30 de noviembre de 2022

Profetas hoy

 


Alguien se despierta a medianoche o Libro de los profetas, que parece que iba a ser su primer título, es un conjunto de relatos cortos escritos por Óscar Esquivias e ilustrados por Miguel Navia. Los relatos recogen historias o anécdotas del Antiguo Testamento y las desarrollan en clave contemporánea, con distintos grados de relación según los casos. Las ilustraciones, según dice la introducción, proceden en parte de trabajo anterior al libro (de modo que son anteriores a los relatos y en cierta forma es Esquivias el que pone palabras a imágenes ya existentes) y en otros se hicieron después. El libro no se resiente por ello, no es realmente posible distinguir con la lectura qué relato pertenece a qué momento, y las imágenes, que tienen algunas características comunes no sólo estéticas sino también narrativas entre todas ellas, tampoco lo permiten.

Fe ardiente

A pesar del carácter episódico de los relatos, existe una línea de continuidad en ellos, si bien los autores huyen de subrayados e incluso son algo evasivos en esto. El dibujo de Miguel Navia es onírico, incluso surrealista, y detalladísimo, incluso hiperrealista. El detalle llena en general el espacio, sin restringirse a páginas o viñetas, y engarzando en ocasiones con el texto en una maquetación precisa que forma parte del proceso creativo. Las ilustraciones repiten con cierta obsesión algunos símbolos intencionales, como los pájaros y los personajes portando la máscara veneciana de la peste, que es tentador intentar interpretar en las líneas de los textos, aunque las imágenes más impactantes y perdurables son, probablemente, los espacios urbanos, calles y edificios reconocibles de ciudades en tono sepia, algo apocalípticos, en planos picados.

El último detalle

No son obvias las metáforas que procedentes de la Biblia pueblan el contenido de los textos. La fascinación de Óscar Esquivias por la imaginería y la narrativa bíblica es bien conocida; basta seguirle en redes, o haber leído su trilogía que situaba el purgatorio en la ciudad de Burgos, al que se consigue acceder por su catedral en el verano de 1936... Esta “geolocalización” parece ser la idea cultural de partida: llevemos las emociones recogidas en el Antiguo Testamento a nuestras ciudades y personas de hoy. Estos profetas han sido trasladados a cierta mundanidad de ciudades inundada de situaciones comunes, bien en un Madrid o un Bilbao o un Burgos reflejos ilusorios de las pecaminosas ciudades bíblicas, bien en un perpetuo devenir pródigo -e inmigrante- por el continente europeo. Esquivias tiene un estilo limpio y un gusto metafórico irónico y en ocasiones lírico. Siempre tierno y comprensivo con sus personajes, mantiene la frescura de un narrador digamos rural confundido pero entregado a las urbes y su vida atareada, fascinante e incomprensible. El último texto del libro, desviado tan alegremente del antropocentrismo, recuerda a Delibes.

La visita

Alguien se despierta a medianoche es un libro muy bello, que recupera las narraciones ilustradas, que no es un cómic pero que a veces juega a esa narración visual, y cuyo principal problema ha sido su dimensión descomunal, que para el lector de cama como yo requiere de unos largos y fornidos brazos (con los que el profeta padre no tuvo a bien adornarme) para evitar su peligrosa caída sobre el cuerpo. ¡De su lectura se sale por ello literalmente más fuerte!


Miguel Navia y Óscar Esquivias (vía)

 


15 de noviembre de 2022

¿Qué hacer con Vargas Llosa?

 



El sueño del celta es una novela de Mario Vargas Llosa publicada alrededor del momento en que le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura: como puede verse en esta edición de bolsillo del libro, el nombre del autor es considerablemente más grande que el de la novela. Para un lector clásico de Vargas Llosa (los que consideran obras maestras varias de sus novelas de hace décadas) este libro constituye una sorpresa: es una novela sobre un personaje histórico homosexual, mantiene varias de las características estilísticas que han hecho de su autor un escritor reputado, es plenamente coherente con su desmitificadora obra anterior, mantiene un humanismo vibrante (que en el siglo XXI parece anacrónico), y es un buen retrato del colonialismo, y del progreso y la independencia política y económica de los pueblos. La sorpresa, claro, es que Mario Vargas Llosa haya realizado este esfuerzo impresionante de resultados más que convincentes en 2010, con 74 años, y tras sus mutaciones políticas, que ya analizaba tan bien Rafael Rojas en La polis literaria. De hecho, la pregunta arrogante que preside este texto me la he hecho con varios amigos degustadores clásicos de la obra excelsa que ha escrito Mario Vargas Llosa en los últimos sesenta años. Ver los titulares de sus opiniones políticas actuales, descubrir sus preferencias en las elecciones de diferentes países latinoamericanos, y preguntarse por qué dice estas cosas el autor de obras tan políticas como La guerra del fin del mundo o La fiesta del chivo viene a ser todo uno.

El sueño del celta probablemente no ayude a resolver esta cuestión. Cuenta la historia de Roger Casement, personaje real, irlandés protestante, que con 20 años se embarca en labores comerciales por África, colabora como colonizador entusiasta del Congo, pero siendo más tarde cónsul británico acaba investigando los abusos del gobierno de Leopoldo II en la explotación del caucho, y publica un informe polémico al respecto. Luego realiza algo similar en la caucherías del Amazonas alrededor de Iquitos. Y, tras todos sus reconocimientos por parte del gobierno británico, se alinea con la causa independentista de Irlanda frente a precisamente el gobierno con el que trabajó por décadas, para acabar preso y condenado a muerte tras el alzamiento de Semana Santa de 1916.

Cortar la mano era una práctica habitual cuando no se llegaba a la producción exigida de caucho (foto de la entrada en Wikipedia dedicada al genocidio congoleño)

Vargas Llosa opina (en el epílogo del libro) que la homosexualidad de Casement fue fundamental para su sentencia, ya que los diarios de Casement (que Vargas Llosa considera afectados de coprolalia) se publicaron cuando el gobierno británico decidía la ratificación de su condena, con la sospecha añadida de que su contenido pudiera haber sido exagerado o engrandecido. Vargas Llosa tarda en realidad en entrar en el tema: Casement no se casa ni sale con mujeres, pero hacen falta doscientas páginas para que el autor sea explícito al respecto. Al lector avezado en estas cuestiones la ausencia del pequeño detalle homosexual en una novela que más allá de la aventura describe la psique íntima del protagonista y sus motivaciones todo le suena a evitar el tabú, pero lo cierto es que Vargas Llosa juega bien con el interés, que es finalmente afrontado con un calado apropiado y visión de la pasión, la represión, y la frustración amorosa consecuentes con la época y personaje, que encuentra una libertad sexual inesperada lejos de la Europa mojigata del momento.

La novela se inicia con Casement en prisión y tiene tres partes principales, designadas lacónicamente: Congo, Amazonas, Irlanda. En cada una de las partes, el relato dedica un capítulo a Casement en la cárcel (sus visitas, sus recuerdos y la relaciones con el sheriff que le vigila) y el siguiente a la acción en cada lugar o país. Este estilo paralelo habitual en Vargas Llosa llega en el Amazonas a mezclar las dos tramas en un único capítulo, pero en lugar de atreverse con la inventiva de sus novelas más osadas (Conversación en la catedral puede ser el mejor ejemplo), los párrafos subrayan, algo decepcionantemente, quién y de qué y cuándo habla en cada caso. Vargas Llosa llegó a dominar tan bien este recurso y tenía tal seguridad (supongo que también sus editores) que era capaz de engarzar frases de hasta cuatro conversaciones distintas en un mismo párrafo, y se distinguía quién era cada cual. No ha llegado a tanto aquí, y en este punto cabe destacar cómo Vargas Llosa en El sueño del celta puede haberse quedado atrás no sólo frente a su propio estilo sino a tendencias más modernas: la novela sigue un canon documental, histórico y narrado omniscientemente, con buen pulso y oficio, pero tal vez algo déjà vu, también de su propia obra, frente a libros de Bruce Chatwin (El virrey de Ouidah), Patrick Deville (Ecuatoria), o el mismo Werner Herzog (La conquista de lo inútil), que retratan algunas circunstancias o lugares similares desde el diario, la participación del autor en la investigación, y sin prejuicios en utilizar una estructura menos rígida. Lo peculiar del caso es que sin duda Vargas Llosa es inspirador probable con su obra anterior de estas tendencias.

El sueño del celta sigue además la estela de Vargas Llosa en contra de los tópicos retratado en general por los éxitos habituales del boom latinoamericano. Si en La fiesta del chivo se trataba de dar carpetazo al subgénero del dictador latinoamericano como personaje casi amable e ineludible de la historia del continente debido a la ingobernabilidad de sus gentes y territorios, en El sueño del celta se deshace la fantasía de la selva indómita habitada por seres fantásticos y mutantes. No es así: la habitan negros e indios esclavizados por colonizadores explotadores y asesinos muy humanos y concretos que no vienen de extraños lugares ni se mueven por intereses mágicos. Vargas Llosa vuelve a ser crudo en la descripción de los horrores cometidos en la explotación del caucho, y la exuberancia de la selva no oculta misterios insondables sino miseria y terror.

El sentido humanista del libro es coherente con lecturas anteriores del autor. Los desheredados de La guerra del fin del mundo están aquí. También los avaros y ejercedores de poderes absolutos, torturadores y violentos de La fiesta del chivo. Tal vez en las guerras culturales actuales la explotación colonial del Congo y el Amazonas no son realmente temas polémicos: la crueldad y codicia aplicadas son tan vergonzantes que no puede existir polémica. En el episodio final de su vida, dedicado a la independencia de Irlanda, el protagonista la reivindica a la luz de su experiencia en países colonizados como el Congo, o explotados y regidos por una compañía como en el Amazonas de Iquitos, estableciendo paralelismos con la acción inglesa en Irlanda. La combinación histórica de la traición de Casement al gobierno de su majestad en plena Primera Guerra Mundial, la autonomía prometida que Londres nunca otorgaba, la devoción católica que lleva a buscar (y obtener) el martirio a los líderes del levantamiento de Semana Santa, y la decepción con el gobierno alemán (que no apoyó decididamente a los irlandeses atacando a la vez que sucedía el levantamiento), son elementos todos ellos de interés que Vargas Llosa emplea hasta llegar a un clímax esperable pero muy efectivo y emotivo.

Es difícil entender que un autor aún con estos intereses mantenga un discurso público como el que le conocemos, y que ha alejado, por la polarización del país, a muchos lectores de su obra clásica, aunque sean muchos los que le defienden a pesar del pasmo de que, por ejemplo, prefiera que gobierne Brasil un homófobo apologeta de la violación que no tendría problemas en vender las tierras de los indígenas a las nuevas caucherías del mundo moderno. Queda tal vez rendirse a historias tan bien llevadas, con un perfil de protagonista tan agudo y polifacético como el conseguido con Casement, su ambición de contar con profundidad grandes historias de lo humano con su peso de justicia, lamentar que ya no existe genio además del oficio, y seguir haciéndose cruces por la extraña naturaleza humana, sea irlandesa o peruana.

Mario Vargas Llosa en su foto actual en Wikipedia

 

 

 

 

 

1 de noviembre de 2022

Holocausto en España

 


El holocausto español es un libro de Paul Preston centrado en los muertos no militares debidos a la Guerra Civil española y a consecuencia de la misma y en los años posteriores. Se trata de la represión, los asesinatos sumarios, las violaciones, torturas, los juicios sin garantías y demás barbaridades y tropelías que los civiles y militares de ambos bandos cometieron contra aquellos y aquellas que quedaron ‘encerrados’ en una zona que no era la de su ideología, real o supuesta. Preston estudia las motivaciones en cada área de la guerra (el trabajo abarca todo el país, aunque Andalucía, Extremadura, Madrid, Aragón, Valencia y Cataluña son las partes más presentes), da cifras razonadas donde es posible, comenta estrategias, es inmensamente prolijo con los nombres y los hechos, y añade una inmensa bibliografía que sitúa el libro al borde de lo académico, como si le interesara recoger cada dato disponible, el nombre de cada ajusticiado conocido, el nombre del asesino directo o ideológico, y que ya quedaran registradas todas las fuentes en un volumen en principio de carácter divulgativo.

En este sentido, es un libro diferente a los dos de Preston anteriormente comentados aquí, La guerra civil española, y Palomas de guerra, que son más ajustados y resumidos. De hecho, La guerra civil española obvia mucho los detalles bélicos en favor de una historia general comprensible de causas, desarrollo y consecuencias de la Guerra Civil, mientras que Palomas de guerra sí bucea en detalles biográficos de cinco mujeres y su experiencia en o durante la guerra (un libro magnífico, por otro lado). Ambos muestran una pericia literaria que en El holocausto español se entrevé, pero que está arrastrada por esa necesidad documental sin fin que mencionaba, que en este caso supone por momentos un compendio de actos siniestros de una inquina feroz, cuyo odio de partida explica Preston en el capítulo introductorio, que recoge la polarización política, las políticas del primer bienio de la Segunda República que la derecha interpretó como amenazas inaceptables, la resolución de la Revolución de Asturias, y la espiral de pistolerización de la vida social y política. Después, el libro describe el horror desatado por Queipo de Llano en el sur, por Mola en el norte, las checas de Madrid, la revolución de Cataluña y sus consecuencias, las columnas de anarquistas en Valencia y Aragón… El delirio es inabarcable, el ‘anecdotario’ brutal y epatante, y la desazón inmensa.

A Preston le interesa muy acertadamente recuperar las historias y los nombres de héroes y heroínas que lucharon contra la espiral de violencia creada, y protegieron a personas perseguidas, algo que sucedió en los dos bandos, si bien en el bando republicano se resolvió con el ajusticiamiento de ese héroe una vez terminada la guerra muchas veces con la connivencia de las personas a las que protegió durante la guerra. Hay algunos ejemplos de políticos: Companys probablemente el mejor de ellos, impidiendo que muchos sacerdotes fueran ejecutados o que en la Generalitat se implantara un gobierno revolucionario.

Lluís Companys dedicó este discurso aparentemente candoroso a Buenaventura Durruti el 20 de julio de 1936 en Barcelona. Logró conservar el gobierno y servir de contrapeso a la CNT y las FAI

Pero Preston habla de muchos alcaldes anónimos, y personas que arriesgaron (y perdieron) sus vidas por un deber moral. Pongamos un ejemplo particular en el bando rebelde: el cura Huidobro, un señor que durante la República estudiaba teología en el extranjero y que llegó a ser alumno de Heidegger. La República por supuesto le parecía diabólica, y penaba por estar con los rebeldes en el frente. Volvió a España, le dieron un puesto en las columnas de Yagüe camino de Madrid en otoño del 36. Aunque escribió algunos textos sobre las ‘formas cristianas y elegantes’ de matar de los franquistas, no tardó mucho en empezar a criticarlas: que si las barbaridades les ponían al nivel que no debían, que si matar a quien no tiene nada que ver no lo justifica guerra alguna... Acabó escribiendo cartas al respecto a Yagüe y a Franco. Yagüe no le respondió. Franco le hizo llegar el mensaje de que estaba escandalizado y que eso se tenía que acabar y le agradecía su labor, que por lo visto era generosa con los legionarios en el frente, aunque al entrar en sus labores le advirtieron de que no intentara cambiar el carácter de los ‘moros’ que combatían con los franquistas. No sólo escribía cartas a los mandamases, también criticaba moralmente a la tropa que cometía tropelías, lo cual era el pan de cada día, en un ejercicio cuya valentía reconoce Preston. Pero… en abril del 37 murió por la metralla de un obús que le cayó cerca. Pasada la guerra enseguida pidieron su beatificación, y el Vaticano inició su acostumbrado protocolo minucioso de investigación. Se descubrió que murió en realidad de un tiro por la espalda, dado por un legionario que probablemente acababa de discutir con él, y el proceso de beatificación quedó archivado. La web del arzobispado castrense mantiene aún la versión del obús y la santidad. Preston incluye 126 páginas de notas bibliográficas en el libro, y para este caso menciona a Hilari Raguer i Suñer en La pólvora y el incienso. La Iglesia y la guerra civil española (Península, 2001) y a Carlos Iniesta Cano en Memorias y recuerdos (Planeta, 1984). Este ejemplo de arrepentimiento no fue la norma; de hecho, fue más habitual el cura protegido por fuerzas republicanas que luego se convirtió en delator. Una coda final del libro recoge consecuencias psicológicas entre los perpetradores de los asesinatos.

Este libro afronta una cuestión básica del pasado español que debido a las escasas políticas de memoria no se ha encarado sino de manera tangencial en la política española (algo que puede cambiar con los recientes actos al amparo de la nueva Ley de Memoria Democrática). Preston no toma partido frente al horror perpetrado. De hecho, es por ejemplo bien claro frente a las evidencias históricas de la responsabilidad del PCE y de Santiago Carrillo en las sacas y ajusticiamientos de noviembre del 36 en Paracuellos, probablemente el acontecimiento más recordado por la derecha española para sacudirse las culpas propias. Pero el caso es que los hechos y cifras cantan:

Mapa de la represión franquista y republicana

En un apéndice gráfico de fríos números y diagramas de barras pueden observarse las víctimas de la represión de cada bando, que ya son significativas en términos absolutos. La actitud general del poder de cada bando frente a la violencia en sus retaguardias es además documentadamente muy diferente. El bando rebelde fomentaba la aniquilación del bando contrario pidiendo el ajusticiamiento de todo izquierdista detectable en cualquier parte conquistada de territorio, aunque no tuviera relación alguna con la guerra, y esta política continuó durante toda la guerra. Fue especialmente cruel, de manera paradójica, en las zonas que se declararon rebeldes y como estrategia de campo quemado suponía un mensaje continuado de terror a los pueblos y zonas que seguían siendo republicanas.

En el bando republicano, sin embargo, los diferentes gobiernos españoles y catalanes más bien lucharon contra la violencia desatada especialmente por columnas anarquistas de la CNT y las FAI, que se ejerció contra sacerdotes y derechistas de manera incontrolada durante 6 a 9 meses, y que supuso un desgobierno relevante que debilitó la defensa bélica del bando republicano. Esta violencia dejó de existir y fue controlada casi totalmente al cabo de un año, no sin consecuencias paralelas como los Hechos de mayo del 37, el conflicto entre anarquistas y comunistas que supuso además el asesinato y desaparición de Andreu Nin. Hay particularidades, claro: el País Vasco es una: el papel de la Iglesia en los dos bandos debido al ultracatolicismo del PNV atemperó la represión, pero hubo fusilamientos de sacerdotes realizados por los franquistas, por ejemplo. Pero Preston documenta y atestigua la labor de Companys, Irujo o Negrín, entre otros, en desacreditar esta violencia (apartando también del poder a quien en el propio bando republicano la ejerció desde arriba), frente al pavoneo de Queipo, Yagüe o Mola, o la propia crueldad de Franco incluso cuando tras el golpe de Casado en marzo de 1939 el régimen republicano se desmoronó definitivamente. Añádase a esto la venganza posterior con los exiliados que fueron perseguidos y entregados por la Alemania nazi que había ya invadido Francia en 1940.

Hay un pulso narrativo continuado en El holocausto español, pero está lastrado por el carácter prolijo del texto y su vocación completista. No es un libro disfrutable dado su contenido repleto de vilezas que además suceden en los espacios comunes de nuestro país, aunque entre tanto episodio cruento hay rarezas subrayables. Es, espo sí, una fuente inmensa de datos e información, y el resultado de un esfuerzo impagable por parte de este hispanista enciclopédico e impagable que es Paul Preston.

Paul Preston en su foto en Wikipedia