17 de febrero de 2019

Héroes, bestias y mártires




Manuel Chaves Nogales fue un periodista republicano que en 1937 huyó de España, convencido de que la guerra terminaría en una dictadura y represión cruentas cualquiera que fuera el bando victorioso. En 1937, también, escribió este conjunto de nueve relatos basados en hechos reales, que bien podríamos llamar de no-ficción, aunque el término se adelante veinte años a la eclosión de este género y se produzca en una tradición literaria alejada de la que lo expandió mundialmente. Chaves Nogales, al que hoy supongo que llamaríamos equidistante, fue ninguneado por la historia literaria, y lo cierto es que A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España jamás habría sido publicado en ninguno de los bandos en guerra. Se publicó en Chile en 1937.

 

Madrid bombardeado durante la Guerra Civil (vía)


Recuperado finalmente hace un par de décadas, es fácil relacionar a Chaves Nogales con una serie de periodistas de prosa precisa y fluida que España tuvo aquellos años, como Pla o Xammar. Tenía de él tres libros en espera, y qué duda cabe que además de que el apunte histórico y la relevancia crítica puedan apetecerme, el hecho de vivir una progresiva polarización política en España y en Europa que, a veces, por la repetición de las ideologías, retrotrae a los años treinta, da actualidad a la visión de los autores que lo vivieron y lo contaron.

 

Asalto al Cuartel de la Montaña, en 1936 (vía)


Creo que lo más atractivo de A sangre y fuego es su descripción cotidiana de la guerra y de sus actores directos, pero sin provisión de ideología ni, por supuesto, propaganda. La naturalidad con que se ejecuta la venganza (individual, social, también étnica) resulta de una terrible familiaridad hispánica que, por ello, produce escalofríos. Da igual que se trate de un hijo dejando que su padre sea ajusticiado a la mañana por no tener que deber un favor a un superior, o de la cuadrilla que a caballo decide ir pueblo a pueblo limpiando la zona de traidores, los españoles de A sangre y fuego tienen el reconocible costumbrismo del país, y esta espantosa cercanía que cualquier lector de literatura española reconoce con facilidad es aterradora.

 

Musulmanes en la Guerra Civil (vía)


Como conjunto de relatos, el volumen tiene algunos mejor conseguidos que otros, además de diferentes cargas entre lo emocional, lo épico, y lo poético. Me parece especialmente lúcido Y a lo lejos, una lucecita, el episodio del seguimiento de espías por los tejados de Madrid por el rastro de sus linternas, que consigue una metáfora impactante del tiempo que refleja. También es inolvidable el episodio de inspiración mitológica protagonizado por el gigante Bigornia, que asaltó el Cuartel de la Montaña y acabó conduciendo tanques soviéticos. Queda en varios episodios esa costumbre (¿católica? ¿goyesca?) de disculparse por los ajusticiados mediante una nota exculpatoria dejada junto al cadáver: ‘por traidor’; ‘por chivato’. Queda una guerra con extranjeros de sí mismos de todo tipo influyendo en una batalla fratricida incomprensible, y, queda, para Chaves Nogales, la decepción enorme de la deriva del bando republicano, al que se sentía perteneciente por adscripción de pequeño burgués liberal, por su incapacidad militar.

 

Riña de Gatos (Goya, Museo del Prado)


Mucha gente califica este libro como el más acertado en el retrato del suicidio civil del pueblo español, y subraya la brutalidad explícita del mismo. En mi opinión, el horror nace del reconocimiento, de la cercanía psicológica e histórica que tenemos con los personajes (concretos, humanos, populares) que hicieron la guerra con la misma naturalidad con la que nos vamos de tortilla al campo o la playa: porque es lo que hay, porque es lo que toca, porque los otros son unos cabrones, y todo lo demás. Hoy deberíamos ya saberlo. Pero.

 
Manuel Chaves Nogales (vía)



3 de febrero de 2019

La estética medieval


 

Aunque con algunas lecturas (como Gente de la Edad Media, Historia de la Belleza, o La invención del cuadro) es fácil saber que la Edad Media no es una época gris, en blanco y negro, tallada en severa piedra oscura, de imágenes insulsas, grandes plagas y taimado y exclusivo teocentrismo que la educación nos ha inoculado durante décadas, aún parece inevitable tener ese sentimiento al enfrentarse al arte medieval. Supongo que la imprimación cultural de esa idea es demasiado potente, que incluso tal vez el estigma es casi una categoría más psicológica que histórica, de la que resulta complicado zafarse. Supongo también que el contraste con la explosión sensual del Renacimiento, que además trae consigo coyunturas sociales, políticas y científicas que ya conectan incluso con nuestra época, permite dejar con más facilidad a los mil años anteriores en el olvido también educativo.

 
Reunión de Cristo y los apóstoles (Muséedes Beaux-Arts de Dijon/François Jay)
 
Todas estas cosas son falsas además de absurdas, como saben tanto historiadores como historiadores del arte. André Grabar es uno de éstos, uno de los más grandes historiadores del arte bizantino, y autor de este pequeño y delicioso librito, clarísimo en su exposición, y con ilustraciones, pero, a pesar de ello, de un tamaño manejable, que es Los orígenes de la estética medieval. Porque, en efecto, los artistas medievales no estaban menos dotados ni tenían una visión infantil de la representación figurativa en el arte, sino que su estilo respondía a un determinado canon desarrollado durante siglos, con su evolución y sus diferentes fases, y una serie de rasgos comunes que todos distinguimos: la ausencia de perspectiva y las imágenes planas, las aureolas de los santos y los personajes sagrados, los personajes de mirada frontal e inexpresiva… 

En este mosaico de la Teofanía de Abraham de Santa Maria Maggiore aparece según Grabar por primera vez, un personaje envuelto en una aureola luminosa 

La pregunta que subyace a las ideas de Grabar es si existe realmente una cesura lamentable en la historia del arte entre la caída de Roma (el imperio occidental) y el Quattrocento italiano que empezó a recuperar las formas del arte clásico. La primera hipótesis del autor es que la respuesta es no: un imperio también romano, el de oriente, con Bizancio como capital, permaneció y duró mil años más, y resulta lógico que en él se encuentren claves sociales y artísticas de la época, dado su poder. Así, el desarrollo de la estética medieval occidental bebe de la evolución del arte bizantino, especialmente tras el final de la época iconoclasta. Así, se impusieron rasgos estéticos en los que la realidad observada por los sentidos era despreciada frente al inmanente carácter divino de toda representación, especialmente la figurativa.

La segunda hipótesis de Grabar bebe del neoplatonismo de Plotino, filósofo del Bajo Imperio, en cuya doctrina el ‘Uno’ (asimilable a Dios) impregna la realidad de todos los hombres y toda la naturaleza, de modo que no puede representarse la misma  sin sentir el influjo de estar representando a Dios. Para Grabar, Plotino crea la base teórica de mil años de arte, aunque el autor no establece una relación causa-efecto directa, sino que más bien se maravilla de la posibilidad de encontrar el edificio abstracto de toda una estética de mil años de historia del arte en un autor influyente y precursor.

Grabar explica con sencillez a pesar de moverse en terrenos que hollan la metafísica. Completa el libro con varias ilustraciones ejemplo de los rasgos estéticos desarrollados en la Edad Media y analizados en el texto. La brevedad admirable de Los orígenes de la estética medieval rinde una obra efectiva por concisa, pedagógica, plena de conocimiento, y hasta con una estética digna de estudiarse por sí misma. Y además me ha descubierto a Cosmas Indicopleustes, lo cual me ha llenado de felicidad.

(merci Ricardo Palmeiro, enseguida te devuelvo el libro, ;-))

 
 André Grabar (vía)