21 de noviembre de 2010

El peor París de nuestras vidas


Con entusiasmo he leído París no se acaba nunca, de Enrique Vila-Matas, y con sorpresa he recibido ese entusiasmo después de que hace años me disgustara Bartleby y compañía (el cual, a pesar de su original idea y su anecdotario fructuoso, me pareció flojo en la construcción de situaciones y en el diseño del personaje central). Pero no tengo ánimo de comprobar mediante relectura si la interacción con aquel libro fue fallida por culpa mía, del libro, o del momento en que lo leí. Ambos libros comparten un elemento común principal: giran alrededor del mundo intelectual/literario. Pero, frente a la relación de escritores algo ingenua de Bartleby y compañía, París no se acaba nunca adopta más claramente una construcción de novela (aunque se cuestione a sí misma y a veces se diga conferencia (que supuestamente da el autor)) y tiene algo cercano a una historia: la de los dos años de su juventud que vivió Vila-Matas en París escribiendo su primera novela. ¡Qué curioso volver a tener una conferencia autobiográfica en un libro justo después de la entrada anterior!

El joven Vila-Matas, vía diariodedillinger
El autor se retrata a sí mismo ingenuo e intelectualmente patoso, si bien la subrayada ironía de la que hace gala revela una pensada construcción a favor de un hilo narrativo profundamente humorístico, con una visión sardónica de la nostalgia y, más aún, de la literatura, sus máximas y reglas, y de la vida literaria en la capital de las letras del siglo pasado.
Dios los junta y ellos se autorreferencian (vía El País)
Dos subtramas principales utiliza Vila-Matas para desarrollar las cuitas de su alter-ego en el París de mediados de los 70: su admiración por Ernest Hemingway –que le lleva a participar en el concurso anual de dobles de Hemingway a pesar de que su físico es patéticamente distinto al del Nobel-, y el hecho de alojarse en una buhardilla propiedad de Marguerite Duras, casera sin duda peculiar que además de no preocuparse por la renta no cobrada, le da consejos literarios y le introduce en círculos selectos de la cultura parisina. La cuidada dosificación de los episodios Hemingway y Duras junto con los episodios ‘situacionistas’ que Vila-Matas crea para su protagonista en un París con Paloma Picasso estrella, Sonia Orwell asistenta, o Borges clandestino, es estupenda, y supera la impostura evidente del relato usando también una mirada irónica de madurez.

Los dobles de Hemingway (vía utopicaequinoxio) o la ficción concursando por ser realidad

Vila-Matas tiene un talento a veces desbocado para el humor referencial, metalingüístico y cultureta, y su mirada es lúcida si se considera que aunque su protagonista es el que más palos recibe, la idea del libro es la profunda (e hilarante por patética) inseguridad del creador en general. Ahora debo recuperar más libros de Vila-Matas. Seguiremos informando.

Varios Enrique Vila-Matas de una sola vez, vía susanborobio




9 de noviembre de 2010

Paradojas


Detenerse hoy en día en la paradoja de (Bertrand) Russell, formulada hace más de 100 años, parece de una ‘lógica’ total. Russell la formuló mientras trabajaba en sus Principia Mathematica, y venía a desmontar parte de la Teoría de Conjuntos, entonces boyante, y, de una manera obvia, introducía la autorreferencia en la lógica. Pongo un ejemplo, aunque pueden buscarla mejor y más completa por la red:

Todos los ciudadanos de una ciudad deben afeitarse cada día
Pueden pertenecer a dos grupos, los que se afeitan a sí mismos y los que son afeitados por el barbero.
Pero, entonces, ¿a qué grupo pertenece el barbero?


Logicomix es un cómic estupendo con más de una idea brillante. Narra una conferencia de Bertrand Russell en 1939 en EE.UU. en la que el ya mayor (aunque viviría 30 años más) pacifista, filósofo y lógico matemático inglés relataba su vida siguiendo el hilo de su mayor pasión, la lógica racional que parecía explicar el mundo de manera concreta, y que le aportó un edificio en el que sostener también su moral. La biografía de Russell permite, al ser ilustrado su contenido, observar la evolución de la matemática como ciencia durante la primera mitad del siglo XX, un periodo sin duda fascinante en la historia de la ciencia en general.

Como autorreferencial y metalingüístico que es el libro, y en cumplimiento humorístico de la paradoja de Russell, el cómic empieza representando al ‘barbero’ de la paradoja. Esto es, a los autores del libro. Son presencia recurrente en las viñetas y sus discusiones y evolución suponen una línea argumental importante. Tienen la ventaja de ser mayoritariamente griegos: Apostolos Doxiadis (concepto, historia y guión), Christos H. Papadimitriou (concepto e historia), Alecos Papadatos (dibujo y diseño de caracteres), y Annie Di Donna (color), y que crean el cómic en Atenas, y pueden salir a discutir el desarrollo del libro por la Acrópolis o mientras van a ver una representación de la Orestiada; todo ello es sin duda un aliciente importante para cualquier libro que hable de pensamiento. Ellos crean al Russell que da la conferencia, que a su vez recrea su vida y la de varios de sus maestros (Cantor, Frege), colegas (Whitehead) y alumnos (Wittgenstein), que junto a otros matemáticos (Poincaré, Hilbert, Gödel, Turing o Von Neumann) formaron un grupo de hombres con una pasión apabullante por la búsqueda de la verdad lógica, cuyos fundamentos estudiaron sin fin.



El subrayado que los autores hacen al comparar esta búsqueda con el que un conjunto de superhéroes de cómic harían por la ‘justicia’ en una historieta ‘convencional’ es posiblemente excesivo, porque hubiera bastado una única explicación. Mucho más interesante es el hecho de que las biografías de casi todos estos hombres muestren fronteras débiles con la locura, como si acercarse con lógica racional total a la verdad que puede definir al universo causara un desequilibrio que la mente humana no soportara. Esta dualidad plantea dudas razonable sobre el origen de la lucidez y de la locura. ¿Lleva la lógica a la locura, lleva la locura a la lógica? Dualidad que por otro lado es una cualidad superheroica como ninguna.

Me pregunto cómo será aceptado este cómic entre lectores habituales de historieta. A fin de cuentas, yo estudié algo de matemática, la notación lógica no me es extraña del todo, había leído algo de Bertrand Russell, e incluso a Wittgenstein –una presencia muy importante en el libro, como se ve en la ilustración superior-, además de el magnífico El atizador de Wittgenstein, que además cruzaba a ambos con Karl Popper. Ahora bien, ¿un absoluto profano? Yo espero que lo lleve bien; la historia tiene ritmo, ironía, se centra en un héroe que fue un gran hombre, y no me parece difícil. Creo además que este tipo de cómic es necesario para asentar un arte que se dice maduro y capaz de contarlo todo. ¿También filosofía y lógica? También. Este es el caso.

Mientras tanto, recuperar a Bertrand Russell no es mal idea para nadie. Probablemente él no sabía que con sus libros didácticos se convertía en uno de los pioneros de los llamados libros de autoayuda, aunque en su caso la vertiente divulgativa de su obra le permitió muy probablemente no despeñarse por la esquizofrenia y/o melancolía de varios de sus colegas y familiares. Pero sus lecciones de vida y moral son sencillas, lógicas, expuestas con un raciocinio limpio e inigualable, por una mente con conocimientos enciclopédicos, que sabe extraer lo mejor de ellos para intentar mejorar el mundo. Encima, escribe estupendamente. Apúntense Elogio de la ociosidad, y Ensayos impopulares.