Una buscada conjunción de forma y fondo da el principal
aliento a la Historia de la belleza a cargo de Umberto Eco: este libro es
proporcionado y visualmente edificante, es un producto bello, y su selección de
textos y obras, sobre todo pintura, es hermosa. A veces incluso me parece más
hermosa al haber sido seleccionada y puesta en el punto de mira del esteta
estudioso que es Eco, que por el recuerdo que pueda tener de aquellas obras cuyos originales he tenido la posibilidad de ver en un museo.
Miniatura del códice Manessiano, siglo XIV, Heidelberg Univertsitätsbibliothek
Eco resume en su libro las teorías estéticas que sobre la
belleza se han realizado en la cultura occidental, y junto a su análisis
histórico nos propone textos de los autores que en su día escribieron su
concepción de lo bello (que oscila a lo largo de los siglos entre lo verdadero,
lo proporcionado, lo útil, lo que es claro, etc…), en una opción honesta y
clarificadora, pero que también rompe un tanto el tono de la lectura del texto
principal del propio autor.
Il Correggio, Io, 1530, Viena, Kunsthistoriches Museum
La expresión de las teorías de lo bello en obras artísticas
hace que aunque en principio no lo busque, el libro resuma la historia del arte occidental
así como las cuestiones sociales, religiosas y políticas, cuando son
necesarias, que lo influyeron. Esta excusa es excelente para el desfile de
maravillosas obras de arte que hacen del libro el festín visual que espero que
los cuadros que estoy poniendo en esta entrada muestren en una dimensión lógicamente muy reducida.
Jean-Baptiste Chardin, Muchacho con una peonza, 1738, París, Museo del Louvre
No obstante, el libro se me ha hecho algo pesado. Hay algo
que no encaja entre los textos analíticos de Eco, en ocasiones incluso obtusos, y la presentación de su análisis en múltiples capítulos y subcapítulos
que a veces recuerdan un texto escolar. Se puede disfrutar mucho el aprendizaje
que el sabio Eco presenta por ejemplo de la claridad y el color en el arte
medieval como expresión del ideal de Tomás de Aquino, o del nacimiento del
manierismo a caballo entre Renacimiento y Barroco, o, por ejemplo, del excelso
momento que en el siglo XIX rompe con la pretendida objetividad absoluta de la
belleza y acaba combinando la fascinación romántica por el horror, la visión
impresionista según la cual es el individuo el que mira y descubre, el
decadentismo que busca hacer de la vida una obra de arte bella, o el flujo de
conciencia que aparece en Joyce y Proust. Pero, a veces, el lenguaje de Eco me ha resultado impenetrable.
Jean-François Millet, El Ángelus, 1858-1859, París, Museo de Orsay
Obviamente, el objetivo final no se cumple; el siglo XX está
demasiado cerca y la comercialización masiva del arte junto a la aparición del
cine, la publicidad y la televisión requieren su propio libro y no el despacho
breve de un capítulo. Y, por supuesto, digamos que gran parte del libro es
heterocentrista, no diría que de mirada falocéntrica, pero sí con escaso
análisis, donde aparece, del elemento masculino, que queda bastante relegado a
pesar de Praxíteles, Durero, o Wilde, o que ni siquiera se aprecia en
Caravaggio. Si a ustedes les parece, les dejo para comprobar que existió otra mirada dos (estupendos)
blogs que dedican muchas entradas, también de arte clásico, a esto:
Umberto Eco (vía)