29 de octubre de 2014

Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo

 

Con dos libros leídos en apenas unos meses, puedo confirmar que Mary Roach es una investigadora incansable y una escritora divertida, cercana, y cuyo sentido de la divulgación científica supera lo académico en su aproximación al público. Si su libro sobre el más allá no me convenció por lo obvio del tema, este Entre piernas. La extraordinaria cópula entre ciencia y sexo funciona mucho mejor. El método y la escritura son similares. ¿El tema? Mucho más interesante, claro.

Masters y Johnson en consulta con una pareja de pacientes. Foto de George Tames (vía)

Roach es una investigadora de la investigación; tiene un interés particular en conocer y divulgar aquellos estudios o trabajos científicos sobre temas que popularmente se consideran particulares, aunque ella no realice estudios propios sobre ello (como mucho, se presta a cobaya de experimentos). El sexo es uno de ellos, en el que además existen estudios científicos de conocimiento popular amplio, como los históricos informes de Alfred Kinsey o los de Masters y Johnson, con los que el libro comienza. Las particularidades del estudio de lo sexual suponen una contradicción entre la intimidad en teoría apasionada del acto sexual, y la observación metódica que el método científico exige. Roach se cuela en esta contradicción con un humor que aunque no vulgar tiene réplicas de simplicidad directa una tanto llana. Con ello ameniza una lectura que recoge estudios sobre el orgasmo femenino, la impotencia masculina, la relación entre excitación, lubricación y fertilidad, los experimentos sobre animales y su sexualidad, o la realidad de hormonas y feromonas, y descubre un peculiar universo de experimentos e investigadores cuyo retrato (personalidad, visión, motivación) es también parte del trabajo de Roach.

Alfred Kinsey (vía)

Roach hace explícito en más de un momento su asombro particular por la visión de personas llenas de electrodos, o sometidas a observación directa de un médico, mientras realizan en condiciones controladas un acto sexual. Se desliza superficialmente por la validez de estudios en estas condiciones por la posibilidad aparente de un sesgo importante en las muestras de individuos en los experimentos, y por múltiples temas paralelos en los que no profundiza, aunque no aclara si por falta de espacio o por falta de estudios científicos reseñables para ella; algunos ejemplos podrían ser el sexo oral, el sexo anal o el sadomasoquismo. Es curioso que mientras este acercamiento asombrado tan personal permite a Roach una pedagogía y divulgación efectivas, logre librarse por ello de un estudio completo sobre las aproximaciones científicas a toda la sexualidad humana, lo que deja a la vez un sabor algo incompleto por falta de universalidad. También he tenido durante la lectura de varios pasajes la sensación de objetivación corporal que sé necesaria al ser el cuerpo el objeto de estudio, pero que reduce el mismo a casi exclusivamente su faceta biológica y mecánica. Como si la misma autora, a pesar de su método diferente y divertido no pudiera tampoco eliminar parte de los tics de los trabajos que reseña. Aunque es justo decir que estos trabajos previos fueron en muchos casos pioneros y como tales sus autores incluso corrieron peligro. Roach reconoce la deuda hacia ellos, y la diferencia en los tiempos: ella puede aplicar humor al método científico sobre el sexo porque el peso de la represión religiosa sobre el tema es mucho menor y porque ya no existe escándalo.


Mary Roach (vía)

18 de octubre de 2014

Las vírgenes suicidas


Este título de impacto es uno de esos casos de primera novela que encumbra directamente a su autor. Ya su primera frase, de referencias garcíamarquesianas, encierra una construcción que resume estilo, tema y alcance con una precisión que luego la novela confirma y desarrolla:

On the morning the last Lisbon daughter took her turn at suiciede –it was Mary this time, and sleeping pills, like Therese- the two paramedics arrived at the house knowing exactly where the knife drawer was, and the gas oven, and the beam in the basement from which it was possible to tie a rope.
Jeffrey Eugenides tenía 33 años cuando publicó en 1993 Las vírgenes suicidas. Seis años más tarde la película fue llevada al cine por Sofia Coppola, su, por supuesto, primera película también.

Las cuatro hermanas Lisbon, según Sofia Coppola

Las vírgenes suicidas narra el suicidio de las cinco hermanas Lisbon, hijas del profesor de matemáticas del instituto local y de un ama de casa religiosa y conservadora, que asfixian con estrictas reglas a las hijas, entre trece y diecisiete años. Eugenides decide narrar los hechos desde el punto de vista de los chicos adolescentes vecinos de la casa de las hermanas Lisbon, en primera persona del plural, y sin una gran concreción en estos personajes masculinos en formación, en ocasiones más un coro narrativo que protagonistas de la ficción. El tono de la narración tiene trazos de investigación entre lo policial y lo médico: los chicos, ya adultos, han recopilado ‘pruebas’ de todo lo sucedido durante su adolescencia alrededor del caso Lisbon (fotos, objetos, canciones, etc…) e intentan entender qué sucedió y cómo afectó a sus vidas. Este grupo innominado de chicos, que habla desde el presente y el futuro, es, como punto de vista, todo un logro. Las hormonas adolescentes permiten a Eugenides mantener durante 250 páginas una parábola sobre el deseo sexual materializado en la penetración de la casa acosada de las Lisbon en ocasiones especiales, y disfrazarla en la por supuesto más evidente radiografía del paisaje uniformizador y enfermizo del suburbio norteamericano. La novela oscila sin definirse entre la mancha del deseo sexual y el drama de un destino conocido, jugando evasivamente a una mirada masculina mitad machista, incluso misógina, mitad paralizada. En cierto modo, el interés principal no está en el drama directo más obvio (el suicidio, los padres castradores y la religión, el desastre de los pocos momentos de alegría que las chicas disfrutan en su particular gineceo), sino en esos proyectos de hombre incapaces de entender, no digamos ya de actuar.

Una proyección televisiva durante la lectura del libro me recordó al instante los paralelismos dramáticos entre esta novela y La casa de Bernarda Alba. Cinco mujeres jóvenes encerradas por una madre ultrarreligiosa, y con hombre que rondan la fortaleza inexpugnable en busca de una recompensa sexual. La frustración consecuente tiene un final parecido. La obra de Lorca no obstante está narrada desde dentro de la casa, y la ausencia es lo masculino, visto con deseo pero también con terror hacia el fálico atacante penetrador. Lorca no aspiraba de todos modos a ‘entender al hombre’: daba por sentada su simplicidad y se centraba en el enfrentamiento de las chicas al absurdo en que su madre, por religión y por soberbia vengativa hacia su marido recién muerto, les hace vivir. Eugenides sí pretende que sus chicos, desde fuera, intenten entender las motivaciones de las chicas (frase que podríamos trasladar a lo carnal casi directamente). Constata que no lo consigue, ni él ni su ejército semianónimo de muchachos perdidos ante la complejidad femenina. Sin duda hay una pizca de condescendencia falocrática al racionalizar su fracaso masculino en estos términos. El tono particularmente evasivo y semihipnótico de una investigación enterrada en la memoria, no obstante, lo acaba superando.

Jeffrey Eugenides (vía)

8 de octubre de 2014

Un cura


La larguísima vida de Fray Bartolomé de las Casas fructifica en la Brevísima historia de la destrucción de las Indias como obra mayor. Este pequeño texto es una obra fundacional de la defensa de lo que hoy llamaríamos Derechos Humanos, pero es también un clásico de la literatura española del Siglo de Oro, relacionada con el subgénero de la literatura de la conquista, y parte de los que narran las glorias y desgracias del (a)salto español y europeo a las Indias.

Bartolomé de las Casas fue encomendero (dispuso de licencia para explotar el trabajo de los indios) antes que cura. Su conversión tuvo mucho que ver con el horror que contempló: la tortura y asesinato continuado y caprichoso de los pobladores originales de las tierras por parte de los conquistadores españoles. Brevísima historia de la destrucción de las Indias es un catálogo completo de atrocidades espantosas, que incluyen golpes, mutilaciones, uso de perros bravos para el asesinato, alanceamientos, engaños, ajusticiamientos en la pira, ahorcamientos… y más actos que obligan a retirar la vista del libro más de una vez. Bartolomé de las Casas ni siquiera llega a discutir, como debía ser la norma, si los indios tenían alma o no. Directamente las considera criaturas felices y bondadosas, ansiosas de Dios, incluso del Dios cristiano al que están dispuestos a abrazar, como a abrazar a los españoles que llegan a sus tierras. Pero los cristianos no se comportaron como tales: Bartolomé de las Casas habla continuamente de tiranos sedientos de oro y perlas que engañan a los jefes locales y usan técnicas de terror al llegar a cada nuevo lugar, diezmando la población y dejando campos quemados tras ellos.

Abu Ghraib (vía)

El libro se organiza geográficamente, pasando de región a región de los cincuenta primeros años de la conquista, pues el libro está publicado en 1542. Bartolomé de las Casas describe las situaciones en principio vistas por él, aunque se antoja imposible por el infinito esfuerzo viajero que eso habría supuesto -y ello se añade a las dudas sobre sus posibles exageraciones-, y pone fechas pero no denuncia nombres, prefiriendo describir una situación general que alarmara al Rey, principal destinatario de su informe, o para no sufrir represalias directas. En su crónica los sacerdotes suelen salir bien parados, pues según él realizaban bien su labor evangelizadora, pero los conquistadores la destrozaban al llegar. No obstante, el propio prólogo del libro, que viene sin firmar, describe cómo los rivales de Bartolomé de las Casas fueron otros sacerdotes, y que el poder militar apenas le consideró, aunque consiguiera que se firmaran lo que puede considerarse la primera legislación en defensa de los derechos humanos de la historia, el Rey le permitiera un par de veces aplicar sus teorías para el buen trato de los indios (intentos fracasados ambos), y que estuviera a punto de poner en duda la generalidad de la colonización.

El libro se vuelve un tanto repetitivo en sus capítulos: una descripción de la feliz tierra y recepción de los indios de cada región a los españoles, el engaño cometido por estos, y la violencia sistemática contra aquellos, sumado a las opiniones de Bartolomé de las Casas sobre quién debería en verdad ir a los infiernos y quién es en verdad criatura de Dios. El lenguaje del siglo XVI que emplea el autor es no obstante musical, elegante y disfrutable, y el conflicto ético no resulta –desafortunadamente- lejano: el contraste de una lengua que nos resulta vieja aunque luminosa con una denuncia de la crueldad humana que también es contemporánea es un paradójico atractivo literario. De las Casas fue convenientemente traducido en Europa para desprestigiar a España, sin tal vez remarcar la españolidad de su autor y las consecuencias de una obra que anticipaba tan crudamente la larga noche de los quinientos años.

(Nota: términos como ‘conquista’, ‘criatura de Dios’, ‘labor evangelizadora’, etc… se utilizan en este texto dentro de la convención que suponían en la época de Bartolomé de las Casas, y no pretenden subrayar un carácter honroso como categorías en su significado actual)

Bartolomé de las Casas (vía)