30 de abril de 2020

El desgarro y los compositores




Ordesa es la novela de Manuel Vilas que ‘rompió’ la literatura española en 2019. Convertida en superventas, aclamada por la crítica, la compré y leí con unas expectativas enormes que sin embargo no he acabado de cumplir, o que, mejor expresado, se me fueron modestamente relajando una vez entendidas las claves principales del libro y comprendido que era improbable que cambiaran. Unas claves que en mi opinión dan lugar a unas páginas iniciales epatantes y brillantes, profundamente dolidas de experiencia humana y que describen un conjunto de situaciones y reflexiones cuyo retrato atípico acaba abrumando estéticamente.

Ordesa, el parque (vía)

He oído a Manuel Vilas, que es personaje mediático gracias a sus intervenciones radiofónicas, que, frente a otras novelas de la literatura del yo en que Ordesa se inscribe, su libro parte del reconocimiento y agradecimiento a sus padres más que de la rendición de cuentas habitual. Pero si bien es cierto que su postura respecto a la relación con sus padres recién fallecidos intenta y consigue en parte comprender las actitudes de ambos, el gran aliento de Vilas hacia ellos tiene capas densas de remordimiento y un profundo desgarro. Al hacerlo paralelo a su propia experiencia como padre divorciado de dos adolescentes, y al percibir el autor una continuidad evidente entre los sentimientos de sus dos momentos vitales, convierte estos sentimientos en deterministas, al menos de su concepción existencial de la familia, pero con cierta intención globalizadora hacia otros ámbitos, también llevado de matices nihilistas.

El desgarro de Vilas se amplía con su visión del país, España, y el sistema capitalista actual, con focos intensos en la alienación laboral moderna, en el desarrollo político de la democracia española (los comentarios le acercan a los postulados del 15M diáfanamente), y en el inmovilismo de la derecha española (que describe así: ‘se mueve menos que la catedral de Burgos’). Las imágenes de Vilas son así de potentes, y a ello le ayuda sin duda su anterior vocación poética. Su obra anterior también puede explicar la estructura: Vilas escribe lo que parecen entradas de diario, o estados de redes sociales, que tengo tentación de recalcar porque el autor ya publicó un libro con sus propias entradas de Facebook hace unos años. Eso proporciona frescura al desarrollo y unido a la capacidad metafórica del autor alcanza los mejores momentos de Ordesa. Y probablemente no le impediría un desarrollo narrativo mayor, pero obviamente no es su interés. Para mí, una prueba del agotamiento de la fórmula es el uso, iniciado antes de la mitad del libro, de nombres de grandes compositores e intérpretes de música clásica para referirse a los protagonistas de la vida del autor. La opción tiene su particular homenaje a las personas, y un aliento a veces espiritual reconocible, creando emoción y una pizca de perplejidad. Todas estas sensaciones, que además me parecen muy veraces, asemejan un encuentro literario feliz pero que tampoco aporta evolución. El lector puede esperar en parte esa evolución en el aliento evocador del título, Ordesa tal vez como lugar puro, inmaculado, promesa de retorno a la naturaleza, incluso superación de las estructuras sociales, laborales y políticas. Vilas con coherencia y brillantez juega al anticlímax. Y yo como lector quedo instalado en el desgarro, atrapado en él cual mito griego, incapacitado para salir, dominado desde la biología y desde la cultura. Más allá de que filosóficamente no lo comparta, tampoco estéticamente me resulta fascinante, al menos superada la mitad del libro.

He tenido algunos recuerdos de Cioran y Houellebecq leyendo el libro. Ambos son autores interesados en estos temas y usan ese tono desgarrado y nihilista, que se extiende también a los distintos hábitos de la vida humana. En mi despacho veo ahora una cita de Cioran que viene a cuento, que escribí en un papelito siendo jovencito y aún conservo, que dice ‘Bach en su tumba. Lo vi, como tantos otros, por una de esas indiscreciones a las que los enterradores y los periodistas nos tienen acostumbrados, y desde entonces pienso sin cesar en las órbitas de su calavera, que no tienen nada de original, a no ser que proclaman la nada que él negó’. El libro de Vilas tiene una mayor cercanía sentimental, tal vez una proximidad lingüística y geográfica con más capacidad emotiva y evocadora para un lector del mismo país. Desde luego, resulta también una aproximación de interés al proceso de descomposición de la edad en la familia, en todos los sentidos. También recomiendo cautela, pues no es libro que emocionalmente deje al lector lleno de… ¿alegría?.

Manuel Vilas (vía)







16 de abril de 2020

Griegos



Isaac Asimov fue un escritor prolífico y, aunque es conocido sobre todo por su obra de ciencia ficción, fue también un reconocido autor de libros de Historia, que publicaba bajo un epígrafe tan personalista como Historia Universal Asimov. A esta colección cuyo conjunto de obras impresiona (especialmente si se considera el inabarcable conjunto de obras y actividades que realizaba Asimov en su vida) pertenece este volumen: Los griegos. Una gran aventura, que compré después de mi primer viaje a Grecia, algo tardío en la vida, pero que a pesar de tener un origen laboral tuvo la oportunidad de visitar brevemente la antigua Atenas (Acrópolis y Ágora) y la cercana isla de Egina. Y, bueno, una experiencia tan breve, tan poco preparada, sin documentación viajera, resultó ser impactante. Aunque tarde, aunque obviamente ya arrastrara mis lecturas y conocimientos sobre la vieja Grecia, que en mí no se produjera el diletante efecto de la desolación que las ruinas tienen en algunos estetas victimistas, me impulsó a leer más. Buscando una Historia de Grecia asumible en tamaño y seriedad me encontré con que el mejor volumen en librerías era el de Asimov. ¿Asimov? Hacía más de treinta años que no leía a Asimov, cuando creo que en uno o dos años me devoré los libros de la Fundación, los relatos de robots, y la ciencia ficción que cayó en mis manos.

Templo de Afaya en la isla de Egina

La Historia de Asimov se centra completamente en el objeto definido su título: los griegos. Qué les dio origen y hasta cuándo su cultura fue hegemónica; los pueblos que la heredaron, e incluso su estado actual. Los años gloriosos de Atenas, Tebas, Esparta, Alejando y el periodo helenístico ocupan el mayor volumen de páginas, dedicado especialmente a la historia política y a las numerosas confrontaciones internas y externas que acompañaron a sus periodos de formación, de esplendor, y de decadencia. Tan inevitable es este poso que Asimov cierra el libro en los años sesenta del pasado siglo con el conflicto chipriota.

Partenon, Acrópolis, Atenas

No es que el autor no reconozca el peso de las demás características de la civilización griega: el desarrollo filosófico, la aparición de la democracia frente a las monarquías (incluso las diarquías, como la espartana), y los avances científicos forman parte del libro, junto con el peso del mito confundido con la Historia, o las cuestiones económicas y sociales, aunque estas últimas aparecen relacionadas generalmente con las decisiones de carácter militar debido a las políticas expansivas que las polis podían necesitar para asegurar sus suministros o su comercio. Pero el eje principal del libro es político-militar, y la continuidad casi interminable de luchas legendarias que conocemos o nos resultan familiares (Troya, Maratón, Termópilas, Salamina, y un larguísimo etcétera).

Hefestión, Ágora, Atenas

Asimov lo asume con un ritmo implacable y una capacidad de resumen y simplificación tan efectivos como deslumbrantes. El efecto hipnótico de las sucesiones militares se va enriqueciendo con explicaciones sociales y culturales variadas. Asimov disfruta especialmente las lingüísticas, las que han permanecido en las lenguas que hablamos hoy (y no sólo las muy conocidas, como platónico o pírrico, sino otras  que al menos yo tenía olvidadas o que nunca relacioné con un origen griego, como sibarita, lacónico, mausoleo, draconiano u ostracismo). Además, tiene un encanto particular en la descripción de episodios bizarros, en un anecdotario fascinante que ayuda a construir  en el lector un corpus por el que sentirse irremediablemente atraído. Hay muchos ejemplos: de la derrota de Sibaris a mano de Cretona a la interpretación correcta del oráculo de Delfos sobre la última muralla de madera que defendería Atenas de los persas; de la aversión de los espartanos sentían por el mar, el comercio, y por cualquier forma de progreso, a la emancipación de la falange tebana y la posterior falange macedonia que les derrotaron. Y un etcétera inmenso.

Erecteión, Acrópolis, Atenas

Asimov, obviamente, elude entrar en profundidad en la historia del pensamiento y, sobre todo, del arte griegos, así como en la descripción de usos y costumbres. De todos hay pinceladas, puede pensarse que suficientes para alimentar el eje principal de la historia, pero son escasas para mi gusto y búsqueda. Obviamente, esto tendré que hacerlo en otros libros. No hay por supuesto mención alguna a las relaciones entre hombres, aunque se describan varios episodios en que fueron determinantes.

Así, este libro me deja una sensación peculiar: Asimov asume en un determinado pasaje (la batalla de Maratón), que la potencial destrucción de Atenas en ese momento habría sido letal para el progreso occidenta, como lo conocemos, incluso aunque otros griegos, especialmente los espartanos, hubieran resistido. Esparta tenía capacidad para ello, lo habría hecho, pero era una dictadura militar de marcado carácter esclavista por encima del que ya era propio a las demás polis, y ‘no tenía nada que ofrecer al mundo’, a diferencia de lo que Atenas nos tenía reservado. Sin emabargo, Asimov centra su libro en el discurrir continuo de lo militar de los griegos, y esa ‘oferta al mundo’ es sólo un aderezo apenas vislumbrable en su narración. Hay un valor de interpretación histórica que se intuye bajo el mecanismo al que sucumbe Asimov: para defender la cultura, el conocimiento, las formas de vida no tiránicas, la libertad en última instancia, se necesita una (fascinante, narrable, dramática) espada fuerte que defienda tu templo de los enemigos exteriores. Fuerte, bien llevada, inteligente y decidida: sin una guardia militar no hay libertad verdadera. Me parece que en el fondo, a pesar de su carácter guerrero –que también era obligado-, no era ésta la inigualable y distintiva ‘oferta al mundo’ que tenían los atenienses, los griegos, que darnos. Al propio Asimov le pueden los hechos más que las, por otro lado excelentes, palabras.

Isaac Asimov (vía)







4 de abril de 2020

Un simposio



20 años después he vuelto a leer El banquete, de Platón. Fue un regalo de boda de mi marido, una edición nueva del antiguo volumen de Alianza Editorial, con la misma introducción y notas de Carlos García Gual. La portada es distinta, pero yo también, claro. Del simpático simposio sobre las diferentes formas del amor y el interés erótico y sexual sobre los muchachos que leí en 1999 (y yo no era un muchacho tampoco) a este libro leído en madurez y estabilidad, con los 20 años de cambios sociales y legales en España en particular y en el mundo en general, seguro que mis impresiones son distintas. No había blogs en aquel entonces, por lo que no puedo comparar.

El banquete (Symposio en griego) es uno de los Diálogos de Platón, en los que explicaba su filosofía usando como personaje a su maestro Sócrates, filósofo ateniense que no dejó nada por escrito. Los estudiosos de los Diálogos discuten clásicamente qué opiniones pertenecen realmente a cada uno de ellos, y en general se suele admitir que los primeros diálogos expresan más posiblemente la opinión verdadera de Sócrates, mientras que con el tiempo y el desarrollo de su pensamiento propio, Sócrates como personaje acabó en realidad exponiendo el pensamiento de su alumno Platón. Al conjunto se le reconoce en general este nombre de Diálogos, o incluso Diálogos Socráticos, en los que Platón utiliza el conocido como método socrático, que Sócrates usaba realmente en vida, y que consiste en realizar preguntas sencillas que buscan contradicciones en los razonamientos de sus interlocutores (y contrincantes) para acabar extrayendo de ellos mismos el razonamiento que el propio Sócrates consideraba verdadero.

Sócrates (vía)

Creo que la primera diferencia de criterios con mi lectura anterior tiene que ver precisamente con este diseño de personaje, a quien en su día no di más importancia como tal. Parece que Sócrates era de por sí una persona peculiar y extravagante, poco dado a las convenciones sociales, pero Platón lo convierte en un personaje formidable sobre el papel, utilizando su reputación social y filosófica, otorgándole un carácter estelar subrayado con sencillez y eficacia, dotándole de una íntima cercanía con su autor, y desatando las líneas de pensamiento con una agilidad y eficacia inapelables. La escritura es brillante y limpia, los ejemplos sencillos y el diálogo es un método rápido e incisivo para avanzar en el razonamiento. Platón, y probablemente este punto es esencial en su éxito e influencia, era un escritor magnífico.

Alcibíades (vía)

El banquete es uno de los diálogos más conocidos y a la par, curiosamente, uno de los menos socráticos. El método apenas se utiliza, y aunque Sócrates es el personaje más reconocido que participa para nosotros, lo hace en relativa igualdad de condiciones y acompañado de otros grandes de la sociedad griega pero que no eran filósofos (lo habitual era que Sócrates confrontara con sofistas), sino un dramaturgo como Aristófanes, o un político como Alcibíades. Probablemente el tema del diálogo, el amor, lo hace un texto universal, aunque se dé una de esas particulares negaciones de la historia de la literatura (más que de la filosofía, diría yo) en reconocer que semejantes razonamientos que acabarían siendo canónicos sobre el amor partían del estudio de relaciones homosexuales en que además había una gran diferencia de edad en la pareja (hay un ejemplo estupendo de esta negación en Maurice, la novela de E. M. Forster que James Ivory llevó al cine: el decano que lee con sus alumnos un libro en griego en sus habitaciones de Cambridge a principios del siglo XX pide en un momento concreto al alumno lector que omita la referencia al pecado inefable de los griegos).

Maurice

El banquete es en realidad una sobremesa, y es un relato narrado por un tercero al que se lo contó una persona presente. Tras una cena entre amigos, los comensales –muy disciplinadamente sin duda- deciden un tema de conversación y cuánto alcohol beberán durante la misma, además del orden de palabra, que toman Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes, Agatón y Sócrates. El diálogo termina con la interrupción brusca de Alcibíades, que rompe con todas las normas con su exaltación de Sócrates, en paralelismo de lo que hizo con la política ateniense. Fedro y Erixímaco son pareja, lo mismo que Agatón y Pausanias. También Sócrates y Alcibíades, aunque su relación es platónica (precisamente). Aristófanes no tiene amado, aparentemente no aprobaba tenerlo. Los personajes, reales, están hablando por tanto de sus propias relaciones.

Aristófanes (vía)

El tema es honrar a Eros mejor de lo que, afirman, se hacía en su tiempo. Fedro loa su poder en la batalla por los afectos irrompibles que consigue en los soldados. Pausanias y Erixímaco ahondan en diferenciar Eros de Afrodita, el amor de la pasión y el deseo. Aristófanes expone la teoría de las mitades que necesitan encontrarse, en un pasaje que remite más a la mitología y francamente surreal y divertido. Agatón opta por describir los valores de Eros en relación a los aspectos de la virtud, y lo rodea de grandes palabras y oratoria. Sócrates termina hablando del camino que lleva del amor al de la verdad y la belleza en todos los aspectos de la vida, en una explicación diáfana del concepto del amor que se impondría también en el cristianismo, también del porqué del concepto del amor platónico, y que no por brillante deja de augurar, leído más de 2.000 años después, tantas justificaciones en contra del erotismo y la sensualidad.

En fin. El banquete es también literatura fundacional homosexual (aunque esto tal desagrade a filósofos o historiadores canónicos). En Maurice, precisamente, los estudiantes comparten el libro y se preguntan si lo han leído y si les ha gustado para reconocerse. Encierra en sí mismo (aunque obviamente no es la única obra) el cómo de la homosexualidad en la Grecia clásica, y resulta casi un texto histórico en las costumbres, pero paradójico en su influencia y resultados.

Pero, como afirmaba, a pesar de la lejanía de los referentes, Platón se revela como un excelente narrador, conocedor de que una estructura narrativa y un ritmo ágiles permiten una penetración superior de las ideas, y un autor incluso juguetón: con sus prólogo y epílogo extraños, alejados y evasivos casi deja su bloque central en un mundo nebuloso, fantástico, algo que pudo ser o no, que pudo ser de esta manera u otra, según lo que esa noche dijera el oráculo, o dictara el vino.

Platón (vía)