Levantado del suelo
es una novela de José Saramago publicada en 1980, que precede a sus obras más
conocidas, y que supuso su primer éxito editorial. Es una novela de corte
realista y apegada al miserabilismo, que decidí leer durante un viaje de verano
a Portugal este año a la misma región en que se desarrolla, el Alentejo. He sido lector
bastante fiel de Saramago, aunque no conste en este blog, ya que hace más de
diez años que no había tenido un libro suyo entre manos. Sucedía que en efecto
había prácticamente terminado toda su obra principal y que alguno de sus
últimos libros daban la sensación de una fórmula no diré agotada pero sí
necesitada del mayor vigor de sus obras cumbre.
Alentejo, azul y amarillo (vía)
El tema y los hechos narrados sobre todo en la primera parte de Levantado del suelo recuerdan al lector español al tremendismo que se extendió por gran parte de la literatura española de la postguerra y parte del desarrollismo, de Cela a Delibes, donde un destino cruel y determinista de pobreza, ignorancia y sumisión a los latifundistas, que aparentemente no tiene salida y se eterniza durante décadas, atenaza las vidas de los habitantes de los pequeños pueblos alejados de las ciudades. Pero, en el caso de Levantado del suelo, en la novela va apareciendo y desarrollándose una conciencia política y sindical por parte de los personajes, que se materializa en acción contra el poder, la debida reacción posterior mediante detenciones, torturas y cárcel, para terminar con las consecuencias del final de la dictadura portuguesa y la reforma agraria portuguesa, una moderada colectivización de la tierra en el Alentejo de finales de los setenta que finalmente acabó derogada. La Historia dialéctica, pues, aparece en la historia costumbrista, para romperla y otorgar poder y dignidad a los parias de la tierra. Esta segunda parte no existe en el tremendismo español porque éste en general se escribe antes del final de la dictadura española y, obviamente, no se lo puede permitir (Delibes por ejemplo escribió Los santos inocentes en 1981, y ahí el punto de vista crítico del narrador resulta más evidente; la novela no llega a la democracia y no puede tener el final feliz de Levantado del suelo, pero al menos el opresor recibe su merecido moral además de físico y no es sólo una fuerza invencible).
El reconocible estilo de Saramago está gozosamente presente
en el texto, con una maravillosa brillantez y fluidez narrativas: la inserción
de los diálogos en el párrafo sin líneas específicas, su aparentemente sencilla
mezcla de voces narrativas -del narrador omnisciente al monólogo interior-, el
uso de figuras sencillas como la reiteración irónica, la precisión de lugares y
psicologías, y, especialmente, la ternura con que el autor comprende –creo que
conseguida con la combinación de voces narrativas- a sus criaturas incluso en
los casos más miserables, consiguen una inmersión algo alucinada del lector en
una historia que no es precisamente novedosa, aunque probablemente resultó muy
necesaria para el autor como forma de despegar a otros relatos en los que
siguió usando este peculiar estilo literario. De hecho, la principal diferencia
frente a la obra más conocida de Saramago, toda ella posterior a Levantado del suelo, es la ausencia de
una parábola de carácter fantástico que muestre, desde el inicio de la trama,
la condición humana, histórica o actual, bajo el prisma social y político de
Saramago, un comunista de corte humanista.
Reconozco que el final optimista de una novela de esta
temática me ha resultado esperanzador, a pesar de convertirse en una historia
de tesis con un final que en realidad la historia portuguesa no corrobora. Pero
la comparación con las novelas que retratan mundos similares en la literatura
española me suponía una sombra importante que la segunda parte borra por
completo. Que la novela encuentre el equilibrio del buenismo ideológico frente
al uso del tremendismo es digno de un narrador con el genio preparado para
arquitecturas más complejas.