La cólera, cómic de Santiago García y Javier Olivares, continúa la interesantísima línea exploradora del lenguaje de la novela gráfica que practican estos dos autores, y que ya les diera un resultado excelente en Las Meninas, con el que en el fondo no encuentro paralelismos fáciles salvo la voluntad de riesgo formal.
La cólera del título es la de Aquiles, la que Homero
narra en la Ilíada, la provocada a partir del rapto por parte de Agamenón
de la esclava de Aquiles, Briseida, mientras el héroe estaba en batalla en el
asedio de Troya. La decisión de Aquiles de abandonar la lucha en un momento en
que esta parece interminable, de hacerlo bajo una afrenta inasumible, y de no
querer volver a ella a pesar de los ruegos de sus compañeros, resulta trágica
para los aqueos. Hasta que un episodio le devuelve a la batalla más encolerizado
que nunca… Esta historia ocupa la centralidad de La cólera, bajo unos
formatos visuales excelentes.
La cólera es un cómic que apuesta por una narración visual omnipresente. La apuesta se escenifica desde las páginas iniciales, sin diálogos ni textos, representaciones de la batalla con perfiles de los soldados, un fondo gris y rojo, y la arenisca, y unos cuerpos estilizados a la griega, bajo un formato más deudor de cráteras decoradas que de escultura clásica. Entre todos los soldados y generales, Aquiles se destaca por el color de la cólera: el rojo. En ocasiones solo su pelo, a veces la cara, a veces el cuerpo, y, si puede, el de los guerreros que entran en lucha junto a él. Pero este recurso simple de color es solo precursor del conjunto de ideas visuales que adornan al mito, y que se atreven a su cuestionamiento sexual.
Además de su comportamiento bisexual, una breve escena nos
retrotrae a su adolescencia feliz en el gineceo de Esciro, dónde, vestido de
mujer, explicita su bienestar por serlo. Y en el episodio más inesperado
del cómic, el viaje al futuro de la Europa que será engendrada por Aquiles si
alcanza su inmortalidad conquistando Troya, las inversiones ya son múltiples.
El viaje en el tiempo lleva consigo la inversión del sexo del héroe, que pasa a
ser dibujado como mujer, mientras el mismo libro dibuja esas páginas al modo
japonés, y es necesario darle la vuelta y leerlo de derecha a izquierda y
pasando las páginas en sentido opuesto a nuestra costumbre. No es algo
imposible, ni siquiera inaudito para el lector de cómic que haya leído
historieta japonesa. En esas páginas, en las que predomina el azul, la
representación del futuro que Tetis, madre de Aquiles y que actúa de augur o
sacerdotisa, presenta al hijo es una sociedad urbana distópica reconocible para
el lector, con una protagonista en un trabajo alienante y un jefe violador, y
sometida a un poder autoritario que cuando menos persigue a los refugiados de
una guerra y no soporta que se defiendan derechos básicos.
Aquiles, pues, desafía el tiempo, el género, y la narrativa de un cómic, actúa como Orlando en el libro de Virginia Woolf, al límite de las posibilidades del mito. La cólera muy obviamente se esfuerza por asimilar qué paradojas del tiempo de los héroes y cuáles de la individualidad moderna -fundamentalmente sus violencias- se explican y retroalimentan mutuamente, pero probablemente la odisea moderna de Aquiles como mujer llamada Pirra, aunque se lee boquiabierto dada su extensión y osadía, es narrativamente menos palpitante, una especie de Hijos de los hombres algo déjà vu y apenas echado a andar. Dudo que haya lector que no quiera volver a saber de Ulises, Patroclo o Ajax, abandonados en los pedregales de Ilión, al final de esta visión futurista intermedia, de la que, en cierto modo, el mayor interés es que el mundo moderno le parezca insoportable a un hombre colérico y cruel con sus enemigos, a muchos de los cuáles mató con violencia, engendrando así la deshumanidad que observa en el futuro.
Así como al inicio del libro, Olivares y García se toman sus
páginas sin diálogo y en gran formato con planos generales, acercamientos a
detalle, y momentos de batalla continuados para introducir al lector en la
guerra y el estado de ánimo que ello deja en los luchadores, tras regresar
Aquiles a la batalla escogen una enorme y efectiva economía para narrar los
episodios finales de la guerra: la muerte de Héctor, el talón de Aquiles
(magnífica viñeta de doble página sin subrayar), el caballo de Troya, y, dado
que forma parte también de la historia, los episodios del regreso de Ulises a
Ítaca recogidos en la Odisea hasta el reencuentro con Aquiles en el
Hades, donde el dibujo llega al tenebrismo y el horror puros que hasta entonces
ha rozado en algún momento.
Que los mitos sigan teniendo lecturas apasionantes con los siglos es signo de su validez. Nuestra mirada moderna puede reflejarse en ellos y tratar de entenderse. Aquiles le sirvió a Javier Gomá para hablar de las responsabilidades a asumir en la vida y el conflicto entre la adolescencia estética y la madurez ética en su Tetralogía de la Ejemplaridad. En Olivares y García se explican sus capacidades de representación del individuo moderno en sus decisiones morales y su anhelo de cumplir sus instintos encontrados, además de reflejar un determinado modo de sociedad occidental surgido de la Antigüedad. ¿Toda? Estética y atmosféricamente el resultado es apabullante y arrollador. Narrativamente el manejo del tiempo y las elipsis, y el juego de reconocimiento con los episodios de los clásicos de Homero está muy bien conseguido. Pero no puedo evitar pensar que el episodio futurista necesitaba otra intensidad menos mecánica, y que, entre las enseñanzas y visión del héroe de Homero no está solo la visión del mundo como el horror existencialista que se desprende de La cólera.