Dentro de la abundante literatura LGTBI
es difícil discernir, y lo cierto es que no sigo foros ni editoriales
especializados al respecto, porque no los conozco ni tengo un criterio claro
para distinguirlos. Sé, sin embargo, que la etiqueta como subgénero ha crecido
e incluso proliferado. Así que me muevo por mis viejos criterios de siempre, la
crítica especializada en publicaciones sobre literatura de suplementos
culturales, la editorial de cierto o supuesto prestigio, la lectura de clásicos
y el boca-oreja, actualmente practicado por redes sociales sobre todo. No me
quejo: la veo fuerte y actualizada, y las últimas selecciones (William S. Burroughs, Weldon Penderton, Sebastian
Barry, Quique
Palomo) han calado bien. Lo que te
pertenece se suma a este juicio, sobre todo por un trabajo profundo del
drama psicológico, y su descripción de un deseo perturbador y complejo.
Parte de este deseo, al menos de las
formas en que toma forma, se produce en un universo que ya parece algo antiguo:
unos diez años, aproximadamente, antes de la implantación de las aplicaciones
de contactos de los móviles inteligentes como forma mayoritaria, y de manera
casi masiva, de encontrar pareja sexual, estable o no. Un periodo en que ya
existen redes sociales, servicios de mensajería instantánea o canales de
conversación, aunque todo en ordenador. Cuando esta época sea objeto de
nostalgia porque sus protagonistas hoy jóvenes quieran consumir su pasado, como
hace toda generación reciente, la cronología que lleva de los canales de
ligoteo gay a la eclosión de Grindr mostrará una evolución vertiginosa. Pero no
es que Lo que te pertenece sea antigua,
ni mucho menos rancia, pero sí parece que su escritura ha sido lenta: su
traducción al castellano llega en septiembre de 2018, su publicación original
sucede en 2016, y la primera parte de la novela en realidad fue un relato largo
titulado Mitko, que ganó un premio
en 2010.
Hoy Chueca.com es un portal de contenidos, pero
el chat sigue existiendo
Lo
que te pertenece narra la vida de un joven
profesor norteamericano en Bulgaria. Profesor de inglés, presunto trasunto del
autor (que ejerció de profesor en Sofia), es aficionado al cruising y en una
de sus correrías conoce a Mitko, joven prostituto a cuya belleza arrebatadora
no consigue sustraerse a pesar de los infinitos problemas que le provocan su
intento de tener algo parecido a una relación con él, y de su propia capacidad
reflexiva al respecto de la deriva personal que le supone. Las reseñas hablan
de referentes como Lolita o Muerte en Venecia, fáciles por el amor
obsesivo, prohibido y poco recomendable por una persona joven, por la narración
desde el punto de vista del personaje mayor de edad, pero creo que están
lastradas por la falta de suficientes referentes de representación homosexual
en la literatura aceptada canónicamente. Muerte
en Venecia funciona en un estricto juego de amor platónico y virginidad
estéticos aquí imposibles por el contenido necesariamente sórdido de la
historia (siempre he creído que Thomas
Mann conceptualiza –maravillosamente, eso sí- desde la represión y el armario,
y que sin ellas sería otro autor muy distinto). Y en Lolita, pues… en Lolita
hay mujeres y la posibilidad engañosa de una aceptación social, hay una
representación familiar con su propia lucha interna, hay un triángulo, y hay
pederastia directa y conocida. Mitko es adulto, Mitko es homosexual, Mitko
folla con clientes, Mitko no representa ideales estéticos para la moral del
protagonista, y su amor nihilista y explícito también es construido estéticamente,
pero demasiado cercano a tierra para (los tiempos de) Nabokov y Mann. Las
decisiones de Mitko, 23 años, son aparentemente inconscientes, pero proceden de
un adulto necesitado; reconocemos una psicología infantil (su afán consumista
por los móviles, su gusto por pavonearse ante otros amantes) pero también un
instinto de supervivencia. Mitko en última instancia es pobre y un adicto.
Muerte en Venecia, de Luchino
Visconti, basada en la novela de Thomas Mann
Pero en la comparación sí me parece
relevante un detalle: el protagonismo y el punto de vista corresponden al
personaje mayor, también en Lo que te
pertenece. Esto adquiere un rango sobresaliente en la segunda parte de la
novela, cuando el profesor recibe la noticia de la enfermedad e inminente
muerte de su padre y evoca sus relaciones de infancia y pubertad con él, su
inquietante deseo incontrolado hacia la figura paterna –en una delicada y
epatante inversión freudiana- y ausculta sus deseos y costumbres actuales en la
memoria de su imposible educación sexual. La novela, en cierto modo, pasa de la
metafísica al psicoanálisis sin resentirse. En la tercera parte del libro la
narración deriva a la aparición de la enfermedad y su gestión. Es un momento en
mi opinión menos original y conseguido aunque coherente con el ambiente narrado.
Sirve obviamente para resolver la figura de Mitko, y la novela adquiere un
tinte más social por las diferencias sanitarias entre países, y la situación en
Bulgaria al respecto.
Mladost, en Sofía, foto
de TripAdvisor.
Greenwell domina muy bien el uso del
entorno y los paisajes. Los paisajes y sus descripciones refuerzan con mucha
potencia, y en general cierta grisura dramática, los estados físicos y mentales
de los hombres protagonistas. Desde los barrios poco acogedores de Sofia a las
playas y resorts vacíos de Varna, desde los paseos por los infinitos
descampados a los viajes a los centros sanitarios, el acompasamiento entre
pensamiento y entorno es casi adictivo. Paisaje y psicología se influyen y
retroalimentan, aunque el retrato de país no es el más amable. Bulgaria, por Unión
Europea que sea, no es un país rico ni igualitario, y el libro no devuelve la
imagen de una sociedad abierta, ni en la atención sanitaria, ni en la represión
homosexual tanto social como familiar… No calificaría a la novela de activista,
pero su naturalismo subyugante, a veces cerca de un miserabilismo controlado, funciona
bien, y los problemas de aceptación están presentes como preocupación. No
obstante, aunque el autor comprenda y trate con ternura a Mitko, sólo consigue
adoptar el punto de vista del personaje rico dañado por la vida, y esto lleva a
aristas morales en el juicio de la novela, pues, dados a retratar una represión
familiar y social, una tragedia íntima, y una descomposición tanto física como
moral, Mitko –los diferentes Mitkos del mundo- exigen –en 2019, pero también en
2010, por vertiginosos que sean los tiempos- trascender, opinar, una mirada propia.
Creo que eso aún falta.
Garth Greenwell, por Jarma Wright (vía)