15 de julio de 2021

Brujería y contracultura gay



Brujería y contracultura gay desarrolla en sus varios capítulos la tesis de que paganismo y homosexualidad tienen una relación de milenios, que esa asociación fue la causa principal de la persecución que la Iglesia sostuvo, especialmente en la Edad Media, contra brujas, hechiceros y otros herejes.

Sostiene su autor, el filósofo y activista Arthur Evans, que, desde las creencias animistas prehistóricas, homosexuales y mujeres dominaban los grupos humanos, crearon divinidades relacionadas con la naturaleza (con dos figuras principales más o menos perpetuadas en las diferentes culturas, la madre y el dios cornudo), que se practicaba en ellas una magia naturalista de respeto a la naturaleza, con sexo libre, amor comunitario y aborto natural; esta Arcadia potente y duradera, basada en los instintos humanos, fue combatida poco a poco por la llegada del raciocinio filosófico, encarnado ya en Grecia y Roma (sociedades que para sostener sus instituciones desarrollaron entidades militares masculinizadas que negaban los valores naturales anteriores y comenzaron con su paulatina destrucción), y cae definitivamente con la oficialidad del cristianismo, que cuando toma las armas asocia las herejías al antiguo paganismo y acusa a sus practicantes de sodomía y así los ajusticia. El paganismo y la magia naturales no obstante perviven con fuerza en los ambientes rurales (las tradiciones célticas serían el mejor ejemplo en Europa, mientras que en otros continentes pueden rastrearse muchos más), y la Iglesia debe aplicarse con constancia a esta lucha de poder que podría destruir su estatus. Evans no encuentra institución que pueda salvarse: la universidad, la ciencia ilustrada, el liberalismo, el estado absolutista, el industrialismo, o el socialismo marxista clásico, son instrumentos de un progresivo dominio de una sociedad blanca, heterosexual, y reproductora, obsesionada con aplastar el poder de la magia sexual pagana. No, en efecto, el marxismo no se salva pues es origen de un industrialismo explotador en el que el capitalista es sustituido por el Estado. La fábrica (y con ella la modernidad, la ciencia y la medicina científica), como antes la Iglesia y antes la agricultura, fomentan una superpoblación inmanejable que obliga a disponer de estructuras coactivas y se refugia en estos argumentos para impedir el desarrollo de nuestra naturaleza real.


Antes de analizar el libro necesitaba realizar este resumen para poder situar al lector, dada la evidente controversia que busca, con una pasión encomiable, el autor, claramente deseoso de reinterpretar la Historia convencional de la humanidad, y darle un nuevo sentido general. Esa pasión no se respira sólo en las ideas, sino también en la escritura, vertiginosa y taxativa, cuando no arrolladora, sin espacio a la duda o a asumir contradicciones, salvo alguna pequeña excepción, y con un aliento visionario cercano a la profecía. En este sentido, el texto es adictivo y está construido con enormes pulso y determinación.

Cierto es que en las ideas expuestas hay más problemas. Uno de los más importantes ya se menciona en el epílogo del editor en castellano, Josep Guardenyes, y tiene que ver con la idealización de las sociedades humanas prehistóricas, donde Evans interpreta los indicios arqueológicos o artísticos con una exaltación excesiva que niega hambrunas, luchas de poder entre tribus, problemas médicos, migraciones dolorosas, etc. Pero se pueden añadir más: categorías modernas para definir situaciones no ya premodernas sino prehistóricas, acercamiento histórico a los acontecimientos mediante una tesis original a la que ajustar los hechos, e interpretación unívoca de los testimonios. El desprecio por la razón y la ciencia podría justificar la discursividad del texto, pero también es cierto que el autor se preocupa de utilizar múltiples fuentes y de añadir una cronología prolija -especialmente abundante en cuanto a edictos y declaraciones eclesiásticas de herejía, sodomía y brujería, con frecuencia compartiendo dos o tres de estos parámetros-, lo cual indica que no se encuentra liberado del propio método occidental de trabajo crítico. Cierto es que al libro no le hacen gran favor sus prólogos, que le afean el lenguaje (poco inclusivo para nuestros tiempos), aunque lo disculpan contextualizándolo a su época; muestran así su propia arrogancia paternalista y su interés en interpretar un libro escrito en 1978 bajo el contexto de 2015. Uno de estos prólogos llega a afirmar que da hasta cierto punto igual que la historia narrada sea falsa, si es que acaso es justa… Cuando al final del libro el autor aboga por una salida enfocada a la economía de la magia (algo que ciertamente en los años setenta, cuando está escrito el libro, podía tener más predicamento en, por ejemplo, la aún implantada contracultura hippy), y pide también una necesaria revolución cruenta en beneficio de una mayoría que ha de desear luchar contra el régimen establecido, como lector ya comprendes el desatino.

Es una pena. El texto es lúcido en la interpretación de indicios, y su discurso de luchas conceptuales entre magia y razón/religión es vibrante. También es valiente en su adscripción del marxismo a los modos de opresión occidental. La historia de la caída de la comunidad gay-lésbico-trans, junto a las mujeres, de una poderosísima veneración primigenia, es sorprendente, pero me resulta inverosímil, en parte porque el autor parece verdaderamente creyente en las fuerzas del animismo. La aproximación procede en parte del discurso de clase: ésta es la historia del ninguneo activo de la memoria LGTBI, que nunca supo constituirse y fue exterminada.

Hace años leí un libro sobre la homosexualidad de los piratas británicos de los siglos XVII y XVIII, un libro de historia titulado Sodomy and the Pirate Tradition, de B. R. Burg, que incidía con asumida modestia en subrayar la relajación de costumbres de un periodo determinado gracias a datos indirectos (ausencia de penas, reyes de vida alegre, presencia de cartas, factores demográficos, etc.) que no permitían afirmar categóricamente los hechos recogidos de modo inconexo de aquel tiempo, pero sí observar una realidad a descubrir y explicar. La aproximación, la metodología, es de una diferencia abrumadora, claro. Supongo que, para Evans, Burg sería un historiador abducido o cómplice. El caso es preguntarse si la causa justa (fácilmente demostrable por ejemplo en todas las estúpidas sentencias de sodomía de la Iglesia) requiere este tipo de discurso (otro tipo de conexión divina, en verdad) para su movilización. Si este modo es el mejor para hacer consciente a la sociedad de la persecución histórica de una comunidad que no existía como tal. A mí me deja frustrado, en verdad.

Arthur Evans (vía)