Tres años después de publicar El origen de la obra de arte, Martin Heidegger dio una conferencia en Múnich con el título de La pregunta por la técnica, que es el origen de este pequeño volumen. La conferencia y el pensamiento en estas páginas en realidad bastante breves son muy deudores del desarrollado en la obra publicada con anterioridad, y en cierto modo están encerrados (y por desvelar, que vivía al propio filósofo) en su estudio sobre el arte.
En aquel trabajo, Heidegger distinguía entre, por un lado, arte
y obra (desveladores de una verdad oculta que el artista conseguía sacar a la
luz), y, por otro, oficio o incluso artesanía, que en realidad proporcionan
objetos de utilidad, con sus valores, pero no reveladores de verdad alguna. En La
pregunta por la técnica, Heidegger reflexiona sobre la industrialización de
esos oficios, en como la técnica moderna influye en el hombre con sus
modos de producción, de creación de consumo, y en si esto es también revelador
de algún tipo de verdad.
Heidegger sigue la misma técnica auto indagatoria que
utiliza wn su libro anterior. A la par que se pregunta (o nos hace preguntarnos)
por el sentido de las palabras de estudio de su pregunta del título (técnica,
producir, existencias, engranaje...) despliega un imponente juego de
preposiciones para sustantivos y verbos cuyos significados plásticos forman
parte esencial de su búsqueda intelectual. Hasta el punto de que vuelve a
parecer lícito preguntarse si Heidegger pensaría cosas distintas, quién sabe si
opuestas, si trabajara en otro idioma.
Entremos en materia, con cierta sorpresa: Heidegger admite
que arte y técnica moderna comparten desocultamiento (desvelamiento) de la
verdad (o lo real), y que lo hacen como fondo permanente (manera en lo que
define lo que llamaríamos recursos). Es decir, la técnica convierte a los
agentes que intervienen en ella en recursos, con una determinación puramente
instrumental que en principio le parece insostenible. Pero, sin embargo, “el
hombre de esta era técnica está provocado de manera llamativa a desvelar”, y Heidegger
ancla esta ansia en la naturaleza. Las ciencias naturales toman y desean aprehender
la naturaleza como un complejo calculable de fuerzas a la que emplazar mediante
un experimento desvelador de la verdad. La naturaleza, emplazada como fondo
permanente, se somete al dominio de un engranaje, un ordenamiento de todas las
cosas dispuestas y entrelazadas mediante un control racional de las fuerzas.
Podríamos resumir esto más llanamente en que la industria aplica la técnica
sobre un mundo visto como recursos, unos protocolos de funcionamiento, y un
sistema de información. Lógicamente, también el hombre tiene el riesgo de
convertirse en recursos, en fondo permanente de dicho engranaje, de un modo
provocado por sí mismo al desear solícito que la ciencia desvele, con sus
conocimientos científicos, una enorme exactitud en la que sin embargo se
retraiga lo verdadero. El hombre, imbuido de solicitud, desvelamiento y
técnica, no percibe que es el mismo el sujeto de esta interpelación. El peligro
es que el dominio del engranaje impide acceder al desvelamiento (a la verdad)
más original.
Parece que es habitual en Heidegger ser lúcido con
determinados elementos de su época, pero llevarlos a un lenguaje cuyo
seguimiento resulta pedregoso para el profano (nada que ver con Ortega y Gasset
y su Meditación de la técnica, vaya). Y, sin embargo, no está diciendo
nada realmente novedoso respecto a la alienación de lo productivo/técnico, y la
despersonalización del humano ante ello, ahogado de deseos, excepto su dirección
hacia el concepto de verdad a desvelar. Esas necesidades de desvelar que la
técnica moderna parece poner a disposición del hombre pueden revelar algunas
verdades menores, pero alejan de la verdad originaria al sujeto.
Para Heidegger hay una solución que suena inesperada: la
poesía, las bellas artes, las desveladoras de una verdad original, más
primaria, fácilmente asimilable a la obra de arte, cuya esencia superior no
obstante se emparenta con lo amenazado en los párrafos anteriores. Digamos que
la creación artística permitiría estar alerta de los peligros homogeneizadores
de la técnica, gracias al pensamiento particularmente desvelador de una verdad
originaria que supone.
Es evidente que a Heidegger no le gusta la técnica moderna. En mi opinión confunde el origen de la expansión de la técnica como resultado de conceptualizar la naturaleza como engranaje y fondo permanente, con la aparición de la ciencia como nuevo tótem del conocimiento, y creo que la confusión procede de su escasa reflexión sobre lo práctico, que con frecuencia desarrolla la técnica por prurito de necesidad -y de mejora del bienestar humano- antes de que una ciencia, no digamos ya una filosofía, lo soporte. Pero qué duda cabe de que bajo su formulación un tanto críptica se encuentra un texto preciso en su propio lenguaje respecto a la explotación de recursos por la tecnología y el riesgo de deshumanización que supone. Menos mal que no acomete la discusión en términos económicos ni históricos, ¡podríamos pensar que Heidegger era marxista! Pero claro, no lo es: habiendo leído El origen de la obra de arte, bien se ve que su amable solución poético-artística encierra esa extracción de la verdad original ya desde la tierra en forma de obra de arte que consigue desvelar dicha verdad y es entonces reclamada para la historia de un pueblo...