Una buena imagen que resume la capacidad de observación de
Michel Houellebecq está en este libro, en una de sus varias comparaciones de la
vida cotidiana de la mujer bajo un régimen cristiano o bajo un régimen
islámico: mientras las mujeres occidentales pasan el día enfundadas en trajes
de esclava moderna, con sus tacones, su maquillaje y su perfección asumida para
un mundo de hombres competitivos, deseando llegar a casa para quitarse toda la
morralla de encima, la mujer musulmana vive tapada durante el día, con un
aspecto desconocido al exterior, mientras que es a la noche cuando se maquilla,
se viste con lencería cara, y deleita así al hombre de la casa, seguramente
también competitivo…
Sumisión es una
novela más famosa que realmente provocadora, como se espera de su autor. La
trama es archiconocida por varios hechos: si ya el autor es famoso por haber
realizado libros con personajes islamófobos, la novela se publicó con todo el
aparataje debido a un autor así en Francia nada menos que el mismo día, en
enero de 2015, de los atentados de Charlie Hebdo, donde además murió un buen
amigo suyo. Houellebecq decidió desaparecer una temporada (esta vez
aparentemente sin
desatar rumores de secuestro), y la polémica ha causado por ejemplo una
rápida traducción al castellano, que en principio estaba prevista para ser
publicada en otoño, pero que ocurrió finalmente en mayo. La trama se sitúa en
las presidenciales francesas de 2022, a las que se presenta Manuel Valls tras
diez años de presidencia de François Hollande, en rivalidad con Marine Le Pen,
con un partido musulmán moderado liderado por un hombre llamado Mohammed Ben
Abbes, y con una derecha prácticamente ya irrelevante. Los resultados mandan a
la segunda vuelta a Le Pen y al líder musulmán, que alcanza finalmente la
presidencia tras pactar con izquierda y derecha contra el Frente Nacional. El
nuevo poder no se carga la República pero sí potencia la educación islámica con
universidades islámicas. Y esto es lo que afecta al protagonista, el habitual
solitario desencantado de Houellebecq, que es profesor universitario de
literatura y especialista en un ignoto –para mí- autor del XIX francés, Joris-Karl Huysmans,
del que destaca especialmente su conversión a un catolicismo místico al final
de su vida.
El arte y los valores de Houellebecq están intactos donde
siempre, pero la novela se antoja menos trabajada que otras anteriores. Quizás
sea porque el campo de la política ficción distópica no sea precisamente nuevo
en ficción (y en la realidad: ya no nos extraña leer escenarios futuros
apocalípticos según los devenires políticos y económicos de los países
europeos), y en Sumisión faltan
demasiados elementos para la verosimilitud de la propuesta del autor. La
ausencia total de movimientos sociales, por ejemplo. ¿Dónde están las
feministas, dónde el movimiento LGTB, dónde los ecologistas? O, ya que estamos,
la propia Iglesia católica moderada… La novela propone la desaparición de la
mujer del trabajo, pagado todo ello con petrodólares procedentes del exterior.
Francia acepta sin demasiados problemas, y yo, personalmente, no me lo creo.
Asamblea Nacional de Francia (vía)
Los puntos especialmente incisivos están en la psicología
del protagonista, ejemplo de una masculinidad inoperante y sin opinión, que
puede perfectamente decidir qué religión le conviene según le haga la vida más
llevadera (incluyendo en esto la disponibilidad de mujeres incluso para la
poligamia), y según le paguen mejor por ello, todo ello hijo del desencanto
occidental, y, aparentemente, de un rechazo continuado a la cultura tradicional
cristiana que Houellebecq retrata a partir del entusiasmo de los muy bien
pagados intelectuales convertidos al islam. También es estupenda la apasionante
descripción del devenir político de los partidos en sus espirales electorales,
narrada con un pulso excelente, y que incluye ideas perturbadoras pero lúcidas
como que la ultraderecha identitaria y el islamismo radical se visten de
corderos para elecciones en las que sus alas radicales no les perturbarán, pero
que en el fondo se respetan en la convicción de su conexión religiosa
fundamentalista. Y seguramente el análisis literario también lo es, pero
desafortunadamente los autores franceses que se citan y analizan no me resultan
conocidos y temo que por ahí se me escurra parte de los sentidos y metáforas
entrecruzadas que Houellebecq siempre diseña en sus novelas.
El caso es que Houellebecq no propone una hecatombe ni una
masacre islámica tras el triunfo de una opción política que pudiera aunar el
desencanto de las generaciones de franceses hijos y nietos ya de inmigrantes
musulmanes de la banlieue.
La pausada aceptación del islam que tiene su personaje puede interpretarse como
irónica, en contraste a su propia trayectoria, y como palanca de advertencia a
las clases intelectuales adormecidas de Occidente. Pero si es así, la ironía está
un tanto aprisionada por un cansancio vital brutal, que se traduce en el final bien
razonado pero previsible y más acomodaticio, en su ética pervertida de salón, que
realmente provocador.