27 de enero de 2023

Historia del traidor Gerry Adams

 


No digas nada es un libro fascinante; cuenta la historia de los llamados Troubles de Irlanda del Norte, es decir, la del terrorismo moderno del IRA, desde 1969 a 1998, más algunas consecuencias posteriores. Lo hace desde una perspectiva narrativa, pero profundamente basada en datos, pues cada dato tiene una referencia bibliográfica, en general de origen periodístico, reseñada en las completas notas incluidas al final del volumen. Canónicamente sería una no ficción por el tono, pero la cercanía en carácter al trabajo histórico y periodístico es relevante.

 Incendio en Divis Flats, barrio de West Belfast. Foto de Jez Coulson, en imagen tomada de El Mundo.

Sucede que parte de esa fascinación se produce por la estructura que Patrick Radden Keefe, escritor de la revista The New Yorker, escoge para el libro, y cómo ésta va evolucionando. Al principio, No digas nada parece una narración de historias paralelas que narran, por un lado, la desaparición de Jean McConville, madre de diez hijos desaparecida en West Belfast en 1972 probablemente secuestrada por el IRA, y, por otro, la historia de Dolours Price, jovencísima militante del IRA Provisional, de quien se va intuyendo que pudo ser la secuestradora. Aunque el libro no olvida nunca a estas dos protagonistas (cuyas dos historias personales son además las más completas de toda la narración), poco a poco ambas se van diluyendo en la propia historia del IRA en esos años, en la que hay sitio para su dinámica de huelgas de hambre (Dolours Price hizo una y fue obligada a alimentarse; eso provocó que la ley cambiara y por ello Bobby Sands pudo llegar hasta el final en su propia huelga), los problemas de los informantes infiltrados y la brigada del IRA que los buscaba y perseguía y ejecutaba, la historia de varios atentados de gran aparatosidad que tanta presión ejercieron, y, sobre todo, las propias derivas y cambios de estrategia de sus dirigentes: de la lucha armada en Belfast que se trasladó a Londres -sin mención al comando que actuó en Europa a finales de los ochenta que se narra en la miniserie The Spectacular-, a la entrada en el Parlamento británico tras las huelgas de hambre, llegando a la negociación del Acuerdo de Viernes Santo. El libro contiene también una parte de explicación sobre las acciones británicas, especialmente sobre su organización de reclutamiento de informantes, pero no investiga ni se introduce de lleno en las acciones, personas y resortes del lealismo. Tras el acuerdo, y con la búsqueda de desaparecidos y el Proyecto Belfast (grabaciones que el Boston College realizó a militantes del IRA -entre ellos Dolours Price- para su publicación cuando murieran), la narración gira de nuevo el libro hacia la reparación y la justicia, lo cual vuelve a afectar a la familia McConville, que reaparece para cerrar el ciclo.

Un joven Gerry Adams fotografiado por Kelvin Boyes, en imagen tomada del Dailymail

Pero en todo esto hay un personaje esquivo, mencionado hasta ahora sólo en el título de esta reseña, que sin duda se convierte en el principal de la función, por omisión, por escurridizo, por político. Es el autor de la frase original que da título al libro, Say Nothing: Gerry Adams. Pero eso el lector no lo sabe hasta bien entrado el texto, como corresponde a una construcción dramática de malvado huidizo. Adams va introduciéndose poco a poco en el libro: amigo de las hermanas Price, dirigente del IRA detenido y encarcelado, reconocido como tal por muchos de sus pares… Adams siempre ha negado su pertenencia al IRA. Su conversión a un perfil político empezó relativamente pronto, en los años setenta parece que ya veía bastante claro que la vía política era imprescindible, y aprovechó la huelga de hambre mortal de Bobby Sands y sus compañeros en 1981 para presentarse al parlamento británico (con la sospecha relevante de que rechazó una oferta completa del gobierno británico que habría impedido la muerte de seis de los diez huelguistas), y fue impulsor del Acuerdo de Viernes Santo. Muchos de sus compañeros consideran que Adams es un traidor a la causa, dado que el Acuerdo no trajo la independencia del Reino Unido ni la unificación de la República, a pesar de todos los muertos y todas las promesas. No obstante, la figura del traidor político no es definitivamente vilipendiada como el mal absoluto: uno de los compañeros de Adams admite que sin su maquiavelismo, su ambición de prestigio, y su actitud ambigua no habría existido posibilidad de negociación ni Acuerdo de Paz. Este criterio recuerda mucho a la propuesta de Javier Cercas en Anatomía de un instante cuando diagnostica que Carrillo, Suárez y Gutiérrez Mellado actuaron de un modo similar contra el PCE, el Movimiento, y el Ejército, para sacar adelante, en contra de los intereses aparentes de sus propias organizaciones, un proceso mejor. En cierto modo y salvando las distancias, Adams sigue ese mismo patrón y cierta lógica política que afirma sotto voce que gobernar supone, con frecuencia, traicionar a tus propios seguidores o ideales.

Imagen icónica de Bobby Sands, en imagen tomada de la BBC

Pero, si hablamos del IRA, el golpe de estado de Tejero retratado por Cercas no es precisamente la referencia a buscar escribiendo desde Bilbao. No digas nada es un espantoso recordatorio de actitudes, pensamientos y acciones que un nacido en 1968 ha visto, interiorizado, sufrido, reflexionado y temido. Si hay un libro al que No digas nada puede acercarse para decirle cómo hablar del terrorismo desde las publicaciones periodísticas es a ETA. De principio a fin, que adoptaba un siniestro tono objetivo, sin juicio alguno, en una explicación exclusivamente narrativa del llamado conflicto vasco. No digas nada no es así, una digamos reseña fría, sino que claramente opina sobre motivaciones, excesos, violencia estúpida e injustificable, y elimina toda romantización del terrorismo. No es que no explique sus causas y razones o que las ningunee. Pero... el Ulster y Euskadi, Irlanda del Norte y el País Vasco… No hay sitio para recoger lo que se han comparado; basta recordar el éxito de las películas sobre el IRA en Euskadi, o que Gerry Adams estuvo presente en la Declaración de Aiete. Pero hay diferencias muy relevantes que No digas nada permite recoger y dejar por escrito para reflexión futura:

1.-El conflicto irlandés fue mucho más sanguinario que el vasco, a pesar de que éste duró algunos años más. Irlanda del Norte tiene menos de 2 millones de habitantes y murieron 3.500 personas, frente a los 2,1 millones de habitantes vascos (2,8 si se considera a los navarros) y aproximadamente 850 muertos.

2.-En Irlanda del Norte el problema del lealismo fue mucho más desatado. Los grupos paramilitares fieles al gobierno británico y el propio ejército patrullaban y son responsables de centenares de esas víctimas.

3.-La infiltración de informantes en el IRA parece bastante superior a la que conocemos que hubo en ETA. Hasta un 25% de la militancia del IRA parece que pudo ser confidente de la policía… Esto deriva en una de las tramas centrales del libro: la desaparición de personas por parte del IRA, que luego fueron buscadas durante años una vez alcanzada la paz. Si bien esto existió en Euskadi (Pertur, por ejemplo), las dimensiones son muy menores.

4.-La financiación sin embargo convierte a ETA en más cruel que el IRA, frente a los puntos anteriores: ETA se financiaba mediante el impuesto revolucionario, la extorsión, y el secuestro de empresarios locales a cambio de dinero. El IRA sin embargo contaba con la simpatía de muchos irlandeses de EE.UU. que recaudaban fondos o daban apoyo de diferentes modos.

5.-En Euskadi no ha existido un proyecto Belfast, en que los terroristas hayan contado su historia. En Irlanda del Norte fue una experiencia singular porque aunque los voluntarios hicieron esas grabaciones con la condición de que no se conocieran hasta la muerte del terrorista en concreto, sucedió que se produjeron peticiones judiciales sobre las mismas que supusieron un escándalo (Adams incluso fue detenido unos días; por supuesto, no dijo nada una vez más).

6.-A cambio, parece que en Irlanda del Norte no ha existido un mínimo movimiento de reconciliación, una resistencia cívica (tipo Gesto por la Paz) o programas de reparación como los encuentros de justicia restaurativa, o la propia oficina de atención a las víctimas del terrorismo. El libro ni siquiera menciona la existencia de asociaciones de víctimas, de lo que pude decirse que, si las hubo, éstas no fueron relevantes.

7.-La separación de comunidades parece más evidente en Irlanda del Norte. Católicos, pobres y republicanos, frente a protestantes, ricos y lealistas. La división por barrios de Belfast hasta convertirse en trincheras de guerra excede a los conflictos de kale borroka que sucedían especialmente en las partes viejas de ciudades y pueblos, aunque tenga sus paralelismos. Pero no llegó a haber muros. Sí pintadas y graffitis. No hubo una división social por causas religiosas (aunque los papeles similares o no de las diferentes Iglesias en ambos lugares es un campo a estudiar). Curiosamente, en Irlanda del Norte no existe un factor cultural por el idioma; aunque defendieron el gaélico, también reivindicaron como identitariamente irlandés el acento inconfundible con que los irlandeses hablan inglés.

No digas nada ha sido una lectura intensa y algo agotadora. Lo vívido del estilo, las prolijas notas que indican no ya el trabajo documental intenso sino el talento de construcción del relato ante las inmensas cantidades de información, la fuerza que tienen los perfiles, vivencias y azares de sus papeles principales (Dolours Price, Jean McConville, varios de sus hijos, Brendan Hughes, Marian Price, Gerry Adams), muestran que Patrick Radden Keefe es un narrador dotado. Aunque es la habilidad de la estructura, que hace converger lo personal hacia lo público, y que añade capas narrativas según avanza, la que probablemente lo convierte en una lectura absorbente y adictiva. Y si no tiene el carácter siniestro de ETA. De principio a fin es porque sabe situarse en una posición justa.

Patrick Radden Keefe, según imagen en Wikipedia

Ps. Colección de tweets que recoge 34 excesos, ironías, barbaridades y desmanes que los Troubles y su locura supusieron: https://twitter.com/GoioBorge/status/1574390576765624320?s=20&t=RGK-K0EU6qhMB5w6IoBuLw

 

 

 

 

 

7 de enero de 2023

Querido Dietrich que estás en los cielos

 


Dietrich Bonhoeffer es un pastor luterano alemán que fue encarcelado por los nazis y ajusticiado cuando apenas faltaba un mes para el final de la guerra. Resistencia y sumisión, este libro, es una recopilación de las cartas que escribió a sus padres y especialmente a su amigo Eberhard Bethge, también pastor y marido de la sobrina de Bonhoeffer. Es Bethge quien se encarga de extraer y editar los textos, hasta rendir este volumen que resulta ser de una influencia importante en la teología del siglo XX.

Llegué a este libro a partir de la lectura de Necesario pero imposible, el último volumen de la Tetralogía de la Ejemplaridad de Javier Gomá, que recoge la que es su idea probablemente más disruptiva: la posibilidad de un cristianismo arreligioso para un mundo en que ya ‘no existe Dios’, o al menos el Dios que nos han dado a conocer. Bonhoeffer piensa que para vivir en Dios hay que considerar que éste nos hace vivir en un mundo sin la ‘hipótesis Dios’, que Dios nos abandona, que es impotente y débil en el mundo, y que precisamente Cristo ayuda a la humanidad por su debilidad y sufrimiento, y no por su poder y omnipotencia. Debe ponerse de manifiesto de continuo la carencia de Dios en el mundo: un mundo adulto lo es más sin Dios… Lógicamente, estas ideas traen de cabeza a su amigo y familiar teólogo, y les supone discutir temas como la ‘piedad natural’, la liberación por la fe, o cómo debe ser la fuerza espiritual para luchar contra las amenazas de la modernidad (fundamentalmente, esa tecnología y capacidad de organización que han sacado a Dios del mundo).

No obstante, todas estas ideas, sorprendentes en su contradicción pero muy atractivas para un humanismo agnóstico, llegan en las cartas finales y no alcanzan mayor desarrollo, que Bonhoeffer quería recoge en un ensayo que empezaba a diseñar. Pero no son ideas que surgen de la nada, ya que hasta llegar ahí el libro es muy interesante: Bonhoeffer es sorprendentemente actual al hablar de la muerte casi como de un ‘problema técnico’ -resoluble, por tanto- y rechazando que Dios deba ser un ‘mecanismo necesario’ al que recurrir sólo en la muerte y no en la vida. Además, es un preso que puede escribir cartas con cierta regularidad y recibir libros y comida de sus familiares. Con una lucidez encomiable, aunque de continuo contrariado por los retrasos prolongados de su causa judicial, Bonhoeffer habla de los sentimientos que el encierro le produce, se encarga de tranquilizar a familia y amigos sobre su estado físico y mental, y se inscriben cierto modo en la tradición de historias literarias (cartas, diarios, ficciones) de personajes reales o imaginados encerrados en una celda. La combinación de preso y pastor da matices peculiares a sus escritos de reflexión moral presente, en algunos casos de emoción relevante como ésta sobre el sufrimiento:

Sufrir obedeciendo a una orden humana resulta infinitamente más fácil que hacerlo como consecuencia de un acto realizado libre y responsablemente. Resulta infinitamente más fácil sufrir en comunidad que hacerlo a solas. Resulta infinitamente más fácil sufrir públicamente y con honor, que hacerlo apartado y en medio de la deshonra. Resulta infinitamente más fácil sufrir en el cuerpo que en el espíritu.

O esta de carácter estético y sentimental sobre su celda:

Queréis saber más acerca de mi vida aquí. Pero para imaginarse una celda no se necesita mucha fantasía: cuanto menos mejor. Por Pascua, el ‘Deutsche Allgemeine Zeitung’ publicó una reproducción del Apocalipsis de Durero. La he colgado en mi celda.

O su reflexión tan conmovedora sobre cómo vivir una separación, que en su caso es la obligada por su detención, pero que sirve para los amigos que no volverán a verse, los amantes que rompen una relación, o los familiares que fallecen:

Cuanto más bellos y ricos son los recuerdos, más dura resulta la separación. Pero la gratitud transforma el suplicio del recuerdo en una callada alegría. Uno no lleva en sí el hermoso pasado como si fuera un aguijón, sino como un valioso regalo. No hemos de hurgar en los recuerdos y entregarnos a ellos, como tampoco miramos continuamente un valioso regalo, sino sólo en ocasiones especiales, para guardarlo el resto del tiempo como un tesoro escondido de cuya posesión estamos seguros. Entonces dimanan del pasado una alegría y una fuerza duraderas.

O su confesión contra el victimismo:

Media una gran diferencia entre el hecho de que la ‘Iglesia sufra’ y el hecho de que a algunos de sus servidores le ocurra uno u otro percance. Creo que, en este punto, deberían corregirse algunas cosas. Confieso con toda sinceridad que a veces me avergüenzo de lo mucho que hemos hablado de nuestros propios sufrimientos. No; el sufrimiento debe tener una dimensión muy distinta de la que yo he vivido hasta ahora.

No todos los juicios de Bonhoeffer, de todas maneras, resultan tan aceptables. Los hay hijos de una época exigente con la condición humana en los que creo que traiciona su humanismo: sus compañeros de prisión que lloriquean y sollozan e incluso “se lo hacen literalmente en los pantalones” durante las alarmas le parecen una vergüenza y no le inspiran la menor compasión. Se destaca por despreciar la educación si ésta no conlleva al heroísmo, mantiene una fe en la familia y en la casa paterna con un sesgo germánico de continuidad histórica, y expresa ideas sobre la selección de los mejores y cómo las élites se pueden permitir renunciar a sus privilegios.

En fin, las reflexiones, gusten o no, revelan la turbulencia de una cabeza sometida a una presión inclemente; como sucede con los autores cuya muerte injusta hace sombra sobre su obra (Wilde, Pasolini, Woolf, etc…), es imposible desligar sus palabras de esta coyuntura, y es necesario lamentar que no pudiera desarrollar de manera completa su luminosa idea principal, dado que su influencia podría haber sido relevante y enriquecedora de la tradición occidental.

Dietrich Bonhoeffer (vía)