Pepe González fue uno de los principales dibujantes de Vampirella, mito mundial del cómic en
los setenta, y personaje que dio fama internacional definitiva a su autor.
Carlos Giménez, el autor de Paracuellos
o Los Profesionales, ha escrito una
biografía de su colega en 4 tomos, el primero de los cuales es el comentado
aquí, a pesar de que comentar una obra incompleta no me agrada del todo.
Pepe González (vía)
Pepe se ambienta
en la Barcelona del franquismo, de la postguerra al desarrollismo, y narra,
tras un breve prólogo sobre su infancia, la primera juventud de Pepe González,
y especialmente sus inicios y primeros años en Selecciones Ilustradas, una empresa de historietistas españoles que
trabajaba casi exclusivamente para el extranjero. Pepe González, homosexual y
transformista ocasional, imitador divertido y showman innato, tenía un talento
aún mayor para el dibujo, que fue enseguida reconocido por colegas y editores;
pero, resultaba, como suele suceder en los caracteres geniales, un hombre
errático y caprichoso.
Aunque son compañeros generacionales y participaron en el
llamado boom del cómic adulto en España, a Carlos Giménez le han llegado las
anécdotas del mito de juventud de Pepe González parece que especialmente a
través de Josep María Beà, quien compartió con Pepe González aquellos años en Selecciones Ilustradas. Giménez narra
con brío que no decae la historia, en la que no es difícil reconocer su estilo:
viñetas de retratos grupales con un entintado en blanco y negro muy directo, y
un tratamiento algo paródico del rostro humano, sin olvidar la denuncia (que
aquí es más bien un trasfondo brillante por la concreción impresionante de la
vida en la Barceloneta) de la exclusión de los oprimidos en el régimen
franquista.
Confieso que Carlos Giménez no es un autor que me guste
mucho, precisamente por esto último, que me hace ver con cierto desagrado parte
de su obra más descarnada y que en ocasiones me parece muy subrayada. Pero sus
dotes narrativas son estupendas, y Pepe
se contagia además del entusiasmo de los jóvenes dibujantes que se abrían
camino, en un tono diametralmente opuesto al de El invierno del dibujante,
de Paco Roca, con el que bien podría formar un díptico en varios puntos:
sociolaboral, generacional, y sectorial.
No es fácil juzgar la obra por su primera parte, aunque se
adivina que el tono casi hagiográfico hacia los talentos de Pepe González
prevalecerá (o bien será un canto a una juventud entusiasta tanto por
ingenuidad como por necesidad), lo cual puede hacer el plato completo algo difícil. Tampoco tengo claro por qué Giménez ha cambiado
el nombre real de los protagonistas para luego agradecerles el testimonio e
incluso publicar fotos de sus archivos al final del volumen, cuando varios son
reconocidos personajes de la historieta española. Ello, no obstante, no le
resta valor al volumen, que tiene ya disponible en las tiendas su segunda parte.