los que el Ministerio recurría según las características del texto, pero el carácter, motivaciones y personalidad de cada uno suponían una heterogeneidad de criterios que creó una profunda confusión y desconocimiento entre los escritores. La mayor consecuencia psicológica para ellos a la hora de ejecutar obras que sabían que serían examinadas y susceptibles de ser corregidas fue la autocensura, que resulta imposible de cuantificar, y el posibilismo literario, que resulta muy evidente en este trabajo al poder comparar las correcciones que los autores se veían obligados a realizar. Aunque también existían artimañas de presión sobre la censura: la publicación en el extranjero, la presentación a premios y su consecución, las incuantificables consecuencias que podría tener para el franquismo en su imagen exterior que una novela se censurase, etc… Toda esta casuística se recoge en este libro, que, en este apartado, dedica un capítulo entero a las interesadas relaciones de Camilo José Cela con la censura.


Larraz también realiza estudio y ensayo literario sobre las características dramáticas y estilísticas de la novela española de esos años. Lo hace sin olvidar nunca que la existencia de la censura tutelaba las formas literarias, aunque constata su fracaso: durante cuarenta años, los escritores cultivaron un tipo de novela que en general desagradaba estéticamente a los responsables del régimen, ávidos de lecturas edificantes sobre las bondades de la patria instaurada y su moral. Sin embargo, el miserabilismo rural, el realismo social, la novela de corte existencial, o la novela simbólica experimental, se fueron imponiendo como corrientes literarias, dejando en realidad pocas obras –que también existieron- en comparación para que los censores disfrutaran y pudieran calificar de ejemplarizantes.


Muchas de los novelas mencionadas por Larraz en su trabajo están inéditas. Otras no se han publicado de nuevo, y muchas mantienen las versiones aprobadas por la censura, algunas muy diferentes a la original. Hay otras que sí han conocido versiones críticas, o con notas explicativas suficientes sobre la mutilación a que fueron sometidas. Desde este punto de vista, este libro cumple una primera función de reconocimiento y visibilidad de estas obras, y lo hace usando un recurso hábil: tachar los textos que en efecto los censores recomendaron suprimir de las novelas que leían. Además de permitir localizar visualmente los textos prohibidos, existe en ello una intención de denuncia ante el olvido histórico ejercido. Los comentarios de los censores a todas esas tachaduras, o el simple ejercicio de tachar por su parte determinadas frases, encierran una carga tal de estupidez del propio régimen censor que creo que podría escribirse una historia en forma de farsa de cuarenta años de moralina e hipocresía sólo con esos apuntes.


Hay un aporte final del libro de libros que es también Letricidio español: la ingente cantidad de propuestas literarias interesantes a descubrir que contiene. Esto podría parecer contradictorio con el hecho de que la censura durante cuarenta años tuteló esa literatura, pero además de no poder evitarlo como lector, Larraz aporta un valor histórico que en muchas ocasiones no aprecié mientras leía alguno de los libros publicado en esos años. Obviamente todos los grandes escritores de la segunda mitad del siglo pasado están en estas páginas: Delibes, Cela, Goytisolo, Martín Santos, Laforet, Matute, Sender, Vázquez Montalbán, Benet, etc… pero también he visto autores que no conocía y otros que resultan un recuerdo difuso y que a la luz de lo leído pueden empezar a leerse de otro modo.

Fernando Larraz (vía)

Reseña previamente publicada en la Revista Cultural Factor Crítico

11 de febrero de 2015

Los guiris nunca se enteran de nada


Me pregunto si en unos años se leerá Mataré a vuestros muertos pensando en su año de publicación, 2014, en la situación catalana, y en el muy peculiar hecho, aparentemente inocente, de que las víctimas de su libro pertenezcan todas a estratos no catalanistas. Resumo la historia: el mal, que anida en los pasadizos y alcantarillas de la ciudad condal desde hace siglos, y de vez en cuando despierta sediento de sangre y vida, ha vuelto a asomarse, y se alimenta de aquellos pobres que se aventuran por los callejones y pasadizos de las casas más viejas de la ciudad, y sólo ratas, cucarachas, palomas y piedras saben de él. No distingue razas, puede ser una fan dominicana del reggaetón, una estudiante de Erasmus, una niña gitana… cualquiera de las posibilidades multiétnicas que Barcelona ofrece hoy a su monstruo lovecraftiano. Pero, ¿simboliza algo el monstruo?

Donde el mal se esconde (foto de Albert Puntí)

Daniel Ausente es un fantástico interpretador de la realidad que subyace bajo la subcultura pop. Defiende –creo que con sentido- en su premiado blog que cuando una realidad (un país, una comunidad, lo que sea) se expresa en términos no esperados por el stablishment, la subcultura en general ya lo ha adelantado con las lecturas digresivas propias del underground y en un lenguaje que las masas asumen. Espero por ello que me permita esta interpretación que se abría camino en mí como un gusano inquietante mientras devoraba las páginas de esta pequeña pieza maestra en ritmo e intenciones.

Mataré a vuestros muertos asume con gozo los modos de la novela de serie B y realiza un crossover tan inesperado como placentero entre, como dice su contraportada, Perros Callejeros y el universo de Lovecraft. A esto hay que sumarle el retrato de ciudad, ya presente en su primera obra de tipo autobiográfico, Mentiré si es necesario, aportando para ello elementos históricos que Ausente utiliza en forma de epístolas que recuerdan las visitas de Heinrich Himmler o Buffalo Bill, por ejemplo, a la ciudad. Estructurado en ágiles pequeños capítulos sin un personaje central –salvo la ciudad-, que presenta no sólo a las víctimas sino su entorno social, generalmente degradado, usa un costumbrismo desbordante de humor que nunca llega a la condescendencia, con una mirada mucho más cariñosa que cruel, para avanzar en la resolución con las pinceladas de presentación del héroe, los orígenes del nuevo aparecer del mal, y una segura devoción romántica por lo insano, pútrido e innombrable.

No soy yo lector de relatos de monstruosidades y evisceraciones. Me suele molestar su apelación adormecedora a lo primario y su aire de producción en cadena para el consumo literario. Entre lo más interesante de Mataré a vuestros muertos está el equilibrio en la ejecución sin complejos de ese modelo narrativo, en un ejercicio que posiblemente está más admitido incluso por determinada crítica en cómic o cine que en literatura, que ni carga su metáfora con subrayados que le sacarían del género ni se encierra en éste como si su cadena de acción no fuera consciente que en realidad disecciona la ciudad en su falsa modernidad, como si de un Mendoza en su laberinto se tratara.

Daniel Ausente, en la foto personal de su blog, preparado para luchar contra el monstruo (es decir, justo antes de llevar a los niños al colegio)