22 de diciembre de 2020

Sapiens

 

Recomendado por todas partes, finalmente he empezado a leer a Yuval Noah Harari por el principio de su éxito: Sapiens. De animales a dioses. Breve Historia de la Humanidad. Es un ensayo terminado en 2013 y que ha vendido, dicen, quince millones de ejemplares en el mundo, lo que le ha dado fama universal y le ha permitido entrar en el mundo de los grandes conferenciantes y pensadores del futuro. Ha escrito al menos otro ensayo más de gran éxito: Homo Deus. Breve historia del mañana. Una situación excepcional como ésta, de un autor además procedente de una tradición diferente (escribe originalmente en hebreo y vive y trabaja en Israel), tiene sin duda más de una capa de análisis interesante.

Sapiens se presenta como un libro de Historia de Homo Sapiens, única especie superviviente del género Homo, que queda estructurada en tres momentos decisivos, según el autor:

-la llamada Revolución Cognitiva, ocurrida alrededor de hace 70.000 años por factores aún desconocidos pero que el autor relaciona decisivamente con la capacidad de nuestra especie para crear o imaginar entes no reales (o no biológicos, si se prefiere) que permitieron una coordinación social de intereses a pequeña escala. Esto hizo que Homo Sapiens saliera de África y se expandiera por todo el mundo, que extinguiera a las otras especies Homo y a toda la megafauna terrestre, aunque conservando una economía de cazadores-recolectores casi mayoritariamente nómada

-la Revolución Agrícola, iniciada hace 12.000 años parece que de manera inevitable (ya que sucedió en lugares distintos y separados por hechos casuales que se afianzaban a sí mismos) y que, además del asentamiento y la aparición de la vivienda, supuso el inicio de los monocultivos, la ganadería y la creación de élites: las entidades imaginadas (iniciadas en la anterior Revolución) son ya más poderosas y permiten una cooperación organizada entre muchas más personas. Así, se crean los imperios, las religiones y el dinero, tres poderosísimas herramientas de cooperación entre extraños, que aumentarán la capacidad de cooperación. Harari cree que la Revolución Agrícola no fue un buen negocio: Homo Sapiens mejoró en seguridad y también en previsiones de futuro, pero aparecieron peores condiciones laborales, incluida la esclavitud, la dieta empeoró, la ganadería trajo consigo el contagio de enfermedades de los animales, y la especie empezó a dividirse por entes de nuevo imaginarios (o que no responden realmente a la biología): clases sociales, raza, origen, religión, género.

 Tablilla de arcilla de Uruk, con un texto administrativo sobre cantidades de cebada y firmado por tal vez el primer nombre registrado en la historia. Harari subraya la peculiaridad de que se tratara de un registro contable y no un poema épico, una orden legal, o una oración. Sapiens está lleno de este tipo de percepciones desmitificadoras.

-la Revolución Científica, que apenas tiene 500 años, a la que Harari pone como punto claro de inicio el descubrimiento de América por Colón: la humanidad descubre y admite su ignorancia, lo cual desencadena que los poderes imperiales fijen sus ojos en la ciencia y sus resultados tecnológicos para ampliar su poder. Dado que las empresas a organizar son arriesgadas y caras, el crédito (otro de los entes no reales en que Homo Sapiens pone su confianza futura) evoluciona con mejores prestaciones, y empieza a nacer un gran capital financiador. La conjunción de imperio (poder político), ciencia/tecnología, y capitalismo/financiación ha evolucionado, pero en sus fundamentos principales sigue hoy en boga.

Bueno. Hasta aquí un resumen del contenido, que obviamente toca muchos más puntos y que no es tan lineal y magro como lo que he expuesto. Al contrario, a pesar de esta línea histórica que más o menos sigue Harari, no tiene reparos en usar de continuo la relación connotativa, por ejemplo, al explicar la capacidad de Homo Sapiens de crear entes imaginarios desde la Revolución Cognitiva, hablando de sociedades anónimas o derechos humanos, o comparando crudamente el Código de Hammurabi con la Declaración de Independencia de los EE.UU. Sus entes imaginados incluyen las ideologías, el culto a la nación, el estado, el derecho, el capitalismo, el humanismo liberal o socialista, etc. Considera en gran parte que, definidas las religiones, varias de estas propuestas pueden definirse como parte de ellas en cuanto a su realidad de facto, y a la creencia en las mismas de Homo Sapiens. El libro incluye para mí ideas brillantes como algunas de las ya resumidas, a partir de una cantidad de hechos históricos que en gran parte todos conocemos. Recuerda a un autor que más tarde he leído que Harari admira: Jared Diamond. Supera con creces, en mi memoria, al Bill Bryson de Una breve historia de casi todo, que recuerdo más divertido, pero de menor calado o coherencia, y ni siquiera tan adictivo.

Portada del primer volumen de una edición gráfica de Sapiens que se ha comenzado a editar en varios volúmenes

Harari es consciente (es explícito en ello) de la importancia que para Homo Sapiens tiene la creación de relatos con el objetivo de creer en sus (nuestras) ficciones organizadoras, y sin duda ahí ha puesto su mayor esfuerzo en el libro: en la agilidad y sencillez de exposición, en el uso de los mismos conceptos en las diferentes fases históricas, y en las referencias que funcionan como anclas al pasado y al futuro en cada momento. El tono es ágil, las palabras sencillas, los ejemplos muchos (en ocasiones simplones, debo decirlo, con modismos o humorismos algo bobalicones), y el aire de desmitificación analítica y generalizada es muy fresco. A la par, en ocasiones y por esto mismo da la sensación de realizar asunciones muy generalistas, comparaciones algo gruesas, o de meterse en terrenos algo inabarcables en su contexto (como sus capítulos dedicados al género o a la felicidad). Para un libro de este estilo y ambición la bibliografía parece escasa, aunque también explica que en su web (deja un link) puede encontrarse completa. No me cabe duda de que esta aproximación, que parece ejecutada por una persona de gran cultura que domina una de las varias disciplinas que toca, es parte de su éxito popular, pero origen también de crítica académica. Cierto es que Sapiens ayuda ciertamente a afianzar ideas o pensar en paradigmas históricos distintos o inesperados. Pero en algunas partes he tenido la sensación de asomarme a cierta falta de rigor en favor de un relato siempre explicativo, aunque Harari admita más de una vez que hay muchas cosas de nosotros mismos que aún no sabemos.

Entre los apuntes extra de interés de la eclosión de Harari en el pensamiento traccionador occidental está el valor, a pesar de su ateísmo científico, que asigna al budismo como pensamiento práctico que busca alejar el dolor y que conecta con el hecho de que, a pesar del éxito biológico aparente de Homo Sapiens como especie dominante, son sus acciones en relación a la naturaleza, a los animales y plantas con los que se ha desarrollado, los que le han proporcionado ese dominio. Harari intenta incorporar la visión de estas otras especies, cuyo éxito reproductivo al ser adoptadas por Homo Sapiens es evidente, pero a costa de pagar un precio de dolor y explotación; a Harari le parece que la hoja de servicios de Homo Sapiens en la tierra es cuando menos cruel. Otro apunte de Harari es el fin previsible de la diversidad: Homo Sapiens camina hace milenios hacia una unidad global, destino último de su capacidad de cooperación como especie. Y termina abriendo camino a su siguiente libro: si ya desde la Revolución Agrícola hemos ejercido sobre la naturaleza una acción que no ha podido ser respondida por la selección natural (porque ésta es más lenta, al menos a nuestro nivel macrobiológico), si la ciencia vuelve a tener éxito en conseguir recursos que no agoten al planeta, si el cambio climático no actúa sobre nosotros con efectos laterales esperados o no (¿pandemias?), puede que las investigaciones actuales ayuden a diseñar un Homo Sapiens amortal, cuya aparición justifica el segundo título de Sapiens: de animales a dioses. Homo Sapiens ya no será Homo Sapiens, sino otra cosa por definir.

Yuval Noah Harari, según la foto de su web



8 de diciembre de 2020

Una novela judicial

The Children Act (La ley del menor) es una novela breve de Ian McEwan, protagonizada por una jueza de menores que se enfrenta a la vez a la infidelidad de su esposo y a un urgentísimo caso sobre la transfusión de sangre a un menor testigo de Jehová enfermo de leucemia. Estas doscientas páginas escritas en un inglés fluidísimo se leen con interés y rapidez, y dejan, en mi opinión, un único valor literario realmente apreciable: el gusto por el relato que McEwan aporta en cada caso judicial explicado, con sus detalles complejos, que presenta con agilidad y atractivo enormes, haciéndolos sencillos y entendibles. Y no son pocos: se intercalan en varios momentos de la novela, muchas veces en forma de sentencia (el texto que a fin de cuentas debe escribir la protagonista, Fiona), y en ese juego en que McEwan se siente muy cercano, si bien veo que más por convertir a su jueza en narradora que por aspiración del autor a ser juez…

The Children Act fue prontamente adaptada al cine por Richard Eyre, con Emma Thompson en el papel de la jueza. Curiosamente, Thompson es también guionista

Pero, sorprendentemente, el resto de la novela es muy poco interesante; la crisis matrimonial no aporta realmente nada salvo pequeñas reflexiones de Fiona que resultan de baja intensidad, y el ambiente social elitista de Fiona, con su gusto por las actuaciones como intérprete privada de música clásica parecerían en gran parte un relleno, apenas salvado -en mi opinión de manera forzada- por la conexión artística con el menor enfermo de leucemia. El final me parece muy deudor del de Los muertos, el relato final de Dublineses, de James Joyce, si bien de nuevo algo rebuscado.

Supongo que el libro es demasiado académico en esta parte más dramática relacionada con el dibujo de la protagonista, pero en un sentido un tanto rancio. El ojo de McEwan hacia la sociedad y la familia que describe es muy esperable, muy tópico; tampoco creo que sepa captar bien la sensibilidad de a mujer de 59 años a la que toma por protagonista, y, si bien no cae en la estupidez hipersexual de colegas como Roth o Updike, la novela, que apenas tiene seis años, podría tener treinta más, con los obvios estereotipos de otra época.

En fin, igual hay que esperar a ver logros similares a On Chesil Beach, el mejor de sus libros que he leído (Solar es muy flojo). De mientras, al menos sus libros permiten una lectura sencilla con que ejercitar el idioma y, al menos en esta ocasión, nos dejan esos momentos judiciales apasionados que antes comenntaba.

Ian McEwan (vía)






 

 

 

28 de noviembre de 2020

Mujeres en la Guerra Civil

Palomas de guerra es el título escogido por Paul Preston para un conjunto de cinco biografías de mujeres cuya vida cambió de manera drástica debido a la Guerra Civil española. No son cinco mujeres anónimas, sino que en su medida su participación en la Guerra, o en sus efectos directos, -de cuatro de ellas- es relevante por varios motivos. La quinta mujer, Carmen Polo, no participó directamente, y es sin duda la más famosa de todas ellas. El título, que juega con la imagen de la paloma de la paz, y que si se habla de la Guerra Civil remite casi necesariamente al Guernica, no me agrada demasiado. Pero casi es lo único, porque se trata de una obra apasionante, escrita con gran pulso, que me ha descubierto avatares impresionantes de la vida en guerra, y que, mediante el talento de historiador metido a biógrafo, permite conocer mucho mejor la realidad española de la época que una historia oficial de la Guerra Civil (que obviamente el propio Paul Preston ya tiene).

Mercedes Sanz Bachiiler (vía)

Además de Carmen Polo, las mujeres que Preston biografía son Mercedes Sanz-Bachiller (viuda de Onésimo Redondo, fundadora del Auxilio Social y rival inesperada de Pilar Primo de Rivera en los inicios de las instituciones del régimen), Nan Green (voluntaria comunista británica que vino a España a luchar con su marido a luchar contra el fascismo y fue enfermera en el frente), Priscilla Scott-Ellis (aristócrata británica que fue una de las dos únicas voluntarias británicas del bando nacional en toda la Guerra, relacionada con los Borbones, que llegó a España por amor y que acabó casi siendo adicta a ser enfermera en el frente), y Margarita Nelken (diputada por el PSOE por Badajoz durante la II República, mujer intelectual e independiente, madre soltera y altamente combativa). La selección no es casual, desde luego: dos españolas y dos británicas, dos de cada bando contendiente; Preston no busca en ello justificaciones o escribir sin sesgo ideológico, sino completar un espectro histórico y social del momento. A sus cuatro protagonistas las trata de manera contextualizada y comprensiva en su momento histórico, cuando no directamente admirada ante los actos y episodios que afrontaron.

Nan Green (vía)

En dos de los casos, las biografías de vidas largas, ricas y fértiles son sorprendentes al menos para mí: Scott-Ellis realizó un trabajo durísimo de enfermería pero viajaba en coche privado pagado por su familia, y escribía un diario de su estancia en España donde comentaba episodios cruentos con una ingenuidad aristocrática impensable en quien atendía moribundos con diligencia. Llegó a España persiguiendo a un príncipe Borbón homosexual del que se había enamorado, y que acudía a fiestas en la retaguardia con gente que a la mañana podía bombardear Durango y a la tarde ir a las carreras en Lasarte. Volvió a Inglaterra a descansar gracias a los lujos de su familia y aún así prefirió volver al frente… Acabó desgraciadamente casada con José Luis de Vilallonga. Nelken, por su lado, también acumula una increíble biografía, desde su origen judío de padres extranjeros asentados en Madrid. Fue madre soltera de dos hijos de padres diferentes y una mujer de gran capacidad intelectual como escritora y crítica de arte, labor con la que sacaba adelante a su familia, y que le permitía conoce a la élite artística e intelectual del país. Pasó innumerables polémicas en la machista política de aquel tiempo (incluido el PSOE), pero cuando se cambió al PCE el autoritarismo jerárquico de éste acabó por expulsarla. Su combatividad en Cortes era legendaria: fue una polemista agresiva que se ganó muchos enemigos en la defensa del explotado campesinado extremeño. Su hijo adolescente combatió en la Guerra Civil y luego en la II Guerra Mundial, muriendo en Ucrania. Arrastró a su familia (hija, nieta, madre) al exilio en México, donde con muchas dificultades, y ninguneada por sus problemas con los partidos políticos, siguió trabajando.

Priscilla Scott-Ellis (vía)

Y ello sin despreciar los peculiares momentos de Sanz-Bachiller y Green. A las cuatro, que conocieron sinsabores enormes en la Guerra (la muerte de maridos e hijos entre ellos) les unen en mi opinión dos cosas consuetudinarias con la Guerra: una abnegación sin límites en su labor, fuera su causa la que fuera, y la decepción personal y política de un mundo mezquino que en cada caso las defraudó, traicionó y despreció incluso desde la propia ideología o sociedad a la que pertenecían. Esta sororidad histórica entre sufrientes de un mundo infernal se une al riquísimo retrato social de Preston para hacer del libro una lectura adicta.

Margarita Nelken (vía)

¿Y Carmen Polo? Bueno, parece que figura como contrapunto. El retrato de Preston aquí ya es menos comprensivo. No llega a lo inmisericorde, pero no puede simpatizar de manera alguna con una mujer altiva y arrogante, que compartió o alentó la crueldad de su marido cuando tuvo oportunidades de hacer lo contrario, y que se quiso entronizar; no pagaba facturas, decoraba gratis propiedades que la familia se agenció, luchó por conseguir que el régimen continuara, y todo ello desde una gran frialdad. Preston completa con ella el relato del país que fuimos durante el siglo XX y aunque su ejemplo es de todo menos vivificante, es posiblemente necesario para recordar que la España que convirtió en su cortijo era una de las realidades insoslayables del país, y que, desgraciadamente, aún hace sombra.

Paul Preston (vía)


15 de noviembre de 2020

Gabinete de maravillas

 


Olga Tokarczuk es la escritora polaca ganadora del Nobel en la extraña edición doble de 2019, junto a Peter Handke. Cumpliendo esa función maravillosa de descubrir escritoras de literaturas menos publicadas, el Nobel ha permitido edición y publicidad. Los errantes se publica originalmente en 2007, y su traducción al inglés gana el International Booker en 2018, pero se publica en castellano tras conocerse el Nobel, en noviembre de 2019, y ya le da tiempo a ser uno de los libros más valorados del año.


Tumba de Chopin en París (vía)

Y con motivos: Los errantes es un libro estupendo, experimental en forma y fondo, con una aguda capacidad de observación del mundo moderno globalizado y sus habitantes, y una habilidad peculiar para relacionar la vida presente con el pasado que, en la visión particular de Tokarczuk, siempre ha venido anunciando lo que nos sucedería.


Estudios anatómicos de Philip Verheyen (vía)

Una idea general aparentemente autobiográfica recorre la novela: Tokarczuk es una errante profesional, alguien que no puede dejar de moverse, que encuentra en el movimiento su razón de ser, y a la que obsesionan los límites del mismo, en el espacio y en  el tiempo. A partir de esta idea, Tokarczuk ofrece apuntes que pudieran ser el diario de una viajera anónima, e intercala pasajes más largos, en parte relatos autónomos, alguno dividido en partes separadas por otros subcapítulos del libro, y que en conjunto podrían ser incluso pequeñas novelas. Todo ello, creo, intenta crear una atmósfera algo descreída de la vida, apegada por un lado a las curiosidades de la Historia, y, por otro, a las contradicciones de la modernidad. La autora hace referencia más de una vez a las Wunderkammer, los gabinetes de piezas maravillosas de coleccionismo populares en las cortes y aristocracia europeas desde el siglo XVI, que son protagonistas de dos relatos y a la par funcionan como parábola general de libro, una obra preparada a partir de piezas individuales para gozo y conocimiento de su audiencia (el lector), pues cada uno encierra su maravilla particular, y al que el dueño del gabinete (Tokarczuk) consigue con su personalidad dar una distinción y seguimiento único y particulares.


Angelo Soliman (vía)

Mi experiencia lectora de Los errantes, no obstante, ha tenido que luchar contra mi escepticismo por este formato aparentemente experimentador, con este encaje forma/fondo aparentemente atractivo aunque no especialmente original, cuya construcción me decepciona un poco, por cuanto veo que le subyace cierto interés en coser un libro a partir de retazos literarios, de entradas previas, de historias cortas de vínculo débil. Un libro que en el pasado partiría de relatos olvidados en un cajón, y que hoy parecería construido a partir de entradas de Facebook (es curioso haber tenido esta misma sensación con Ordesa, que precisamente ha compartido el reconocimiento alto de la crítica junto con Los errantes en 2019). Con Tokarczuk he vencido esta resistencia por la calidad literaria, por el dominio en la observación de la constancia del sentimiento con el tiempo. Sus relatos históricos son reales y bastante fascinantes: cómo llegó el corazón de Chopin a Polonia a pesar de haber sido enterrado en Père Lachaise, los escritos que Philip Verheyen, un anatomista holandés del siglo XVI, dedicó a su pierna (que le amputaron de joven y que viajó con él durante toda su vida conservada en mezclas alcohólicas), o las cartas de la hija de Angelo Soliman, un cortesano negro de los príncipes de Liechtenstein, al emperador de Austria para que le deje enterrarlo en lugar de mantenerlo disecado en su gabinete de maravillas para deleite de los amiguetes de la realeza. La taxidermia es objeto del interés de Tokarczuk, tanto técnica como simbólicamente, aunque creo que la metáfora que le interesa no es tanto la perpetuación tras la muerte, sino la posibilidad de seguir vagando por el mundo. La taxidermia ocupa también algunos de los relatos de ficción de la novela, pero éstos son numerosos y su nexo se produce en un tono alrededor de la extrañeza y la pérdida en los lugares y situaciones fronterizas.

Los errantes, como buen libro de y para nómadas, se acompaña de varios mapas fascinantes, de ilustraciones con matices perturbadores, en blanco y negro, más o menos relacionados con el texto, pero mantenidos a los márgenes del mismo, extraídos de un libro peculiar de mapas, The Agile Rabbit Book of Historial and Curious Maps. Estos mapas contribuyen a conseguir, junto con el tono evasivo general del texto, una sensación sin embargo única para la novela, como texto amante del desarraigo y nómada incluso de sí mismo, probablemente más profunda y trabajada que mi impresión inicial del libro. Me quedo con la duda de hasta qué punto esto es una maestría genial o un hallazgo afortunado, y por ello probablemente lea más de este talento llegado del este. Por cierto, la edición contiene una mención indicando que el libro se ha traducido con la ayuda del Poland Translation Program, que suena a esfuerzo público por conseguir que la literatura polaca llegue a más lenguas, cosa que suena muy bien.


Olga Tokarczuk (vía)


5 de noviembre de 2020

El universo propio del escritor homosexual cubano


Sólo lo difícil es estimulante, dice, en una famosa sentencia, José Lezama Lima. Su libro estrella, Paradiso, publicado en 1966, una de las joyas del boom latinoamericano, y cuyo barroquismo y contenido homosexual le condenaron al ostracismo en Cuba, es, desde luego, difícil. O difícil en muchos tramos. También es estimulante, sí, y divertido, y muy bello e imaginativo.

Paradiso es un libro autobiográfico. Cuenta la vida de José Cemí (trasunto del autor) y sus antepasados, en una saga familiar no estrictamente cronológica que evoluciona más o menos desde la infancia a la juventud de Cemí. Con los nombres modificados, los pasajes son los mismos o muy similares, según afirma la hermana del autor en las notas a pie de página y en el prólogo de esta edición.

Lezama Lima, que como literato fue poeta antes que novelista, escribe con un manierismo desatado, donde toda frase encierra una, dos, o las metáforas que hagan falta, de manera multirreferencial, y con un bagaje cultural enorme, que incorpora un conocimiento profundo de la cultura grecorromana, de la filosofía y literatura occidentales, de las religiones orientales, del Evangelio, y de las tradiciones mágicas y santeras del Caribe. Todo este bullir de elementos explota en unas páginas donde en muchas ocasiones los hechos son lo de menos, y la belleza de las expresiones literarias, su ritmo, la expresividad de las imágenes evocadas, o la enorme creatividad connotativa asombran el lector. Paradiso es bastante inabarcable, y el lector puede abrumarse ante ello. Aunque Lezama Lima afirmaba que para comprender no hacía falta entender, y que Paradiso podía seguirse en su conjunto sin que cada frase tuviera que ser comprendida o interpretada, el lector debe aportar cierta suspensión no ya de la realidad sino de su experiencia lectora habitual para poder continuar, y poder también seguir disfrutando. No es sólo cuestión de cultura o de manierismo estilístico, sino de que Paradiso usa modismos y metáforas propias de la familia Lezama Lima, también locales e incluso ideas personales que envuelven en una capa de escritura nueva al texto y se escapan al exégeta más avezado (que los tuvo, como Julio Cortázar). Así, los primeros capítulos, dedicados sobre todo al Cemí niño, son un rico paraje surreal, donde el lector mira asombrado lo incomprensible de la vida. Con la adolescencia y el entendimiento de las relaciones familiares, el fulgor mágico se apaga, hasta llegar al Capítulo VIII, que, por lo que he visto, es famosísimo por sus descripciones fálicas, que abren la puerta nada menos que a tres capítulos sorprendentes que describen y discuten la condición homosexual. Poco a poco, cada cierto número de capítulos, se va produciendo una muerte en la familia de Cemí: el padre, el tío… y, al final del Capítulo XI, la abuela Doña Augusta. La conmoción de la muerte de la matriarca paraliza tanto la vida como la acción. Quedan tres alucinados capítulos de exacerbación poética y episodios históricos, ya impenetrables, con detención del tiempo y apenas un personaje conductor prácticamente nuevo, Oppiano Licario, a quien Lezama Lima dedicó su novela inconclusa continuación y explicación de los cabos sueltos de Paradiso.

Paradiso es una novela archicomentada. A ello ayudan tanto el ser admirada muchísimo por el conjunto de escritores del boom como la propia personalidad de José Lezama Lima, un hombre aparentemente bonachón y tranquilo, de inquietud y pasión culturales irrefrenables, bon-vivant y resignado, que no quiso a su edad aceptar el exilio y abandonar su hogar y los referentes que abundan en su Paradiso, aceptando así las imposiciones del régimen. Es también uno de los libros más difíciles que me he encontrado, al nivel de Ferdydurke, Ulises, o Las Olas, por poner uno de lectura reciente. Su complejo y riquísimo barroquismo excede a otros del boom (en mi opinión supera por mucho incluso al de Carpentier), sus relaciones entre imágenes paralelas son gozosísimas cuando se conocen los resortes que abren sus puertas; si no, forman parte de un continuo que cuando destella es disfrutable pero supone un reto sin fin. He leído, y el propio Lezama Lima hizo referencia a ello, comparaciones con Marcel Proust. No son pocos los paralelismos: Cemí es un heterosexual trasunto de un autor homosexual armarizado, o discreto, si preferimos. Es la historia de una familia y sus allegados principales, con grandes apuntes del pasado familiar. El protagonista tiene una relación especial con la madre. Se realizan discusiones intelectuales sobre las relaciones homosexuales y su sentido, hoy día superadas y trasladadas a otros conceptos y ámbitos en lo LGTBI. Pero, como dice Lezama Lima, el tema de Proust es el tiempo, y el mío es la imagen. Sí, bien, por supuesto, pero a ambos les resulta imposible esquivar el peso de la represión de su orientación sexual al expresarse. Para ambos caracteres creativos, el retraimiento a lo familiar es también el miedo al exterior, o, cuando menos, a la narración directa de su pulsión, y, así, tanto en Lezama Lima como en Proust, nos encontramos con una obra maestra de la literatura analizada desde mil perspectivas pero incomprensible sin un punto de vista gay social, político y cultural, para una comprensión íntima y completa. Obviamente, los exégetas (y Paradiso es Biblia), no entran en ello, al menos en los principales análisis en la red. No al menos como causa principal del manierismo, de la búsqueda del subterfugio parabólico, de la necesidad de las mil historias imposibles que disfracen, que limpien, que desvíen la atención de la eterna mancha homosexual que el autor no puede compartir de manera directa (aunque quiere) pero que persiste, y perdura, y, en contra de lo esperado, resulta ser lo más definitivo. Lezama Lima podría haber huido de Cuba, pero no de esto.

Entiéndase: no es, ¡faltaría más!, un reproche al autor o autores (puede incluirse a Mann entre estos grandes sufridores, incluso un tanto a Lorca, menos a Wilde, mucho menos a Rimbaud), es más bien un reproche a la crítica cultural mojigata de las élites capaces de lidiar con Paradiso. Que habría sido diferente de ser realmente su autor un hombre no mediatizado por las represiones de su tiempo. Preguntarse cómo habría sido la literatura de estos grandes nombres en tiempos más permisivos no es lícito. ¿Tal vez poder ser explícitos les habría paralizado el genio? Nadie lo sabe, pero sus obras habrían sido diferentes, claro, más allá de la distancia temporal. Un universo de obras distinto, con quién sabe qué resultados, maravilla de lo especulable, realismo no tan mágico.

José Lezama Lima (vía)

 

 

 

 

22 de octubre de 2020

La tierra no prometida


Canadá es el país donde transcurre algo menos de la mitad, en su parte final, de esta novela de Richard Ford publicada en 2013 y titulada precisamente así, Canadá. En toda su parte inicial, Canadá ni siquiera tiene presencia: los personajes no son canadienses, no sueñan con vivir en Canadá, nadie llega de Canadá con promesas de una vida mejor, o con un reflejo de algo que temer. Nada. Lo que luego sucede en Canadá tampoco es significativamente distinto a lo que sucede en EE.UU. Canadá no es una catarsis, no hay ninguna epifanía, como mucho una continuidad en el carácter vulgar del crimen. ¿Por qué Richard Ford, novelista que se sabe de éxito crítico y público titula Canadá su novela? Pienso que tiene que ver con su peculiar modo de narración anticlimático, que a su vez procede del diseño de personajes dominados por la resignación e incluso sumisión a reglas o sucesos externos que no controlan. Canadá, el país, es una promesa que el lector convencionalmente quiere construir al leer Canadá, la novela, y Ford le da de bofetadas con la realidad.

Entrar en Saskatchewan, Canadá (vía), no supone demasiadas diferencias en el paisaje para el protagonista de Canadá.

Canadá cuenta la adolescencia de Dell Parsons en Montana y Saskatchewan de 1960 a 1961, y se inicia con esta frase:

Primero contaré lo del atraco que cometieron nuestros padres. Y luego lo de los asesinatos, que vinieron después… Nuestros padres eran de las personas que menos se podría pensar que atracarían un banco. No eran gente rara, ni evidentemente criminales.

Los lectores de Ford ya sabemos que es un narrador de lo cotidiano, a partir de cuya descripción alcanza reflexión profunda sobre la condición del hombre corriente, con un estilo claro y capacidad emotiva. Eso no es diferente en Canadá. También sabemos que es un escritor que introduce rupturas violentas (o tal vez no sean tan rupturas, tratándose de un país en que la violencia cotidiana parece estructural), que afectan a la rutina de la vida media. Asimilar o no esa afección como forma de aceptar una vida estoica parece uno de sus leitmotiv. En Canadá además aparece un eje educativo y un punto de vista distinto en Ford, el de un adolescente al inicio de los años sesenta, que se encuentra un tanto al inicio de todo: diríase que es un personaje de transición entre la edad de oro de la juventud de finales de los sesenta y los fantasmas de la II Guerra Mundial que aún le llegan a través de sus padres.

Los padres de Dell son dos personas que se van convirtiendo poco a poco y sin darse cuenta en disfuncionales y en white trash. El padre, en la práctica expulsado del ejército, contrae una deuda por un tráfico ilegal de carne con el que intenta ganarse la vida ya que sus intentos de negocios no funcionan nunca. La madre, hija de inmigrantes judíos, es retraída y altiva, cuando no directamente asocial, y se ve arrastrada por su marido a la única salida que les parece, absurdamente, plausible para salir del atolladero: atracar un banco. Dell lo cuenta todo desde su madurez, narrando unos hechos a los que asiste y que modifican decisivamente su vida y la de su hermana sin decidirlos ni participar en ellos. El azar acaba dejándole en una localidad de Canadá cercana a la frontera bajo la custodia no reconocida de un norteamericano joven, dandy y aparentemente enriquecido, dueño de un negocio de caza y un hotel, al que un pasado oscuro acaba alcanzando. Canadá, por ello, sorprendentemente reitera una huida de su personaje narrador dentro de un proceso que sin aventura ni aprendizaje moral explícito (lo cual es un valor, al menos por la falta de subrayado) apenas podríamos llamar Bildungsroman. En EE.UU. Dell espera entrar en el instituto local, quiere formarse y desarrollar su afición por la apicultura. Sin embargo, en Canadá se ve obligado a trabajar en la limpieza del hotel y a vivir en un cuartucho, esperando de todos modos un futuro mejor. La reflexión madura de Dell, no obstante, no traiciona a su yo adolescente, cuya inocencia perpleja no se abandona casi nunca, y no cae en el miserabilismo al que no obstante se acerca. A Ford no le interesa tanto la temática social y sus causas sino las relaciones paternofiliales.

Canadá dedica páginas a intentar describir, incluso comprender, la psicología de personas no preparadas para la paternidad. Todo ello con sensibilidad conmovedora y una capacidad de profundidad psicológica brillante que por momentos es adictiva. Quién sabe, tal vez sea el libro de Ford que más me ha gustado porque voy envejeciendo y entendiendo mejor el mundo resignadamente maduro de este autor. Ford no es un novelista innovador en las formas, y su clasicismo fluido e intenso retrata los males de un país para el que no existe capacidad de escape, ni siquiera a Canadá.

Richard Ford, fotografiado por Edu Bayer (vía)

 

8 de octubre de 2020

Tres mujeres, 1962

 


Tres mujeres es un libro de poemas de Sylvia Plath, concebido alrededor de la maternidad como tema central. Su curiosidad y valor principal es su concepto: la autora asume tres voces distintas (que llama así: Primera, Segunda y Tercera Voz), que representan tres posturas diferentes ante la maternidad. Una mujer que centra su realización en ser madre, una que intenta serlo sin conseguirlo, y una tercera que detesta serlo. Este volumen es una bonita edición bilingüe editada por Nørdica y está ilustrada con acuarela y carboncillo (me parece) por Anuska Allepuz.

Ilustración de Anuska Allepuz

Es fácil e inevitable recurrir al tópico de la vida desgraciada de Sylvia Plath, incluyendo su suicidio, para explicar la angustia que recorre varios pasajes de Tres mujeres, especialmente en la Segunda y Tercera Voz, si bien la Primera Voz no está exenta, véase un ejemplo:

A power is growing on me, an old tenacity.

I am breaking apart like the world. There is this blackness,

This ram of blackness. I fold my hands on a mountain.

The air is thick. It is thick with this working.

I am used. I am drummed into use.

My eyes are squeezed by this blackness.

I see nothing.

 

La Primera Voz no obstante sí encuentra momentos de belleza y dedicación amorosa en su bebé, pero se muestra encadenada a un destino determinado. De Plath se recuerda una cita famosa, mi gran tragedia es haber nacido mujer, resultado de sus expectativas no cumplidas, de los avatares de la vida familiar, y, aunque Tres mujeres no lo explicita pero obviamente lo describe, una condición social que somete la psicología de la mujer a la procreación, un factor que entre otros hizo aparentemente sucumbir a la escritora.

Plath escribía poesía confesional, es una de las representantes del subgénero, que en Tres mujeres adopta tres puntos de vista, aunque el tono no cambia, ya que no estamos ante heterónimos sino ante una reflexión unívoca que se presenta desdoblada, que apunta a que las tres voces pueden estar en una misma mujer. La crudeza de su angustia es a la par deudora de un existencialismo individualista y pionera de un feminismo empírico actual. La maternidad como fenómeno reflexionado, como mecanismo ciclotímico entre lo opresor y lo realizador, es un punto recurrente de la discusión feminista, que aunque en realidad nunca dejó de hacerlo, hoy se despliega en conceptos políticos expresos. En Plath no hay planteamiento fuera del individuo: la maternidad es dependencia mental y carnal, es sensualidad literal, una carnalidad que con sus fluidos y respuestas físicas crea una humanidad dolorosa, sin felicidad posible, aparentemente incompartible (no sólo socialmente, sino también con un padre ausente o irrelevante), vivida en desasosiego y desvinculada del destino de los hijos.

Sylvia Plath (vía)

 

 

 

23 de septiembre de 2020

Oscar siempre

 

La divina comedia de Oscar Wilde es un cómic de Javier de Isusi que tiene la virtud primera de mirar con detalle donde raramente lo hace nadie: la vida de Oscar Wilde, principalmente en París, tras salir de la cárcel de Reading y exiliarse en Francia. Son años oscuros, donde no es tan agradable fijarse porque la gras estrella que fue Wilde, el esteta y dandi brillante conversador y magnífico autor, el dominador del teatro inglés durante un lustro de gloria, se dedicó con profesionalidad al despilfarro, la autodestrucción, y las compañías tóxicas; y lo hizo de manera consciente, como acto vital (que ahora hasta parece de carácter político en su afirmación de personalidad), consciente de que el trabajo, indisociable de la vida que le encumbró, ya era imposible para él.

La segunda virtud del libro de de Isusi es el excelente uso del medio empleado, el cómic, para la narración de los últimos años de Wilde. El inicio es espectacular, ‘montando los escenarios’ de los acontecimientos que vamos a leer en un teatro de 1900 de París, con Wilde como espectador ilusionado por contemplar la obra que se va a desarrollar. El cómic usa acuarela en blanco y negro, no enmarca las viñetas, introduce los testimonio de los personajes que estuvieron con Wilde aquellos años en formato entrevista, y hasta se permite elementos fantásticos que juegan con sus coetáneos, con especial mención a su encuentro imposible con Arthur Rimbaud, y a los paseos oníricos de absenta al otro lado del espejo.

El conjunto está francamente conseguido, es sensible y profundo al mismo tiempo, respetuoso y admirador, pero humano y tierno incluso en los episodios de carácter más patético que también protagonizó Wilde en aquellos años. Es también doloroso hacia la condición humana, desde luego. Y es muy bello, estéticamente deslumbrante: el uso de la humanidad física de Wilde llena la viñeta y su admiración (la de Wilde) por la belleza de los cuerpos, el lenguaje, y la vida está recogida con dignidad infinita. Wilde no fue un idiota, aunque se lo llamara a sí mismo, fue un hombre bueno, moral y coherente que prefirió beber la cicuta a exiliarse a la mentira llena de fealdad que hoy llamaríamos heteropatriarcado.

Pensaba que no leería otra biografía de Oscar Wilde. Me he asomado a su vida en ocasiones diversas, desde mi armario, cuando las menciones a su homosexualidad aún pensaban en su imprudencia, en que su demanda primero, su cárcel después, y su vida en París finalmente fueron una manera de suicidarse ineludiblemente, incluso canónicamente como a cualquier homosexual visible en entorno hostil le correspondía. He visto su vida en el cine (Wilde, con Stephen Fry y Jude Law), he leído biografías (Luis Antonio de Villena es probablemente su mayor experto en España) y sus propias cartas personales (Oscar Wilde. Una vida en cartas). Por supuesto, en sus propios libros y obras están su carácter y pensamiento, no sólo en aquellos que podríamos llamar biográficos (De Profundis), o en sus ensayos (La decadencia de la mentira). Para alguien cuyo final extiende una capa explicativa sobre la vida entera, sus obras también adivinan su vida, claro. Para un autor que además pensaba que en la creación y en el arte estaban la verdadera realidad y la expresión de vida personal, biografía y obra no pueden sino formar un conjunto. Tal vez por ello sea inagotable el flujo de interesados en su vida que aparecen y probablemente aparecerán Ojalá con resultados tan buenos como en este cómic de Javier de Isusi.

Javier de Isusi (vía)

9 de septiembre de 2020

Poetas que usan faldas

Probablemente hoy sería inaceptable un nombre como Versos con faldas, usando un atributo de género tan obvio y tradicional, para una tertulia poética cuyas participantes fuesen mujeres. Sucedió en el Madrid de los años 50 del siglo XX, y, por supuesto, causó polémica. Gloria Fuertes, Adelaida Las Santas y Mª Dolores de Pablos fundaron esta tertulia literaria donde participaban mujeres poetas, y cuya conmoción no llegó a los dos años, en los que se celebró de manera irregular. No poder continuar en un local gratuito, tener que cobrar entrada para pagar el alquiler, la presencia de un futbolín donde se arremolinaban los hombres mientras las poetas leían sus versos, y el paternalismo esperable dieron al traste con la tertulia en sí, aunque muchas de sus participantes se incorporaron a la vida literaria ya para siempre. Este libro recupera su historia, y para ello parte de una edición previa, publicada por una de las fundadoras (Adelaida Las Santas), y añade reseñas biográficas, si están disponibles, de las autoras, y un buen archivo documental de recortes de prensa, programas de las tertulias, etc.

Portada de la edición de Versos con faldas de 1983, editada por Adelaida Las Santas.

 Una flor de poemas tan extensa, en la que muchas autoras aparecen apenas con dos o tres piezas, siempre rinde magníficas obras individuales, ya que en general el editor siempre escoge el poema más memorable. Se pierde lógicamente en continuidad o progresión del libro, y en atmósfera, y los poemas no se acompañan unos a otros, algo por lo que las antologías son tantas veces libros frustrantes aunque contengan mucha belleza. Aquí pasa de continuo, porque el orden de las autoras es alfabético y no hay clasificación estilística o temática. No obstante, hay determinadas generalidades dramáticas interesantes, como una visión entre resignada y entregada del amor, la sutil crítica de la situación de las mujeres en el régimen, y cierta conexión con la naturaleza. Veo poco tema religioso y algo de desarraigo, que entiendo conecta lógicamente con la época, pero puede ser circunstancial según la fuerte selección para que entraran muchas mujeres en el libro. Hay poemas deslumbrantes, como las obras de Ángela Figuera o Acacia Uceta, autoras reconocidas y con cierta cantidad de obra publicada, pero también de autoras casi sin biografía o datos, sacados sus poemas y sus nombres de registros de folletos o manuscritos de unas tertulias, y que se entregarían al olvido caso de no aparecer aquí.

Adelaida Las Santas (vía)

Esta edición realizada por Fran Garcerá y Marta Porpetta, con sus recortes de prensa y sus notas manuscritas, es también una fotografía de las mujeres españolas del siglo XX, a través de biografías que muestran algunas vidas plenas y otras mutiladas, de las dificultades que atravesaban aquellas que osaban ser creativas, y que por tanto entraban en el campo de los hombres, y devuelve, a partir de un suceso tal vez menor (una tertulia literaria algo efímera, a fin de cuentas) un espejo pionero, a veces heroico, de las mujeres de las generaciones que nos precedieron, sin necesidad de subrayados, y simplemente con los hechos y, sobre todo, los poemas.

Maria Dolores de Pablos (vía)

 

 

29 de agosto de 2020

Orson comiendo

Orson Welles y su amigo de sus últimos años Henry Jaglom estuvieron de acuerdo en grabar las conversaciones que mantenían durante sus almuerzos en el restaurante Ma Maison de Hollywood (que tiene su propia página de Wikipedia: aquí). Jaglom, también director de cine, intentaba ayudar a Welles para sacar adelante sus últimos proyectos, aunque con escaso éxito. Acordaron que llevaría una grabadora en su mochila o chaqueta para que Welles no se sintiera presionado, y pudiera hablar olvidándose de ese registro. Todo terminó en su muerte inesperada en 1985. Con el tiempo, esas cintas acabaron en manos de Peter Biskind, historiador del cine norteamericano conocido por sus crónicas apasioandas del Hollywood de los 70 y de los 90 que son Easy Riders, Raging Bulls y Sexo,Mentiras y Hollywood, que las ha escuchado, editado, y publicado en formato libro: Mis almuerzos con Orson Welles. Conversaciones entre Henry Jaglom y Orson Welles.

Orson Welles y Henry Jaglom (vía)

Un libro así obviamente no puede ser en exceso coherente, aunque en cierto modo parezca un diario testamentario. Welles y su inmenso bagaje son obviamente el centro de todo (la edición habrá probablemente ayudado a eliminar posibles focos sobre Jaglom), que contiene desde cotilleos del Hollywood clásico a reflexiones culturales y sociales del desatado genio de Welles, pasando por el calvario continuado de su estigma como cineasta inconstante, incapaz de terminar sus obras. Contiene un anecdotario inmenso, alrededor de un cine y cultura norteamericanos que Welles vivió en su juventud, pero completado con la riqueza cultural de un hombre que viajó y que se interesó por todos los países del mundo que quiso. El libro complementa la imagen de Welles como creador, y le permite opinar sobre los tópicos de que era acusado y, con mayor interés, de su camino investigador en la narración fílmica, sobre todo a partir de su experiencia en Fraude (F for Fake) y sus proyectos de los setenta. La incapacidad de ambos para conseguir financiación para los últimos proyectos de Welles (sobre todo su versión de El Rey Lear) ocupan muchas páginas, y suponen un desencanto continuo que leído sabiendo de la inminente muerte de Welles sobrecoge un tanto. Welles tenía 70 años, era un hombre obeso y que había castigado su cuerpo, que tenía dolores y pequeñas incapacidades, pero que no sabía que moriría tan pronto.

Fraude es la última película de Orson Welles oficialmente terminada. Es brillante, innovadora –preludio claro del falso documental-, y, lamentablemente, poco conocida

Tal vez sea este el valor literario mayor del libro. Menos interés tienen sus reflexiones sociales y políticas (con frecuencia poco afortunadas, esa escasa fortuna de los señores que se reafirman a sí mismos en su vanidad), y muy poco (para mi gusto) el mundo de estrellas de los años 40 que a veces describe como un universo paralelo insospechado. El valor histórico en el estudio del carácter del genio es relevante, claro está, para el análisis especialista de su obra. Y en ocasiones es divertido, locuaz, penetrante y agudo. Piénsese en él como figura pop sobresaliente, amargamente consciente de su propia explotación, y puede disfrutarse mejor.

Peter Biskind (vía)

14 de agosto de 2020

Hacia la ejemplaridad pública (2)


Aquiles en el gineceo, o Aprender a ser mortal es el segundo volumen de la Tetralogía de la ejemplaridad del filósofo Javier Gomá Lanzón, cuyo primer título, el voluminoso Imitación y experiencia, tanto me gustó hace menos de un año. Me ha gustado mucho leer y comprobar que, como sospechaba, cada volumen de la tetralogía se puede leer por separado, dado que me parece que volúmenes más ligeros (al menos en páginas y peso) que Imitación y experiencia convencerán más a los lectores para acercarse a este magnífico analista de la filosofía occidental y sus aplicaciones prácticas que es Gomá. Con el hecho de que sean volúmenes más manejables tengo sentimientos contradictorios, no obstante, porque siempre me apetecen más páginas…

Ya aprecié las dotes narrativas de Gomá en el primer volumen, y las he comprobado de nuevo en plena forma en éste, y entiendo que la Tetralogía, a pesar de sus volúmenes independientes también las contiene en un estadio más global. En Aquiles en el gineceo, Gomá propone aplicar un mito a nuestra vida y actividad cotidianas, y, a partir de dicho mito, su lectura, y sus implicaciones, y tras pasar por varios autores (Kierkegaard, Rousseau, Goethe) y sus aportaciones, concluir con un estado del arte actual en que el camino hacia la ejemplaridad pública, aunque ya esbozado en su matiz de heroicidad de la rutina gracias a Aquiles y las consecuencias de su sacrificio, todavía queda a la espera.

Aquiles descubierto por Ulises y Diómedes, cuadro de Rubens en el Museo del Prado


La historia es la de un instante, sus causas y sus consecuencias: Aquiles vivía tranquilo en el gineceo de Esciros, disfrazado de mujer adolescente, ocioso a la vida y a las batallas de los hombres. Pero cuando Ulises interrumpe esta visita regalada, el recuerdo y la obligación moral de su destino (recuperar Troya aunque su muerte sea segura), le hacen sumarse a las tropas y partir a la batalla.

Gomá se detiene en los hechos concretos del mito y en el carácter particular de Aquiles, pero es el valor parabólico lo que le interesa. En el gineceo, Aquiles es el adolescente ocioso y despreocupado sin experiencia de vida y que por ello aborrece lúcidamente del imperfecto mundo adulto y su caudal de negaciones de los deseos de la vida. Sin embargo, llega un momento en que el adolescente es llamado a la vida adulta, para incorporarse a ella y rendir su puesto en la sociedad; en general el proceso se inicia con la pasión (y aprendizaje mediante fracaso) del primer amor, que apela a las primeras responsabilidades para con otro. Y, también en general, el proceso no termina de manera tan pronta y violenta como en el caso de Aquiles, que gana su gloria de héroe muriendo literalmente en el campo de batalla por exigencia de su sociedad. La parábola que Gomá ve aquí es la del héroe cotidiano, convertido en ciudadano responsable, que alcanza su moral y su libertad muriendo de su estado adolescente (o estético, en términos de Kierkegaard), probablemente mediante algún rito de paso, y pasando a un estado ético en que desarrollar su vida aportando a la sociedad su valor.

 

Soren Kierkegaard, además de los estadios estético y ético de la vida/existencia, admitía un tercero, el religioso, en el que ya no se persigue el placer, o los postulados de la ley, sino a Dios, al que se llega mediante un salto de fe, y cuyas órdenes se acatan sin discutir (foto de Dan Lundberg)


Ante este panorama, mi primer punto de discusión en Aquiles y el gineceo es que Gomá describe su mito y analiza su valor metafórico, lo hace desde el, digamos, paradigma de los antiguos, y no –o al menos no todavía- desde nuestra contemporaneidad. Esto es interesante porque una lectura desde el siglo XXI puede entrever un juego intelectual de justificación de la resignación, cuando no alienación, que Marx subrayó, por no hablar de Freud y las implicaciones sexuales del mito (travestismo, Edipo, homosexualidad). Este Aquiles que puede permitirse permanecer en el gineceo lo hace porque es un semidios (podemos leer: rico y libre) y si puede salir de él a cumplir con la sociedad es gracias a su condición de varón (y tiene un puesto, el de guerrero y posterior héroe, esperándole). Sometido el mito al juicio de la contemporaneidad, no sobrevive bien su implicación moral –prohibida a otros agentes-, y su incorporación a la sociedad y a la polis suena a trampa…

Entiendo que Gomá obviamente no desconoce (y no desprecia) este tipo de detalles, pero obviamente no entra en las perspectivas de género, clase, ni quiere caer en la dichosa trampa de la diversidad. Su explicación para la cesura de la modernidad con el modelo que Aquiles representa se centra en la crisis de identidad de la humanidad desarrollada a partir de la Ilustración, y la aparición del yo romántico, individualista y que se siente/piensa protagonista único y último de su vida. Pero la modernidad no trae sólo este individualismo que puede acabar en un desprecio de los intereses sociales, sino  también un colectivismo dictador y alienante de las masas en las que el individuo, igual a tantos otros individuos, se desdibuja y frustra como proyecto individual, y además acaba manipulado. El paso del estadio estético al ético, el abandono del clarividente absolutismo del yo adolescente para tomar responsabilidades y aprender que la vida adulta es un conjunto de negaciones, es para Gomá un ejercicio de alcance y desarrollo de la libertad que entra en crisis desde el siglo XIX, que seguramente comporte una redefinición del héroe moderno. Eliminados los ritos de paso a la vida adulta, y modificada ésta por el progreso científico e igualitario (que en el fondo van de la mano), que imposibilita la heroicidad individual y libre de la rutina al servicio social mediante la reproducción y el trabajo especializado, ¿cómo llegar a ser héroe, cómo ser ejemplar? Aquiles en el gineceo aún no lo aclara, pero sí concluye que en nuestro tiempo los estadios estético y ético de la vida no están tan claramente parcelados. La sociedad, para cumplir con sus necesidades, no obliga a abandonar el yo adolescente de manera definitiva, e incluso lo aprovecha: no es ya que no sea necesario morir para ser héroe, sino que en la ley está reconocida, y en la sociedad (incluido el poder económico) se alientan una serie de derechos individuales y profesionales para que el estadio estético penetre y difumine con su subjetividad los rigores de un estado ético de los antiguos.

Pero esto parece que le disgusta algo a Gomá, cuyo entusiasmo en esta descripción es indudablemente menor. A mí sin embargo me aparenta un mundo mejor, más relativo y menos absoluto, más justo por igualitario, y no veo que haya de ser menos bello… pero, por otro lado, me parece inevitable bajo los paraguas del estado socioliberal y la tecnología, hijos de esa Ilustración madre de todas las rupturas.

Quiero hacer dos apuntes más personales: a Gomá no le gusta el existencialismo, pues lo ve el culmen de la exacerbación del estadio estético, más allá incluso del romanticismo (al que vía Goethe también discute abiertamente). Yo comparto su criterio, que además explica muy bien, como filosofía que impide el desarrollo personal (y social) por no dejar otra salida que la resignación angustiosa ante los males del mundo, que no son otros que los propios de la negatividad de la vida adulta. Lo reconozco todo porque yo he estado ahí, he sido adolescente y joven existencialista, y tuve un bucle de años en que no salía de Kierkegaard, Hesse, Camus, Sartre y Unamuno (Heidegger no: no conseguía entenderle). Pero por otro lado le reconozco al existencialismo el diagnóstico filosófico de mis males de entonces (que eran los de muchos), su dolor histórico para con el trágico siglo XX, y su capacidad de ayudarme a pensar e interesarme directamente por la filosofía, aun siendo chico de ciencias. Diría, por hacer la comparativa adolescente, que no me gusta que (me) critiquen a Agatha Christie, de la que leí cincuenta novelas entre los 13 y los 15 años porque, aunque ahora no soportaría ni una, me hizo lector. Y no es que le faltaran malas tramas: es difícil no ver un estadio ético, refinado, dolido pero libre como pocos, en el doctor Rieux, ¿no?

El segundo apunte es casi íntimo: como decía Martin Amis, cuando se escriben biografías debería contarse qué libro estaba leyendo el protagonista mientras vivía un episodio determinado de su vida, porque la literatura (la ficción si se quiere más generosidad con otros medios y soportes) nos da soporte, apoyo y hasta realidad a la vida. ¿Y qué leía yo durante el confinamiento? Entre otras cosas, Aquiles en el gineceo, con sus reflexiones sobre la rutinaria heroicidad diaria. El abandono forzado de los apuntes estéticos de nuestra permisiva sociedad durante el confinamiento, el carácter heroico atribuido por el control político y el imaginario social a las profesiones clave en el control de la enfermedad, en asegurar la alimentación, la seguridad o el transporte… Sin duda el mito de Aquiles ha resurgido en muchos momentos, pero su articulación y resultados están tal vez por conceptualizar. A Gomá le he seguido artículos y tweets durante la pandemia, y le he visto más acongojado que seguro en soluciones, dubitativo (es decir, inteligente) por la fuerza enfrentada de conceptos como libertad, seguridad, ciencia y democracia. Posteriormente publicó que había pasado la enfermedad y sus secuelas… Escucharle de su propia voz, en dos noches de sueño difícil, su monólogo Inconsolable, dedicado a la muerte de su padre y a su duelo posterior, acongojado en mi cama a principios de abril de 2020, cuando el virus y la muerte parecían cercanos (y lo fueron) fue una experiencia dolorosa y liberadora que será difícil olvidar.

Aquiles en el gineceo, por supuesto, tiene un vocabulario y sintaxis riquísimos, clarividentes análisis de Rousseau y Goethe, así como apuntes estupendos sobre el romanticismo y la educación en el siglo XIX, y, sobre todo, un análisis certero de las motivaciones psicológicas de la adolescencia, pura claridad y precisión. Se lee con ganas de subrayarlo entero Yo ya voy a por el siguiente…

Javier Gomá (vía)