28 de mayo de 2011

Todas las músicas del mundo



En 1991 vi de estreno el encuentro espléndido entre el escritor Pascal Quignard y el músico Jordi Savall, que, Gérard Depardieu mediante, sucedía en Todas las mañanas del mundo, una película dirigida por Alain Corneau. El guión escrito por Pascal Quignard se basaba en la vida del músico Marin Marais, sobre el cual previamente había escrito la novela La lección de música. Novela o conjunto de relatos, el primero de los cuales se dedica a Marais.


Con la hipnótica banda sonora de Todas las mañanas del mundo en una cinta de cassete que una amiga me regaló hace veinte años empecé a descubrir la labor de Jordi Savall, que ya llevaba años tocando, y por tanto reivindicando, la viola de gamba. Savall realiza cuidadosas grabaciones de música antigua, del Medievo al siglo XVIII, dentro del grupo Hespèrion XX(I) que encabeza, algunas de las cuales me parecen tan maravillosas que no puedo dejar de recomendarlas encarecidamente antes de continuar:

Cantigas de Santa María. Strela do día, de Alfonso X El Sabio, por Hespèrion XX y La Capella Reial de Catalunya (Astrée Naïve, 1993). ¿No necesita presentación, verdad? Aquí una pieza.











Ostinato, por Hespèrion XXI (Alia Vox, 2001). Recopilación de música de baile de los siglos XVI y XVII ¿Conocían ustedes al toledano Diego Ortiz, maestro de estas músicas? Antes de esto, yo al menos no. De este disco, les selecciono el bello pasacalles de Andrea Falconiero







 La Lira d’Esperia, por Jordi Savall y Pedro Estevan (Astrée Naïve, 1996). Recopilación de piezas compuestas para instrumentos de arco primitivos como la lira o la vihuela de arco. Forma parte de una serie de cedés fascinantes dedicados a músicas nacionales desde la Edad Media al Barroco de los diferentes países europeos. Si piezas como esta Ductia que cierra el disco no les enamoran, definitivamente ésta no es su música.





Savall recupera instrumentos antiguos y es especialista precisamente en la viola de gamba –una viola grande que se apoyaba en el suelo, sin llegar a ser un violoncelo, que también se suele llamar violón-. Es conocido por interpretar con apego al gusto histórico estas músicas antiguas. Todo ello hacía casi inevitable su encuentro con Pascal Quignard, que además de trabajar durante años para la editorial Gallimard, es especialista en música y culturas antiguas, y había centrado su libro en la vida de Marin Marais, virtuoso del instrumento, a cuya maestría legendaria se atribuye el hecho de que el instrumento fuera cayendo en decadencia tras su muerte.

Jordi Savall, vía Ya nos queda un día menos 

El relato de Quignard sobre Marais intercala episodios breves de su intensa vida de joven prodigio (su maestro rechazó enseñarle en la creencia de que le superaría; se dedicó a la composición por la juiciosa idea de su padre de no castrarle cuando perdió su voz de niño) con un análisis personal de las implicaciones psicológicas del crecimiento y el cambio en los adolescentes en relación a la creación musical: se trata de estudiar cómo responde el joven a la tragedia de perder la voz angelical de la infancia encontrando su timbre perdido en la composición e interpretación musicales, ya que así nunca sufrirán de nuevo semejante experiencia de pérdida. La alambicada recurrencia continua con que Quignard construye este argumento, emparentada con la visión platónica que da al aprendizaje necesario (en el sentido académico: ‘encuentro interior de la verdad’, la música de la viola de gamba como sombra de la auténtica realidad de la voz), vertebra el relato sobre Marais con los otros dos: el segundo es una anécdota del joven Aristóteles llegando a Atenas a estudiar en la Academia, y el libro termina con los intentos de un estudioso chino del laúd por conseguir entender las enseñanzas de su esquivo maestro. Más allá de la presencia de maestros de distintas emociones, que es tema de los tres relatos, la sutil línea argumental abandona la música en el segundo relato pero no la deconstrucción del fenómeno de la tragedia en el imaginario occidental, mientras que el tercero recoge de nuevo la música como arte que debe aspirar a la sencillez, la pureza y la claridad para alcanzar el conocimiento. Es obvio que Quignard quiere hacer eso con su obra: despojarla de adornos molestos, presentar los hechos en frases simples, alternadas con su visión personal, que, en primera instancia, parece siempre convincente.



Marin Marais, vía wikipedia 

Mi último pensamiento sobre el libro desliza un matiz moderno y militante que creo que el autor no ha querido considerar. ¿Y las mujeres? Según las tesis de Quignard, no componían en la misma cantidad que los hombres porque no experimentaban igual el sentimiento de pérdida de un instrumento musical propio en la adolescencia (su sentimiento de pérdida en la vida es posterior, en la madurez). Pero, claro, yo me pregunto: ¿acaso estudiaban? Cabe pensar que sí, que las señoritas lo hacían como también serían hijos de familias de algún posible los niños varones que estudiaban música. Ahí está la hermana de Mozart, que recorrió con él toda Europa como prodigio, y que compuso obras, pero que no pudo seguir su carrera, de la que si acaso existió fue privada y no dejó rastro. Hoy ha caído en el olvido, porque le estuvo vedado ganar el prestigio suficiente para ser músico de corte y poder por tanto vivir de la composición. No me cabe duda de que experimentó un tipo de pérdida en cuyas causas me temo que Quignard ve menos lírica.


De todos modos, el libro es excelente y el autor también. Del mismo les recomiendo Terraza en Roma –una novela similar a La lección de música-, y, si se sienten con fuerza, el impresionante ensayo El sexo y el espanto, sobre la trastienda psicológica de las relaciones sexuales y el cambio fundamental en las mismas que tuvo lugar entre las Grecia y Roma antiguas. Quienes la hayan visto, también pueden recordar la reciente película Villa Amalia, basada en otra novela de Pascal Quignard.

Pascal Quignard, vía Ce Métier de dormir,

14 de mayo de 2011

La función pública



Lo confieso, nunca he leído a Tolstoi. Sé la asignatura pendiente que es esto, y por supuesto conozco su peso (y el de sus obras) en la literatura mundial. Pero entre los grandes rusos, siempre caí en las garras del ‘pobre Fedia’, el existencialista, desgarrado, y oscuro Dostoievsky, y no en las del moral, concienciado y naturalista Lev Tolstoi. Pero… entre un amigo que gusta de la literatura rusa (casi tanto como de su ajedrez), el estreno el año pasado de una película sobre los últimos días de Tolstoi, el año ruso-español que vivimos, y el mismo recién superado centenario de su muerte, decidí empezar por un volumen pequeñito, antes de afrontar, con meses o tal vez años, la lectura de uno de sus textos mayores.

Lev 'Christopher Plummer' Tolstoi y su mujer 'Helen Mirren' Sofya, holgando
Desafortunadamente, La muerte de Ivan Ilich no me ha gustado. Poniendo el libro en su contexto, un pequeño relato publicado diez años más tarde que Ana Karenina, veo el libro como una obra moral y ejemplarizante, en forma de confesión de un funcionario moribundo, que viéndose joven e injustamente maltratado por la enfermedad, reniega de su vida futil e hipócrita, de sus banales relaciones personales y familiares, y de su vida profesional malgastada en un medrar continuado. Supongo que Tolstoi avanzaba ya a pasos forzados hacia sus ideas pacifistas, y en el libro le interesa denunciar un sistema judicial y funcionarial corrupto, que desprecia al ciudadano (como el médico al paciente, dice Ivan Ilich), y advertir que los que viven y alimentan el sistema se pudren desde su interior, orgánicamente. Con Ivan Ilich y el tumor que le acecha vemos el gran estado ruso y lo que le habría de acontecer.
La obra no ofrece más. Como escritor del XIX que habla de funcionarios, uno siente la tentación de la comparación con Galdós y sus muchos trabajadores de los ministerios que pueblan su Madrid de la misma época. Pero Tolstoi presenta en este libro un formato más retórico, un tanto superado, y construcción y desarrollo son esquemáticos y limitados, no aguantaría una comparación con el (también escaso) Don Benito que conozco. No mereciendo Tolstoi que tenga este recuerdo de él, debo prometer seguir intentando sus obras más reconocidas. De momento, prefiero recomendarles La última estación, la película que mencionaba más arriba, no porque sea excelente sino porque lo que cuenta es interesantísimo; entre otras cosas descubrirán si no lo conocen el apasionante mundo de los escritores que se ven obligados a ceder sus derechos de autor al mundo. ¿Un tema pasado de moda? Pues…
Tolstoi, vía Vidasfamosas. Lo que impresionan estos rusos barbudos de mirada intensa.

1 de mayo de 2011

Una sombra ominosa e inquietante



Albert Camus tiene una de las frases iniciales más potentes que nunca ha empezado libro alguno. Olvídense de García Márquez*, Austen**, Fitzgerald*** o hasta Cervantes****, que Camus por esta vez no hacía ficción. Sucede en El mito de Sísifo y su contundencia abofetea nuestra seguridad intelectual: no hay sino un problema filosófico realmente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de ser vivida equivale a responder a la cuestión fundamental de la filosofía.


El escritor David Vann tuvo una experiencia traumática siendo adolescente: su padre le pidió que pasara un año con él en Alaska. El chico no quiso y se quedó con su madre en la segura California. El padre, divorciado de la madre, partió solo a Alaska, y, al cabo de unos días, se suicidó. Leí Sukkwan Island sabiendo del episodio biográfico de Vann, que se extiende como una sombra ominosa e inquietante por sus páginas, como si fuera, al decir de Camus, el único problema serio del pensamiento.

Alaska, entorno precioso para una vida imposible, vía una página de cruceros. Una foto un tanto pequeña para turismo, ¿no?.

¿Qué hubiera hecho el padre de Vann si su hijo le hubiera acompañado aquel verano? 25 años más tarde, el autor afronta los hechos con la catarsis de especular cómo sería la vida compartida de un padre, desesperado por sus fracasos vitales, y su hijo de catorce años en una cabaña perdida de Alaska durante un largo año, incluido su duro invierno. Vann ficciona, pero ya el apellido de sus protagonistas (Fenn), indica que no se quiere separar mucho de la realidad en una novela corta y contundente. La estancia en Sukkwan Island, la remota isla de Alaska donde los Fenn se instalan y que da título a la novela, se narra en dos partes prácticamente simétricas, cada una de ellas desde el punto de vista de uno de los personajes. Este juego de simetrías se extiende a la presentación de un entorno sistemáticamente indomesticable que se impone a las débiles ilusiones de los protagonistas, que escogen para sí mismos un encierro malsano y opresivo en el que reflexionar sobre el otro les devuelve a un infierno personal. Yo, además de esto, también veo la negación de una Arcadia feliz en la naturaleza, y cierta desconfianza en la institución familiar, que, no obstante, al no estar subrayadas, pueden no ser intención buscada del autor.


Como les pasa a muchos autores norteamericanos, su entrada en Europa viene a través de una Francia siempre vigilante, a la que en literatura le soy capaz de reconocer los premios que tal vez injustamente no puedo en mi país. Vann ganó el premio Médicis extranjero de novela con Sukkwan Island y con ello aseguró o aceleró ediciones en toda Europa. La novela lo merece: a su fuerte expresividad emocional hay que sumar su intención de asumir un buen riesgo en su construcción y en sus puntos de vista, y un final bien rematado. No soluciona el dilema de Albert Camus, claro está. El autor francés era un existencialista que vivió una guerra que dejó asolado el mundo; Vann debería ser un hijo del desarrollo y del progreso en un país rico y líder, cuyos males personales podrían relativizarse. Y, sin embargo, el dilema aún existe, y su novela lo demuestra con concisión.


David Vann, vía la Universidad de Florida. Un en lace que además describe el funcionamiento de algunos adelantos literarios (modestos) en los EE.UU. y que confrima que Vann sabe de qué habla cuando describe formas de navegar en Sukkwan Island.




*Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
(Cien años de soledad, Gabriel García Márquez)

**It is a truth universally acknowledged, that a single man in possession of a good fortune, must be in want of a wife.

However little known the feelings or views of such a man may be on his first entering a neighbourhood, this truth is so well fixed in the minds of the surrounding families, that he is considered the rightful property of some one or other of their daughters.

(Orgullo y prejuicio, Jane Austen)

***In my younger and more vulnerable years my father gave me some advice that I've been turning over in my mind ever since.

"Whenever you feel like criticizing any one," he told me, "just remember that all the people in this world haven't had the advantages that you've had."

(El Gran Gatsby, Francis Scott Fitzgerald)

****En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.
(El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, Miguel de Cervantes)