¿Qué hace un ateo racionalista y relativista leyendo un
libro de Joseph Ratzinger? O, más allá, ¿leyendo un libro de la Editorial
Encuentro? No conocía esta editorial, pero todos los libros que anuncia en las
últimas páginas de Dialéctica de la secularización.
Sobre la razón y la religión son escritos o versan sobre Joseph Ratzinger,
y sus títulos anuncian claramente contenido e intenciones: El Dios de la fe y el Dios de los filósofos, Ser cristiano en la era neopagana, De Joseph Ratzinger a Benedicto XVI… Confieso aquí que siempre he
sentido algo de simpatía por el subrayado carácter intelectual del que fue
Benedicto XVI, y reconozco que esta imagen de papa escritor, pensador y culto
siempre me atrajo más que la de su antecesor, aquel Wojtyla de marcado carácter
mesiánico o populista. Sin que ello signifique, ni mucho menos, que me hayan
gustado sus declaraciones.
El papa del no relativismo que dejó su puesto vitalicio (vía)
Este libro me ofrece una coartada para leer por primera vez
a Ratzinger. No por hacerle un tributo precisamente a la lectura teológica, ni
por mostrar una superstición esencialista que ya tengo superada –aunque siga
pensando que leer a Agustín de Hipona o Tomás de Aquino suele reservar grandes
momentos literarios-, sino porque el planteamiento es interesante: Dialéctica de la secularización enfrenta a Joseph Ratzinger y Jürgen
Habermas en dos conferencias que impartieron -en Munich en 2004, cuando
Ratzinger aún no era papa- sobre los fundamentos prepolíticos del estado
democrático. No nos engañemos: bajo el eufemismo prepolítico se habla de la quiebra de valores del estado
democrático actual y del fundamental papel de la religión (cristiana) en su
fundación de derecho, y, según postulan, en su salvación.
Habermas es un filósofo alemán presentado como un heredero
del pensamiento ilustrado. Su currículum es netamente racionalista, pero en su
conferencia (que está construida y narrada con estupendas precisión y capacidad
para el matiz y la riqueza de conceptos), establece un puente hacia esos fundamentos prepolíticos basándose en la
deriva de los mercados y la progresiva pérdida de los valores solidarios. Habermas
reconoce que la razón práctica aconseja estudiar cómo se mantiene la cohesión
en las comunidades creyentes y cómo puede aprenderse de ellas, sin que ello
suponga que los cristianos, por ejemplo, puedan imponer su particular
cosmogonía al estado, ni pedir que este sea confesional. Jürgen Habermas, por
tanto, parece echar un capote desde una razón laica normalmente vista por los
creyentes como intransigente hacia una ética del compromiso que con los años ha
comprendido que es cuando menos interesante en algunos grupos religiosos.
Encuentro la foto de Habermas aquí, en una página sobre marxistas...
Ratzinger, por su lado, prefiere subrayar lo que él llama
las perversiones de la razón, cosas como la bomba atómica o la clonación como
ejemplos de una razón científica que sin un control ético debido se ha
desbocado. Obviamente sabemos qué quiere proponer Ratzinger como herramienta de
control, pero no se pone dogmático al respecto, entiende que el cristianismo no
juega un papel único en el mapa de las religiones, y establece puentes
razonables hacia el moderno estado de derecho y su fundamento racional. Para él
razón científica y religión cristiana han caminado de la mano en la
construcción jurídica de este estado (se entiende que en el último siglo, claro) y ambos se complementan necesariamente. El
texto de Ratzinger es sin duda más plano y menos profundo que el de su colega
conferenciante, aunque, por no ser injustos, es obvio que en el caso de
Ratzinger es imposible evitar expectativas sean del signo que sean.
Aunque la confrontación (más bien un acercamiento un tanto
compadresco) es interesante, y el texto de Habermas es excelente, en ninguno de
los dos casos estoy de acuerdo con las conclusiones, aunque parto de una
asunción que un cristiano no aceptará nunca y es que por mucho que reconozca
los valores históricos de su religión en la construcción del estado, su
objetivo final como religión me parece una superchería no aconsejable como modo
de organización. Cierto que Habermas expone los valores a recuperar de una
manera prudente y racional, pero ni la perversión actual de los mercados
significa que tiempos pasados fueran mejores (¿más éticos?) gracias al mayor
peso de los valores religiosos en la sociedad (algo que creo falso, e
históricamente hipócrita), ni es cierto que precisamente por decir basarse en
valores religiosos no haya comunidades cristianas que no son precisamente un
ejemplo a seguir. En el caso de Ratzinger, la premisa de partida me parece
falsa: las herramientas que construye la ciencia (como la energía nuclear o la
genética) no son éticas en sí, sino que lo es su uso, que él pretende dejar a
los principios morales de una religión que no acaba de especificar con contundencia para evitar
ese dogmatismo. Reducido al absurdo, para Ratzinger sería imposible inventar la
metalurgia porque los cuchillos pueden matar niños. Que a la vez pueda suceder que la razón construye herramientas que no sabe controlar, pero que el cristianismo en su formulación moderna resulta una religión racional (o ilustrada) resulta contradictorio. Contradicción muy atractiva, por otro lado, pero que Ratzinger no resuelve.
Eso sí, el libro es apasionante, bien escrito, legible muy
disfrutablemente entre líneas, y
realizado por dos señores alemanes muy mayores, que tienen edad suficiente para
haber conocido sociedades perversas (construidas en una razón irracional) y que
entiendo que busquen entre los valores desarrollados por la humanidad un nexo
de unión. Me parece no obstante que demonizan en parte a una ciencia (y su prima la
tecnología) cuyo carácter frío y despiadado niego por principios, y a la que
creo mucho más partícipe en la construcción del estado democrático de lo que
reconocen los autores. Pero esa es otra conversación.
Aquel día en Munich (vía)