28 de mayo de 2019

Hume & Smith, Frtiends Inc.


 

Desde un principio intuí que El infiel y el profesor. David Hume y Adam Smith, la amistad que forjó el pensamiento moderno podía tener un encanto especial, como así ha sido. Hace veinte     años que leí mi único libro de David Hume (Investigación sobre los principios de la moral), pero nunca a Adam Smith, y desconocía que además de contemporáneos habían sido amigos. Recordaba a Hume por algo más que por su anticlericalismo y sus postulados empiristas: por cierta fama de bonhomía y carácter de bon vivant, que este libro corrobora con un montón de valores más: empatía, cercanía, generosidad, amistad. Un libro sobre la amistad primera de un filósofo precursor del positivismo que afirma más de una vez a lo largo de su vida que

‘leer, pensar, gandulear y dormitar, actividades a las que yo llamo meditar, me aportan la felicidad suprema’

puede ser una joya, y, ¡boom!, resulta que sí.


Hume y Smith son miembros prominentes de la llamada ilustración escocesa. Nacidos con doce años de experiencia en las primeras décadas del siglo XVIII y muertos uno con la independencia americana y otro con el inicio de la Revolución Francesa, se profesaron admiración y amistad, y este libro lo describe con gozo sin olvidar por supuesto que ambos son figuras indiscutibles da la historia de la filosofía y la economía, respectivamente, aunque cada uno escribiera también sobre el campo del otro (añadamos a esto que ambos son coetáneos también de varios ilustres escritores y pensadores escoceses, y entre ellos es especialmente destacable una tercera figura que también, a su manera, forjó el pensamiento moderno desde otro ámbito: James Watt).

 ‘(En realidad, sorprende la cantidad de filósofos canónicos que nunca contrajeron matrimonio: Platón, Tomás de Aquino, Hobbes, Descartes, Locke, Spinoza, Newton, Leibniz, Voltaire, Kant, Gibbon, Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche y Wittgenstein son algunos otros nombres ilustres que podrían añadirse a la lista)’



 
David Hume según el retrato de Allan Ramsey

Hume y Smith tenían carácter y actitudes vitales completamente distintos, expansivo uno y comedido el otro, generoso uno y austero el otro, escritor compulsivo uno y minucioso el otro. Su amistad mutua es por ello sorprendente, y Dennis C. Rasmussen disfruta cochinamente de ello, frente a los libros gustosos de describir los problemas personales de escritores o pensadores y sus enfrentamientos (el autor llega a mencionar El atizador de Witggenstein, del que tengo un recuerdo estupendo, pero que se construye alrededor de una bronca discusión entre Ludwig Wittgenstein y Karl Popper durante la postguerra). Rasmussen describe amenamente el pensamiento de ambos, es ágil en la comparación de ambos, y tiene incluso cierta gracilidad en el empleo inteligente de la biografía de ambos en relación con sus postulados filosóficos y sociales. Consigue así una gran eficacia narrativa, sin caer en el folletín ni en el escarnio personal.


‘Cuenta la historia que un día Hume resbaló mientras cruzaba por el estrecho paso y cayó al lodazal, sin poder salir por su propio pie. Al final, consiguió llamar la atención de un grupo de pescaderas, pero las mujeres le reconocieron como ‘el malvado e incrédulo David Hume’, y se negaron a ayudarle hasta que recitara devotamente el padrenuestro. Lo hizo en menos que canta un gallo y ellas, fieles a su palabra, procedieron a rescatar al filósofo. Según la fuente de esta historia, Hume mismo lo relataba con gran júbilo, afirmando que las pescaderas de Edimburgo eran las teólogas más espabiladas que jamás había conocido’


 
Estatua de Adam Smith en Edimburgo (vía)

La Ilustración inaugura los valores del mundo moderno como lo conocemos, y Hume y Smith son dos de los pensadores que lo adelantan y prediseñan. Probablemente por eso se hace tan atractivo al lector moderno: Hume es un anticlerical irónico y divertido; ambos abrieron las puertas a los mercados de libre cambio cuando las relaciones económicas aún seguían principios derivados de los regímenes feudales, y aborrecen de la idea de que una nación es rica si sus vecinas están en la pobreza. Creen en el valor de los sentidos y el empirismo, en ayudar a las capas de la sociedad que sufren, y, especialmente David Hume, disfrutan de la vida con una concepción moderna del hedonismo. Desbrozando su amistad, también cierto carácter de maestría que Hume pudo ejercer sobre el joven Smith, y sumando el conjunto de avatares vitales (basándose en todos sus libros, y en sus cartas personales, algunas rayando la genialidad), el entretenimiento conseguido por Rasmussen alcanza un total coherente, con un libro que conecta con el espíritu de los biografiados, a los que respeta y mira con cercanía y amabilidad, y resulta altamente comunicativo y pedagógico, lo cual, en un texto que en gran parte describe la obra incluso con cierta profundidad, de un filósofo y un economista, es digno de elogio. Hasta el punto de que me ha entrado el apetito por leer La riqueza de las naciones y ver en la fuente lo que realmente contaba el profesor.


‘Con respecto a lo que produce la mano de obra de una gran sociedad, la distribución justa y equitativa nunca ha existido, puesto que los que más trabajan son los que menos reciben, y el trabajador pobre sostiene, por así decirlo, la estructura de toda la sociedad. Es cierto que la desigualdad causada por el comercio no acarrea una dependencia personal absoluta como la que sufrían los siervos en la época feudal. […] Pero sí deforma la afinidad de las personas, dado que hace que admiren e imiten a los ricos y se olviden, e incluso desprecien, a los pobres. En consecuencia, los segundos padecen, no solo la escasez material que comporta la pobreza, sino también los sentimientos de invisibilidad y vergüenza que la suelen acompañar. Nuestra admiración por los ricos es particularmente problemática porque, de hecho, no acostumbran a ser personas ejemplares. Al contrario, los estamentos elevados de la sociedad están carcomidos por el vicio y la locura, la arrogancia y la vanidad, la zalamería y la falsedad, la ambición sobercia y la avidez ostentosa. La disposición a admirar a los ricos y los poderosos, y a menospreciar o ignorar a las personas pobres o de origen humilde es la causa principal y más extendida de la corrupción de nuestros sentimientos morales’

 

Portada de Investigación sobre la naturaleza y las razones de La riqueza de las naciones, libro fundador de la economía moderna y del liberalismo

El sentimiento obtenido en una lectura antigua se ha confirmado. Así que tal vez me queden más lecturas recomendables. Hume y Smith son aparentemente escritores muy lúcidos, que mantienen una actitud sanamente escéptica en no dar nada por sentado sin someterlo a discusión, y su visión en tiempos en que la religión dominaba la definición, del mundo físico, espiritual y moral, es sencillamente titánica y creo que no podemos ni imaginarla. Me ha sorprendido Smith por ser en cierto sentido un pensador más preocupado por un sentido más completo de una justicia que incluso pudiéramos llamar social, y una visión mejorada de los conceptos de utilidad y simpatía, aunque su expresión fuese siempre más prudente (o cobarde, según fuentes) que la de Hume. Aunque relativamente, porque es sorprendente cómo intuye la aporofobia y la desprecia. Si pensamos que hablan de un mundo en que las formas feudales aún no eran lejanas, pero que están a menos de cien años de las categorías de Marx, el posicionamiento crucial en la historia del pensamiento es evidente.


‘El bien y el mal dependen de los sentimientos que tenemos al adoptar la perspectiva adecuada, es decir, aquella que tiene en cuenta los prejuicios particulares y la desinformación. […] Para juzgar bien una acción o un atributo de la personalidad, debemos sobreponernos a nuestras circunstancias y adoptar un punto de vista general o común […] Los sentimientos de un espectador imparcial son los que determinan el criterio moral básico. Los actos y rasgos que obtengan la aprobación de un espectador de este tipo serán moralmente correctos, y los que no, serán moralmente incorrectos’

En fin. Créanme: disfrutarán plenamente de esta lectura aunque eso de la economía y la filosofía les suene a un pasado de estudios obligatorios a los que no volver. Puede afirmarse que Rasmussen ha escrito el libro que a Hume y Smith les hubiera gustado leer.


‘Aquel que disfruta genuinamente con un buen libro o charlando con un buen amigo, por ejemplo, tiene muchas más posibilidades de encontrar la felicidad que aquel que desea fama y riquezas en abundancia’

Dennis C. Rasmussen (vía)







5 de mayo de 2019

El mar primitivo, el primitivo mar


 

Le tenía algo de miedo a The Sea, The Sea, la novela de Iris Murdoch, un miedo injusto porque entre la compra de la novela (que ya no recuerdo cuándo hice) y el momento de la lectura pasó el rodaje y el estreno de Iris, la película sobre la escritora, que se centraba en su enfermedad terminal basándose en los recuerdos de su marido y cuidador. Es un subgénero cinematográfico que detesto bastante, pero la autora no tenía culpa alguna de decaer en la elección entre la excesiva cantidad de libros que me quedan en casa por leer. The Sea, The Sea ganó en su día (1978) el Booker Prize, Iris Murdoch trabajó como filósofa con Ludwig Wittgenstein y Elias Canetti, y todo sonaba bien. Pero, estas estupideces del alma, al final la he leído por la terrible falta de libros de inglés en las estanterías, y porque quiero mantener la buena costumbre de leer literatura en inglés en la medida que pueda.

El protagonista de The Sea, The Sea se llama Charles Arrowby; es un exitoso director de teatro que decide retirarse en su jubilación a una casa sin electricidad junto al mar, en un pueblo alejado del mundo, donde poder dedicarse a escribir, nadar desnudo, y dar rienda suelta a su peculiar estilo de cocina. Hombre de personalidad fuerte, solitario y soltero con historial de relaciones amorosas entrecruzadas con amistades, aparentemente tiránico en su trabajo, ve frustrada su aspiración de soledad porque, por supuesto, los diferentes personajes de su vida van poco a poco apareciendo por el desolador paisaje que ha escogido, e incluso acaba encontrándose con su primer amor, que había desaparecido de su vida cuarenta y cinco años atrás después de haberse jurado amor eterno. Este encuentro convulsiona de manera definitiva su estancia y desata un destacable conjunto de acciones de sentido moral que atormentan al protagonista y derivan incluso al terreno de la tragedia, anunciada por la obsesión shakespeariana del protagonista.

The Sea, The Sea posee además un subtexto fantastique que resulta muy atractivo, desde el aire gótico de la casa aquejada de extraños ruidos interiores y exteriores, azotada por la furia del viento y sin acceso directo al mar si no es mediante el descenso y ascenso por escarpadas rocas, al desfile de fantasmas del pasado que toma la narración. Está además potenciado por alguna estremecedora visión del protagonista en plena observación extasiada del paisaje que le rodea. Hábilmente, este subtexto no se impone al realismo estricto, sino que queda como trasfondo de complicidad entre el protagonista (que es narrador) y el espectador, que puede interpretar también que el entendimiento de Arrowby puede estar fallando.

Arrowby es un hombre arrogante, orgulloso y satisfecho de sí mismo que no abandona en ningún momento todos estos rasgos de su carácter, a pesar de las dificultades de las situaciones que el deus ex machina armado por Murdoch pone en su camino de continuo, hasta el final de la novela. Murdoch imprime de intensidad sus reflexiones, y consigue un aire de intriga profunda a la peculiar red de sentimientos y actitudes morales implicados. El ritmo implacable y la dosificación de personajes aparecidos en el pueblo y en la casa están estructurados y funcionan muy bien, pero probablemente serían poco interesantes sin la reflexión también ética a la que llevan a los personajes, especialmente Arrowby, en lo que además parece un ajuste de cuentas a algún macho alfa de la vida de Murdoch, que es tentador relacionar con Canetti. No obstante, la profundidad del texto sobre temas como el dolor, la pérdida, la resignación ante la soledad, le da un valor universal. Unido a la facilidad en que lo he podido leer en inglés, me hace pensar en que hay que volver a esta autora en su v.o. Sin dejar también de preguntarse por la circunstancia de los filósofos narradores y el éxito en la transmisión de sus ideas que tiene el formato novelístico.

(Entre la lectura del libro y la escritura de esta reseña, Laura Barrachina realizó este programa sobre Iris Murdoch en el estupendo Efecto Doppler de Radio 3. De su escucha, que recomiendo realizar de manera atenta, y de la búsqueda de información sobre la autora, extraje como textos a buscar para hacerse una idea de la variedad de Iris Murdoch The Black Prince, La soberanía del bien, y El unicornio. Veremos…)

Iris Murdoch (vía)