Este ha sido mi primer acercamiento a Cees Nooteboom, escritor al que he llegado sin prejuicios, sabiendo sólo que es otro de esos eternos candidatos al Nobel, y que es holandés. Luego he leído en las redes que es existencialista, paneuropeísta, hispanista, toda una ensalada de ismos varios.
Nooteboom, de serlo, es un existencialista tardío. Nacido en 1933, tiene edad suficiente para haber vivido los principales horrores del siglo XX y haber desarrollado la angustia existencial básica del movimiento que tuvo sus epígonos en Camus y Sartre bien entrados el siglo. Rituales, publicado en 1980, recoge la vida de tres personajes en tres episodios desarrollados en torno a Inni Wintrop, el principal de estos personajes. El primero está ambientado en 1963 y cuenta el vacío personal de Inni por la ruptura con su mujer, y es un magnífico relato del miedo al fracaso personal (que además empieza con una frase que parece homenaje a Camus). El segundo, 10 años antes, muestra cómo en su juventud Inni Wintrop recibió la ayuda de Arnold Taads, un prohombre solitario, arrogante, ex-amante de una familiar de Inni, ateo feroz misántropo y ermitaño, que se refugia con su perro en una casona alejada de todo. El tercer episodio viaja a 1973 y narra el encuentro fortuito de Inni con Philip Taads, el hijo de Arnold, que vive en pleno Amsterdam una vida de absoluto retiro zen que sólo rompe para ir a contemplar viejos cuencos japoneses a una tienda de antigüedades.
Cuenco japonés, vía.
Con la distancia que da el tiempo y aún a riesgo de expresarme mal, diré que el existencialismo me parece una filosofía necesaria pero algo adolescente. Es fascinante su lucidez para mostrar los problemas de nuestra soledad cósmica y de la pasión inútil que vivimos, y la creo útil para ayudar a construir una moral individual que supere los errores interesados de las prácticas religiosas colectivas. Pero el impacto sobre el alma (post)adolescente puede ser grande y, en mi opinión, debe superarse para no caer en una concepción equivocada de la vida, que acabe en una solución personal con que todo existencialista de pro coquetea: el suicidio. Los existencialistas como Camus y, si me apuran, incluso Woody Allen, también predican la confianza en el hombre concreto para superar la angustiosa ausencia filosófica de Dios. Yo no sé cómo me sentarían ahora aquellas lecturas de juventud. Esos Dostoievski, Hesse, Unamuno o Kierkegaard que se asoman al vacío con lucidez y valentía. Pero las recuerdo como obras clarividentes, y, hasta cierto punto, plenas de pasión desgarrada.
Existe en el libro erudición sobre el origen de los diferentes tipos de cuenco japonés (vía)
En Rituales encuentro por momentos ese tono, aunque tiendo a pensar más en las frustraciones de la postmodernidad burguesa que en el horror de vivir en sí. Al libro tal vez le pesan algo las teorías que lo dirigen. La conversación entre Arnold Taads y el obispo, con Inni de fondo, sobre la existencia de Dios aporta más por la referencia a La montaña mágica que porque la historia la necesite. Pero la extraña alucinación de la ceremonia del té en un holandés retraído refleja literariamente con brillantez un momento de quietud del alma en que sí encuentro la sombra de la angustia en la ficción. Ahora bien, la capacidad del existencialismo para reflejar lo más frío de nuestra sociedad me sigue deslumbrando, como cuando el protagonista siente el escalofrío de la separación asumiendo que caso de seguir juntos también acabarían separados al enfermar y morir malcuidados en hospitales por enfermeras aún no nacidas.
El paneuropeísmo se le nota a Nooteboom en el rico subtexto cultural (que por otro lado se presenta con ligereza), en las referencias sutiles, y en una buena observación psicológica de algunos personajes secundarios. De hispanismo no he notado nada, aunque veo que entre sus obras de referencia está una titulada El desvío a Santiago, que tal vez intente en un futuro.
Cees Nooteboom (vía)