29 de marzo de 2013

Sólo Feynman



Amigos de los que me quedan en la ciencia me regalaron este cómic que narra la vida de Richard Feynman, un físico teórico ganador del Premio Nobel de Física en 1965 y que, para mi vergüenza, no conocía. Digo mi vergüenza porque después me he ido enterando de que se trata de un hombre casi venerado en l sector, no sólo por sus estudios reveladores en Electrodinámica Cuántica, sino por su capacidad educativa y divulgativa, que dio lugar a exitosas giras de conferencias y diferentes publicaciones de las mismas, además de ser uno de los más jóvenes jefes de equipo del laboratorio de Los Álamos que desarrolló la bomba atómica en los años 40, o de participar en la mediática investigación de las causas del accidente de Challenger en 1986. Su vida está llena de múltiples anécdotas más, arrastrada por una gran curiosidad y su capacidad de visión diferenciada de cualquier situación bajo estudio.

Richard Feynman (vía)

Feynman es un cómic biográfico que alcanza cotas hagiográficas de pura admiración que destila el guión, que dulcifica los puntos oscuros del personaje, convierte de continuo cierta arrogancia en humildad, pero que tampoco rehúye las explicaciones científicas del trabajo del biografiado. Para ello escoge una estructura algo cáotica, de pequeños capítulos de 2 ó 3 hojas por término medio, que pueden transcurrir en diferentes décadas (dentro del mismo capítulo), aunque existe una línea general que parte de su infancia y juventud (al principio) hasta su muerte. La opción del salto en el tiempo quiere reflejar que este es una dimensión en que las partículas estudiadas por Feynman pueden moverse libremente. Los capítulos además no vienen divididos en páginas, sino que pueden empezar en cualquier momento, incluso en medio de una viñeta. La idea es brillante, incluso desde el punto de vista de teoría del cómic pero también agotadora, y deja un poso algo deslavazado.


Feynman, el personaje, no me ha agradado en exceso. Tal vez la unanimidad de autores y personajes (incluido el propio Feynman, que es el narrador del libro) hacia él sea tan excesiva que convierte su brillantez en pesadez, por no decir solipsismo y falsa modestia. Hay un momento de lectura avanzada la primera parte del cómic en que se produce algo de confusión añadida por causa del dibujo poco definido que no distingue entre varios de los científicos protagonistas (algunos muy reputados y conocidos) que comparecen en varias coyunturas que resultan anodinas por falta de concreción dramática y de integración en la narración. Son situaciones yuxtapuestas que merecían un mejor acabado general y un mejor aprovechamiento dramático. El pulso mejora, brevemente, en la presentación de algunas conferencias (casi) completas de Feynman al final del libro. Pero da la sensación de que si hay algún mérito en ello es de Feynman y no de los autores del cómic.

Jim Ottaviani (en la foto vía) es el guonista del cómic. El dibujo es obra de Leland Myrick y el color de Hilary Sycamore


18 de marzo de 2013

Paisaje después de la batalla


(reseña previamente publicada en la Revista Cultural Factor Crítico


Oficialmente, la Segunda Guerra Mundial (IIGM) empieza en 1939 y termina en 1945. La tesis principal de este libro es que la capitulación nazi del mes de mayo de 1945 fue un capítulo esencial de un conflicto que permaneció en Europa con gran intensidad al menos cinco años más. El autor señala que hay lugares en los que, hasta que no se recuperó la independencia en la década de los noventa, no consideran que el conflicto histórico del que la IIGM fue el episodio más violento estuviera terminado. Los países bálticos son un ejemplo.
Keith Lowe es un joven historiador británico que, heredero de una larga tradición, siente pasión por la historia europea de la primera mitad del siglo XX. Su esfuerzo en Continente Salvaje. Europa después de la Segunda Guerra Mundial es encomiable: resumir en 400 páginas el paisaje europeo tras el final de la IIGM, un periodo en que los consensos históricos se reducen cuando se comparan con los lugares comunes de la lucha contra los nazis, pero en el que el continente devastado repitió en varios lugares pautas de actuación política y comportamiento social que definieron de manera decisiva la historia de los países implicados durante las siguientes décadas, con más influencia incluso que los mismísimos años de la guerra en sí.

Berlín, 1945. La destrucción física era sólo la destrucción más visible (vía

El libro se estructura en cuatro partes (cuyos títulos ya asustan: El legado de la guerra, Venganza, Limpieza étnica, y Guerra Civil), y, personalmente, me han gustado más las dos primeras, porque la mirada del autor se centra más claramente en el drama colectivo, general y comparable de la situación del continente tras la guerra, que es posiblemente el mayor valor del libro (mostrar cómo incluso en la barbarie todos los países de Europa se parecen). La tercera y cuarta partes, aunque no pierden de vista al conjunto del continente, resumen los casos particulares. Para un lego en la materia lo consiguen de manera impecable en lo narrativo y en lo objetivo de la visión ética: si comparamos el trato diferente que da el autor a los comunistas en Grecia o Rumanía encontramos un ejemplo, pero salir airoso de la limpieza étnica entre polacos y ucranianos manejando el orden y el tiempo en que se describen las matanzas étnicas entre ambos pueblos tras el fin de la guerra es una jugada literaria de nivel. Sin embargo, en ocasiones da la sensación de que cada uno de esos episodios necesita de un libro en sí mismo, entre los cuales el caso yugoslavo es el más relevante. Muchos libros que sin duda están en mente de Lowe (hace cinco años ya publicó un libro sobre los bombardeos de Hamburgo), que se ve obligado a resumir con el objeto de lograr con éxito llegar al público.

Para este libro llegar al público es esencial. Esos años olvidados, aunque lo fueron con un objetivo tan encomiable como manipulador, son clarificadores en la búsqueda de claves históricas. Por supuesto, el caudal de información es enorme, pero se canaliza con sentido narrativo, los mapas son suficientes y claros, y las numerosas referencias bibliográficas no molestan. Sortea las guerras de cifras, sabe combinar testimonio personal con político ala manera de Antony Beevor (aunque sin el prurito dramático de éste, más centrado en lo bélico), y se aprenden hechos espeluznantes. Un acierto sobre todo al principio del libro es el continuado cambio de escenario: de Grecia (hambruna y guerra civil) a Noruega (persecución de los hijos de alemanes), de Saló (triple guerra en el norte de Italia) a Bucarest (desmantelamiento de una democracia por el estalinismo), de Vichy (ajustes de cuentas a las mujeres francesas que mantuvieron relaciones con los invasores) a Vilnius (guerrilla que combatió al Ejército Rojo hasta los años cincuenta), de Varsovia (cuatro limpiezas étnicas tras la guerra hasta dejar un país étnicamente puro como quería Hitler) a Zagreb (sucesivos ajustes de cuentas entre ustachas, chetniks y partisanos), y, por supuesto, Alemania y sus múltiples tipos de prisioneros, desplazados, refugiados y venganzas… En todos estos escenarios el autor imprime un personal carácter constructivo en su búsqueda del entendimiento del horror tras el horror. Esa sería la única ideología del libro, y el objetivo de su uso de la verdad.
Guárdense pues, amigos, del final de las batallas. La lección es que en la IIGM, las balas perdidas del mayor espanto conocido y documentado por la humanidad mataron más que muchas guerras. Yo no creo que olvide varios de los episodios de este libro hipnótico en mucho tiempo.

Keith Lowe también es novelista (vía)






8 de marzo de 2013

Enterrar a los muertos




Llego a esta novela por caminos cinematográficos y literarios. Por un lado, su escritor es Jonathan Safran Foer, el autor de Everything is Illuminated, su primera novela y una película de interés que dirigió Liev Schrieber . Por otro, Extremely Loud & Incredibly Close conoció su propia adaptación cinematográfica de la mano de Stephen Daldry, el especialista en adaptar literatura-de-prestigio del que hablé al comentar El lector. EL&IC, como película, no me gustó, y el libro, aunque mejor llevado, me ha parecido fallido.


EL&IC es una de las novelas de duelo por el 11S que la narrativa norteamericana ha ido publicando en la década larga desde el atentado que inicia la historia del siglo XXI. En ella Oskar Schell es un niño de 9 años solitario e impopular, pero imaginativo e hiperactivo, que encuentra entre los recuerdos de su padre (muerto dos años atrás en el World Trade Center) un sobre con la palabra Black y una llave dentro. Decide buscar al propietario de la llave intentando con ello suplir la ausencia de su progenitor y buscar el rostro de un padre que no volverá. Su aventura (buscar entre todos los apellidos Black de Nueva York) es el principal puntal de la narración, que se completa con dos ejes más: las cartas que el abuelo de Oskar –quien abandonó a su mujer cuando estaba embarazada- escribió y no envió durante 40 años a su hijo ahora muerto, y el diario que la abuela de Oskar escribe en forma de mensajes precisamente a Oskar intentando aliviar su propio dolor.

Richard Drew es el autor de esta foto icónica del 11S (vía)

Creo que sacar adelante un cóctel familiar y sentimental así requiere de una potencia que JSF aún no tiene, o al menos no ha encontrado en esta obra. Considero un error potenciar la historia de la familia de los padres del padre de Oskar, porque se alimenta de un recuerdo dramático propio (el bombardeo de Dresde en la II Guerra Mundial que ambos sufrieron), cuya sombra sobre el 11S es, si se piensa en profundidad, cuando menos discutible más allá de la simplicidad narrativamente obvia, en una obra de estas intenciones, de la barbarie humana.


Aún así, la novela tiene grandes momentos de escritor lúcido. Dibuja bien al niño, bajo cuya capa de optimismo biempensante y sentimiento de pérdida mainstream se oculta un pequeño loco inaguantable y al borde de la esquizofrenia, y al que le conviene agotarse haciendo millas buscando al señor Black correcto (y espero no equivocarme en esta apreciación: si JSF no pretendía dibujar así al niño entonces el libro ya sería un pestiño terrible). La imaginación de Oskar puede ser malévola: su observación sobre el hecho de que en el planeta existen actualmente más vivos que todos los habitantes del mismo en toda la historia de la humanidad acaba con la conclusión de que no existirían calaveras suficientes para que todos pudiéramos interpretar a Hamlet y llorar por nuestro pobre Yorick. O su innovadora propuesta de una limusina lo suficientemente larga que le permitiera entrar en ella desde el portal de su casa y salir por la puerta delantera delante del cementerio donde van a enterrar el ataúd vacío sin el cadáver de su padre.

Sólo Hamlet recuerda la cara de Yorick (vía)

Posiblemente a JSF le falta la maestría de un Auster, quien se deja arrastrar decididamente por la negrura para evitar que su propio sentimentalismo se escarche como un postre de Navidad, o de un Rchard Ford o Jonathan Franzen, que gozan de mayor penetración psicológica y son más sutiles al desenvolver la relación entre el drama de la pérdida y la farsa necesaria e inevitable de la familia. La planificación mecánica de EL&IC lleva a una estructura tramposa que impide aflorar el posible talento del autor más allá de sus imágenes cautivadoras...

The new, overhanging roof protected the books from rain, but during the winter the pages would freeze together, come spring, they let out a sigh

Jonathan Safran Foer y bufanda (vía)