Y ¿qué leía? Quiero comunicar un estado de ánimo, y lo que uno lee es algo indisociable a cómo se siente. En las biografías se debería especificar siempre, rutinariamente, al margen, lo que los biografiados leían en cada momento’
En aquel momento, yo hice mis deberes y apunté que estaba leyendo la página 262 de mi volumen de Experiencia, de Martin Amis, en Chicago en febrero de 2002. Recuerdo bien aquel viaje, realizado apenas medio año después de los atentados del once de septiembre, por un país histérico aunque todavía no ideologizado en extremo. Desde aquel entonces esta idea me obsesiona: ¿acaso puedo conocerte si no sé qué estás leyendo, qué música estás escuchando, qué película has visto recientemente?
Dejo que la cita de Amis quede ahí, al margen, de las líneas del cuaderno; no es mi escritor contemporáneo favorito, pero Experiencia es un magnífico viaje por su vida, y
¿Se conoce a Amis Jr. sin ‘Campos de Londres’?
posiblemente la autobiografía más original que recuerdo. Amis es un tipo listo, el que mejor ha usado su propia experiencia personal y literaria en su literatura. Además de este libro, también usa recuerdos de su propia vida en Koba el Temible (La risa y los veinte millones). Amis no tiene reparos en indagar en su intimidad literaria tanto como en su intimidad personal y, así, utiliza sus cartas –enviadas y recibidas- para desarrollar y perfilar –y describir- el carácter de su protagonista principal (él mismo). Esto sería en la vida de cualquier escritor mortal un horror sin fin, pero su familia y amigos pertenecían a círculos literarios y artísticos, y quien no escribía buenas novelas (su padre Kingsley) era historiador (el amigo de la familia Robert Conquest) o poeta (Philip Larkin). Así todo resulta más aceptable intelectualmente, aunque no por eso Amis se priva de dar carnaza. Ligera, de alto nivel, casi inalcanzable: por ejemplo, el acné adolescente de Daniel Day Lewis por la afición del futuro ejemplo del capital Mr Plainview por los bollos de mantequilla.
Amis hace literatura de prestigio pero en realidad expone su vida y la de su gente como si fuera un reality filmado tan estupendamente que en vez de ser la vida rodada pareciera seguir incluso un buen guión. Y las bitácoras, blogs, y todas las redes sociales de la Web 2.0 certifican que nunca antes hemos entendido tan bien estas escritura y lectura. Que nos sirve para disfrutar, sea leyendo, sea conociendo, sea follando. Bueno, no todos lo entienden así, ahí está Javier Marías, eterno resignado de los males del progreso que bien merece haber nacido unamuniano en época equivocada.
Koba el Temible lleva más allá el estilo de Experiencia. En este caso, el punto de partida es una sensación personal explícita y específica: la izquierda intelectual europea y los muchos años que defendió las políticas de Stalin a pesar de tener los suficientes datos para conocer lo que se coció en la Unión Soviética durante los treinta años de estalinismo. Este ser comprensivo con tito Iosif que fue el mismo Martin y su grupo de jóvenes amigos progresistas abre los libros de Vassily Grossman, Alexander Solzhenitsin y tantos otros, y reescribe su experiencia desde el punto de vista del novelista horrorizado por su falta de actitud en el pasado. Frente a los cronistas del terror que lo vivieron en primera persona, o aquellos que le dieron estructura de ficción (como Levi o Kertesz en los campos de concentración nazis), Amis no puede apelar a un recuerdo personal previo más allá de la presión ejercida efectuada sobre su conciencia juvenil. Obviamente, las experiencias no son comparables, pero queda subrayado que la vergüenza del no reconocimiento de las víctimas durante décadas influyó las vidas de Amis y su círculo (su padre pasó por ejemplo de comunista juvenil a furibundo antisoviético en los setenta) y le ha supuesto quebraderos morales de cabeza. Curiosamente, esto sí nos resulta apasionante a los lectores/espectadores de hoy en día. Holocausto, Revolución Cultural, Gran Terror, Gulag… Ya sabemos que son indecentes y hemos tenido toda la oportunidad de informarnos y rechazarlos por el desprecio de vidas humanas y el resumen de terror que supusieron; además, estamos bombardeados de ficción y realidad sobre ellos. Pero que un glamouroso escritor inglés sienta vergüenza por no haber reconocido a tiempo que una de esas masacres era auténtica es más humano, más chic, más similar a nuestra propia vida narrable, esa que no juzga en profundidad, esa que desestima por cinismo o supervivencia lo que pasa tan lejos aunque todo nos indique que también es algo nuestro. Ya que, coño, también tenemos vidas planteables en dramas tan soportables, que podamos explicar en una conversación emotiva aunque banal. O, ya que los tiempos son impúdicos, en blogs…