28 de marzo de 2011

Los sapos tienen pensamientos infames y llevan a cabo infames investigaciones

El director de cine Werner Herzog es el autor de Conquista de lo inútil, basado en el rodaje de su película Fitzcarraldo, y que ha conocido una muy bonita y cuidada edición en castellano en la editorial Blackie Books, hasta el punto de que conservaré, creo que por primera vez, la banda de publicidad, que normalmente es un plástico publicitario sin interés, pero que aquí se despliega, incluye reseñas de la película, un mapa y varias anécdotas conocidas de Herzog, como la de aquella vez que se comió un zapato…
Conquista de lo inútil es un diario de rodaje en un sentido literal, pero no analiza ni entra demasiado en las cuestiones cinematográficas de aquel increíble rodaje. Las impresiones que recoge el director versan más sobre el choque que supone el lugar del rodaje (la Amazonia peruana) y la locura que supuso la aventura de rodar Fitzcarraldo. Un rodaje que fue interrumpido varias veces, que tuvo un primer metraje interpretado por Jason Robards y Mick Jagger –que se desdeñó puesto que Robards abandonó, Jagger tuvo que atender otros compromisos y Herzog incluso eliminó el papel de Jagger, que fue eliminado del montaje final-, y que narra la historia de un comerciante de caucho (Fitzcarraldo) que quiere construir una ópera en Iquitos y para conseguir el dinero necesario acepta una licencia de explotación de caucho en una región a la que sólo se accede mediante un río en que hay que remontar unos rápidos no navegables, al menos en las primeras décadas del siglo XX. Sin embargo, este río para junto a otro, separados únicamente por una colina, por lo que Fitzcarraldo decide pasar el barco de un río a otro a través de la montaña para conseguir el caucho.
El barco montaña arriba (vía)



Esta locura está basada en hechos reales, y Herzog vislumbró la radicalidad extrema de la misma en comparación con la Ópera como arte, y decidió pasar un barco de verdad por una montaña, sin uso de maquetas. Esto le dio, obviamente, muchos problemas, que el libro recoge. La selva, la jungla indómita que le rodea y contra la cual los poderes del cielo son impotentes, es uno de ellos. El poso que todo ello dejó en Herzog fue lo suficientemente duradero para no haber, según sus palabras, podido tocar los folios de este diario durante más de veinte años. Herzog escribe sorprendentemente bien si pensamos que la escritura no es su campo, aunque puede no resultar tanta sorpresa para quienes conocemos su cine, especialmente el documental, que es siempre muy observador y a menudo incluye apreciaciones formuladas literariamente. Pareciera de todos modos que fuera la selva la que hace que los artistas escriban de modo barroco y un tanto florido, independientemente del origen del autor, pues por momentos la literatura encerrada en Conquista de lo inútil podría confundirse con la de algún escritor latinoamericano del realismo mágico. En los relatos breves de los días en la selva de este diario, esta impone de tal manera su criterio que se produce una alucinación, y la extrañeza de este tozudo europeo que persigue una hazaña absurda a costa de su salud, su dinero y casi su vida, se refleja en un universo realista pero imposible, si cabe el oxímoron. Los problemas con los indios, con el equipo técnico, con la selva de meteorología caprichosa y su influencia errática en el nivel de los ríos, con los productores o con el actor principal, Klaus Kinski, se acumulan hasta la insania. Y aún así, Herzog mantiene la capacidad de observación, y la lucidez analítica, incluso una buena dosis de humor surreal, en la descripción de una cotidianeidad continuamente rebatida.
La música no amansa a todas las fieras (vía)


Este libro es un diario real. No hay construcción dramática en sí, y tampoco es el seguimiento técnico de un rodaje, sino un conjunto de experiencias personales de alguien que ha retorcido la realidad hasta lo imposible. Por ello, lo creo un libro de interés y gusto general. No obstante, es muy atractivo para quien conozca y guste de la obra cinematográfica de Werner Herzog, porque su personalidad y la de sus personajes siempre en lucha contra lo que no pueden abarcar se refleja bien.

El autor, intentando dirigir (vía)

15 de marzo de 2011

También Chechenia


Jonathan Littell, quien lo ganara todo (incluido mi arrebato), con Las Benévolas, publicó en 2009 un informe largo sobre la situación en Chechenia, país en el que había trabajado como miembro de una ONG durante las guerras de los noventa, y que, como periodista acreditado, visitó durante dos semanas en 2009. Desentrañar los misterios de esta pequeña república –cuya extraña existencia reflejaría en los nombres de sus habitantes, cruces imposibles de Rusia y Arabia- es tarea complicada, aunque debe estar al alcance de quien consiguió hacerlo con el nazismo y su psicología (sé que esto suena excesivo, pero a mí me lo pareció), y centra su Chechenia, año III.

Littell es consciente de describir un conflicto no resuelto, de poderosos actores en la sombra (Putin y Rusia como valedores de los dirigentes actuales de Chechenia, y Al Qaeda –o su corpúsculo norcaucáusico- como el de los terroristas todavía en el monte), y protagonistas especialmente directos: Ramzán Kadírov, el presidente respaldado por Putin y en el poder desde 2006 –de ahí el título del informe-, y que con sus plenos poderes controla a los islamistas y reconstruye con eficacia aparente el país destruido; y los movimientos de derechos humanos, especialmente Memorial , que en su denuncia del despotismo de Kadírov han sufrido varias víctimas.


Presidente. Pistola. Presidente

La provisionalidad pesa, creo, bastante, en la visión de Littell, que lo admite abiertamente como una carencia insalvable si quiere profundizar en el conflicto, a pesar de sus aparentes conocimientos del mismo. También se muestra tentado por momentos a una visión positiva de los logros de Kadírov, indudables sólo por comparación con la destrucción desatada de los noventa. Yo discrepo un tanto de la inevitabilidad de esta carencia, que me suena un poco a excusa: creo que no debería ser un problema para hacer buena literatura, pero puede que al alma novelista de Littell le pese no poder cerrar bien la trama, no poder estructurar, e incluso se ve forzado a reconocer cambios de última hora. Su profusión de personas y lugares de nombres difíciles tampoco ayuda al profano.

Por momentos, Littell consigue excelentes páginas, por ejemplo en el perfil de Kadírov y su red de privilegiados, o al novelar (ligeramente) los dramáticos destinos de miembros de Memorial secuestrados. Sin embargo, creo menos lograda la combinación con su propio viaje personal, que es algo impostado aunque la crónica en sí sea interesante y válida para un mundo occidental que tiene olvidados tantos conflictos eternos, complejos, imposibles.

6 de marzo de 2011

Odiar el capitalismo, ma non troppo


He aprendido mucho con Lucro sucio, un estupendo libro sobre economía, planteado con un punto de vista pedagógico en busca de una estimulante lucha contra los tópicos económicos asociados a las llamadas políticas de derechas o de izquierdas. Para ese aprender posiblemente sea necesario como en mi caso ser un tanto lego en la materia, aunque el libro baja al mundo terrenal y pone ejemplos que cualquiera puede entender porque todo el mundo, obviamente, es parte diaria de esa cosa conocida como Economía.

Lucro sucio quiere desmontar las falacias económicas interesadas que tanto la derecha como la izquierda política han construido alrededor del capitalismo. Dedica 6 capítulos a ‘descubrir, desacreditar y superar las falsas creencias y deducciones falaces de los apóstoles del libre mercado’ y otros 6 a ‘someter con compasión pero incansablemente el duro test de la plausibilidad económica al pensamiento simplista y el ingenuo moralismo de los amigos de la humanidad’. La tesis de Heath parte de los escasos conocimientos que los comunes tenemos de economía, si bien llega a comprender esto ante las confusas recetas que muchos economistas proponen, tantas veces basadas en las ideologías.


Mucha materia tras la fachada de la economía (vía)
Hay capítulos excelentemente desarrollados y muy clarificadores en este libro, como el dedicado a la ‘responsabilidad personal y el riesgo moral’ (¿por qué conducen más rápido quienes tienen un seguro más caro?), o el dedicado a la igualdad salarial (el hecho de que la mayoría de mujeres quiera trabajar en unos sectores concretos fuerza los salarios a la baja, y si se suben los salarios en esos sectores se lanzará el mensaje equivocado de que merece la pena seguir en ese mismo sector). El sencillo modo en que describe cómo los incentivos económicos no siempre funcionan en la dirección que los mercados suponen, o como una sociedad rica y productiva se distingue por crear unos servicios extremadamente caros son dos ejemplos de claridad. A la vista del libro, Heath es un hombre que se sitúa en un virtuoso punto medio que describe mentiras económicas y pone ejemplos de sus aplicaciones desastrosas, y que, aunque vivió y creció pensando en el capitalismo como un sistema injusto y corrupto, ahora piensa que quitárselo de encima podría serlo mucho más. Una conclusión apuntada al final del libro es la inevitabilidad determinista del sistema económico actual, que, incapaz de ser controlado totalmente pero que dejado libre sería un desastre aprovechado por oportunistas, se asemeja en su necesidad, capacidad de supervivencia e inserción social y moral, a Internet (según ejemplo creo que afortunado dado por el propio Heath). El sistema encaja mejor que otros con la condición y psicología humanas, aunque necesite regulación ante lo imprevisible de ésta en su pertinazmente desgraciada búsqueda de su propio bien, sin olvidar la complejidad técnica profunda de una actividad con diferentes formas de organización, con 200 países que legislan con efecto económico de manera diferente en un mundo de economía globalizada, y con la presencia del dinero y las divisas, que desvirtúan el sentido mercantil clásico de la oferta y la demanda y cuya escasez o falta de regulación está presente en todas las crisis cíclicas del sistema. Luego, por supuesto, quedan las explicaciones analíticas en detalle, aquellas en que entrará en conflicto con los economistas de una u otra ideología según los casos: la distribución de riqueza o la subvención generalizada rara vez funcionan como un mecanismo real de garantía de igualdad, pero la eliminación de servicios públicos básicos casi nunca ha supuesto una mayor eficacia de los mismos, pasando por la obviedad de que sólo aumentan los salarios si la unidad económica total (el país) es realmente productiva.


Siempre Forges



Debo reconocer que aunque me ha gustado, el hecho de que este capitalismo, con ese nombre y bajo un esquema que los neoliberales gustan de hacer suyo con orgullo, sea ineludible, me parece algo discutible precisamente por su concepto. Dice Heath en su capítulo titulado Compartir la riqueza. Por qué el capitalismo produce tan pocos capitalistas que ‘el problema es que el capital se gasta demasiado fácilmente’. Y yo me pregunto, ¿acaso esta psicología del gasto inevitable no es consecuencia del sistema? ¿Es una psicología individual, o generada por el sistema del capital? Que este sea dominante puede posiblemente excluir que la educación sea la solución a la pobreza, porque no puedes educar en otra cosa que se salga del modelo capitalista. Eso sí, Heath presenta un capitalismo que admite intervencionismo y flexibilidad amplios, de modo que su reinvención es casi constante gracias a una lucha de fuerzas perpetua, que no es sólo la de los mercados, sino que incluye al estado y sus mecanismos. La respuesta es, entonces, cómo conseguir que el capital no se gaste tan rápido, al menos para asegurar una distribución de riqueza. Es decir, cómo conseguir que el capital no se comporte como lo que es…

Ahora me preguntaría si realmente he aprendido algo, y si el profesor Heath sería indulgente en su examen. No lo sé, tal vez mi lectura se haya escorado hacia un lado. Bueno, intente cada uno la suya, claro.