Resulta chocante y por ello atractiva la opción que Daniel
Clowes usa en Wilson: cambiar la
estética del cómic, el dibujo del personaje, en cada página. Así es, Wilson es un cómic que cuenta una
historia independiente en cada página, aunque todas ellas forman un conjunto:
la vida adulta de Wilson, un cínico misántropo despegado de la vida y del
mundo, que gusta de decir a todo el mundo su más sincera opinión aunque no se
la pidan, que se acerca al maltrato psicológico, y que por ello es obviamente
solitario, ninguneado, incluso pasa por la cárcel, y acaba en una soledad completa.
Este cambio estético entre páginas debe tener un sentido, claro, aunque no sea
lineal (la historia dramática avanza linealmente entre grandes elipsis entre
páginas). A mí me evoca una cierta
inevitabilidad del carácter humano: aunque se vista de diferentes ropajes, el
mono sigue siendo mono.
Clowes es un pesimista terrible. Este es el tercer cómic que
leo de él, tras Ice Haven y Daniel Boring. Wilson, a diferencia de los anteriores, pivota exclusivamente sobre
el retrato psicológico de su personaje central, especialmente odioso, sin que
en sí podamos encontrar asidero alguno para disculparle. No es que su vida haya
sido desafortunada, no es que proceda de un entorno que explique su amargura,
simplemente se lo ha currado así. Tampoco hay modelos de humanidad más positiva
a su alrededor, y la negrura de las relaciones sociales encaja con la de sus
obras anteriores.
Los tonos pastel, cierta línea clara, e incluso algunos de
los estilos más caricaturescos utilizados por Clowes, ofrecen un contraste
visual desasosegante que en general el autor trabaja con maestría. No se trata
de envolver a Wilson en una oscuridad expresionista, sino de encajarlo en un
entorno luminoso falsamente feliz, mostrando el monstruo psicológico que acecha
en la falsedad de la vida occidental. Wilson el sociópata no está en realidad
tan solo, y tal vez lo chocante se vuelve algo obvio.
Daniel Clowes (vía)