28 de abril de 2013

Entrecómix



Pepe González fue uno de los principales dibujantes de Vampirella, mito mundial del cómic en los setenta, y personaje que dio fama internacional definitiva a su autor. Carlos Giménez, el autor de Paracuellos o Los Profesionales, ha escrito una biografía de su colega en 4 tomos, el primero de los cuales es el comentado aquí, a pesar de que comentar una obra incompleta no me agrada del todo.

Pepe González (vía)

Pepe se ambienta en la Barcelona del franquismo, de la postguerra al desarrollismo, y narra, tras un breve prólogo sobre su infancia, la primera juventud de Pepe González, y especialmente sus inicios y primeros años en Selecciones Ilustradas, una empresa de historietistas españoles que trabajaba casi exclusivamente para el extranjero. Pepe González, homosexual y transformista ocasional, imitador divertido y showman innato, tenía un talento aún mayor para el dibujo, que fue enseguida reconocido por colegas y editores; pero, resultaba, como suele suceder en los caracteres geniales, un hombre errático y caprichoso.

Aunque son compañeros generacionales y participaron en el llamado boom del cómic adulto en España, a Carlos Giménez le han llegado las anécdotas del mito de juventud de Pepe González parece que especialmente a través de Josep María Beà, quien compartió con Pepe González aquellos años en Selecciones Ilustradas. Giménez narra con brío que no decae la historia, en la que no es difícil reconocer su estilo: viñetas de retratos grupales con un entintado en blanco y negro muy directo, y un tratamiento algo paródico del rostro humano, sin olvidar la denuncia (que aquí es más bien un trasfondo brillante por la concreción impresionante de la vida en la Barceloneta) de la exclusión de los oprimidos en el régimen franquista.


Confieso que Carlos Giménez no es un autor que me guste mucho, precisamente por esto último, que me hace ver con cierto desagrado parte de su obra más descarnada y que en ocasiones me parece muy subrayada. Pero sus dotes narrativas son estupendas, y Pepe se contagia además del entusiasmo de los jóvenes dibujantes que se abrían camino, en un tono diametralmente opuesto al de El invierno del dibujante, de Paco Roca, con el que bien podría formar un díptico en varios puntos: sociolaboral, generacional, y sectorial.

No es fácil juzgar la obra por su primera parte, aunque se adivina que el tono casi hagiográfico hacia los talentos de Pepe González prevalecerá (o bien será un canto a una juventud entusiasta tanto por ingenuidad como por necesidad), lo cual puede hacer el plato completo algo difícil. Tampoco tengo claro por qué Giménez ha cambiado el nombre real de los protagonistas para luego agradecerles el testimonio e incluso publicar fotos de sus archivos al final del volumen, cuando varios son reconocidos personajes de la historieta española. Ello, no obstante, no le resta valor al volumen, que tiene ya disponible en las tiendas su segunda parte.

Carlos Giménez (vía)


19 de abril de 2013

Canción de cuna


 

Hoy empezaré con un tópico: es increíble que una persona que en el trato cercano parece tan adorable como Chuck Palahniuk escriba novelas como las suyas. La postmodernidad cínica y la imposibilidad de salvación, sumados a sus pequeños apocalipsis sin asomo de ternura, pero sí cierto sadismo irónico, se antojan incompatibles con un hombre que en sus firmas de libros se encarga de hacerse fotos con los fans que se lo piden… ¡abrazándose a ellos! Así al menos lo hizo justo hace un año en el festival Gutun Zuria de Bilbao, donde conseguí bonitas dedicatorias de mis ejemplares de Fight Club y Survivor.


Lullaby es la tercera novela de Chuck Palahinuk que leo. Mientras que Fight Club me pareció un libro excelente, Survivor sin embargo me dejó más frío, como si en realidad Palahniuk repitiera casi completamente el discurso, el método y la técnica, sustituyendo los acontecimientos, que son originales sin duda, trepidantes de continuo, socialmente amenazadores siempre, y… un tanto agotadores. Por ello acuñamos entre Daniel Figuero y un servidor el término efecto Palahniuk-Nothomb para referirnos a estos autores prolíficos (tanto Palahniuk como Amelie Nothomb escriben una novela al año), que buscan y encuentras tramas originales con que subrayar mediante metafóras irónicas y a veces impactantes, no exentas de carácter parabólico, los males de la sociedad actual.


En Lullaby, un periodista que investiga la muerte súbita de bebés descubre que todos los niños murieron tras haberles leído un poema concreto, una especie de hechizo capaz de matar inmediatamente a quien lo oye, o a aquel en quien se piensa cuando se recita. Conoce a una mujer que trabaja en una inmobiliaria extrañamente especializada en casas encantadas, que también conoce el hechizo y lo maneja para enriquecerse. En compañía de ella, de la ayudante de la mujer en la inmobiliaria, y del novio de ésta (un neohippy que publica anuncios en periódicos para fomentar demandas contra empresas), viajan por los Estados Unidos intentando localizar todas las copias del libro para destruirlas, además del libro original, que acaba conteniendo diferentes hechizos añadidos con diferentes formas de poder…

No diré que el conjunto de ideas no pueda ser atractivo, pero el plato y su presentación son indigestos: la excesiva repetición de situaciones, una machacona reiteración de frases, y un esfuerzo continuado por lo chocante, acaban siendo subrayados y estropean momentos excelentes, que existen, por su carga irónica y su lucidez social. Tal vez sea un libro excesivamente largo, que se habría beneficiado de un recorte de páginas e incluso de una narración menos asumidamente provocadora, y habría ganado efectividad. Las 300 páginas de Lullaby se antojan excesivas frente a las 210 de Fight Club, que, sin embargo, aspiraba a narrar más cosas de mayor calado, con un mejor personaje y metáforas más efectivas. Claro que Fight Club es una primera novela, tal vez trabajada durante años, y las demás pueden estar afectadas de la falta de pulido que tienen las obras de temporada, y que supuestamente la experiencia debería ayudar a combatir.

Chuck Palahniuk en Bilbao

(Las fotos de Chuck Palahniuk de esta entrada están realizadas por Javier Bellido)

(La dedicatoria de Fight Club fue provocada: el autor no quería poner una frase desagradable para el lector, sino que sólo lo hizo tras petición expresa de éste)




9 de abril de 2013

¡Zetas!



Max Brooks, hijo del director y productor de cine Mel Brooks, sorprendió en 2006 con la publicación de Guerra Mundial Z, novela cuya sinopsis se recoge bien en el subtítulo: Una historia oral de la Guerra Zombi. La novela está inspirada por un libro de Richard Holmes sobrela II Guerra Mundial y en ella, un periodista, cuyo nombre no se conoce, entrevista a varios personajes repartidos por todo el planeta que explican su experiencia personal durante los años que la tierra estuvo en conflicto con los muertos vivientes. En un brillante ejercicio de distopia, Brooks imagina el escenario dantesco de un conflicto global y sus consecuencias, y va narrando las fases de ese conflicto desde su inicio al final, a partir de esos testimonios más o menos cronológicos con el conflicto, y que incluyen personas de diferentes países: dirigentes de la lucha, líderes políticos, soldados de a pie, así como civiles supervivientes.

Lo mejor del libro es que Brooks consigue reflejar en la lucha contra los zombis las limitaciones de la humanidad. La excusa de un enemigo como los zetas deja en evidencia a los ejércitos y sus estrategias de lucha; fomenta la presencia de refugiados y crea conflictos entre e intra países; supone cuarentenas, muros y planes crueles que sacrifican vidas con objetivos necesariamente superiores; hace que humanos sanos quieran imitar a los zombis; crea problemas por el tráfico ilegal de órganos infectados… y así una casuística sin límites. Brooks convierte al monstro de la subcultura contemporánea en la semilla de un análisis sobre la alta política mundial, y los bajos modos socioeconómicos, mostrando un mundo, el nuestro, incapaz de informarse y organizarse con la honestidad suficiente ante un enemigo global (no digamos ya ante situaciones menores).

En junio se estrena en todo el mundo la adaptación de la novela dirigida por Marc Forster, con Brad Pitt como improbable protagonista, y lo que parece un total cambio de punto de vista del guión.

La novela a través de las entrevistas es por tanto un conjunto de decenas de episodios que hacen avanzar la acción de la guerra cambiando escenarios y casi todos los personajes, bajo la premisa de un realismo completo una vez admitida la existencia del muerto viviente. Tiene un gran dinamismo dada su deslocalización y usa con lógica y sin subrayados los tópicos de la política nacional e internacional de los varios países que aparecen. Está bien cerrada y concebida, pero se aferra a su opción de estructura, y esto la lleva también a algunos problemas en la ejecución: una cierta uniformidad en la voz y la visión de personajes; la ausencia –aunque es buscada- de continuidad en el relato y de héroe identificativo; y la sensación, en el último tercio de la novela, de haber agotado la fórmula. Con la resolución ya conocida, y las escenas de pavor habiendo ya hundido sus garras en el ánimo del lector, las revelaciones que añadan capas a la lectura y a la interpretación política de la novela se reducen.

Guerra Mundial Z transcurre a principios del siglo XXI. No puedo resistirme a subrayar que Brooks ha sido visionario al entrever la desorganización social y política frente a la situación global de crisis económica que se inició en 2008 y que aún disfrutamos. Estoy seguro que hoy escribiría una novela distinta, en la que los matices políticos de esta nuestra crisis habrían agrandado las lecturas de su trabajo.

Gracias Jonathan por la info bibliográfica.

(para quien tenga el tiempo, en mi rollo radiofónico del 21de marzo de 2013, me atreví a comparar este libro con Continente Salvaje, del que hablé aquí hace poco. Alguna idea nueva hay...)

Max Brooks (vía)