28 de julio de 2015

Breve historia de la cultura


De nuevo cae en mis manos, esta vez como regalo, un libro de conferencias de los sesenta y setenta. La Breve historia de la cultura que promete este título es la primera de ellas, y no es realmente una conferencia de contenido directamente histórico, que repasara el devenir de la cultura en la humanidad, sino más bien un análisis de las teorías que han reflexionado sobre la cultura como reflejo de la historia, de los pueblos, y de su carácter. Esta primera conferencia se pone un tanto dura al analizar la dialéctica hegeliana y su influencia en este tema, a través del concepto del Zeitgeist, su relación con las construcciones políticas que crecieron a partir de la filosofía de Hegel, y el descubrimiento de tantos tópicos históricos sobre las artes que arrastramos desde el XIX. Al autor, el historiador de arte Ernst H. Gombrich, le interesa también cómo debe comportarse el historiador –y crítico- del arte ante los hechos artísticos que le son conocidos de cada época para poder realmente acceder a una interpretación, y cuáles son sus armas para ello. No le gusta una posible aplicación del método científico en el historiador del arte, pero desde luego tampoco cree en las interpretaciones dialécticas casi predeterminadas, sean sociales o historicistas. Aunque tal vez lo más interesante casi 50 años más tarde de haberse dictado el libro es no haber previsto la industrialización posterior de las artes, su democratización masiva, y la liberalización de sus mercancías, que sin duda ya avanzaban corrientes como el popart o la habilidad negociadora de algunos artistas masivos del siglo XX. El dinero, aparentemente, no figura entre las armas metodológicas que constituyeron la historia del arte como disciplina. Tal vez debería decir el capital, claro.

El resto de conferencias mantienen un tono mucho más accesible. Así, La tradición del conocimiento general se centra en estudiar la validez, necesidad y oportunidad de todo el saber popular que arrastra una cultura determinada, en este caso las diferentes culturas occidentales que el autor conoce de primera mano, y resulta muy interesante en cuanto nos confronta culturalmente con los tópicos de la alta cultura y la cultura popular; la creación del canon a partir de la sabiduría popular que entroniza unos conceptos y no otros tiene aún una cierta ingenuidad pretelevisiva, pero sin duda está previendo ya la actitud de Los bárbaros de Alessandro Baricco, quien a fin de cuentas escribe mucho más tarde.

El teatro Sheldonian de Oxford (vía)

Por su parte, La historia del arte y las ciencias sociales es posiblemente el texto más disfrutable, posiblemente el de concepción más brillante. Fue una conferencia dictada en un teatro clásico de Oxford, el Sheldonian, y Gombrich utilizó la propia historia del edificio, los estilos reflejados en su arquitectura, los avatares de su construcción relativos a la concesión de los permisos a determinados especialistas y no otros, y la recepción crítica del mismo por parte tanto de entusiastas como de decepcionados del resultado, para construir un discurso general sobre el canon de la cultura occidental, la imposibilidad del determinismo histórico como fuerza motriz única y última de las artes, la validez de interpretación moral de los valores  artísticos, o la relación que establecemos con las obras de arte en nuestras vidas.

La última conferencia es un homenaje a Karl Popper y sus sociedades abiertas. Se titula La lógica en la ‘Feria de las vanidades’. Alternativas al historicismo en el estudio de las modas, del estilo y del gusto. Un título quizá algo excesivo para un bonito texto en el que se defiende la capacidad de cambio y progreso que arrastran las actividades creativas, y lo significativo que es para el poder establecido negarse a las mismas, indicando su carácter cerrado, pero también su incapacidad última de hacer frente al cambio. En realidad, el texto hermana hasta cierto punto –y con importante convicción y belleza- el escándalo ante formas artísticas distintas con la resistencia al cambio técnico e industrial, aunque resulte ya superado alguno de sus argumentos, como el referido al uso útil de los recursos, que aún no ha introducido por ejemplo el matiz medioambiental, que ahora ya sabemos y hemos desarrollado como científico y cuantificable.

Este breve resumen no es sino un pequeño muestrario del placer del conocimiento adquirido que ha supuesto este libro. No sólo por su fluidez en la exposición o por la lucidez en la expresión de su argumentario, sino por la importante virtud comprensiva de sus razonamientos, y la exposición de multitud de detalles históricos que lo apoyan. Es ciertamente hijo de su tiempo en determinados matices, pero sin duda su espíritu general es el que creo aún anima el análisis cultural de nuestros tiempos, y desde luego recoge bien los prejuicios que podemos esperar, y los análisis utilitarios que nos acechan. Diría que es un volumen casi imprescindible para que aquellos a quienes nos gusta –no digamos ya quienes se dedican profesionalmente a- la crítica artística pensemos en las motivaciones de esa actividad, y las consecuencias de una visión coherente al respecto.

Ernst H. Gombrich, fotografiado por Jane Bown (vía)







18 de julio de 2015

La casa de madera


Ya en una entrada anterior sobre mi previa lectura de Jane Austen (sólo me falta La abadía de Northanger) intenté entender la eterna cuestión del análisis de su literatura desde perspectivas feministas. Me pregunto ahora si es posible deshacerse de este asunto al hablar de Emma, en la que su protagonista, una joven de altos rango y renta, actúa como una alcahueta interesada que intenta crear matrimonios según criterios personales, manipulando sentimientos de los amigos que le rodean, hiriendo a otros –bien que sin proponérselo aunque obviamente juegue con fuego-, influyendo con conocimiento de causa en aspectos esenciales de la vida de los demás, y –perdón por el spoiler, pero lo voy a hacer porque es banal descubrir que el libro termina así- sucumbiendo ella misma a la fuerza del casamiento a pesar de haber proclamado su soltería vocacional. Parece bastante difícil no hablar del tema, claro.

Gwyneth Paltrow fue Emma en la versión cinematográfica más conocida de la novela. Austen no me parece una autora que haya tenido fortuna con las numerosas adaptaciones de sus novelas

Emma es un personaje de evolución extraordinariamente interesante envuelto en una trama un tanto larga y algo excesiva, aunque cerrada como el estupendo mecano de sentimientos aparentemente banales de un grupo encerrado en una comunidad rural, pero repleto de ágiles y didácticas lecturas sociales que siempre conllevan, con humor e ironía, las novelas de Austen. Emma apenas tiene veintiún años, y su concepto elevado de sí misma y su aparente seguridad en el conocimiento de las relaciones son impostados; la trama se dedica a desmontarlos de continuo, haciendo que sus intentonas casamenteras resulten en terribles fracasos, por su falta de observación objetiva y de conocimiento social real. Su desprecio de clase es también frecuente, especialmente cuando el argumento le permite criticar las uniones matrimoniales que le disgustan; pero si es al revés, se convierte en firme defensora del derecho de la mujer preparada a mejorar su vida. Preparada según los criterios de Emma Woodhouse, por supuesto. No obstante, tampoco es una persona vocacionalmente malvada o estúpida, está dispuesta a replantearse su comportamiento cuando los acontecimientos se imponen, o cuando se lo reprochan razonadamente, y acaba entendiendo que no domina los resortes completos del juego social.

Pero es probablemente la protagonista menos agradable que recuerdo entre las heroínas austenianas: su corazón es menos puro, o, tal vez, menos amable, y se percibe un cierto egoísmo que trasciende la posición social, y que no es superado por el tono de comedia romántica austeniano. Me pregunto hasta qué punto existe un dibujo más marcado de la propia Austen en el personaje de Emma que en otros mejor parados de todas sus novelas. Jane Austen comparte con Emma Woodhouse su deseo de no casarse nunca (algo que no es caso único en sus novelas), pero sobre todo su afán en construir parejas e historias y en definir personajes a su antojo a su alrededor. Si realmente Emma Woodhouse es un espejo de la autora más importante que el de otros libros, definido por este carácter literario y creador, tal vez Austen comprendió escribiendo Emma que vivía en un mundo cuyo conocimiento verdadero se le escapaba a pesar de conocer bien sus detalles factuales, lo que le otorgaría un grado de sincera lucidez a esta obra dentro del conjunto de escritos de esta autora admirable.

Jane Austen (vía)

Con esta entrada se han ofrecido 200 banquetes a la tropa. Gracias por estar ahí!


8 de julio de 2015

Fogonazos, el libro


Fogonazos de rayos cósmicos es la respuesta a ¿Qué ven los astronautas cuando cierran los ojos?, la pregunta escogida como título para el volumen escrito por Antonio Martínez Ron, que recoge sus artículos, posts y entradas sobre temas científicos en blogs y medios publicados a lo largo de varios años: Fogonazos, La Información, Quo, Naukas, etc… El libro (que me regalaron en papel) puede comprarse en la tienda de Jot Down.

Recuerdo hace años haber seguido más o menos Fogonazos, tener la web en favoritos cuando aún no usábamos feeds, pero ya no sé en qué traslado de ordenador o de trabajo quedó olvidada o arrinconada, así que el libro fue una pequeña alegría. Porque la memoria cree recordar algunas historias, pero no está segura del todo, y porque soy un lector al modo clásico al que aún le gustan las fuentes en papel (o eso quiero creer, porque en realidad el archivo acumulado anual es claramente inferior con los años). ¿Qué ven los astronautas cuando cierran los ojos? es también un signo de este tipo de publicaciones, asimilables a un libro clásico como era la recopilación de artículos de prensa: los capítulos son necesariamente breves, casi siempre de una intensidad algo aparente, tienen un carácter misceláneo, y su lectura continuada revela lógicamente más repeticiones o modismos que si se intercala un blog con otros blogs en la experiencia de leer en la red a lo largo de varios días. No he podido evitar acordarme de los mutantes de Baricco, claro.

Ilustración de la entrada del 16 de diciembre de 2012 en Fogonazos.

Lo que más me atrae de este libro estaba presente en las entradas originales: el tono de asombro aparentemente ingenuo que Martínez Ron adopta para su papel divulgador. Resulta cercano al lector lego en ciencia (esto debería ser un oxímoron), y expone los fundamentos científicos con una claridad meridiana y comprensible. Gusta de relatar anécdotas alrededor de la ciencia que la humanizan, aunque también se fija en episodios paralelos paradójicos más proclives al mero dato curioso que a la explicación científica. Los temas tienen casi siempre cierto impacto mediático y en general no necesitan una profundización técnica importante, al menos para su objetivo comunicador. Aunque esto puede frustrar más al lector sí acostumbrado a los libros de ciencia. No es cosa fácil profundizar y seguir manteniendo el interés, claro que para el autor poner los límites debe ser también complicado. Les pongo ejemplos anteriores de libros científicos y dónde me perdí, y dónde no.

Si se piensa bien, el hecho de que ambas cosas –comunicación efectiva y falta de profundización técnica- vayan juntas es síntoma de la incultura científica en que vivimos, que ¿Qué ven los astronautas cuando cierran los ojos? quiere combatir en pequeñas dosis. El libro es algo disperso, no tiene un nexo temático completo, ni intención necesariamente cronológica ni documental. Todo ello lo convierte en ligero y disfrutable, aunque con el riesgo de convertirse en un catálogo de curiosidades. Reconozco que me gustaría leer algo de Antonio Martínez Ron más largo y centrado en un tema, pues su método resulta atractivo, y creo que el riesgo es asumible.

Antonio Martínez Ron, también en la tele.