28 de diciembre de 2013

El contexto de la ambición

(Reseña previamente publicada en la revista cultural Factor Crítico)

 

Hans Fallada es un autor alemán de la primera mitad del siglo XX hasta ahora olvidado, arrastrada sin duda su memoria por la vorágine del nazismo y sus consecuencias, y por su prematura muerte en 1947, cuando el país no estaba para reconocimientos culturales. Fallada fue un autor de éxito en vida, que incluso pudo mantener durante la época nacionalsocialista en la que no abandonó el país, y que en El hombre que quería llegar lejos escribe un prototipo de best-seller casi de manual.

El hombre que quería llegar lejos narra la historia de Karl Siebricht desde 1909, año de la muerte de su padre, en que con 16 años decide emigrar a Berlín desde su pueblo natal, hasta bien entrada la década de los años 30. Karl siempre deseó conquistar la ciudad a partir de sus ideas y su trabajo como empresario, como una obsesión permanente que se ve siempre, de una manera u otra, impedida por circunstancias que no controla: políticas, como el estallido inesperado de la I Guerra Mundial; económicas, como la enorme inflación del período de entreguerras; o familiares y personales, con el peculiar trío de hecho que Karl se construye con su amiga Rieke Busch y su colega Kalli Flau.


Las páginas más vibrantes y reveladoras del interés de Fallada en su libro tienen que ver con la creación de la empresa de transportes de equipajes que Karl y Kalli implantan en Berlín antes de la IGM. El ritmo y tensión que Fallada alcanza con cuestiones tan prosaicas como la financiación, las condiciones de los contratos de alquiler y servicios, o las relaciones entre socios, son las de un thriller apasionado y adelantado a su tiempo, que profundiza en los procedimientos económicos como un retrato necesario y presente de la imagen socioeconómica y laboral del Berlín y la Alemania de aquellos años.

Si las páginas son reveladoras se debe sobre todo a la inevitable fascinación que produce el mecano determinista de la Historia, que en este caso lleva los hechos al lugar histórico central del siglo XX. Karl Siebrecht es ambicioso pero no avaro, y en su empeño por destacar honestamente no quiere ayudas que no pueda devolver o que aplasten su espíritu. Pero se enfrenta a un mundo que le sobrepasa, en un conflicto permanente en que es fácil ver matices de nuestra crisis actual, así como del propio devenir alemán en los años 30, si bien el nazismo no aparece en ningún momento. Y no se trata sólo de la IGM (que constituye una gran elipsis en la novela) ni de las penurias económicas que supuso un Tratado de Versalles que no se menciona, sino también de la vida bajo el contrabando, el mercado negro, o incluso los batallones paramilitares de otros países en terreno alemán. Pero Karl en su ambición, o los demás personajes, no llegan a formalizar nunca un interés político.


El hombre que quería llegar lejos es, especialmente su primera parte, una obvia Bildungsroman que resulta más plana en su retrato de personajes, un tanto invariables, en general. Estos están presentados en múltiples dicotomías enfrentadas: joven/maduro, pobre/rico, trabajador/empresario, y los avances en estas líneas divisorias forman parte de la estructura de la novela en paralelo a los negocios de Karl. Sin embargo, las relaciones entre ellos, tanto para asuntos de negocios o de familia, resultan un tanto blancos e inocentes, y muchos comportamientos parecen demasiado ingenuos si se comparan con otros cronistas de la época como Isherwood o Mann. No puedo llegar a saber si es falta de habilidad en el perfil psicológico o un resultado de la necesidad de escribir un éxito, en el que hay un retrato a veces descarnado de la realidad, pero mucha resignación y poco análisis de causas, además de una obvia ausencia de contexto político (salvo la inevitable pero fugaz mención a la guerra) en un país y momento que bullía de ideologías. También puede deberse a los términos históricos y políticos del posible momento de su publicación, que finalmente fue póstuma, en 1953. Pero, en cualquier caso, no invalida el talento narrativo de Fallada, que estructura con lógica aplastante los acontecimientos de esta casi novela río, excelente texto para conocer la vida de Berlín entre 1910 y 1930, testimonio de una ciudad de la que ya no existen apenas rastros, y, en cualquier caso, un libro de lectura trepidante.






20 de diciembre de 2013

¿Una tacita?


La taza de oro es la Ciudad de Panamá, y este libro, de título completo La taza de oro. Una novela sobre Henry Morgan, el bucanero más famoso de la historia tiene como episodio central su toma y saqueo por parte del bucanero Henry Morgan en 1671.

Panamá La Vieja, 1609 (vía)

Henry Morgan es uno de esos piratas fascinantes que ha dejado la historia de los mares, y más específicamente, la del Caribe. Nacido en Gales, la llamada a la aventura a los quince años le llevó a embarcar hacia América en un barco cuyo capitán le vendió como esclavo al llegar. Chico listo, ambicioso y obsesionado, consiguió liberarse, hacer algunos saqueos inteligentes con un barco, y finalmente convertirse en un gran pirata capaz de capitanear a espaldas de la corona británica la toma de la inexpugnable ciudad española de la taza de oro… Morgan consigue fama y gloria tales que el muy inteligente gobierno británico aprovechó para nombrarle gobernador de Jamaica y usarlo como azote de sus antiguos compañeros de andanzas.

Poco parecido con Errol Flynn o Tyrone Power

La vida de este malísimo redomado es el tema de esta primera novela del mismísimo John Steinbeck. He llegado a ella por los exageradoselogios de Fernando Savater en su libro, y es muy difícil rastrear en ella los intereses del hombre que más tarde escribiera Las uvas de la ira, De ratones y hombres, o Al este del Edén. La taza de oro fue un fracaso cuando se publicó en 1927, pero abrió el camino del escritor hacia el premio Nobel y una gloria mundial aumentada por el impacto de las versiones cinematográficas de sus novelas.

Aventura no del todo canónica sobre un héroe obsesivo sin retorno que triunfa y se desmorona gracias al éxito, la novela es interesante (pero no precisamente profunda) en los apuntes del carácter del personaje, en el desarrollo y ritmo de sus episodios (esa Panamá que elige defenderse de los piratas yendo masivamente a misa), pero menos en su estructura, que lleva a un final abrupto que el propio autor parece no entender, pues no trabaja la evidente carga personal y social que supone con el peso merecido. Su fuerza como aventura se pierde posiblemente por la negrura en crecimiento constante de su protagonista, que casi nunca toma una elección moral adecuada, a las que la aventura deseada y asumida obliga de continuo. Esto no es malo en sí: al contrario, podía hacer de ella la descripción de la tragedia de la vida de aventuras que fascina también por esto. Sin embargo, a la novela parece faltarle un impulso, tal vez un enemigo, que hiciera de Morgan un personaje más literario y menos real. Posiblemente no lo tuviera en vida y por ello personaje y novela se consumen en sí mismas, sin mayor trascendencia, aunque con un buen gusto de pericia literaria latente.


John Steinbeck (vía)


8 de diciembre de 2013

Dinero


Este volumen, de contundentes título y contenido, recoge los 5 números de la revista Dinero (subtitulada Revista de poética financiera e intercambio espiritual), escrita por Miguel Brieva entre 2001 y 2005, más unas cuantas páginas extra. Aunque yo nunca conocí la revista como tal, había visto viñetas e historias ilustradas por Brieva en El Jueves o El País. Profundamente sardónico con la idiotización social, individual y familiar fomentada por el capitalismo neoliberal, y, en especial, con la sobreexplotación del planeta, el estilo de Brieva es muy reconocible: uso irónico de las formas publicitarias, cierto estilo visual retro con toques de los cincuenta y los sesenta en vestuario y ambientación, amargura profunda por la disipación de la cultura occidental, presentación directa de un mundo subconsciente que muestra las mentiras obscenas del mundo democrático en que vivimos… Brieva usa viñetas sin textos, chistes directos de periódico, pequeñas incursiones en la historieta, y textos.


El volumen acumula tal cantidad de material que puede volverse excesivo. Con un discurso apabullante, demoledor por veraz, y sin apenas salidas o soluciones (lo único podría ser que el sistema a pesar de todo produce autores lúcidos como Brieva), el inabarcable pesimismo negro que muestra la obra es en ocasiones, sobre todo cuando el gag en concreto no funciona, desconsolador, y, con frecuencia, cruel. Algunas de sus páginas son muy brillantes, en general las dedicadas al chiste visual, en que Brieva es muy eficaz al caricaturizar las contradicciones del capitalismo y la democracia. Sin embargo, los textos resultan discursivos y previsibles, a pesar de alimentarse del mismo material y aliento autoral.


Dinero es un volumen de más de 400 páginas (cada una de las revistas originales no era por tanto pequeña), y me lleva a pensar en la eficacia con que funciona una obra (o con que se da un mensaje) en función de su formato, y su longitud. Tal vez como recopilación no sea la mejor idea, o tal vez como lector debería haber ido abandonando y retomando su lectura pausadamente, para una mejor experiencia.


Miguel Brieva (vía)

28 de noviembre de 2013

El vaquero antes de la contracultura

Reseña previamente publicada en la revista cultural Factor Crítico


Vengan a sentarse
que les voy a contar
la historia de un vaquero
y su destino fatal

La edición por primera vez en castellano de La banda de la tenaza (el libro más conocido de Edward Abbey, que ya reseñamos aquí) fue una excelente noticia literaria –casi diría que política, si la literatura fuera relevante a corto plazo- y entiendo que comercial, pues ya tenemos también en Berenice su anterior novela El vaquero indomable, traducida otra vez por Juan Bonilla, en solitario en esta ocasión. Aunque no tiene la fama de La banda de la tenaza, El vaquero indomable es también un libro conocido, que se adaptó al cine  como Lonely Are the Brave (Los valientes andan solos), un estupendo western dirigido por David Miller, escrito por Dalton Trumbo, e interpretado por Kirk Douglas.


Jack Burns, que en 1955 intenta aún vivir como un vaquero de verdad, deambulando con su yegua Whisky, alejado de las ciudades y las carreteras, regresa a Duke City para ayudar a su amigo Paul Bondi, un escritor con quien comparte un pasado libertario y que está en la cárcel por desobediencia. Burns visita a la mujer de Bondi, compra unas limas, y consigue entrar en la cárcel y contactar con su amigo…

El vaquero Jack Burns es un personaje fuera de su tiempo, un habitante de fronteras que ya no existen, extraño a la civilización como la conocemos, de ingenuidad, sabiduría y generosidad puras y primigenias, conectado con una naturaleza que le recoge y arropa. La prosa metafórica de Abbey dedica pasión a esta naturaleza, llena de imágenes luminosas y sensuales, que hacen que los capítulos en que Burns vaga por los peñascos, arroyos y cañones sean bellísimos, de una comunión casi mística con lo natural, pero sin modismos bobalicones ni hacer de esto un new-age malickiano. Sin embargo, cuando Burns se acerca a la civilización, sea ésta más amable como la casa en que viven la mujer y el hijo de Bondi o más dura como la prisión del condado, el estilo también se tensa, y la incomodidad del personaje fuera de su entorno se transmite al relato: el caballo que no quiere pisar el asfalto, el bar en que tan sencillo es iniciar una pelea, la cárcel donde ser torturado es una costumbre…

Edward Abbey debió ser un tipo socarrón que dotaba a sus héroes del quijotismo condenado al fracaso en la lucha contra las máquinas y la modernidad, propiciadas por un Estado arrollador del que, en este caso, se salva un sheriff paternalista. Apenas tres o cuatro momentos de humor magníficamente dosificados y un templado reparto de los escenarios y personajes revelan una estructura hábil y rica en sentidos literarios y narrativos para los personajes principales. Quizá la historia del camionero (el forastero) que se alterna con el resto de la historia central del libro sin apenas relación, resulta en exceso determinista, para justificar un final que años después supo muy sabiamente modificar en La banda de la tenaza. Frente a este, El vaquero indomable tiene lecturas política y contracultural más desencantadas, probablemente también porque las circunstancias históricas en los 50 y los 70 también eran distintas, a pesar de la coherencia indudable del pensamiento de Abbey.
El vaquero indomable es otro estupendo libro contracorriente, aparentemente una historia sencilla de una ligereza inicialmente adorable, que encierra, en el año de su escritura, un edificio histórico-moral a punto de revelarse.

Edward Abbey (vía)


18 de noviembre de 2013

Energía


Solar es la novela  de Ian McEwan que sigue a On Chesil Beach, la emocionante pequeña pieza que narraba la terrible noche de bodas de una pareja de la reprimida Inglaterra de los 50. Para los lectores Solar es una novela esperada, y para el autor un desafío frente a los excelentes resultados de la anterior.

Solar es la historia de Michael Beard, un físico británico ganador del Nobel a principios de los 70, director de un centro de I+D dedicado a las energías renovables en el Reino Unido. Casado cinco veces, su caótica vida personal se enfrenta a que por primera vez su mujer le es infiel, lo que interfiere seriamente en su trabajo. En ese momento y delante de sus narices sucede un accidente que obliga a Beard a tomar una decisión moral de profundas implicaciones personales y profesionales. La novela relaciona (y retuerce) continuamente ambas facetas de Beard, personal y profesional, usando la física y su belleza determinista como espejo del desastre de alcohol, mujeres, infravivienda y obesidad en que Beard vive, y lo hace en tres momentos temporales, 2000, 2005 y 2009, incorporando banalmente elementos exteriores (desde la recesión económica al triunfo de Obama), localizaciones geográficas significativas en el cambio climático, y llegando a un clímax con la única salida posible, pero sin resolver, al menos, la parte científica de la trama.

Energía solar fotovoltaica (vía)

Michael Beard es un personaje tópico e indefendible, de una psicología muy directa y plana, con varios lugares comunes de reconocimiento demasiado fáciles. McEwan no lo hace potencialmente más interesante y tal vez sólo una radiografía del viejo elefante que vive del éxito pasado, sin ideas, ganas, ni posibilidades de hacer nada nuevo alcanza en algún momento fugaz un halo trágico tanto para el protagonista como para el mundo que le acoge (en este caso, el de la innovación energética y su burbuja de farsantes apenas esbozada por McEwan).

La suma de diseño de estructura y personaje hunden a Solar en el terreno del best-seller convencional del que le sacan a veces los destellos de lucidez de McEwan, cuando Beard reflexiona sobre sí mismo y su brillante pasado, o la integración de las explicaciones físicas de la trama, y como lector me ha dejado profundamente indiferente, aunque por supuesto, se siga y se consuma sin desagrado.

Ian McEwan, fotografiado por Philip Hollis (vía)




9 de noviembre de 2013

El bilbaíno de la trágica figura



En un pasado busqué este libro sin éxito, pero verlo mencionado muy explícitamente en ¿Somos como moros en la niebla? me lo trajo de nuevo a la mente. Miguel de Unamuno es una de las figuras más mencionadas en elensayo de Sarrionaindía, y Paz en la guerra, en concreto, aparece recurrentemente por ser una de las narraciones básicas de la Tercera GuerraCarlista (aunque sólo segunda en el País Vasco, 1872-1876), del sitio de Bilbao, y por traer a primera línea el pensamiento de Unamuno sobre los conflictos bélicos en general y sobre las tensiones del País Vasco del siglo XIX en particular. Incluso hoy, como dice Pablo MartínezZarracina, Unamuno sigue en buena forma…

Plaza Miguel de Unamuno, en el Casco Viejo de Bilbao (vía)


Paz en la guerra se publica en 1897, con casi todo el siglo haciendo sombra, el PNV recién creado y Cuba y Filipinas cerca del desastre. Unamuno es aún un escritor apegado a su Bilbao natal. En la novela cuenta la historia de un hombre del campo que es comerciante chocolatero en Bilbao. De joven, hace la guerra en el bando de Don Carlos y contra el nombramiento de Isabel II como reina durante la I Guerra Carlista. Al acabar esa guerra tras el abrazo de Bergara regresa a Bilbao, se casa, y tiene un hijo, Ignacio, quien combatirá por el mismo bando carlista casi 40 años más tarde. Al llegar al sitio de Bilbao, Unamuno hace una jugada literaria efectiva: en vez de seguir al soldado Ignacio como ha hecho en casi todo el relato, la acción se centra en la ciudad sitiada, en su rutina diaria de bombardeo y racionamiento, y en la obstinada resistencia liberal de la villa, cuyo asedio roto supuso el inicio de la derrota carlista.

Instituto Miguel de Unamuno, de Bilbao (foto de Mitxel Atrio, vía)

Unamuno comprende la guerra. El mismo título lo indica: la guerra es un estado necesario para disponer de tiempos de paz. Qué duda cabe de que en su entendimiento intelectual de la misma hay aún una parte de visión romántica del acto bélico, marcada por unos valores que culturalmente se hunden en la Historia de Occidente, y que obviamente acabaron en el siglo XX, cuyo afán documentador destrozó esa visión. En Paz en la guerra, Unamuno describe y emite juicios pero no se decanta distintivamente por un bando. Al carlismo mitificado, que propone fueros ancestrales y una vida conectada con ritos generacionales, le da una alegría despreocupada y un vivir en las tradiciones por el cual siente respecto. Al liberalismo le concede valor, resistencia, la fuerza del esfuerzo comercial, y el progreso que ha traído al país. Sus bilbaínos asediados se ganan sus simpatías, pero no por ello critica a los muchachos de bien que luchan por el nuevo Don Carlos y en contra de Amadeo de Saboya, de la I República, o de Alfonso XII.

Busto de Miguel de Unamuno en el barrio de Deusto (vía)

La carga histórica del libro, debo reconocerlo, se me ha hecho pesada. En boca de todos los personajes están los generales, muchísimos, de los dos ejércitos protagonistas de las dos guerras implicada y de la paz entre ellas, con una familiaridad hoy perdida, y en las que apenas consigo situar algunos de los nombres (Prim, Concha, Espartero, Serrano, Zumalacárregui…). Por contra, la trama centrada en la propia ciudad da una familiaridad extrañaen literatura, pero adorable para el lector bilbaíno. La prosa de Unamuno es fresca y florida, con maestría completa sobre el diálogo y la descripción matizada, y un dominio literario asombroso de la lengua. Es un libro largo, pero también adictivo por su prosa certera y ágil, con un ritmo narrativo que los autores del 98 compartían a menudo, e intencionadamente estructurado y resuelto.

Placa en la casa donde nació Miguel de Unamuno, en la calle Ronda del Casco Viejo (vía)

Paz en la guerra es un libro que proyecta también una sombra sobre su futuro. Desconozco su influencia real, pero ahora no es, ciertamente, el libro más conocido de Unamuno. Pero los hechos narrados y el tono empleado van adelantando las posturas futuras de un intelectual apasionado e intransigente, que luchó por frenar el progreso posible del euskera y acabó viviendo trágicamente en sí mismo la falsedad de la propuesta que con el título de este libro, basado en la ciudad que le vio nacer y a las que dedicó prosa y verso inmejorables, lanzó al mundo.

Un joven Miguel de Unamuno, todavía lejos de su icónica barba canosa (vía)




27 de octubre de 2013

Caramablú


Existe (y si Enrique Vila-Matas no ha escrito sobre ello debería) una cadena de libros que llevan a libros, y a esta completa bizarría llamada El oro de Caramablú me trajo ¿Somos como moros en la niebla?, elensayo gigantesco de Joseba Sarrionanindía, que lo cita y comenta.

Johannes Urzidil (imagino que uno de los pocos escritores internacionales sin entrada en castellano en Wikipedia, pero sí en euskera) es un escritor checo miembro del Círculo de Praga que, como Kafka, escribía en su lengua natal, el alemán, en un país con otra lengua mayoritaria. El Caramablú de su libro es el País Vasco, tratado como una entidad general no sólo geográfica o física, y el oro del título es un tesoro a preservar, que está oculto en una cueva en que nadie entra y protegido por un gigante nonagenario, es su lenguaje, el euskera. Urzidil pasó brevemente en los años 20 del siglo pasado por el País Vasco Francés y su fascinación e identificación de país de lengua minoritaria debió ser suficiente para dejar escrita esta fantasía mítica de una extrañamente admirada Euskalerria, ambientada en un Iparralde desde el que se oyen, probablemente en 1937, caer las bombas al otro lado de la frontera.

Caramablú, as we know it (vía)

El oro de Caramablú se estructura en pequeños capítulos de 2 a 4 hojas. Cuenta la historia de un pueblo, Caramablú, cuyo alcalde viudo (Guypogaray) maneja los hilos políticos y económicos, pero cuya hija adolescente (Andre) le da problemas. Todos los años, en Caramablú, se celebra una romería en las que los labriegos y campesinos suben a la montaña y desafían al gigante Ibargo a bajar a la cueva donde reluce el oro de Caramablú. Sin embargo, nadie lo hace, y la leyenda se sella y el rito se repite. La descripción somera de la vida en el pueblo y las salidas a Guethary, la decadencia paralela de Ibargo y del poder de Guypogaray, y varias leyendas breves van conformando las historias elegíacas de un libro de amor incondicional a una cultura suya singularidad entre gigantes enamora a Urzidil.

Urzidil no esboza una lectura política clara en sí, porque deja a Caramablú en una esfera mítica, cuyas leyes no parecen de la tirra, y en la que las escasas nociones negativas sobre el poder de Guypogaray o la rebeldía juvenil no suponen despertar de conciencia, sino más bien regresar al ciclo de la vida. No obstante, esta lectura mítica tendría más seguidores de ser un texto más conocido (tal vez el extraño nombre del título, Caramablú, juegue en contra de una mayor extensión popular en el País Vasco), a pesar de ser un delicioso disparate anacrónico también en términos sociopolíticos, que tiene un encanto ingenuo pero que no destaca literariamente (desarrollo abrupto de tramas, personajes monolíticos, cierto aire paternalista). Su punto más interesante, en el fondo, es su autor. El texto podría ser perfectamente obra de un autor vasco, un libro del aire de los de Luis de Castresana, por ejemplo. Pero en cambio, lo escribe un bohemio que usando referencias locales y mitos primitivos consigue radiografiar la mirada sentimental de una cultura olvidada y perseguida. ¿Será así con todas? ¿En esta especificidad consiste la universalidad de la propuesta, e incluso el método para llegar a ella?

Johannes Urzidil (vía)


11 de octubre de 2013

La elasticidad de los actos

Creemos estúpidamente que, por alguna razón, un acto criminal debe ser más premeditado y deliberado que un acto inocuo. En realidad, no hay diferencia. Los actos poseen una elasticidad de la que los juicios éticos carecen.


Gomorra puede ser uno de esos escasos ejemplos modélicos de adaptación cinematográfica de novela que rara vez aparecen, cuando ambos son excelentes individualmente y sin embargo no se anulan sino que complementan, entendiendo sus propios lenguajes y capacidades. Las historias de Gomorra, la película de Matteo Garrone, están en el libro: los muchachos abducidos por la imagen de los mafiosos italoamericanos en las películas de Hollywood, el modisto que diseñó para una marca de alta moda italiana la ropa de Angelina Jolie en la gala de los Óscar y el taller ilegal donde se patronó, los residuos peligrosos que están enterrados por todo el sur de Italia… Garrone dramatizaba y ficcionaba los capítulos que para el perseguido Roberto Saviano adquieren en el libro un carácter más periodístico, a veces más reportaje, a veces más crónica personal, hijo en parte del nuevo periodismo pero con secciones aparentemente novelizadas. Saviano conoce la Camorra por haber nacido en uno de los barrios de cuyos ragazzi se nutre, en los alrededores de Nápoles, por haberse infiltrado en ella en busca de información, y por haber accedido a la documentación sobre la organización (aunque para esto baste con leer prensa, denuncias y sentencias con los ojos abiertos y pensamiento crítico).

Gomorra, la película, ganó el Gran Premio del Jurado en Cannes, y los principales premios del cine europeo en 2008 (vía)

La osadía de Saviano consistió en decir nombres reales, describir hechos conocidos, y desenmascarar procedimientos que nadie cuenta aunque todo el mundo sepa. Eso no basta para la obra literaria, claro. El punto de vista lúcido se observa en frases como la que encabeza este comentario, que están presentes en el libro de manera continua sin que este resulte discursivo ni sentencioso, y que universalizan el fenómeno mafioso en una inquietante moralidad de uso global. Saviano no pierde por ello capacidad metafórica reflexiva sobre las circunstancias en que debe sobrellevarse una vida, en este caso la del muchacho nacido en una rutina del horror, y consigue equilibrio entre el drama personal interiorizado, la descripción física e impactante de ambientes, y es especialmente brillante (por novedoso) en la minuciosidad del detalle económicolaboral en que la Camorra se convierte en negocio. Aquello que podría ser la sentencia analítica de un juez descubriendo cómo el sur de Italia es una floreciente máquina de hacer pasta, Saviano lo complementa con la tragedia de la cotidianeidad de la prevalencia del terror, consiguiendo sus objetivos con el cruce de géneros literarios que utiliza. 

Gomorra, el libro, puede que no alcance las virtudes que la película atesoraba al desacreditar visualmente los efectos de este negocio, que no permiten disfrutar de la vida ni a sus gerentes ni a sus peones, pero es indudable que Gomorra nunca será una creación, literaria y/o cinematográfica, citada como modelo por aspirante a gángster alguno, como modo de vida o como exaltación trágica de valores tal vez pervertidos (la virilidad, la familia, el honor) pero supuestamente valores a pesar de todo. Este desenmascaramiento, este grito que afirma de manera cruda que en efecto el crimen no paga, es un peculiar triunfo sobre todo lo escrito y rodado sobre la Mafia, completa un círculo irónico sobre el origen y la estilización fantasiosa del crimen, y sería un punto de inicio de una reflexión tan interesante como peligrosa sobre los efectos del torrente de ficción audiovisual en que vivimos en la realidad. Y al revés.

Sobre Los Soprano y, en parte, su relación con Gomorra escribí también aquí


Roberto Saviano (vía)

1 de octubre de 2013

Misterio, emoción y riesgo



Uno de los aspectos relevantes del lado hedonista de Fernando Savater es su gusto por los libros y películas de aventuras. Este libro, Misterio, emoción y riesgo es una recopilación de sus artículos críticos, filosóficos y sentimentales sobre los autores, y obras de género más relevantes en su vida y gusto, sin pretender una visión exhuastiva o analítica más allá del disfrute y el gozo que Savater practica y propone por el género.

Robert Louis Stevenson (vía)

La colección no se señala claramente: los artículos no están fechados y no se clasifican cronológicamente, sino temáticamente. Sólo una pequeña nota en la información editorial lo indica, con la extrañeza que supone descubrir en la lectura que a veces el autor escribe en 1980 y a veces en 2005. Los textos no se han aparentemente releído y corregido, de modo que se obviasen repeticiones en el tono y en el discurso. Así, el lector encuentra en un porcentaje elevado de textos las mismas consideraciones críticas, entre las que destaca su aversión hacia la crítica oficial, la que considera literatura y cinematografía menores al género de aventuras, al que reiteradamente califica de pelmazos, mientras su libro repite y repita con una obsesión y coherencia constantes ese carácter siempre en los demás… Esta falta de edición se observa también en la repetición de algunos de los análisis, lo cual quita ligereza al libro.

Agatha Christie (vía)

Curiosamente, podemos decir que los gustos de Savater, a pesar de reivindicar la literatura especialmente de género despreciada por la crítica, son bastante canónicos. Los textos más extensos se los llevan autores como Stevenson, Conan Doyle, Verne, Poe, Tolkien o Wells, revelando un peculiar sesgo populista y poco indagador. O simplemente un carácter alimenticio en sus artículos a lo largo de la vida, que todo es posible.

Arthur Conan Doyle (vía)

En el lado positivo de la balanza, es indudable que Savater combina su placer personal de lector arrebatado con una prosa limpiamente pedagógica y un análisis brillante en aspectos literarios y sociales de las obras que explica, en una visión que comparto al intentar hablar de aquellos libros que nos acompañan en la vida. Su eclecticismo y falta de pretensiones hacen de Misterio, emoción y riesgo un libro simpático, cercano, y en el que se producen algunos descubrimientos de obras nuevas que llevarse a leer a… una isla desierta, cómo no.

Fernando Savater por Gonzalo Merat (vía)


18 de septiembre de 2013

Guós



La vida perra de Juanita Narboni es una novela inentendible sin la especifidad histórica, lingüística y religiosa del mítico Tánger en la que se ambienta. Una ciudad que durante el siglo XX y gracias a la peculiaridad de ser un protectorado internacional y de atesorar un pasado multiétnico y multicultural acabó siendo un referente legendario en campos como la literatura y el espionaje. Que tampoco es que sean tan distintos, si se piensa bien.

En ese Tánger que se fue desmantelando a finales del siglo XX vivían judíos españoles huídos de Sefarad hacía más de tres siglos, árabes, bereberes y cristianos, que podían ser ingleses, franceses o españoles. Durante siglos las lenguas se compartieron y fusionaron, y sin atender a reglas construyeron el idioma propio que nutre, junto con las tradiciones de la ciudad, la voz de Juanita Narboni.

Juanita Narboni vive los años gloriosos de Tánger, de los años 20 a los 60. Hija de un diplomático británico y de una mujer española, domina la jaquetía y vive su vida familiar y social como chica comedida y recatada. El monólogo inabarcable que supone la novela nos revela su temperamento reprimido, un constante reproche a la sociedad, y un solipsismo tan exagerado como divertidísimo. Juanita se explica su vida, sus desventuras con un novio que le dejó por un bombero, su soterrada envidia hacia una hermana pequeña más liberal que la abandona tras la muerte de la madre, y sus relaciones esporádicas con personajes de la ciudad, que, descrita en un segundo plano (sus teatros y cafés, sus fiestas, sus barcos, y sus abundantes avatares históricos), va cayendo en decadencia como la propia Juanita mientras su mundo se desmorona.

Mariola Fuentes fue Juanita Narboni en el cine

Juanita tiene muy mala lengua y es capaz de insultar y filosofar en varios idiomas como quien no quiere la cosa.

Si en estos momentos se presentara en esta casa un buzo guapo y exrepublicano, mi vida cambiaría radicalmente. Otro gallo me cantara. Pero esas cosas no ocurren en la vida de una. Le vrai bonheur c’est le bonheur des autres.

Sus frustraciones se combinan también con comprensión y ternura del autor hacia su personaje, sin dejar de lado cierta lucidez popular, con la que Juanita nos explica la sociedad de la ciudad, que en este caso no es sencilla

Toda mi vida de niña asustada por la idea de pecado, ¡y luego resulta que para pecar necesitas tantas cosas!... Por lo pronto, dinero. Y en cuando tienes dinero, resulta que no pecas. Los pobres… ¡esos pecan! El pecado de la pobreza, cualquier cosa que hacen es pecado.

La combinación equilibrada de estos matices resulta en una operación literaria de primer orden, un auténtico logro en el caos lingüístico en que vivían los tangerinos. El análisis del personaje representativo de una época, el uso de la memoria cinéfila y teatral como forma vital y esquema social, y el dinamismo del monólogo que avanza y retrocede en el tiempo a voluntad de Juanita, son algunas de las fórmulas que en este libro se disfrutan de continuo.

La vida perra de Juanita Narboni fue escrita por el tangerino Ángel Vázquez. Fue un escritor autodidacta, homosexual y maldito (todo ello se nota en el libro si se sabe leer), que murió con 51 años, casi olvidado a pesar de haber ganado un Planeta. Esta novela es única e irrepetible, y cuando pienso que este autor no es ni tan siquiera conocido cuando debería ser venerado por la literatura del país memloco a cuyo idioma contribuyó con una obra tan magna, me entran todos los demonios mientras me recojo la rebequita y echo atrás la cabeza en profunda indignación. ¡Así se les caiga el massaj!

Ángel Vázquez (vía)









8 de septiembre de 2013

En la casa


Me ha disgustado el alabado cómic Un adiós especial, de Joyce Farmer, una vieja gloria del cómix underground que había dejado la historieta y que tuvo que cuidar de su padre y su madrastra durante años. Empezó a dibujar parte de sus experiencias en esta labor y finalmente las publicó como comic book en este volumen, Un adiós especial, o, en inglés, Special Exits.

Encuentro el libro algo deudor de los capítulos que Farmer debió ir terminando con el tiempo. La historia de la degradación de sus padres y cómo les tuvo que atender. Muchas veces se producen avances repentinos de días, semanas o meses, en busca de la siguiente anécdota a contar. Ello deja la eficacia literaria o narrativa del libro prácticamente confiada a cada una de las estructuras, que mantienen menos relación narrativa entre sí de lo que la linealidad de la historia puede sugerir. Algunos apuntes son brillantes, como la evolución de la relación con la gata, que da lugar a un final espléndido en sentido testamentario y vital, pero otros están menos conseguidos, aunque no lo digo por su carga de repetición (que existe pero que veo correcta dado el tema) o por su mirada descarnada a la degradación de la carne (aunque existan fugas de humor y esto no sea Haneke), sino más bien por lo monolítico de todos los personajes, secundarios incluidos, y su servicio sin fisuras a una historia determinística. Excepto, tal vez, la misma gata.


Laura, la hija del matrimonio protagonista y trasunto de Farmer, opta por cuidar directamente a sus padres, escuchando su deseo de no contar con un cuidador, y dejando paulatinamente sus obligaciones laborales. No es una decisión dictada por la necesidad económica, sino por el respeto a sus mayores, cuyas ideas quiere respetar hasta el fin. Ella mientras tanto se entrega con abnegación al cuidado activo, aunque también existe una carga contemplativa en la visión de la enfermedad progresiva de sus mayores, que redunda en una inacción en ocasiones irresponsable. Llega a enfadarme que Laura no presione más a sus padres para que vayan al médico con frecuencia o tengan un cuidado profesional activo que le permita a ella descansar. En lugar de eso, Farmer presenta casi beatíficamente su propia entrega (y la de su marido y amigos) a una causa que así planteada es incluso negativa para los ancianos. Cuando la hospitalización ya es ineludible, resulta inútil e inhumana, y Laura se indigna con la iniquidad de la profesión médica, dejando como poso que sus cuidados en casa fueron mejores, más cariñosos, y, por tanto, incluso más éticos. Mi discrepancia con este modo de pensar irracional es completa, y creo que los resultados de aplicarlo, en la misma historia tal y como la narra Farmer en el cómic, equivocados. No porque de otro modo hubieran vivido más (que es imposible de saber), sino por el convencimiento solipsista de sus acciones.


Un adiós especial tiene una acción espeluznante en ocasiones. Tiene también la habilidad de cuetionarnos qué haríamos nosotros, o cómo sabremos llegar al final de nuestros días. La cercanía de los temas hiere al lector, sea sensible o no, que invariablemente pensará en la muerte de sus mayores y en como llegaron o llegarán al paso, y lo hace en un medio poco habitual para ello. No es casualidad hablar de Michael Haneke y Amour por ello, porque la mirada directa a la muerte, más desasosegante en un Haneke simbolista que en una Farmer costumbrista, no es plato de gusto en nuestra sociedad exitosa, juvenil y estética del primer mundo.

Joyce Farmer (vía)

28 de agosto de 2013

Señores que conversan


¿Qué hace un ateo racionalista y relativista leyendo un libro de Joseph Ratzinger? O, más allá, ¿leyendo un libro de la Editorial Encuentro? No conocía esta editorial, pero todos los libros que anuncia en las últimas páginas de Dialéctica de la secularización. Sobre la razón y la religión son escritos o versan sobre Joseph Ratzinger, y sus títulos anuncian claramente contenido e intenciones: El Dios de la fe y el Dios de los filósofos, Ser cristiano en la era neopagana, De Joseph Ratzinger a Benedicto XVI… Confieso aquí que siempre he sentido algo de simpatía por el subrayado carácter intelectual del que fue Benedicto XVI, y reconozco que esta imagen de papa escritor, pensador y culto siempre me atrajo más que la de su antecesor, aquel Wojtyla de marcado carácter mesiánico o populista. Sin que ello signifique, ni mucho menos, que me hayan gustado sus declaraciones.

El papa del no relativismo que dejó su puesto vitalicio (vía)

Este libro me ofrece una coartada para leer por primera vez a Ratzinger. No por hacerle un tributo precisamente a la lectura teológica, ni por mostrar una superstición esencialista que ya tengo superada –aunque siga pensando que leer a Agustín de Hipona o Tomás de Aquino suele reservar grandes momentos literarios-, sino porque el planteamiento es interesante: Dialéctica de la secularización enfrenta a Joseph Ratzinger y Jürgen Habermas en dos conferencias que impartieron -en Munich en 2004, cuando Ratzinger aún no era papa- sobre los fundamentos prepolíticos del estado democrático. No nos engañemos: bajo el eufemismo prepolítico se habla de la quiebra de valores del estado democrático actual y del fundamental papel de la religión (cristiana) en su fundación de derecho, y, según postulan, en su salvación.

Habermas es un filósofo alemán presentado como un heredero del pensamiento ilustrado. Su currículum es netamente racionalista, pero en su conferencia (que está construida y narrada con estupendas precisión y capacidad para el matiz y la riqueza de conceptos), establece un puente hacia esos fundamentos prepolíticos basándose en la deriva de los mercados y la progresiva pérdida de los valores solidarios. Habermas reconoce que la razón práctica aconseja estudiar cómo se mantiene la cohesión en las comunidades creyentes y cómo puede aprenderse de ellas, sin que ello suponga que los cristianos, por ejemplo, puedan imponer su particular cosmogonía al estado, ni pedir que este sea confesional. Jürgen Habermas, por tanto, parece echar un capote desde una razón laica normalmente vista por los creyentes como intransigente hacia una ética del compromiso que con los años ha comprendido que es cuando menos interesante en algunos grupos religiosos.

Encuentro la foto de Habermas aquí, en una página sobre marxistas...

Ratzinger, por su lado, prefiere subrayar lo que él llama las perversiones de la razón, cosas como la bomba atómica o la clonación como ejemplos de una razón científica que sin un control ético debido se ha desbocado. Obviamente sabemos qué quiere proponer Ratzinger como herramienta de control, pero no se pone dogmático al respecto, entiende que el cristianismo no juega un papel único en el mapa de las religiones, y establece puentes razonables hacia el moderno estado de derecho y su fundamento racional. Para él razón científica y religión cristiana han caminado de la mano en la construcción jurídica de este estado (se entiende que en el último siglo, claro) y ambos se complementan necesariamente. El texto de Ratzinger es sin duda más plano y menos profundo que el de su colega conferenciante, aunque, por no ser injustos, es obvio que en el caso de Ratzinger es imposible evitar expectativas sean del signo que sean.

Aunque la confrontación (más bien un acercamiento un tanto compadresco) es interesante, y el texto de Habermas es excelente, en ninguno de los dos casos estoy de acuerdo con las conclusiones, aunque parto de una asunción que un cristiano no aceptará nunca y es que por mucho que reconozca los valores históricos de su religión en la construcción del estado, su objetivo final como religión me parece una superchería no aconsejable como modo de organización. Cierto que Habermas expone los valores a recuperar de una manera prudente y racional, pero ni la perversión actual de los mercados significa que tiempos pasados fueran mejores (¿más éticos?) gracias al mayor peso de los valores religiosos en la sociedad (algo que creo falso, e históricamente hipócrita), ni es cierto que precisamente por decir basarse en valores religiosos no haya comunidades cristianas que no son precisamente un ejemplo a seguir. En el caso de Ratzinger, la premisa de partida me parece falsa: las herramientas que construye la ciencia (como la energía nuclear o la genética) no son éticas en sí, sino que lo es su uso, que él pretende dejar a los principios morales de una religión que no acaba de especificar con contundencia para evitar ese dogmatismo. Reducido al absurdo, para Ratzinger sería imposible inventar la metalurgia porque los cuchillos pueden matar niños. Que a la vez pueda suceder que la razón construye herramientas que no sabe controlar, pero que el cristianismo en su formulación moderna resulta una religión racional (o ilustrada) resulta contradictorio. Contradicción muy atractiva, por otro lado, pero que Ratzinger no resuelve.

Eso sí, el libro es apasionante, bien escrito, legible muy disfrutablemente entre líneas, y realizado por dos señores alemanes muy mayores, que tienen edad suficiente para haber conocido sociedades perversas (construidas en una razón irracional) y que entiendo que busquen entre los valores desarrollados por la humanidad un nexo de unión. Me parece no obstante que demonizan en parte a una ciencia (y su prima la tecnología) cuyo carácter frío y despiadado niego por principios, y a la que creo mucho más partícipe en la construcción del estado democrático de lo que reconocen los autores. Pero esa es otra conversación.

Aquel día en Munich (vía)