25 de julio de 2022

La República y la cultura




Este es el tercer libro editado por la
Fundación Pablo Iglesias que leo, tras El feminismo en España, que he sabido luego que tuvo cierto carácter pionero, y El franquismo y la apropiación del pasado, que tanto me gustó y encontré magníficamente estructurado, algo que no es fácil en estos libros de artículos o de Congreso.

La Política cultural de la Segunda República Española, además del título de este volumen, no deja de ser un mito fundacional con el que, sobre todo las izquierdas, reconocen y alimentan el recuerdo sentimental de la República. Los diferentes autores de los capítulos del libro, no obstante, se alejan de esa visión romántica y describen hechos y valoran resultados, dedicando cada capítulo a una disciplina o aspecto de la cultura o las artes que la Segunda República Española decidió afrontar o trabajar de manera decididamente distinta al régimen anterior, tanto la Restauración como la Dictadura de Primo de Rivera. Tan distinta que en muchos casos sucedió por primera vez.


Por resumir de manera general, es obvio que la República (especialmente su primer bienio, con Azaña de primer ministro), creía en el poder transformador de la cultura, incluyendo en el término la ciencia y el llamado naturalismo, por cierto, pero su intento de aplicación tuvo enormes dificultades y enemigos. Por un lado, el salto enorme entre las expectativas de una élite cultural de primer orden y la realidad de un pueblo en la práctica analfabeto, y por otro, la percepción que desde un primer momento tuvieron las derechas y la Iglesia de que la educación universal y el acceso a las artes por parte del pueblo era un ataque a sus convicciones y tradiciones, y un peligro para su futuro, lo cual trascendió el ámbito cultural, educativo y científico, y se reflejó en el político. Con todo, la transformación en tres años, y el entusiasmo con que se ejerció, fue radical, si bien en cada campo alcanzó diferentes grados, con una dependencia importante de las figuras responsables de cada departamento y de sus perfiles políticos y profesionales, puesto que el compromiso de los mismos también varió ampliamente.

Fernando de los Ríos, Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes de 1931 a 1933 (foto de la Agencia Meurisse)

Gran parte de las reformas y avances se vieron frustrados con el gobierno del bienio negro, que en general actuó por inacción entre 1933 y 1936, cercenando en la práctica una buena cantidad de proyectos, que fue en general imposible retomar y reflotar después de febrero de 1936. Los tres años restantes de República no fueron lógicamente activos en el tema, excepto actividades -también relevantes- de conservación del patrimonio artístico, especialmente en Madrid.

El libro es lógicamente interesante por recuperación de figuras: del evidente García Lorca al inesperado Ramón y Cajal, del omnipresente Fernando de los Ríos a los intelectuales como Ortega y Unamuno, bailarinas como la Argentina y la Argentinita, actores y actrices, músicos, directores de teatro, etc. Y contiene un anecdotario impresionante: la situación de las librerías en España, la presencia de falangistas en La Barraca, el crucero universitario de 1933… Pero salvo algunos capítulos particulares está algo falto de análisis profundo y con frecuencia parece sin más una crónica de acontecimientos algo desapasionada o inconexa con el entorno o el contexto. No es que este falte, tanto la cronología como el capítulo inicial (un resumen del marco político) sirven bien para contextualizar, pero diría que algunos autores no estudian nexos o razones potencialmente más penetrantes, sin descartar que esto puede producirse por falta de espacio (impresión que da por ejemplo el capítulo dedicado a los pensadores, que de por sí podría haber requerido un volumen propio). Entre los más trabajados, no obstante, destacan el dedicado a las ciencias, a la política de libros y a la educación.

Pero el libro es un resumen más que útil para un primer vistazo al tema y un acceso a fuentes bibliográficas que deberían ayudar al interesado en un mayor estudio.

 

 

15 de julio de 2022

La verdad que obra en la secuencia



La secuencia gráfica es la continuación de Narrativas gráficas, y ambos son extractos con reelaboración y algunos elementos nuevos de la tesis doctoral de Roberto Bartual, que ya ha cumplido más de diez años. La secuencia gráfica entra en el núcleo principal del análisis del cómic que estudiaba la tesis, lo que viene a ser definir la secuencia, sus diferentes estilos y tipos a lo largo de la historia de las narraciones pictográficas, cuáles son las formas de clausura entre viñetas en una secuencia, etc…

Peanuts, Charlie Schulz

Bueno, pues el trabajo analítico realizado es estupendo, profundo, trepidante, esclarecedor. La profundidad empleada al analizar las posibilidades lingüísticas del cómic y establecer las características y potencialidades del mismo como arte propio tienen una claridad meridiana, y resultan muy disfrutables. El autor además va acompañando al lector en un viaje que va ganando complejidad, y en el que es fundamental la centralidad cultural y filosófica que el problema del lenguaje tiene en el pensamiento occidental desde el siglo XX (básicamente resumible en su paradoja principal en si nos comunicamos con un mecanismo determinista previamente establecido social y culturalmente -el lenguaje que compartimos con todos- o si éste es un campo abierto que permite el pensamiento individual verdaderamente libre). Así, partiendo de las definiciones de clásicos analistas del cómic (McCloud y Eisner, siempre) y de análisis semióticos y lógicos, utilizando ejemplos sencillos tanto de cómics populares como de otros menos conocidos, Bartual explica los tipos de clausura entre viñetas (espacial, causal, temporal y metafórica), los tipos de secuencia (relato, mimética, descriptiva y metafórica), explica los conectores lógicos (las relaciones lingüísticas a fin de cuentas) entre viñetas en cada caso, desgrana la organización del espacio en relación a la narración dramática en viñetas y páginas, y resulta muy brillante en el análisis del fuera de campo en el arte secuencial del cómic (vs. el estático de la pintura) en relación a la mantenida entre cine y fotografía, con respecto al carácter centrífugo o centrípeto de la representación en cada caso.

Historia de Tokyo, Chris Ware

Este apartado es específicamente apasionante, pues recuerda a -en parte tropieza con- el trabajo de Víctor I. Stoichita sobre la invención del cuadro en la tradición pictórica occidental, y además apela indirectamente a la tecnología -en el caso del cómic esto es incluso más que en las demás el soporte, sus costes y sus consecuencias- como definitoria de las artes (la techne de los griegos). También es apasionante la identificación de signos visuales en el cómic basados en la teoría de signos de Peirce, iconos, símbolos e índices que sirven para establecer la causalidad en los diferentes tipos de secuencia, de modo que el lector es capaz, caso de conocer el lenguaje, de realizar la lectura y entender el cómic.

Terry y los piratas, Milton Caniff

A estas alturas puede entreverse lo arriba comentado: el análisis aumenta progresivamente en complejidad. La coda final del libro remata esta impresión, cuando Bartual se encamina a explicar el uso de una cuarta dimensión, el tiempo, que el cómic puede integrar de manera particular ya que su lectura no es necesariamente secuencial en continuidad, y se relaciona también con un espacio que puede ser multitemporal, además de disponer del mecanismo psicológico del apoyo de la viñeta en un espacio contenedor mayor (la página, tercera dimensión). Bartual se basa en esta ocasión en los experimentos dimensionales de Planilandia y Jerusalén, las novelas de Edward Abbott y Alan Moore (quien ya experimentó esta tetradimensionalidad gracias a Watchmen y su Dr. Manhattan, capaz de ver y vivir presente y futuro), pero intuye la abstracción lógica-matemática de la n-dimensionalidad, y echa lazos a Ludwig Wittgenstein (uno estaría tentado de decir que es mejor no dibujar aquello de lo que no se puede hablar) entreviendo que en realidad el cómic es un arte no ya autónomo, sino pluripotencial, en el que existe un campo innovador de una capacidad narrativa, descriptiva y documental tal vez desconocida, y que, en cierto modo, supera a las demás expresiones artísticas, conceptualizables como meras proyecciones, casi sombras platónicas, de su propia superdimensión. En esto de momento el autor no se atreve a entrar (yo sólo doy ideas…), pero convencimientos así parecen la base de la pasión por el arte del cómic que tiene y que comunica en su podcast Pictopía y en su cuenta de Twitter.

La secuencia gráfica tiene una bibliografía amplia y multidisciplinar, y probablemente tenga aún un volumen más de continuación en el futuro. Es en todo caso un libro utilísimo para saber leer un cómic, pero también para entender cómo entendemos, en general, el lenguaje y el arte visual del cómic, en el que opera la verdad de la obra de arte.


 

 

 

 

 

2 de julio de 2022

Orgullo poll4viej4



En la lectura de Crónica de un devenir, de Alberto Mira, he usado mucho el lápiz, y en su reseña usaré mucho la primera persona; esto es obligado, pues se trata de un libro experiencial (no autobiográfico, aunque varias experiencias de vida del autor están presentes) escrito por un homosexual español nacido en 1965, es decir, tres años antes que yo. Esperablemente, me veo retratado de continuo, hasta el punto de que ese lápiz delator ha escrito seis veces ‘¡SÍ!’ en los márgenes del libro:

Primer ¡SÍ!

Muchos homosexuales, al menos en España, hemos tenido, por ejemplo, una relación distante o incluso hostil hacia el fútbol. El fútbol no es sólo “un deporte”: es también, quizá sobre todo, una manera de socializar a los niños a través de mitologías. La mística del fútbol es una mística de la masculinidad, de rasgos que nos desafían a ser más hombres, y la socialización del gusto por el fútbol refuerza relaciones homosociales

Reconozco que recoger estos ‘¡SÍ!’ es como poner ‘likes’, pero espero que me lo perdone… En su introducción, Mira delimita de manera clara el objeto y método de su estudio. Crónica de un devenir parte de lo experiencial, trabaja lo histórico, y lo enmarca en el estudio o poder del lenguaje y sus términos. Se centra en hombres homosexuales, con un enfoque culturalista y no político, y evitando debates sobre las realidades trans. El objeto del libro es la evolución de la experiencia homosexual en las últimas seis décadas desde tres coordenadas: la sexualidad, la identidad, y la comunidad.

Segundo ¡SÍ!

Obsesionado por las listas, mantuve el radar activo en busca de otros como yo, hábito que todavía perdura pasada toda su funcionalidad real. Y fui acumulando nombres. Platón. Miguel Ángel. Miguel de Molina. Cole Porter. Tyrone Power. Truman Capote. Luchino Visconti. Farley Granger. Rock Hudson. Federico García Lorca. Luis Cernuda. Noël Coward. John Gielgud. Luis Mariano. Antonio Gala. Jaime Gil de Biedma. Brad Davis. Y Stephen Sondheim. […] Desde los inicios de una subjetividad homosexual, desde que los homosexuales se han visto como un grupo de individuos separados del resto de la cultura, ha habido una verdadera pasión, en los círculos homosexuales, por hacer listas de “otros como nosotros”, justificar nuestra presencia como portadores de cualidades: inteligencia, talento, heroísmo, belleza.

Desde esta descripción, la Crónica viaja por las cuatro denominaciones centrales que los ‘nosotros’ (como dice con frecuencia para no tener que usar un término concreto) nos hemos dado o hemos recibido en las últimas décadas: HOMOSEXUAL (asociado a la experiencia pre-Stonewall, término de aires médicos, aplicado a una generación oculta y en general represaliada y oprimida, salvo círculos elitistas obligados a la discreción o excepcionalidades del espectáculo), GAY (término post Stonewall, que empodera y visibiliza positivamente durante los 70 y 80, que además sufre la pandemia del VIH y que crece junto a otros términos fundamentales para el ‘nosotros’, como son ‘orgullo’, ‘homofobia’, y ‘armario’), QUEER (contrarreacción a la positivación GAY, a la que considera normativizadora, capitalista y prosistema, con apoyo a una reivindicación de clase junto a la de sexo/género desde la combatividad), y LGTBI (acrónimo identitario sociopolítico actual caracterizado por una ultraidentificación particularizada y protagonizada por una juventud interconectada en unas redes que desdibujan la orientación, pero también el tiempo y la geografía, en la que la angustia por el sexo parece desaparecer en la adolescencia -cambiando así tal vez los mecanismos del deseo como vector único de la sexualidad-, pero en la que los cuerpos se pornifican en el gimnasio y luego se muestran en Instagram).



Jean Genet: ejemplo irrecuperable para la positividad GAY

Tercer ¡Sí!
Además del ritual de salida del armario, el nuevo gay tendrá que aceptar un nuevo ethos de positividad. Debíamos creer que había algo intrínsecamente ‘bueno’ en ser gay

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En este resumen, Mira va intercalando su propia experiencia de anécdotas personales concretas, y cómo la imposición de estos términos afectó a su vida; pero este devenir personal se acompaña del estudio histórico de hechos y de trabajos y ensayos culturales sobre los ‘nosotros’ que hacen que el anecdotario trascienda al engarzar experiencia y teoría en un viaje cuyas maletas ponen el lenguaje en primer lugar y la cultura después. La obsesión por el lenguaje y su capacidad de definición y de poder es muy relevante en el libro, centrando en este ‘nosotros’ el debate filosófico universal del siglo XX sobre cómo el lenguaje puede dominar como estructura ya predeterminada, o cuando menos colectiva, la vida y el pensamiento individuales, y sobre si éste cambia porque cambia el lenguaje, o al revés.

Cuarto ¡SÍ!

Me impresionó la facilidad para encontrar espacios, folletos, obras artísticas con la etiqueta GAY. Y locales diferentes. En aquellos años habían abierto un café… […]. El brebaje que servían era repugnante, todo sea dicho, ya que en aquel momento nadie en Londres sabía hacer espresso, pero uno no iba por el café: durante años frecuenté el lugar con el solo objetivo de sentirme gay.

Aporta Alberto Mira tan inquietas reflexiones en detalles concretos que es imposible describirlas todas… Dejo aquí constancia de varias, pero por querer recordarlas personalmente más que por desmerecer las demás. Es enormemente interesante el análisis intergeneracional que supone el paso de cada denominación a la siguiente: la dificultad (incapacitación a veces) de cada generación anterior por admitir las bondades y potencialidades de cada novedad lingüístico-generacional puesta a su disposición cuando ya no es joven, junto con la comprensión que da la madurez a la resistencia al cambio (en el caso de Mira, abraza GAY, le interesa QUEER aunque no acaba de convencerle, y LGTBI le hace sentirse fuera de su tiempo: obviamente sabe que un día el acrónimo también pasará pero es dominante en unos tiempos con los que ya no empatiza). Su análisis de las reacciones de Terenci Moix, Luis Antonio de Villena, Bosé o Almodóvar al respecto son clarividentes: Mira criticaba pero ahora entiende al HOMOSEXUAL que no quería salir del armario pues su resistencia le resulta paralela a la que como GAY ejerce ante postulados QUEER que apelan a una diferente definición de la presencia del ‘nosotros’ en la sociedad. No obstante, reconoce cierto privilegio de estas figuras en poder permitirse no realizar ese acto político frente al conjunto de la sociedad dado su reconocimiento particular. La incomprensión intergeneracional es precisamente uno de los motores del libro desde su inicio, en el que Mira recuerda su cancelación como pollavieja por parte de un joven tuitero con el que intentaba entablar conversación, y cómo su estrategia GAY es invertir de manera positiva la ofensa en arma a través del orgullo y la apelación al poder en el uso del lenguaje.

Quinto ¡SÍ!

Especialmente quienes teníamos inclinaciones culturales echamos en falta referentes propios y buscamos sustitutos en Estados Unidos, en Gran Bretaña, en Francia o Alemania, que tenían tradiciones homosexuales más visibles que la nuestra. Como hombre gay, fui totalmente colonizado.

El análisis del acento normalizador del momento GAY y su caída en la homogeneización o normativización también es revelador, porque es una deriva más apreciable en términos históricos que mientras se producía. La acusación de gaypitalismo y de los privilegios de la letra G surgen de aquí y son también origen del carácter crítico del momento QUEER. Mira indica que el hecho era inevitable: que un capitalismo globalizador es el entorno en que se desenvuelve ahora el mundo, y que a pesar de este peligro las puertas abiertas por ese mismo capitalismo son enormes y no despreciables. Creo que de aquí nace también el escaso apego del autor por las militancias que pierden la perspectiva, y de fondo existe una admisión de que la salida del armario que trajo Stonewall con el término GAY fue en realidad una entrada en un mundo real competitivo (¿adulto tal vez?), de los riesgos de la propia libertad asumida con esa falta de negatividad que en realidad supone enfrentarse al mundo, y que eso tiene consecuencias y trae responsabilidades de actuación ante las nuevas libertades conseguidas por el empoderamiento. La réplica al movimiento QUEER tiene su reducción al absurdo: nadie en realidad me obliga a consumir lo banal, y, en realidad, la lucha por, por ejemplo, el acceso a la vivienda, no cambia necesariamente su valor profundo a causa de tu orientación o identidad, sino que es ésta la que añade circunstancias políticas distintivas propias a esa lucha.


Wilhelm Von Gloeden: ejemplo de que la normativización de cuerpos en el deseo homosexual no es cosa del capitalismo neoliberal

 

Sexto ¡SÍ!

El sida en nuestra imaginación se mezclaba con un miedo al sexo construido a partir de años de represión, cierta homofobia interiorizada y el terror a que, al descubrirnos como homosexuales, también nos estábamos descubriendo como potencialmente enfermos.

Lógicamente, por edad, comparto muchas de las vivencias y puntos de vista de Alberto Mira en este libro. Y muchas de las experiencias y sentimientos, desde luego (la identificación casi jungiana de arquetipos culturales, la búsqueda de referentes culturales lejos del mundo más cercano, y, por supuesto, el cine, lo que ya esperaba tras Miradas insumisas); creo que también hay un punto distinto en el origen: en Euskadi es inevitable asociar este análisis de la reivindicación QUEER a movimientos antisistema que en Euskadi siempre han sido una presencia relevante en el mantenimiento de una disidencia a toda costa, y, en ese sentido, su aparición no fue sorpresa, desaprovechando probablemente lo performativo frente a lo planamente revindicativo. No comparto -por gusto, aunque lógicamente la entiendo- su vena camp y musical (pues fui más existencialista y me atraía más lo gótico/punk probablemente también con influencia de mi origen), y yo caí (a partir también de movimientos culturales) en lo activista y político, casi como vocación. Pero los matices no invalidan (siempre hay de todo) una tormenta de identificaciones en este libro analítico, que cumple un esfuerzo semiótico muy considerable y relevante, y que sublima nuestras paradojas en un estilo claro e interpelador, a partir de lo experiencial que supone su punto de partida y mediante la erudición cultural del caudal verdaderamente notable de lecturas de ensayística sobre el ‘nosotros’.

Este libro se puede completar con la escucha del programa dedicado al libro en el podcast Resaca, con Weldon Penderton, Álvaro Llamas y el propio Alberto Mira, en el que es muy divertido y peculiar constatar que lo experiencial tampoco es unívoco, y cómo esto también conforma vidas, tribus y generaciones, y se adapta, o no, al lenguaje y su poder.