No digas nada es un libro fascinante; cuenta la historia de los llamados Troubles de Irlanda del Norte, es decir, la del terrorismo moderno del IRA, desde 1969 a 1998, más algunas consecuencias posteriores. Lo hace desde una perspectiva narrativa, pero profundamente basada en datos, pues cada dato tiene una referencia bibliográfica, en general de origen periodístico, reseñada en las completas notas incluidas al final del volumen. Canónicamente sería una no ficción por el tono, pero la cercanía en carácter al trabajo histórico y periodístico es relevante.
Sucede que parte de esa fascinación se produce por la
estructura que Patrick
Radden Keefe, escritor de la revista The New Yorker, escoge para el libro,
y cómo ésta va evolucionando. Al principio, No digas nada parece una
narración de historias paralelas que narran, por un lado, la desaparición de
Jean McConville, madre de diez hijos desaparecida en West Belfast en 1972
probablemente secuestrada por el IRA, y, por otro, la historia de Dolours
Price, jovencísima militante del IRA
Provisional, de quien se va intuyendo que pudo ser la secuestradora. Aunque
el libro no olvida nunca a estas dos protagonistas (cuyas dos historias
personales son además las más completas de toda la narración), poco a poco
ambas se van diluyendo en la propia historia del IRA en esos años, en la que
hay sitio para su dinámica de huelgas de hambre (Dolours Price hizo una y fue
obligada a alimentarse; eso provocó que la ley cambiara y por ello Bobby Sands pudo llegar hasta
el final en su propia huelga), los problemas de los informantes infiltrados
y la brigada del IRA que los buscaba y perseguía y ejecutaba, la historia de
varios atentados de gran aparatosidad que tanta presión ejercieron, y, sobre
todo, las propias derivas y cambios de estrategia de sus dirigentes: de la
lucha armada en Belfast que se trasladó a Londres -sin mención al comando que actuó en Europa
a finales de los ochenta que se narra en la miniserie The Spectacular-, a
la entrada en el Parlamento británico tras las huelgas de hambre, llegando a la
negociación del Acuerdo
de Viernes Santo. El libro contiene también una parte de explicación sobre
las acciones británicas, especialmente sobre su organización de reclutamiento
de informantes, pero no investiga ni se introduce de lleno en las acciones,
personas y resortes del lealismo. Tras el acuerdo, y con la búsqueda de
desaparecidos y el Proyecto Belfast (grabaciones que el Boston College realizó
a militantes del IRA -entre ellos Dolours Price- para su publicación cuando
murieran), la narración gira de nuevo el libro hacia la reparación y la
justicia, lo cual vuelve a afectar a la familia McConville, que reaparece para
cerrar el ciclo.
Pero en todo esto hay un personaje esquivo, mencionado hasta ahora sólo en el título de esta reseña, que sin duda se convierte en el principal de la función, por omisión, por escurridizo, por político. Es el autor de la frase original que da título al libro, Say Nothing: Gerry Adams. Pero eso el lector no lo sabe hasta bien entrado el texto, como corresponde a una construcción dramática de malvado huidizo. Adams va introduciéndose poco a poco en el libro: amigo de las hermanas Price, dirigente del IRA detenido y encarcelado, reconocido como tal por muchos de sus pares… Adams siempre ha negado su pertenencia al IRA. Su conversión a un perfil político empezó relativamente pronto, en los años setenta parece que ya veía bastante claro que la vía política era imprescindible, y aprovechó la huelga de hambre mortal de Bobby Sands y sus compañeros en 1981 para presentarse al parlamento británico (con la sospecha relevante de que rechazó una oferta completa del gobierno británico que habría impedido la muerte de seis de los diez huelguistas), y fue impulsor del Acuerdo de Viernes Santo. Muchos de sus compañeros consideran que Adams es un traidor a la causa, dado que el Acuerdo no trajo la independencia del Reino Unido ni la unificación de la República, a pesar de todos los muertos y todas las promesas. No obstante, la figura del traidor político no es definitivamente vilipendiada como el mal absoluto: uno de los compañeros de Adams admite que sin su maquiavelismo, su ambición de prestigio, y su actitud ambigua no habría existido posibilidad de negociación ni Acuerdo de Paz. Este criterio recuerda mucho a la propuesta de Javier Cercas en Anatomía de un instante cuando diagnostica que Carrillo, Suárez y Gutiérrez Mellado actuaron de un modo similar contra el PCE, el Movimiento, y el Ejército, para sacar adelante, en contra de los intereses aparentes de sus propias organizaciones, un proceso mejor. En cierto modo y salvando las distancias, Adams sigue ese mismo patrón y cierta lógica política que afirma sotto voce que gobernar supone, con frecuencia, traicionar a tus propios seguidores o ideales.
Pero, si hablamos del IRA, el golpe de estado de Tejero retratado por Cercas no es precisamente la referencia a buscar escribiendo desde Bilbao. No digas nada es un espantoso recordatorio de actitudes, pensamientos y acciones que un nacido en 1968 ha visto, interiorizado, sufrido, reflexionado y temido. Si hay un libro al que No digas nada puede acercarse para decirle cómo hablar del terrorismo desde las publicaciones periodísticas es a ETA. De principio a fin, que adoptaba un siniestro tono objetivo, sin juicio alguno, en una explicación exclusivamente narrativa del llamado conflicto vasco. No digas nada no es así, una digamos reseña fría, sino que claramente opina sobre motivaciones, excesos, violencia estúpida e injustificable, y elimina toda romantización del terrorismo. No es que no explique sus causas y razones o que las ningunee. Pero... el Ulster y Euskadi, Irlanda del Norte y el País Vasco… No hay sitio para recoger lo que se han comparado; basta recordar el éxito de las películas sobre el IRA en Euskadi, o que Gerry Adams estuvo presente en la Declaración de Aiete. Pero hay diferencias muy relevantes que No digas nada permite recoger y dejar por escrito para reflexión futura:
1.-El conflicto irlandés fue mucho más sanguinario que el vasco, a pesar de que éste duró algunos años más. Irlanda del Norte tiene menos de 2 millones de habitantes y murieron 3.500 personas, frente a los 2,1 millones de habitantes vascos (2,8 si se considera a los navarros) y aproximadamente 850 muertos.
2.-En Irlanda del Norte el problema del lealismo fue mucho más desatado. Los grupos paramilitares fieles al gobierno británico y el propio ejército patrullaban y son responsables de centenares de esas víctimas.
3.-La infiltración de informantes en el IRA parece bastante superior a la que conocemos que hubo en ETA. Hasta un 25% de la militancia del IRA parece que pudo ser confidente de la policía… Esto deriva en una de las tramas centrales del libro: la desaparición de personas por parte del IRA, que luego fueron buscadas durante años una vez alcanzada la paz. Si bien esto existió en Euskadi (Pertur, por ejemplo), las dimensiones son muy menores.
4.-La financiación sin embargo convierte a ETA en más cruel que el IRA, frente a los puntos anteriores: ETA se financiaba mediante el impuesto revolucionario, la extorsión, y el secuestro de empresarios locales a cambio de dinero. El IRA sin embargo contaba con la simpatía de muchos irlandeses de EE.UU. que recaudaban fondos o daban apoyo de diferentes modos.
5.-En Euskadi no ha existido un proyecto Belfast, en que los terroristas hayan contado su historia. En Irlanda del Norte fue una experiencia singular porque aunque los voluntarios hicieron esas grabaciones con la condición de que no se conocieran hasta la muerte del terrorista en concreto, sucedió que se produjeron peticiones judiciales sobre las mismas que supusieron un escándalo (Adams incluso fue detenido unos días; por supuesto, no dijo nada una vez más).
6.-A cambio, parece que en Irlanda del Norte no ha existido un mínimo movimiento de reconciliación, una resistencia cívica (tipo Gesto por la Paz) o programas de reparación como los encuentros de justicia restaurativa, o la propia oficina de atención a las víctimas del terrorismo. El libro ni siquiera menciona la existencia de asociaciones de víctimas, de lo que pude decirse que, si las hubo, éstas no fueron relevantes.
7.-La separación de comunidades parece más evidente en Irlanda del Norte. Católicos, pobres y republicanos, frente a protestantes, ricos y lealistas. La división por barrios de Belfast hasta convertirse en trincheras de guerra excede a los conflictos de kale borroka que sucedían especialmente en las partes viejas de ciudades y pueblos, aunque tenga sus paralelismos. Pero no llegó a haber muros. Sí pintadas y graffitis. No hubo una división social por causas religiosas (aunque los papeles similares o no de las diferentes Iglesias en ambos lugares es un campo a estudiar). Curiosamente, en Irlanda del Norte no existe un factor cultural por el idioma; aunque defendieron el gaélico, también reivindicaron como identitariamente irlandés el acento inconfundible con que los irlandeses hablan inglés.
No digas nada ha sido una lectura intensa y algo agotadora. Lo vívido del estilo, las prolijas notas que indican no ya el trabajo documental intenso sino el talento de construcción del relato ante las inmensas cantidades de información, la fuerza que tienen los perfiles, vivencias y azares de sus papeles principales (Dolours Price, Jean McConville, varios de sus hijos, Brendan Hughes, Marian Price, Gerry Adams), muestran que Patrick Radden Keefe es un narrador dotado. Aunque es la habilidad de la estructura, que hace converger lo personal hacia lo público, y que añade capas narrativas según avanza, la que probablemente lo convierte en una lectura absorbente y adictiva. Y si no tiene el carácter siniestro de ETA. De principio a fin es porque sabe situarse en una posición justa.
Ps. Colección de tweets que recoge 34 excesos, ironías, barbaridades y desmanes que los Troubles y su locura supusieron: https://twitter.com/GoioBorge/status/1574390576765624320?s=20&t=RGK-K0EU6qhMB5w6IoBuLw