Desde mi infancia no había caído en mis manos un texto de
Dickens, y, por lo que recuerdo, nunca fue una versión completa como esta Historia de dos ciudades, que con
demasiada valentía me he atrevido a leer en inglés, engañado seguramente por la
musicalidad de su archifamoso primer párrafo:
It was the best of times, it was the worst of times, it was the age of wisdom, it was the age of foolishness, it was the epoch of belief, it was the epoch of incredulity, it was the season of Light, it was the season of Darkness, it was the spring of hope, it was the winter of despair, we had everything before us, we had nothing before us…
El maravilloso juego de dicotomías, paralelismos y
contraposiciones binarias de la novela comienza desde luego en el título, sigue
en este párrafo que describe las maravillas y los temores de la Ilustración y
su hija la Revolución, y se expande con sutileza en toda la novela, donde hay
doppelgangers, un principio y un final metafóricamente similares, y una sutil
comparación de tipos y lugares (incluso aventuraría una curiosa visión
preeuropeísta). Dickens no es aquí, al menos predominantemente, el autor que
denuncia las condiciones infames de la dura vida de las clases bajas en la
Inglaterra del XIX, sino que viaja al siglo XVIII, desde los preludios de la
Revolución Francesa hasta la época del Terror, para describir una historia
familiar con ribetes de folletín, en el que los abusos de la aristocracia
francesa contra el pueblo constituyen el espejo de sus disquisiciones morales. Dickens
viste a sus personajes con equipajes como la ternura, el humanismo, y la
ironía, aunque su arquetipo psicológico sea un tanto unívoco para nuestros
gustos actuales, a la vez que describe una lucha de clases
incipiente, cuando esta eclosionó y abrió el campo de batalla del siglo XIX. La novela no es ni diez años anterior a El Capital.
Dirigida por Jack Conway en 1935
Historia de dos
ciudades es además una de estas novelas decimonónicas publicada por
capítulos en una revista, que los lectores consumían compulsivamente, y por
ello precursoras de formas narrativas modernas. No es un texto largo, pero sí
goza de un avance en progresión hacia un clímax irresistible, donde existen
sacrificios personales, revelación de secretos, y un progreso dinámico que
avanza entre las buenas voluntades y los intereses mezquinos, entre la bondad
generosa y la maldad enquistada, entre el odio y el amor, que, muy sabiamente,
en la novela no entienden de clases aunque Dickens no sea un ingenuo; está
inventando la novela social lúcida. El avance de la novela oscila entre las dos ciudades: cuando la acción está en una, se escucha el rumor que
llama a la otra y viceversa. Ese amor y ese odio no significan necesariamente
Londres y París, pero me pregunto qué entendieron, en su día, los lectores.
Aunque Inglaterra ya había tenido su revolución y decapitado a su rey.
Charles Dickens (vía)