En apenas un par de semanas tuve dos apelaciones a Eduardo
Blanco-Amor. Primero fue la lectura de Letricidio español, donde Fernando
Larraz le reivindica como un autor brillante e interesantísimo. Después fue la
proyección de A esmorga, de Ignacio Vilar, dentro
del festival Zinegoak de Bilbao, basado en
la novela del autor, que en la traducción al castellano se conoce como La parranda. Me costó encontrar la
novela, está en depósito en las bibliotecas municipales de Bilbao en una
edición de 1973 que no indica traductor.
La parranda cuenta
la historia de una desastrosa juerga monumental que tres amigos, el Castizo, el
Bocas y el Milhombres, se corren durante día y medio en la ciudad y los
alrededores de Orense, a finales del siglo XIX, bajo una infernal lluvia
intensa y continuada, y alimentada por alcohol y por los tópicos de la vida
rural gallega. El Castizo es el único narrador en primera persona de la novela:
cuenta los hechos que se suponen y se van revelando graves a una autoridad
muda, que está representada por guiones sin diálogo, y cuyas preguntas sólo
podemos adivinar por los esforzados cambios de tema o ritmo del Castizo, quien
está detenido y ha sido torturado, y a quien esta autoridad interroga en busca
de la verdad. El Castizo se revela como un narrador completo y excelente, lleno
de maravillosos giros populares, y un ritmo trepidante.
El Castizo, el Milhombres y el Bocas en
adoración del orujo, en A Esmorga, de Ignacio VIlar. Lógicamente, los apodos no
son casuales.
La determinista aventura de los tres amigos comienza cuando
el Bocas y el Milhombres, que ya llevan una noche de parranda, reclutan a la
mañana al Castizo a la salida de su casa para unirse a ellos en vez de ir al
trabajo. El Castizo acepta porque la lluvia arrecia, es posible que no haya
trabajo en la obra a la que acude, y porque sus sabañones le están matando… En
su día de juerga los tres amigos pasan por la taberna rural, visitan la finca
del aristócrata de la zona, la iglesia, el burdel y una destilería rural de
orujo, dejando tras de sí un rastro de broncas, pequeños hurtos, un peligroso
incendio… para terminar metafóricamente en el vertedero de la ciudad. El
Castizo actúa como narrador y participante, pero también es espectador de la
malsana relación entre el Bocas y el Milhombres, en la que se juntan aprecio y
desprecio mutuos y homosexualidad reprimida.
En el relato se cuela obviamente la dura vida rural de la
Galicia de aquel tiempo, que Blanco-Amor consigue describir con la musicalidad
y fisicidad en el trabajado lenguaje oral, sufrido y dolido, del Castizo, a
partir del cual deja un sutil análisis de personajes sometidos a diferentes
poderes a los que la jornada de libertad de alcohol acaba por desquiciar. La
estrategia de usar la primera persona, retrasar la acción noventa años respecto
al momento en que fue escrita, y además eliminar la voz de la autoridad permite
distanciar la mirada del autor y presentar el libro como la vivencia de tres
desgraciados de no demasiadas buenas hechuras más que como una denuncia de las
represiones y las pobrezas que anulaban el alma humana también en la época en
que se publicó. En este equilibrio está posiblemente el mayor logro de esta
joya, que participa del realismo social y el miserabilismo rural de parte de la
literatura del franquismo, del que en efecto puede ser una cumbre olvidada y
muy reivindicable.
Eduardo Blanco-Amor (vía)