¡Qué solo me ha dejado el final abrupto del Diario de un cazador, la siguiente novela de Miguel Delibes con la que continúo la tarea de completar su obra principal tras su muerte hace unos meses!
No es del todo sencillo acostumbrarse al devenir y a las palabras de Lorenzo, el modesto bedel de instituto que escribe un diario en que además de hablar de su trabajo, de los avances con la chica que le gusta, o de su familia y amigos y sus vicisitudes, relata con esmero y cariño de apasionado su afición por la caza. No es fácil por mi parte porque ni aprecio la caza como actividad ni niego que por ello psicológicamente haya negado la posibilidad de leer este libro durante años, aunque supiera bien que 1955 no es 1995, por ejemplo en ninguna parte del mundo. Pero el libro, en mi opinión y para subrayar mi esperable error, no debe leerse dogmáticamente como si fuera una apología de la actividad cinegética, puesto que no lo es. Para las reseñas, la caza es el sueño e ilusión de liberación de un hombre nacido en un entorno y momento opresivos, que se traducen en problemas continuos en sus relaciones laborales, familiares y sentimentales. Pero yo discrepo, la caza no deja de ser otra lucha (pero no contra los animales), pues Lorenzo no entiende esta afición del mismo modo que varios de sus amigos cazadores, lo que en ocasiones supera el enfrentamiento dialéctico, y llega a conflictos morales con consecuencias. Lorenzo es un hombre sencillo y sin formación que se busca la vida y racionaliza con justicia los conflictos a su alrededor, siempre en la medida que las estrecheces se lo permiten. Si trasciende, y con él lo hace Delibes, es por no caer en tremendismo o desesperación, siendo la caza, sus preparativos, lugares, avatares, estilos y periodos los motivos de superación a los que el envolvente lenguaje acaba también por incorporar al lector.
Como es frecuente en Delibes, la grandeza de adoptar el idioma ‘ajeno’ (en este caso el de un hombre común que escribe para sí mismo, al que su trabajo permite apreciar el valor de expresarse lo mejor posible), se combina con un lenguaje que en parte hemos olvidado y cuya sencilla sonoridad me emociona como reflejo no ya de un idioma rico y ‘antiguo’, sino como de una vida con aspectos por otro lado superados (¡y menos mal!). El diario me trae palabras de infancia y juventud, las que mi padre, castellano viejo, solía decir antes mucho más que ahora. Párrafos fascinantes como el que cierra esta entrada lo corroboran. Y demuestran cómo Delibes mira de frente a su personaje y le trata de igual a igual. Aunque, en efecto, el lector actual pueda encontrar una barrera en este lenguaje de otra sociedad y época, por mucho que seamos sus hijos, además de los obviamente presentes términos de caza, a veces técnicos, a veces recuerdo de otros tiempos.
No leer este Diario de un cazador también me frenó la lectura de los dos siguientes, el Diario de un emigrante y el Diario de un jubilado, que serán los siguientes libros de Delibes que ahora sí lea. De este modo me reintegraré a la vida de Lorenzo, que me ha echado de ella en un momento de pudorosa superación que reúne, en magnífica elipsis, varios años –creo- de vida.
Cuando se largaron me despaché a mi gusto con Aquilino. No tengo pepita en la lengua y por primera providencia le dije que me había empatado, ya que me prometió que la Jabalí [*] sería mía por cuatro cuartos. Él me preguntó por el dinero que llevaba y le dije lealmente que quinientas. El cipote se echó a reir y me salió con que qué quería hacer con esa miseria. ¡No te giba! Ya le dije que no lo echase a barato, porque me había hecho la santísima. Él se atocinó y se puso a voces, que lo que no podía hacer era colocar un guardia a la puerta, y que yo había visto lo mismo que él, que el individuo ese vino por ella por derecho. Le dije lealmente que en ese plan no podíamos entendernos. El tío cambió de tono y me salió con que si no me iba esquinado con él y que cómo estaba la madre. Labia no le falta al marrajo, pero lo cierto es que me ha hecho la tana. Mejor le pintaría si no se le fuera toda la fuerza por la boca. En vista del éxito me haré un traje con los cuartos de la Jabalí.
[*] nombre de una escopeta a subasta