26 de marzo de 2024

Aquiles el rojo

 


La cólera, cómic de Santiago García y Javier Olivares, continúa la interesantísima línea exploradora del lenguaje de la novela gráfica que practican estos dos autores, y que ya les diera un resultado excelente en Las Meninas, con el que en el fondo no encuentro paralelismos fáciles salvo la voluntad de riesgo formal.

La cólera del título es la de Aquiles, la que Homero narra en la Ilíada, la provocada a partir del rapto por parte de Agamenón de la esclava de Aquiles, Briseida, mientras el héroe estaba en batalla en el asedio de Troya. La decisión de Aquiles de abandonar la lucha en un momento en que esta parece interminable, de hacerlo bajo una afrenta inasumible, y de no querer volver a ella a pesar de los ruegos de sus compañeros, resulta trágica para los aqueos. Hasta que un episodio le devuelve a la batalla más encolerizado que nunca… Esta historia ocupa la centralidad de La cólera, bajo unos formatos visuales excelentes.

La cólera es un cómic que apuesta por una narración visual omnipresente. La apuesta se escenifica desde las páginas iniciales, sin diálogos ni textos, representaciones de la batalla con perfiles de los soldados, un fondo gris y rojo, y la arenisca, y unos cuerpos estilizados a la griega, bajo un formato más deudor de cráteras decoradas que de escultura clásica. Entre todos los soldados y generales, Aquiles se destaca por el color de la cólera: el rojo. En ocasiones solo su pelo, a veces la cara, a veces el cuerpo, y, si puede, el de los guerreros que entran en lucha junto a él. Pero este recurso simple de color es solo precursor del conjunto de ideas visuales que adornan al mito, y que se atreven a su cuestionamiento sexual.

Además de su comportamiento bisexual, una breve escena nos retrotrae a su adolescencia feliz en el gineceo de Esciro, dónde, vestido de mujer, explicita su bienestar por serlo. Y en el episodio más inesperado del cómic, el viaje al futuro de la Europa que será engendrada por Aquiles si alcanza su inmortalidad conquistando Troya, las inversiones ya son múltiples. El viaje en el tiempo lleva consigo la inversión del sexo del héroe, que pasa a ser dibujado como mujer, mientras el mismo libro dibuja esas páginas al modo japonés, y es necesario darle la vuelta y leerlo de derecha a izquierda y pasando las páginas en sentido opuesto a nuestra costumbre. No es algo imposible, ni siquiera inaudito para el lector de cómic que haya leído historieta japonesa. En esas páginas, en las que predomina el azul, la representación del futuro que Tetis, madre de Aquiles y que actúa de augur o sacerdotisa, presenta al hijo es una sociedad urbana distópica reconocible para el lector, con una protagonista en un trabajo alienante y un jefe violador, y sometida a un poder autoritario que cuando menos persigue a los refugiados de una guerra y no soporta que se defiendan derechos básicos.

Aquiles, pues, desafía el tiempo, el género, y la narrativa de un cómic, actúa como Orlando en el libro de Virginia Woolf, al límite de las posibilidades del mito. La cólera muy obviamente se esfuerza por asimilar qué paradojas del tiempo de los héroes y cuáles de la individualidad moderna -fundamentalmente sus violencias- se explican y retroalimentan mutuamente, pero probablemente la odisea moderna de Aquiles como mujer llamada Pirra, aunque se lee boquiabierto dada su extensión y osadía, es narrativamente menos palpitante, una especie de Hijos de los hombres algo déjà vu y apenas echado a andar. Dudo que haya lector que no quiera volver a saber de Ulises, Patroclo o Ajax, abandonados en los pedregales de Ilión, al final de esta visión futurista intermedia, de la que, en cierto modo, el mayor interés es que el mundo moderno le parezca insoportable a un hombre colérico y cruel con sus enemigos, a muchos de los cuáles mató con violencia, engendrando así la deshumanidad que observa en el futuro.

Así como al inicio del libro, Olivares y García se toman sus páginas sin diálogo y en gran formato con planos generales, acercamientos a detalle, y momentos de batalla continuados para introducir al lector en la guerra y el estado de ánimo que ello deja en los luchadores, tras regresar Aquiles a la batalla escogen una enorme y efectiva economía para narrar los episodios finales de la guerra: la muerte de Héctor, el talón de Aquiles (magnífica viñeta de doble página sin subrayar), el caballo de Troya, y, dado que forma parte también de la historia, los episodios del regreso de Ulises a Ítaca recogidos en la Odisea hasta el reencuentro con Aquiles en el Hades, donde el dibujo llega al tenebrismo y el horror puros que hasta entonces ha rozado en algún momento.

Que los mitos sigan teniendo lecturas apasionantes con los siglos es signo de su validez. Nuestra mirada moderna puede reflejarse en ellos y tratar de entenderse. Aquiles le sirvió a Javier Gomá para hablar de las responsabilidades a asumir en la vida y el conflicto entre la adolescencia estética y la madurez ética en su Tetralogía de la Ejemplaridad. En Olivares y García se explican sus capacidades de representación del individuo moderno en sus decisiones morales y su anhelo de cumplir sus instintos encontrados, además de reflejar un determinado modo de sociedad occidental surgido de la Antigüedad. ¿Toda? Estética y atmosféricamente el resultado es apabullante y arrollador. Narrativamente el manejo del tiempo y las elipsis, y el juego de reconocimiento con los episodios de los clásicos de Homero está muy bien conseguido. Pero no puedo evitar pensar que el episodio futurista necesitaba otra intensidad menos mecánica, y que, entre las enseñanzas y visión del héroe de Homero no está solo la visión del mundo como el horror existencialista que se desprende de La cólera.

Santiago García y Javier Olivares (foto publicada en El Correo)

19 de marzo de 2024

Sin partido de fútbol


Ya tiene cinco años la aún última novela de Cristina Morales, de quien hace poco me gustó tanto Últimas tardes con Teresa de Jesús. Lectura fácil es un libro premiado (Herralde, Nacional), brillante, directo, empoderado(r), combativo, pero también sutil, inteligente, ágil, y muy divertido. Por supuesto, metafórico (sinecdóquico tal vez) desde el título. La lectura fácil, como una de las protagonistas explica en la novela, es la adaptación de un texto (y de su maquetación) para permitir una lectura y comprensión más sencilla del mismo, eliminando barreras de acceso al contenido, y favoreciendo así accesibilidad y participación de los colectivos que puedan verse favorecidos por su uso.

En la novela, las protagonistas son cuatro mujeres con discapacidad intelectual en diferente grado, todas ellas emparentadas como medio hermanas y medio primas: Angelita, Patri, Marga y Nati. Aunque son de origen rural, en inicio de la novela están viviendo juntas en un piso tutelado por la Generalitat en la Barceloneta. Aún no lo sabemos en lo que parece una presentación inicial algo satírica con un cierto costumbrismo, pero para ellas ese piso es una oportunidad de libertad en grados que no han experimentado desde sus diagnósticos. Nati puede, así, acudir a clases de danza para discapacitados; Angelita escribe una novela en lectura fácil para un grupo de WhatsApp. Y Marga puede vivir libremente su sexualidad, aunque también ponerse en contacto con grupos de okupas que puedan ayudarle a escaparse con ayuda de una célula protoanarquista y antisistema... La Generalitat la busca y después la interpone una demanda de… bueno, algo que atenta contra su integridad, digamos.

El logro de Lectura fácil es usar el punto de vista de cada una de las mujeres a lo largo de la novela, combinado en cuatro formatos literarios que se van alternando sin seguir un patrón aparente, haciendo así también avanzar la acción, explicar el pasado y realizar la denuncia del sistema que implica el libro. Denuncia peculiar cuyo objetivo es lógicamente la gestión actual de la discapacidad, a la que se llega con la construcción literaria de una cotidianeidad en los márgenes sociales, pero que en realidad cuestiona todo el sistema social. Estos cuatro formatos son:

-el monólogo interior de Nati, una brillante estudiante de doctorado que al caer enferma del 'síndrome de las compuertas' mantiene una inmensa logorrea de contenido siempre anarquista, feminista y combativo. Nati es sin duda el personaje estrella de la novela, pues su valentía y lucidez son enormes, pero su discurso, en el que siempre se mueve en círculos, impide de continuo que avance en las circunstancias en que se encuentra, dando lugar a escenas alargadas e hilarantes, en las clases de danza o en su visita a la celda de ocupación. En Nati, Morales arriesga mucho, por su obvia impersonación en el personaje, presentado en primera persona, aparente figura central, y en la que el lenguaje político y filosófico son tan relevantes que es fácilmente sospechable que Morales la utiliza para un discurso propio de denuncia continua. Pero también es cierto que este diseño de personaje en sí es polémico: aparentemente dotada de una inteligencia libre y sublime, remite a la valentía de los locos o los bufones que siempre dicen lo que piensan, y muestran la realidad desde la desfachatez de su discriminación y/o (dis)capacidad. La mujer con mayor discapacidad intelectual es, por tanto, la de mejor uso del lenguaje (anarcorrevolucionario) y la traductora a lo político de los males de la sociedad; es también la que recoge o inventa términos a lo Bolaño como 'bastardista' o 'bovarista', y cuyo devenir es el central al ser el personaje más activo.

 -La novela en lectura fácil que escribe Angelita en su móvil, siguiendo rigurosamente las reglas de estilo de esta modalidad de escritura, y funcionando en cierto modo como reflejo de Nati. Allí donde ésta impide avanzar la acción por un lenguaje enrevesado que nadie entiende, Angelita tampoco lo consigue, pero por lo contrario: su necesidad de explicar con sencillez todos los términos, y de aclarar todas las digresiones en que pueda caer. Allí donde Nati no cumple regla alguna, Angelita es terriblemente disciplinada. También es la mayor de las mujeres y la de menor discapacidad. Su actitud es exclusivamente estática -siempre en su sofá- frente a la danza de Nati, pero, por otro lado, resulta ser la más pragmática en su sencillez, especialmente en la resolución de la trama. De nuevo Morales arriesga en el diseño del personaje: la novelista de aspiraciones formalistas y ambicioso retrato sociopolítico ‘rebaja’ su semántica para adaptarse al potencial lenguaje de una discapacitada usando también el humor de modo arrasador, en ocasiones por acumulación y exageración.

-Marga desea escapar del piso y tener casa propia, y para ello contacta con una célula de okupación y asiste a sus reuniones en Sants, una de ellas con Nati. El diálogo y futuras actas de estas reuniones es otro de los formatos relevantes de continuidad de la acción del libro, dado que cubre indirectamente la desaparición y persecución de Marga. Los participantes en la reunión usan seudónimos: capitales de provincias no catalanas ni vascas (el nexo entre lo charnego, lo okupa, y las rentas bajas es sutil pero visible). Sus conversaciones por supuesto también se alargan indebidamente, o no consiguen iniciarse sin fijar las condiciones en que deben desarrollarse para ser democráticas e igualitarias, y quedan siempre interrumpidas por excederse y no quedar tiempo para coger el último metro. Aquí el método del discurso político antisistema es el que resulta objeto de la ironía de la autora, que apunta a la eterna división de las izquierdas en sus discusiones bizantinas, pero que, no obstante, diseña espacios de libertad tanto expresiva como sexual con cierta calidez. Marga comparte con Nati una indisciplina mayor, una discapacidad mayor, un movimiento mayor, una dignidad también mayor, necesaria en su caso por la acusación de activa sexual que pende oficialmente sobre ella.

-Finalmente, Patri cubre el cuarto formato mediante las declaraciones efectuadas ante la jueza que debe decidir sobre la esterilización de Marga. La transcripción de esas declaraciones muestra lo que finalmente sabemos que ocurre cuando la trama ha llegado a su fin. Patri en realidad forma ‘pareja’ con Angelita, también estática y disciplinada, educada en sus respuestas y siempre dispuesta. Sus sesiones con la jueza, sin embargo, encierran el mayor horror de la inflexibilidad del sistema hacia las protagonistas, asomando su cabeza entre la capa de humor que Morales otorga a estas declaraciones continuadas y circulares.

En general, Lectura fácil está embebido -y creo que es el motivo de su éxito como obra- de la dignidad de sus protagonistas más que por un retrato crudo de la situación de opresión que viven. Hay visión estética en que no haya caída alguna en la conmiseración ni el victimismo, todo ello superado por la continua capa de humor e ironía apabullantes y arrolladores, en la que el riesgo asumido y superado por la autora de mostrar el humor de las peripecias de las protagonistas en lugar de mostrar la acción directa del sistema (ojo: sistema cultural entero, sistema lingüístico de expresión, sistema de reuniones de humanos bien para danza inclusiva, bien para okupar casas, etc...) es valiente y audaz. Sé que la comparación puede parecer extraña, pero la estructura me ha recordado al mejor Vargas Llosa. Pero es que si pienso en el asunto de la libertad, el libre albedrío, su defensa y método de defensa desde el poder, la relación del individualismo y la independencia personal con la organización estatal, los derechos colectivos, y la coerción a quien define como discapacitados… Este libro es profundo,  polisémico, renovador, y demoledor; contiene además un fanzine a modo de tractatus anarquista, retrata en pinceladas los pasos del ‘procés’ en la sociedad catalana, y terminó de crear polémica con una adaptación televisiva que Morales rechazó por cambiar el punto de vista de la historia al de una de las trabajadoras sociales), y con una adaptación al teatro.



 

14 de marzo de 2024

Contra el imperio de los bulos

 


Durante años el historiador Jagoba Álvarez ha estado (y aún sigue) combatiendo diferentes bulos que circulan en las redes sociales alrededor de la aprobación del sufragio femenino en la Segunda República Española. Tras años de respuestas infatigables a cualquier cuenta identificable o anónima que soltara una mentira sobre aquel proceso y sus dos días fundamentales (el 1 de octubre y el 1 de diciembre de 1931), decidió aunar todos los argumentos y contestar cada uno mediante este libro, El PSOE y el sufragio femenino, financiado mediante micromecenazgo. Es un volumen breve y ágil, por momentos trepidante, que responde uno por uno a esos bulos. A saber:

-que el PSOE votó en contra del sufragio femenino

-que Indalecio Prieto era contrario al sufragio femenino

-que Victoria Kent era socialista

-que Margarita Nelken votó en contra del sufragio femenino

-que el PSOE amenazó de muerte a Clara Campoamor

El método es directo: la recuperación de los documentos de la época (los aprobados por el PSOE en sus congresos, la presencia de agrupaciones feministas de Juventudes Socialistas, las actas de sesiones y votaciones del Congreso de los Diputados, los escritos de los y las protagonistas) y su narración contextualizada, que se centra fundamentalmente en la sesión del 1 de octubre junto con sus vísperas, en la que se aprueba el sufragio femenino, sin olvidar la del 1 de diciembre, en la que la llamada enmienda Peñalba proponía el retraso de la aplicación del sufragio femenino hasta que pasaran un par de procesos electorales y la 'mujer ya estuviera madura' para el voto. La enmienda Peñalba fue rechazada y ocho días después se aprobó la Constitución de la República.


Clara Campoamor

La excusa fundamental para que estos bulos hayan permanecido es que la principal defensora del voto femenino durante estas sesiones fue Clara Campoamor, que militaba en el Partido Republicano Radical presidido por Alejandro Lerroux, y que era un partido republicano, anticlerical y liberal. La necesidad de referentes históricos de los liberales del siglo XXI (el hoy prácticamente desaparecido Ciudadanos) para su discurso llevó a su reivindicación sin matices, dentro de la polarización política contra el PSOE, y eso resulta problemático, ya que Campoamor fue la única parlamentaria del PRR que votó a favor del sufragio femenino, en contra del criterio de todos los liberales de su partido, que lo hicieron en contra.

Lo cierto es que el debate parlamentario se recoge con brillo, usando breves extractos, y dando voz a todos los participantes. Es vibrante el famoso intercambio entre Campoamor y Victoria Kent, que defendía como argumento principal -que luego el bulo achaca al PSOE- que las mujeres votarían en contra de la República por influencia de la Iglesia. Pero todos los parlamentarios socialistas hablaron en contra de esta idea. Kent no era socialista del PSOE, pertenecía al PRRS, Partido Republicano Radical Socialista. Pero bueno, ¿para qué tener matices si una historia no encaja en tu discurso?

Este libro es un ejemplo de herramienta poderosa, accesible y practicable contra la desinformación política. Realizado sin el sentido del espectáculo de los fact-checks televisivos ni la agresividad del diálogo a veces enfermizo de las redes, basado en los datos y documentos, y respondiendo con serenidad. Literariamente tiene un valor añadido: el ritmo de la discusión política enhebrada, al que en este caso se suma la emotividad trascendente del objeto de la rotación, y que hace que el libro se devore...

Jagoba Álvarez (imagen de su cuenta de Twitter)

3 de marzo de 2024

Sufragistas de Boston

 


Las bostonianas es un intensísimo relato personal y psicológico del sufragismo en la Nueva Inglaterra de finales del siglo XIX (o mejor, de la postguerra de Secesión norteamericana), con una inteligente lectura de la lucha de género reflejada en la división del país, y un inmenso subtexto que hace de la novela un texto más actual que otras centradas directamente en la lucha política directa (por ejemplo, el libro de Carmen de Burgos que comentaba hace poco). Sucede cuando se crean buenos personajes: la vinculación simbólica y el reconocimiento emocional funcionan.

Las Bostonianas, dirigida por James Ivory en 1984

Verena es hija de un médium gracias al cual da una charla en casa de una sufragista de Boston a la que acuden Olive, adinerada dama soltera de la ciudad, y su primo lejano Basil, hombre sureño del Mississipi que, tras perder la guerra, se fue a trabajar a Nueva York y que está de visita en Boston. Verena fascina a ambos. La novela relata fundamentalmente la lucha continua que Olive (sufragista, de vocación soltera militante, acaudalada) y Basil (guapo, caballeroso, pobre) mantienen por ganarse a Verena. Olive lo tiene más fácil: vive en la misma ciudad que Verena, su oferta incluye educación y formación para convertirse en una oradora brillante que permita que los derechos de las mujeres se activen de una vez, y dispone de una chequera con la que convencer a sus padres de que permitan a Verena vivir con ella. Otras mujeres completan el cuadro principal de personajes, como la militante pionera Mrs. Birdseye, la médica doctora Prance, Mrs. Luna (la hermana de Olive) o la famosa sufragista Mrs. Farrinder. Todas ellas completan el grupo de bostonianas del título. En la trama hay también un peso relevante de la ciudad de Nueva York, porque allí vive Basil, pero también Mrs. Luna (que le pretende), además de los Burrage, cuyo hijo estudiante en Harvard corteja a Verena; se trata de un paralelismo entre una ciudad de provincias- así mencionada por los neoyorquinos - y una capital de artes y culturas cuyo significado en la batalla no he acabado de colegir.



La relación entre Verena y Olive es perfectamente legible como subtexto lésbico. Aunque Olive forma y educa a Verena como una Pigmalión que sirva a sus intereses políticos, sus celos ante los hombres que la persiguen son los de una sufriente enamorada. Los pequeños alejamientos, las mentiras y ocultamientos sin relevancia acaban siendo grandes grietas en la pareja, siempre perdonadas por la promesa de nunca concederse al matrimonio. La honestidad amorosa de Olive es a pesar de todo dudosa, pues su interés en liderar el movimiento pesa sobre la relación, pero, sobre todo, los cheques pagados al padre de Verena revelan un aire de posesión e inversión.



En un principio, Basil parece llamado a romper este encierro de Verena con su encanto, galantería y derecho masculino sobre la mujer. Su pobreza, su orgullo, y la otra parte de su carácter sureño (con frecuencia reflexionando por sí mismo como derrotado) corren en su contra. Poco a poco, según Verena le va conociendo, es claro que Henry James abandona cierta ironía inicial que hoy denominaríamos de comedia romántica, y le hace aparecer como un abofeteable macho dominante y retrógrado (recordemos que estamos en 1880). Pero su simbolismo fálico (el que penetra en el gineceo, digamos) tiene el sentido de recuperación del orden sexual que Olive subvierte. Lógicamente, es esperable que Basil venza. Otra cosa es a qué precio, y qué opine el autor de ello.

El caso es que el cuadro de sororidad que retrata James en varios momentos es hermoso, aunque no idealizado. Su trabajo es minucioso y detallado tomándose un tiempo que por ejemplo no usaba igual en la más acelerada Washington Square, y en la que las formas sociales son milimétricamente detalladas: organización de reuniones sociales, concertación de citas y visitas, el ritual de los paseos en voz en Boston, una larga escena veraniega que hace pensar en su contemporáneo Chejov... La visión novelada sobre el feminismo debió resultar impactante en su día (bueno, en realidad, más que impactante fue rechazada: la novela fracasó) y es aún vigente, pues no es imposible reconocer en la actualidad diálogos y situaciones que crea James alrededor de los derechos de las mujeres. Sabiendo por otro lado del interés de James en las presiones sexuales diversas, y su más que probable homosexualidad, la lectura en clave de Las bostonianas se antoja factible.

Las bostonianas tiene una adaptación cinematográficarodada por James Ivory en 1984, prácticamente literal, con el academicismo de su director en su época más triunfante, si bien fuera de la recreación victoriana que más visitó. No es una película muy lograda, pues al guión le resulta difícil recortar escenas y personajes cuya fugacidad no hace honor a su papel en el libro, y con ello pierde emoción. Además, salvo Vanessa Redgrave, que maneja todos los matices de la sufriente Olive, y Jessica Tandy, el casting no es acertado.