20 de diciembre de 2010

El gran salto



Construir una novela de obsesiones literarias a partir de la repetición de tres o cuatro lugares comunes es un ejercicio de desfachatez que sólo puede resolverse con gran maestría. Enrique Vila-Matas en Dublinesca la alcanza por momentos, gracias a esa capacidad metaliteraria para la asociación de imágenes y palabras. Pero, también es cierto, que debe controlar el tamaño de sus ‘juguetes’, para que el juego no aburra. De todo hay en Dublinesca, la historia de Riba, un editor jubilado que cree ser el último editor puro de la que denomina ‘galaxia Gutenberg’, a la que quiere simbólicamente enterrar en un Bloomsday a celebrar con varios amigos editores en Dublín. La galaxia Gutenberg es un feliz término acuñado por Marshall McLuhan que hoy en día da nombre a una editorial barcelonesa vinculada al Círculo de Lectores.



Siempre te encuentras con gente a la que no te esperas para nada

Al anochecer siempre queremos tener a alguien cerca
¡Nada importante se hizo sin entusiasmo!

Estas tres frases son los principales lugares comunes que VM repite y reparte en la historia de Riba (tan aplicables a la psicología personal como a la gestión de recursos humanos de una empresa). El escritor despliega su consabido juego de referencias, pero el resultado, con usar mimbres parecidos, es mucho menos fresco que en París no se acaba nunca. Curiosamente, Riba (que admite en un momento de la novela que no quiere ser protagonista de episodios novelescos), repite de continuo la necesidad de dar un ‘salto inglés’, pasar de la literatura francesa a la anglosajona, de Rimbaud y Proust a Joyce y Beckett, del París de Duras y Hemingway al Dublín de Wilde y Stoker. El mismo salto que obviamente da VM de París no se acaba nunca a Dublinesca tal vez sufra por varios motivos. Las peripecias nostálgicas del joven de París no son tan sostenibles en comedia como el crepúsculo de un editor símbolo de tiempos a punto de olvidarse. También parece que VM ‘respeta’ o, incluso, le produce más extrañamiento la severidad religiosa y existencial de los grandes autores irlandeses frente a la cercanía paródica que le suponen los autores franceses y su deliciosa impostura. Tampoco las épocas de cada novela son las mismas, de los esperanzados sesenta a esta década desencantada… Finalmente, el propio VM busca un tono sombrío, pues la lluvia constante y el perseguido ambiente apocalíptico no cesan en la historia, con su parábola obvia permanente a lo largo del texto. Así, un libro que empieza fascinante en sus previsiones y pretensiones, consigue ponerse algo pesado al llegar a su clímax en Dublín, con su largo Bloomsday y su epílogo vacacional; la lectura, no obstante, puede seguirse como si el lector estuviera en un baile de fantasmas que habitan en la mente de Riba, y dejarse fluir los sentidos en un curioso duermevela. El registro de VM es el habitual: literario, autorreferencial, y homenajeador de héroes literarios a través de la ironía. VM ha hecho un arte de sus lecturas y su ‘aprendizaje’ literario, pero no siempre le sale perfecto.

Enrique Vila-Matas, en foto de su propia website



9 de diciembre de 2010

Un retrato del artista


Sin conocer en profundidad los avatares de la vida de Roberto Bolaño, y no habiendo leído nada de él, la (rica) lectura de Los detectives salvajes se revela poco a poco como una autobiografía ficcionada y encubierta. Su protagonista, Arturo Belano, de nombre casi homónimo, también chileno y también emigrante a México, poeta de vida más contestataria que su literatura, es claro trasunto del autor, que, sin embargo, no es el narrador.

El narrador principal es Juan García Madero, jovencísimo e infinitamente versado –en métrica y figuras literarias- poeta que se une en 1975 al real visceralismo, conoce a los líderes de este movimiento (Belano y Ulises Lima), pierde la virginidad con una de las jóvenes poetas del movimiento y escapa con ellos en busca de una poeta mexicana de principios del siglo, autora de poemas gráficos y líder de un movimiento poético primitivo del real visceralismo, y tan absurdo como éste. García Madero narra sus peripecias con los real visceralistas en un diario dividido en dos partes, que son a su vez la primera y tercera parte del libro. La parte central, la que sin duda eleva el libro a cotas de genialidad, narra en diferentes voces las vidas de Belano y Lima de 1976 a 1996, en formato de confesión-entrevista, que pasa por Israel, París, África, California, México, Guatemala, Barcelona y Castelldefells, en un derroche de anecdotario subcultural apuntado con infinita sorna hacia la literatura y la cultura en general, y, por supuesto, entremezclando realidad y ficción, autorreferencia y metalenguaje.


México visceral (vía Soyignatius)

Wikipedia confirma que Los detectives salvajes, un título tan adolescente, es la vida de Bolaño. También narra la novela en detalle, haciendo casi inútil el realizar aportaciones por parte de los aficionados desde blogs como éste. No obstante, es necesario realizar esta un tanto excesiva (para este blog) descripción de la trama y la forma, porque Los detectives salvajes dio la fama de formalista de éxito a Bolaño, y si esto es así se debe al juego brillante de esta segunda parte, que obviamente busca la verdad artística bajo el espejo irónico de una vida militantemente literaria. Presenta eso sí una yuxtaposición casi infinita de historias, lo cual también resulta un ligero lastre para la novela, algo enferma de exceso, pero siempre lúcida en el juicio.

Bolaño comienza a alcanzar el estado de mito. Muerto con 50 años (si su vida fuera totalmente la de Belano no resulta una sorpresa), el éxito sobre todo de 2666 –póstuma e inacabada- en los EE.UU. lo ha elevado por encima de los autores de su generación, aún en activo, y le ha convertido en el más aventajado heredero del boom hispanoamericano de la segunda mitad del siglo veinte, con cuyos principales próceres ya comparte fama. No es extraño: Bolaño es divertido, ágil, construye estructuras misteriosamente atractivas, define personajes excéntricos o aburguesados con penetración psicológica encomiable, y nunca pierde su ironía vital literaria, cuya aplicación en la realidad se antoja tan excesiva como definitiva.
Bolaño, vía Kaytario


21 de noviembre de 2010

El peor París de nuestras vidas


Con entusiasmo he leído París no se acaba nunca, de Enrique Vila-Matas, y con sorpresa he recibido ese entusiasmo después de que hace años me disgustara Bartleby y compañía (el cual, a pesar de su original idea y su anecdotario fructuoso, me pareció flojo en la construcción de situaciones y en el diseño del personaje central). Pero no tengo ánimo de comprobar mediante relectura si la interacción con aquel libro fue fallida por culpa mía, del libro, o del momento en que lo leí. Ambos libros comparten un elemento común principal: giran alrededor del mundo intelectual/literario. Pero, frente a la relación de escritores algo ingenua de Bartleby y compañía, París no se acaba nunca adopta más claramente una construcción de novela (aunque se cuestione a sí misma y a veces se diga conferencia (que supuestamente da el autor)) y tiene algo cercano a una historia: la de los dos años de su juventud que vivió Vila-Matas en París escribiendo su primera novela. ¡Qué curioso volver a tener una conferencia autobiográfica en un libro justo después de la entrada anterior!

El joven Vila-Matas, vía diariodedillinger
El autor se retrata a sí mismo ingenuo e intelectualmente patoso, si bien la subrayada ironía de la que hace gala revela una pensada construcción a favor de un hilo narrativo profundamente humorístico, con una visión sardónica de la nostalgia y, más aún, de la literatura, sus máximas y reglas, y de la vida literaria en la capital de las letras del siglo pasado.
Dios los junta y ellos se autorreferencian (vía El País)
Dos subtramas principales utiliza Vila-Matas para desarrollar las cuitas de su alter-ego en el París de mediados de los 70: su admiración por Ernest Hemingway –que le lleva a participar en el concurso anual de dobles de Hemingway a pesar de que su físico es patéticamente distinto al del Nobel-, y el hecho de alojarse en una buhardilla propiedad de Marguerite Duras, casera sin duda peculiar que además de no preocuparse por la renta no cobrada, le da consejos literarios y le introduce en círculos selectos de la cultura parisina. La cuidada dosificación de los episodios Hemingway y Duras junto con los episodios ‘situacionistas’ que Vila-Matas crea para su protagonista en un París con Paloma Picasso estrella, Sonia Orwell asistenta, o Borges clandestino, es estupenda, y supera la impostura evidente del relato usando también una mirada irónica de madurez.

Los dobles de Hemingway (vía utopicaequinoxio) o la ficción concursando por ser realidad

Vila-Matas tiene un talento a veces desbocado para el humor referencial, metalingüístico y cultureta, y su mirada es lúcida si se considera que aunque su protagonista es el que más palos recibe, la idea del libro es la profunda (e hilarante por patética) inseguridad del creador en general. Ahora debo recuperar más libros de Vila-Matas. Seguiremos informando.

Varios Enrique Vila-Matas de una sola vez, vía susanborobio




9 de noviembre de 2010

Paradojas


Detenerse hoy en día en la paradoja de (Bertrand) Russell, formulada hace más de 100 años, parece de una ‘lógica’ total. Russell la formuló mientras trabajaba en sus Principia Mathematica, y venía a desmontar parte de la Teoría de Conjuntos, entonces boyante, y, de una manera obvia, introducía la autorreferencia en la lógica. Pongo un ejemplo, aunque pueden buscarla mejor y más completa por la red:

Todos los ciudadanos de una ciudad deben afeitarse cada día
Pueden pertenecer a dos grupos, los que se afeitan a sí mismos y los que son afeitados por el barbero.
Pero, entonces, ¿a qué grupo pertenece el barbero?


Logicomix es un cómic estupendo con más de una idea brillante. Narra una conferencia de Bertrand Russell en 1939 en EE.UU. en la que el ya mayor (aunque viviría 30 años más) pacifista, filósofo y lógico matemático inglés relataba su vida siguiendo el hilo de su mayor pasión, la lógica racional que parecía explicar el mundo de manera concreta, y que le aportó un edificio en el que sostener también su moral. La biografía de Russell permite, al ser ilustrado su contenido, observar la evolución de la matemática como ciencia durante la primera mitad del siglo XX, un periodo sin duda fascinante en la historia de la ciencia en general.

Como autorreferencial y metalingüístico que es el libro, y en cumplimiento humorístico de la paradoja de Russell, el cómic empieza representando al ‘barbero’ de la paradoja. Esto es, a los autores del libro. Son presencia recurrente en las viñetas y sus discusiones y evolución suponen una línea argumental importante. Tienen la ventaja de ser mayoritariamente griegos: Apostolos Doxiadis (concepto, historia y guión), Christos H. Papadimitriou (concepto e historia), Alecos Papadatos (dibujo y diseño de caracteres), y Annie Di Donna (color), y que crean el cómic en Atenas, y pueden salir a discutir el desarrollo del libro por la Acrópolis o mientras van a ver una representación de la Orestiada; todo ello es sin duda un aliciente importante para cualquier libro que hable de pensamiento. Ellos crean al Russell que da la conferencia, que a su vez recrea su vida y la de varios de sus maestros (Cantor, Frege), colegas (Whitehead) y alumnos (Wittgenstein), que junto a otros matemáticos (Poincaré, Hilbert, Gödel, Turing o Von Neumann) formaron un grupo de hombres con una pasión apabullante por la búsqueda de la verdad lógica, cuyos fundamentos estudiaron sin fin.



El subrayado que los autores hacen al comparar esta búsqueda con el que un conjunto de superhéroes de cómic harían por la ‘justicia’ en una historieta ‘convencional’ es posiblemente excesivo, porque hubiera bastado una única explicación. Mucho más interesante es el hecho de que las biografías de casi todos estos hombres muestren fronteras débiles con la locura, como si acercarse con lógica racional total a la verdad que puede definir al universo causara un desequilibrio que la mente humana no soportara. Esta dualidad plantea dudas razonable sobre el origen de la lucidez y de la locura. ¿Lleva la lógica a la locura, lleva la locura a la lógica? Dualidad que por otro lado es una cualidad superheroica como ninguna.

Me pregunto cómo será aceptado este cómic entre lectores habituales de historieta. A fin de cuentas, yo estudié algo de matemática, la notación lógica no me es extraña del todo, había leído algo de Bertrand Russell, e incluso a Wittgenstein –una presencia muy importante en el libro, como se ve en la ilustración superior-, además de el magnífico El atizador de Wittgenstein, que además cruzaba a ambos con Karl Popper. Ahora bien, ¿un absoluto profano? Yo espero que lo lleve bien; la historia tiene ritmo, ironía, se centra en un héroe que fue un gran hombre, y no me parece difícil. Creo además que este tipo de cómic es necesario para asentar un arte que se dice maduro y capaz de contarlo todo. ¿También filosofía y lógica? También. Este es el caso.

Mientras tanto, recuperar a Bertrand Russell no es mal idea para nadie. Probablemente él no sabía que con sus libros didácticos se convertía en uno de los pioneros de los llamados libros de autoayuda, aunque en su caso la vertiente divulgativa de su obra le permitió muy probablemente no despeñarse por la esquizofrenia y/o melancolía de varios de sus colegas y familiares. Pero sus lecciones de vida y moral son sencillas, lógicas, expuestas con un raciocinio limpio e inigualable, por una mente con conocimientos enciclopédicos, que sabe extraer lo mejor de ellos para intentar mejorar el mundo. Encima, escribe estupendamente. Apúntense Elogio de la ociosidad, y Ensayos impopulares.






30 de octubre de 2010

Atentado

Martin Amis es uno de esos llamados intelectuales que podríamos decir interesados/comprometidos con la actualidad de su tiempo. Parece que además, con la edad, no acaba de encontrar la ficción necesaria para una nueva novela. Amis comenta en este El segundo avión. 11 de septiembre: 2001-2007, que no hay escritor contemporáneo cuyo trabajo no haya podido ser afectado por el 11S. De su shock particular surge este volumen, compendio de artículos periodísticos, ensayos, relatos de ficción y hasta somera crítica de cine, todos ellos alrededor del 11S, sus razones, sus causas, y su impacto, y que sigue el gusto de Amis por describir la realidad que le impacta.

Martin Amis fotografiado por Bernardo Pérez (via)

Aunque es interesante ver la evolución del pensamiento de 2001 a 2007, con el desplazamiento progresivo del problema bajo estudio del 11S en sí a Irak y su invasión, me resultan más atractivas sus reflexiones sobre el Islam, un reflejo claro de la contradicción que encara Occidente cuando enfrenta su moral y su necesidad, y en especial su breve historia del islamismo nacido de la pluma del egipcio Sayyid Qutb, no sólo expuesto con claridad sino implicándose literariamente, por así decir.

Sin embargo, para mí lo mejor del volumen son precisamente las dos historias de ficción, en las que creo que Amis escribe a gran altura. Una de ellas, En el palacio del fin, recuerda a los excelentes relatos que Amis recogió en Mar gruesa, donde se subvertía la realidad, y las minorías y mayorías intercambiaban papeles y se veían obligadas a mirarse en espejos nuevos. Aquí, los dobles del hijo de un dictador presuntamente moribundo (un presumible Saddam Hussein) se ven obligados a no sólo representar a su sátrapa sino a sufrir sobre sí mismos los deterioros de su cuerpo (atentados, entiéndase) e incluso llevar la gloriosa vida (sexual, entiéndase) que debería llevar el líder supremo aunque no pueda. Aquí la realidad se materializa necesariamente en personaje secundario que ha de imitar a un ignoto y desaparecido actor principal, pero, además, se compara de continuo consigo misma.
7 u 8 dobles de Saddam (via)
El segundo relato, Los últimos días de Mohamed Atta, imagina los días 10 y 11 de septiembre de 2001 desde el punto de vista del líder del grupo terrorista y piloto que estrellara el primer avión contra la torre norte. Ni es (obviamente) amable ni comprensivo con Atta; Amis cree que la razón occidental no sirve para explicar coherentemente el islamismo. Su análisis de Atta recorre un radicalismo religioso enfermo de nihilismo fatalista (al estilo del análisis de André Gluksmann, que cree que esto no es religión sino desesperación), en el que el asco inducido por las ideas islamistas sobre la sociedad occidental y su trato del Islam, y por el ayuno enfermizo a que Atta se sometía, construye una voluntad de venganza que se alimenta en un cerebro que se imagina guiado por Alá. Atta es un desesperado desgarrado de la vida al que Amis lleva del destierro interior a la iluminación del horror en un relato de angustia exasperante.

Da para más el libro: hay crítica sobre United 93, la película de Paul Greengrass, hay exégesis de textos y expresiones (como el ‘9/11’ y el gusto norteamericano por la brevedad a veces inoportuna), y no falta Osama Bin Laden como figura icónica sin más discurso que su letanía sobre la luz de Dios que alienta al Islam. Interesará obviamente a los que guste el tema, o quieran ver a Amis con buen pulso, algo que no siempre sucede, antes de su siguiente publicación, esta vez sí una novela. Por supuesto, el libro ha sido controvertido especialmente en su país, porque historiadores y críticos hablan de que Amis se ha metido sin conocimiento íntimo en un terreno que no controla, y que por ello el libro es superficial. Bueno, yo no estoy de acuerdo, al menos desde mi lectura, tal vez también superficial. Detalles como que el título del libro fue escogido por ser ese avión, el segundo, el que nos dio conciencia evidente de que ya vivíamos en un mundo distinto al de apenas una hora antes, me parecen bien relevantes de lo que el 11S supone para Occidente.

Les dejo con una imagen de la firma que Amis dejó en mi ejemplar del libro en La risa de Bilbao.





19 de octubre de 2010

Las fantasías de Francis

Este volumen incluye el relato original de Francis Scott Fitzgerald que dio lugar a la película de David Fincher, aunque, además de The Curious Case of Benjamin Button la edición contiene otros dos relatos en mi opinión mejor conseguidos: Bernice Bobs Her Hair y The Diamond as Big as The Ritz.

David Fincher y su guionista Eric Roth cambiaron prácticamente todo en la historia del cuento sobre Benjamin Button salvo la anécdota original. El Benjamin Button de FSF nace en Baltimore y queda al cuidado de su padre, del que hereda el negocio. No se casa con bailarina evasiva alguna, sino con una chica decente de su ciudad con la que tiene un hijo. Es héroe de guerra pero no un viajero romántico. FSF viene a dibujar un triunfador, un Gatsby cuyo desarraigo surge de su peculiaridad de haber nacido viejo e ir rejuveneciendo según pasan los años.


Ni el relato ni la película me resultan convincentes en el desarrollo de una anécdota a priori brillante, lo cual posiblemente indica la dificultad de la empresa. En ambos creo que hay un error de fondo: la inconsecuencia del realismo utilizado para drama tan fantástico. La anécdota de Benjamin Button no puede pasar desapercibida a médicos, científicos, investigadores en general, por no hablar de políticos y militares dado que en el libro al menos Benjamin es una figura prominente de su comunidad. Resolver este dilema posiblemente derivaría el tono de la comedia amable de feliz sorpresa que es a un drama no deseado por el autor… y sería, me temo, algo mucho más laborioso...

El toque fantástico de FSF se repite en The Diamond as Big as The Ritz, donde el descubrimiento, uso y explotación de un diamante del tamaño de una montaña por una familia sí se rodea del realismo debido hasta el extremo. Además, es una historia bien compensada, cuyos toques ‘best-seller’ (del pionero que hace dinero a la huída de una cárcel de oro inesperada) podrían haber dado lugar a episodios innecesariamente alargados y a una novela de acción. No lo termina, no obstante, de manera redonda, pero demuestra lo que se dice de FSF como autor que mejor ha entendido la relación del hombre con el (mucho) dinero.

El mejor cuento de los tres es Bernice Bobs Her Hair. Tuve obviamente que descubrir qué es ‘to bob the hair’, y la traducción más adecuada en el contexto del libro parece ser ‘cortarse el pelo por encima de los hombros pero cubriendo la nuca’. Por el tono entendía que Bernice se hacía la permanente, pero el diccionario parece implacable... En cualquier caso, Bernice Bobs Her Hair es un relato sin anécdota fantástica y cuenta la historia de la tímida Bernice, que visita a su prima, la segura y arrogante Marjorie. La amenaza que Bernice repite de continuo (cortarse el pelo) es una invención de Marjorie para que Bernice la repita a modo de chiste que le haga ganar popularidad y, a la vez, deje de avergonzarla. Lo consigue, pero Bernice se cobra adecuadamente la arrogancia. Con buenos personajes y ambientación (en los detalles para enmarcar la historia FSF era maestro), su tono austeniano que equilibra frivolidad y sentimiento femeninos está bien conseguido y excelentemente rematado en el final.

Francis Scott Fitzgerald (vía)


3 de octubre de 2010

Globalización


A pesar de que las novelas que he leído de Henning Mankell nunca han llegado a convencerme, tenía dos volúmenes de él pendientes. En uno de ellos, El chino, me libraba de la presencia de Kurt Wallander, y me adentraba en terrenos que me son de interés por los viajes a China que me veo obligado a hacer (véase aquí y entradas cercanas).

Sin embargo, el libro comienza con dos prólogos (uno de ellos dramáticamente innecesario), y diecinueve asesinatos en una región al norte de Suecia. No es Scandia, tampoco es Wallander porque las protagonistas de la investigación son mujeres (la desaprovechada policía Vivi Sundberg y la estupenda protagonista que es la juez de Helsingborg Birgitta Roslin), pero se le parece. Las conexiones del múltiple, ritual y por supuesto horrible asesinato apuntan a una venganza secular que nos lleva hasta la China actual y su encrucijada económicosocial.

De Helsingborg (vía Wikipedia) a Beijing
En mi opinión Mankell no resuelve bien, o de manera literariamente interesante, ninguna de las tramas. Parece que se pierde en una maraña de lugares del mundo en que necesita radiografiar la situación social y económica. Guanzhou, Nevada, Zimbabwe, Suecia, Copenhague, Beijing, Mozambique y Londres llenan un relato que engarza best-seller y novela negra y que si no fuera por su atípica protagonista sería poco interesante.

No obstante, Mankell genera bien la tensión y hace interesante la investigación. Se arriesga al resolvérsela al lector mediante historias paralelas en lugar de un clímax con revelación, pero por otro lado deja sin explicación detalles relevantes. La trama china incluye detalles geopolíticos de calado inesperado en una novela de entretenimiento al uso. Mankell lo presenta de manera objetiva y aunque haga política-ficción, su visión parece aterradoramente posible. Sin embargo, la resolución también se olvida de buscar una salida a este contexto elevado a trama, demasiado grande (y presentado grandilocuentemente) para ser olvidada como un mecano para hacer avanzar la acción.

Sólo el personaje de Birgitta Roslin, la juez de Helsingborg, de fuerte compromiso y con problemas de madurez, está excelentemente cerrado. Parece que Mankell se especializa con la edad en estos personajes maduros, conscientes del paso del tiempo por sus cuerpos y sus mentes. Veremos si El hombre inquieto me lo confirma, y, si, sobre todo, la faceta globalizadora de este yerno de Ingmar Bergman escritor de novela negra y director del teatro nacional de Mozambique no arrastra, de nuevo, trama y estructura.
Foto de Henning Mankell por Lina Ikse Bergman, vía El Correo de la Unesco


21 de septiembre de 2010

Los (falsos) bailes de Marte


En los 25 años que llevamos sin Orson Welles, y más específicamente en los 10 ó 15 aún creativos que le podrían haber quedado de no morir a unos prematuros 70 años (para cualquiera que hubiese llevado una vida menos agitada que la suya), ¿cuántos proyectos megalómanos no podrían haberse concebido por el genio incontenible y desatado de Welles? ¿Cuántas películas inacabadas más habría añadido a su leyenda de proscrito de Hollywood, cuántos países más habría tenido que pisar buscando financiación, qué más anuncios radiofónicos o qué papeles ya de iracundo abuelo le habrían ofrecido (en la tele, supongo) y hubiera aceptado en busca de dinero para terminar, por ejemplo, The Other Side of the Wind?
Especular es posible dado el carácter de mito y leyenda de Orson Welles. De él se escriben biografías al uso y estrictamente cinematográficas (recomiendo la de Esteve Riambau, El espectáculo sin límites, imagino que no fácilmente accesible), se le representa en teatro (lo hace Josep María Pou en una obra crepuscular que presenta un Welles mastodóntico y espectacularmente expansivo, acorde con la visión de artista descomunal, pero fallida en encontrar la tragedia interior ahogada entre datos cinéfilos y espejos nostálgicos, y cuyo autor es precisamente Esteve Riambau), y las revistas especializadas no le olvidan y periódicamente recuperan estudios sobre él y su obra.


Frente a toda esta memorabilia, yo quiero recomendar este librito sobre la obra que le dio impulso casi definitivo en su camino hacia la gloria artística a Orson Welles: su adaptación para la radio y representación de La guerra de los mundos, el clásico de la ciencia ficción escrito por H.G. Wells. Atención al título del libro: El guión radiofónico de ‘La invasión desde Marte’ sobre la novela ‘La guerra de los mundos’ de H. G. Wells por Orson Welles y el Mercury Theatre con un estudio de H. Cantril sobre la psicología del pánico y una introducción de Julián Jiménez Heffernan. Es largo porque en efecto tiene las tres partes de las que habla. El ensayo Los papeles del marciano está escrito por el editor del volumen, y es bastante prescindible, y es de agradecer que se note en las 4 ó 5 primeras páginas: se trata de una colección de ‘momentos’ de Marte –el dios, el planeta- y los marcianos –los alienígenas, los extraños- en la cultura occidental, pero su ingenio es escaso.


La segunda parte es el guión del programa de radio que asustó a tanto norteamericano aquella noche del 30 de octubre de 1938. Hoy la red permite conocer el talento de los actores del Mercury Theatre que lo interpretaron –Welles entre ellos-, pero independientemente de su talento, el guión es inteligente y puede entenderse bien el terror que generó. Utilizando hábilmente las interrupciones periodísticas de un programa musical con noticias urgentes, y con un ritmo que consigue en apenas 1 hora condensar la llegada de los marcianos, la destrucción inicial que causan en el campo, su llegada a Nueva York, y su derrota final, además de añadir una introducción y un intermedio que anunciaban el carácter ficticio del programa.

Hoy estamos muy curtidos frente a la posibilidad de engaño por parte de los medios, con el objetivo que sea y en todo tipo de soportes o formatos. Casi puede decirse que el fake mediático es un género en sí mismo, y el correo electrónico e Internet lo han llevado tan lejos que incluso puede considerarse agotado (a mí al menos ya no me parece ni divertido ni metafórico, y confieso que, en efecto, también lo he practicado). Pero... ¿y en 1938?. El falso documental en que este programa podría encuadrarse era algo desconocido en 1938. Por seriales que hubiera en la radio y por avezados oyentes que fueran los norteamericanos de la época (y a Dianne Wiest esto le costó un novio), la audacia wellesiana es pionera e inimaginable.


La tercera parte del libro es un interesante ensayo psicológico que recoge los resultados de encuestas que se hicieron a varias personas que en algún momento de la transmisión creyeron que podría tratarse de un noticiero verdadero y sobre su reacción posterior (comprobarlo, asustarse, darse cuenta o no de la ficción, expandir el pánico, buscar a los seres queridos…), y sobre las causas de ese comportamiento crédulo. El número de entrevistas es escaso, y las conclusiones parecen un tanto obvias. Desconozco cuándo fue escrito, el volumen no lo dice y el autor murió en 1968, pero se aleja conscientemente de teorías conductistas y presenta algunos datos explicativos sobre qué contribuyó a la reacción de pánico: un escaso espírito crítico debido en gran parte pero no sólo a la formación escasa, la inseguridad vital debida en gran parte pero no sólo a las dificultades económicas, las creencias religiosas debidas en parte a una mala aplicación de las mismas en busca de la llegada del Armageddon, o el momento de sintonización del programa y el entorno en que se produjo (las barreras críticas se debilitan si no se ha oído el programa desde el principio y se empieza a hacer empujado por otro oyente aterrorizado). La lectura del estudio se sigue bien y es académicamente enriquecedora. Pasa también por el análisis del momento histórico (el clima prebñelico, el desastre económico aun arrastrado desde la Gran Depresión), y tal vez pueda reprocharse el número de entrevistas y la obviedad de las conclusiones; pero, por otro lado, su rigor científico con los datos disponibles sobre un fenómeno singular, y su objetividad analítica son encomiables.

A H.G. Wells (vía gutenberg.org) no le dio tiempo a conocer las versiones cinematográficas de su novela, pero dio su 'visto bueno' a la radiofónica de Welles

9 de septiembre de 2010

Un Nobel ante el espejo (ii/ii)


Si en Diario de un mal año, Coetzee reinventaba el ensayo a su manera, el género que retuerce en Summertime (Verano) es la autobiografía. Para empezar, Coetzee se da por muerto, y escribe a través de un supuesto biógrafo póstumo. Coetzee ya había escrito dos volúmenes autobiográficos, Infancia y Juventud, en los que, incapaz de escribir en primera persona, habla de sí mismo en una fría e impersonal tercera persona, y va describiendo su infancia desarraigada en la triste Sudáfrica afrikaner del apartheid y su juventud gris en el sólo teóricamente alegre Londres de los setenta.

En Summertime este distanciamiento llega al máximo. Además de matar al narrador (algo no tan extraño en el cine, aunque no sé si alguna vez es el mismo director el que se da por muerto), Coetzee utiliza con impudicia –no puede ser de otro modo en una autobiografía- las voces de cinco personas (cuatro mujeres y un hombre) que le conocieron en los setenta, época en que el escritor tenía más de treinta años, y que pasó cuidando de su padre enfermo. Su retrato, el que Coetzee pone en voz de gente que le trató, no es que no sea positivo, sino que resulta directamente terrible. Acusado de mil vergüenzas, su incapacidad para la emoción física es algo que a nadie se le escapa y que le define casi por completo.

Coetzee además, por primera vez (que yo sepa/recuerde), explicita sus opiniones sobre el apartheid. Nunca en sus novelas lo ha hecho, allí no son sino un fondo moral siniestro. En Summertime, en coherencia con el conjunto del libro, lo hace usando palabras de sus colegas, a veces de manera directa en el diálogo, pero siendo más potente la propia actitud del escritor durante esos años. Actitud que le empuja a, sin tener ni idea, hacer labores de albañilería, labranza, o mantenimiento sólo para recuperar la capacidad (el poder) de hacer trabajo manual que el régimen despreció y obligó a realizar a los negros, en una peculiar recuperación de la dignidad mediante la humillación. Pero, por otro lado, siendo la palabra su arma mejor, es curioso que hable ahora con claridad, cuando posiblemente es mucho menos necesario y además está viviendo en el extranjero. Puede anotarse este punto como una asunción de cobardía moral, pero resulta fascinante la necesidad no sé si honesta o vanidosa (o mezcla) en que Coetzee desea retratarse en esa vergüenza interior.


Mandela a cuadros, vía yanswerbloges


Summertime, por equivocado que esté su biografiado en su actitud vital, es una biografía brillante en su idea y estupenda en su ejecución, demostrando un dominio del oficio y una capacidad de riesgo estimulantes. Además de reflexionar sobre una vida y un país, lo hace implícitamente sobre la literatura y su incapacidad de acercarse de veras a la realidad, o mejor dicho, a las personas reales. Su opción abre caminos en la literatura, y sólo se me ocurren ejemplos cinematográficos que pudieran acercarse. Un clásico, como Ciudadano Kane, porque también se investiga a un muerto (aunque aquí sea el que además escribe) en una estructura de entrevistas a sus conocidos, o la reciente I’m Not There (Todd Haynes), porque se presentan las caras diferentes de un mismo personaje. Supongo que debiera haber comics que ya hayan investigado este camino, dado que es arte tan dado a lo (auto)biográfico.

Espero que esta muerte en vida que se infringe Coetzee en Summertime no sea el final de esta sorprendente saga autobiográfica. Algo en el libro suena a despedida, un tanto a la francesa, de un novelista que ha encontrado en la ‘no ficción’ un camino sorprendente en el que dar rienda suelta a su pasión por escribir, y una catarsis psicoanalítica. Pero, después de esta época, ya llegó el éxito, y, tal vez considere que se trata de una historia ya conocida.



El Coetzee (vía leyendo) que ya empezaba a despuntar es el siguiente al de la época retratada en Summertime


31 de agosto de 2010

Un Nobel ante el espejo (i/ii)


John Maxwell Coetzee me había fastidiado un tanto en los últimos libros que había leído de él. Frente a Desgracia, Esperando a los bárbaros, o Vida y tiempo de Michael K, los escritos en que Coetzee hacía aparecer a la extraña Elizabeth Costello me parecieron literatura cansina. Parece que Coetzee reconoce que se le ha acabado la capacidad para la ficción. Su personaje de Diario de un mal año lo menciona directamente, que tiene que escribir opiniones (supuestamente ‘fuertes’) porque ya no puede conseguir la concentración necesaria para una historia ajena completa y compleja, a pesar de seguir teniendo la necesidad de escribir. Y Elizabeth Costello o Slow Man ya mostraban esto. Un cierto camino agotado en que Coetzee parecía tender a acabar como el típico escritor engreído y enfadado de la Nueva Inglaterra que invariablemente encuentra el amor –o al menos la satisfacción- de jovencitas… Pero estoy seguro que una comparación con Updike o Roth no sería de su agrado.

Coetzee no ha abandonado el hemisferio sur aunque haya viajado de Sudáfrica a Australia para establecerse. Pero parece que sí ha abandonado la novela como tal, o, mejor dicho, está retorciendo otros géneros para ficcionarlos como novelas, dando giros inhabituales a las posibilidades del cambio de punto de vista. En Diario de un mal año se trata de la forma más fácil de ensayo: el simple vertido de opiniones sobre temas digamos serios de la actualidad. Con una profundidad variable según los temas, con una documentación poco exhaustiva, como lo que cualquier opinador semiinformado podría dar hoy en un blog (modelo actualmente más extendido e interesante antropológicamente que el tertuliano de radio, al que empiezo a considerar superado). Coetzee, o su alter ego, dice con frecuencia cosas hermosas o suelta opiniones interesantes y muy lúcidas, pero también se pone demagogo y a veces dice tonterías.



Todo ello no es lo importante o realmente interesante en el libro -aunque a quien no haya leído a Coetzee con anterioridad le pueden llegar muy bien-, sino que esas opiniones están dadas por un octogenario que las dicta a una cinta para que una joven y atractiva vecina las transcriba. El hombre sufre un (predecible) interés por la muchacha, que no le corresponde aunque le respeta, y que tiene un novio tiburón de las finanzas que se ríe de la situación y planea aprovecharse del anciano. Y a la vez que leemos las opiniones de este, en la misma página Coetzee escribe una pequeña ficción sobre cómo vive la pareja la relación con el anciano, de modo que puede verse la evolución de este triángulo de manual de folletín desde tres puntos de vista. Puede escogerse leer cada una de las partes en solitario, pero curiosamente se vuelve aburrido. Sin embargo, comprobar la evolución de las opiniones en las personas, su modo de ver la vida y de comportarse, y al revés, es peculiar y atractivo, y fluye bien. La sensación de leer tres textos a la vez es grande, y, aunque existen, los paralelismos e influencias directas entre las opiniones y la historia de las tres personas son sutiles y no obvios, lo cual es muestra de buen oficio. Queda como idea del propio Coetzee en contra de sí mismo que no es posible opinar sin el mundo alrededor (o lo que es lo mismo, que todas sus opiniones descreídas e importantes cambiarían seguramente si pudiera consumar con la muchacha). Y al revés, claro, aunque esta ya no es una ‘miseria’: la vida está influenciada por las opiniones de intelectuales y demás teóricos de por dónde debe ir el mundo. Es una buena idea, fascinante por momentos, de ejecución arriesgada, y de resultados apetecibles. La simplicidad de la historia y su escasa profundidad es la que permite que el libro sea así, y es coherente con los personajes, y puede considerarse que no hace al libro grande; sin embargo, precisamente el contraste de esta humana frivolidad con la seriedad de las opiniones del autor es lo que puede argumentarse como especialmente conseguido. Un Nobel que se sitúa al borde, sí señor…


Coetzee frente a sí mismo (vía Lector Malherido)


14 de agosto de 2010

Ante todo hemos perdido a un poeta...


A veces, la vida de Pier Paolo Pasolini parece sesgada y sólo interpretable por el último hecho de la misma, su asesinato, cuya sombra se extiende dando significado no sólo a su vida, sino también a su obra, ambas de por sí vastas. Pocas veces me ha convencido la obra de esta figura mítica –más allá de Saló y de El evangelio según San Mateo-, y por ello su muerte, que en noviembre de 2010 hará 35 años, siempre me supone preguntas: ¿Son la imagen y el destino de Pasolini más convincentes que su obra? Si hubiera sobrevivido, ¿estaría ahora pasado de moda? ¿Sería, en estos tiempos oscuros que él siempre previó, un viejo comunista a la manera bufa de Fo o a la manera arisca de Saramago?

El caso Pasolini. Crónica de un asesinato es un brillante comic de Gianluca Maconi, que utiliza el reportaje –no a la manera de Joe Sacco- y la poética para intentar comprender los sucesos del 1 de noviembre de 1975. La trama pasa por los sucesos estrictamente narrativos: la entrevista con el periodista, la cena con su joven amigo Ninetto Davoli, y su encuentro con el chapero Giuseppe Pelosi, que termina en un asesinato poco claro que dio lugar a juicios e investigaciones cuestionados. Pasolini era una figura con vocación polémica y controvertida, en una Italia especialmente confusa. Pero el poder de su polémica residía en la lucidez de sus ideas y la base intelectual en que las apoyaba. Que hombre, política y arte no podían disociarse en su visión parece claro. Y en esa última entrevista inacabada recogida en ‘El caso Pasolini’ su luz no dejó de alumbrar. Ideas como que la educación basada en la posesión nos convierte a la vez en víctimas y en verdugos, o que la muerte viene a ser la sala de montaje de la vida, no sólo resultaban premonitorias de su avatar o del devenir social, sino que daban idea de su potencial en los diferentes campos.


Pero su camino no se realizaba sin dudas. Leído tantos años después de escrito, el también inacabado poema Who is me. Poeta de las cenizas, se revela como una autobiografía en poema que relata su vida, explicando las razones de algunos de sus cambios (como que hacerse cineasta fue una manera de huir de Italia, ya que anteriormente sólo se expresaba como poeta y necesitaba la lengua que irremediablemente le unía a Italia, mientras que el lenguaje del cine es universal), pero que en cierto modo se recrea en la persecución continua que sufrió a causa del compromiso público con sus opiniones y modos de vida. Una persecución que como hombre concreto es desde luego, comprensible, y que sometía a persona sensible como él a tensiones profundas que intentaba resolver con una coherencia colosal.

Tal vez los años han cambiado la perspectiva y han cansado incluso a los enemigos, que ahora seguramente no se centrarían en una figura única así. Pero El caso Pasolini es un gran libro, en el que desde la portada Pasolini ya se sacrifica a los tigres que le rodeaban en aras de un pesimismo existencial. Su comunismo es a la vez humanista (y busca la sencillez de la vida) y filosófico/intelectual, impregnando su vida y sus opiniones de trascendencia que hoy, con las ideologías muertas, resultaría inaceptable por pedante/elevada para una opinión pública a la vez más formada y embrutecida. Y el cómic utiliza informes periodísticos, judiciales, las noticias, el discurso de Moravia en el funeral, y hasta los propios proyectos personales de Pier Paolo Pasolini (su película nunca rodada sobre la India) para, si no explicar, sí al menos sentir intensamente el momento.




6 de agosto de 2010

Los Laidlaw y el tiempo

El castillo de Edimburgo, según la foto de Wikipedia


‘El tremendo latido de la sangre propia’ lleva a Alice Munro a escribir esta novela dividida en relatos, el libro que dio mayor fama a la escritora canadiense, previo a su premio Man Booker de 2009, y que es el primero que leo de ella. El latido comienza en Castle Rock, el peñasco donde se asienta el castillo de Edimburgo, donde la autora viaja a buscar los trazos de sus antepasados. En el siglo dieciocho, los que (todavía) no emigraban a América veían, subidos a los promontorios del castillo, como los barcos con sus familiares se alejaban rumbo al océano.


La vista desde Castle Rock se estructura en capítulos aparentemente independientes que recogen episodios concretos de la historia familiar de varios antepasados de la autora. La narración avanza de manera cronológica y continuada, y cada capítulo es más o menos independiente; no ningunea los capítulos anteriores pero estos no son esenciales para captar el sentido de cada capítulo individual. Sí lo son, sin embargo, para captar el sentido general del libro, la búsqueda de una vida mejor representada en el paso del espíritu pionero que surge de una sociedad antigua y agotada a una moderna, en la que la narración de la propia vida de la autora representa un presente de estabilidad física, psicológica y, por supuesto, narrativa.

Munro era ya una autora mayor (nacida en 1931) al publicar La vista desde Castle Rock en el año 2006. Obviamente es un legado autobiográfico que revela su interpretación de su propia vida como eslabón en una cadena familiar. Tal vez lo más interesante sea el proceso por el que se conforma una psicología mediante la comprensión del pasado, y como esa comprensión llega con los años. Munro parece necesitar conocerse ‘genéticamente’ para explicarse ‘culturalmente’. Y, por supuesto y afortunadamente, no subraya ni le interesan los llamados valores de la institución familiar.

¿Por qué este tema apasiona tanto a la literatura norteamericana, mientras que en la europea actual las sagas familiares, su origen y su devenir histórico, no son una obsesión literaria? Europa y las gentes que practican su cultura tal vez viven con el peso de una Historia larga que les sustenta culturalmente, pero que también es cercanamente traumática y no necesariamente reflejo de una supervivencia debida al riesgo o la aventura, sino más bien al miedo y a su prima la burguesa prudencia. Pero, por otro lado, la obsesión por las raíces y la familia es frecuente en el norte del continente, y creo que puede afirmarse que mucho menos en la literatura sudamericana.

Munro consigue su objetivo por la honestidad de su método, que no se detiene en estos devaneos intelectuales y responde, sin más, a la sangre. La cotidianeidad de los hechos que narra, apoyados en la suerte de haber encontrado la huella de sus abuelos y tatarabuelos –alguno también hombre de letras- permite un acercamiento a la vida alejado de fuerzas dialécticas que sobrepasen a los personajes, si bien el pasado pionero a veces parezca teñido de leyenda. Alcanza además momentos de lirismo y emoción muy disfrutables, a pesar de la sensación de predestinación que no abandona la narración una vez entendido el mecano, y que es mucho más ágil y cercana mientras no es la propia Munro la protagonista.



Alice Munro, vía scriitorului


16 de julio de 2010

Rojo y Gris

Un autor anciano y consagrado muere, sus obras se reeditan, y los lectores nos entristecemos por lo primero y alegramos por lo segundo. No haber leído a Delibes, no haber leído El camino, era casi imposible para mi generación, pues era lectura obligada en el bachillerato. Pero de ahí a conocer toda su larga obra hay un trecho. Muchas veces fue trecho salvado por el teatro, o por el cine, pero, a decir verdad, tengo grandes lagunas en la lectura de un autor que siempre me ha parecido irreprochable.

La primera laguna que vadeo tras la muerte de Miguel Delibes es Señora de rojo sobre fondo gris. A Delibes, como a muchos escritores, le pasa que aunque no sean protagonistas aparentes de sus novelas, sus afinidades/simpatías son claras con los protagonistas. Y que los intereses de sus protagonistas cambian con el tiempo. En el caso de Delibes Señora de rojo sobre fondo gris es un título de clara madurez, inspirado por la figura de su mujer muerta antes de tiempo (a mediados de los setenta), a la que retrata y homenajea desde el título. Un título obvio, metafórico y muy cumplidor.

La novela toma la forma de una única carta que un padre escribe a una hija después de que esta le visitara. La mujer de él y madre de ella ha muerto recientemente de enfermedad inesperada, sumiendo al hombre en una profunda crisis. La carta es sobre todo una evocación de la figura de esta mujer, realizada desde el sentimiento de pérdida y la necesidad de reconocimiento propio de la dependencia hacia ella. Es una señora de rojo, actividad y compromiso, acción y pasión, entrega y generosidad. La hija, por su parte, ha estado presa del franquismo, por motivos que se desconocen, y que movilizaron a toda la familia. Es un fondo gris que resalta la vulgaridad de un medio social infectado por un poder injusto y mediocre, contra el que la señora de rojo actúa con dignidad pero sin éxito. Exactamente igual que el cáncer contra el que su cuerpo no puede hacer nada.

La maestría de Delibes se subraya sobre todo en la sencillez de la ejecución. Su lenguaje está extremadamente cuidado, y nos vendrá bien para recuperar vocablos como estiaje o atrabiliario, pero la sintaxis es simple (que no poco trabajada), el discurso es claro y emocional sin subrayado y la duración es breve, concreta y concisa. El uso de los recuerdos, de los objetos sentimentales, de las relaciones profesionales, o de las casas de la familia como símbolos de una mujer que convertía en arte su vida y su convivencia (frente al artista profesional que es el marido, pintor en la novela) es magistral. Delibes escribía novelas más bien cortas, pero dado que Señora de rojo sobre fondo gris se publicó en 1991, quince años después de que Delibes enviudara, no cabe duda que se trata de un libro exquisitamente pensado, que, obviamente, me invita a continuar con más.

El joven Delibes, vía que.es


4 de julio de 2010

Creacionismo ilustrado


No es precisamente la primera vez que vemos la Biblia en cómic. Pero de los interesados dibujos con que amenizaban la lectura de los libros sagrados en las catequesis y escuelas católicas a una adaptación a imágenes fiel al contenido completo del texto hay un salto importante. Y este salto, en una sorpresa inicial, lo da Robert Crumb, quien durante 5 años ha dedicado sus esfuerzos a esta ilustración literal del primer libro de la Biblia, el Génesis, que se ha publicado en castellano en gran formato (290 x 220 x 35 mm, ca. 1000 g), y que incluso ha utilizado la traducción directa de la Biblia de la Biblioteca de Autores Cristianos en lugar de traducir del inglés los textos que acompañaban a las imágenes de Crumb.

Este Génesis de Robert Crumb es, como producto, muy irónico. Robert Crumb es el padre más reconocido del cómic underground. El hombre que sacó a la historieta del público casi exclusivamente adolescente y postadolescente de los cincuenta, y puso el centro de atención en el lumpen, el sexo, la violencia y las drogas, en una realidad que el cómic no trataba hasta entonces (o, al menos, no lo hacía de una manera suciorrealista), y que encontró su reflejo en la contracultura de los 60 y los 70. Todo ello le dio éxito y reputación a Crumb. ¿Qué hace ilustrando el Génesis, de manera realista, con cuidada ambientación y un trabajo detallado y estudiadísimo? Esa es la primera ironía, la sorpresa que mencionaba más arriba, pero que visto el libro se disipa enseguida: el Génesis está lleno de sexo, de violencia, de mujeres voluptuosas, además de otros temas, claro.


Una segunda ironía se produce al reflexionar sobre el público natural de un libro así, nada comparable con las ilustraciones religiosas habituales. Si el texto dice que Caín mata a Abel, que los animales que no entraron en el arca murieron ahogados, o que en Sodoma llovió fuego, Crumb nos lo muestra en planos realistas rigurosos, con su feísmo característico. Y a la Iglesia no suele gustarle del todo esto, lo cual afirmo aunque La Pasión, la película dirigida por Mel Gibson, pueda parecer un ejemplo en contra: sin duda en esa adaptación el sexo no tenía demasiada importancia, mientras que en el Génesis es un motor fundamental de la narración.

El Génesis de Robert Crumb recoge episodios que muchos conocemos por nuestra educación, o que se recuerdan bien al ir leyéndolos. Hay momentos espectacularmente ilustrados, gracias también a su grandilocuencia (el diluvio, Sodoma y Gomorra) y otros que no pueden evitar las partes más áridas, como los listados de reyes y herederos que eran necesarios para apuntalar la tradición judaica. Pero a mí me impresiona mucho en este libro la capacidad para el retrato psicológico por parte de un autor como Crumb. Pero, de nuevo, se puede entrever una lectura paralela. Sus personajes pueden llegar a estar alucinados o poseídos, pero no por una sustancia psicotrópica, sino por la expeciencia de lo divino. Supongo que pocas cosas pueden proporcionar un mayor viaje que ver ciertamente a Dios, aunque en el Génesis sea algo natural y no necesariamente místico.

Por supuesto, las lecturas del Génesis pueden ser múltiples, y, en las notas que Crumb añade al libro, además de explicar los problemas de adaptación que tuvo, proporciona sus propios intereses: la creación de tradiciones (los pactos entre Dios y Abraham o Jacob como justificación de la circuncisión o del dominio y herencia de la Tierra), o la lucha entre patriarcado y matriarcado que sucede a lo largo de la vida de estos padres de la patria judía, Abraham, Isaac, Jacob y José, y sus mujeres y esclavas, Sara, Rebeca, Raquel, etc… La obsesión por la procreación como herramienta para dominar la Tierra es continua. Pero también por la pureza de raza. Las mujeres luchan por la herencia de sus hijos preferidos, y los hijos, como hermanos, se roban, traicionan, cuando no abandonan o asesinan unos a otros. Las mujeres permiten que sus esclavas o incluso sus hermanas tengan hijos con sus maridos, y la procreación en sí, aunque no suceda en el matrimonio, es muchas veces acto de Dios. Todo esto supone una carga sexual importante, que las fuentes que habitualmente interpretan la Biblia suelen cuidarse mucho de ilustrar.


Robert Crumb, vía entrecomics



22 de junio de 2010

Locura, libertad, revolución.


Calígula se viste y pinta de bailarina. Se lanza sin ensayo ni talento algunos a dar pasos de baile ridículos delante de senadores y patricios llamados en medio de la noche a contemplar el espectáculo. Ellos creen que pueden ser ajusticiados sin piedad por el tirano en cualquier momento, y, por ello, aplauden la actuación con fervor. Es un aplauso condicionado por el terror que Calígula ha impuesto. El emperador omnipotente, autoproclamado divinidad, lo sabe, y por eso lo disfruta más. Por eso, el momento es sólo aparentemente patético.

¿O acaso en realidad no lo sabe? El inesperado baile nocturno de Calígula es uno de los detalles de su mandato que han trascendido a la historia popular desde la lejana Roma. Hay otros tan conocidos o más: proclamó senador a su caballo, se presentó a adoración pública por sus nobles al sentirse convertido en Venus, se casó con su hermana y devoró el feto de su vientre…


Por casualidad, en apenas un mes me he topado tres veces con Calígula, y en diferentes medios. Estaba revisitando Yo, Claudio en DVD cuando llegó a Basauri la representación de la obra de Albert Camus por la compañía L’Om-Imprebís. Finalmente, decidí releer el texto de Camus, que recordaba con agrado. Eso sí, no he visto la película de Tinto Brass… a la que supongo (espero que no injustamente) oportunista por el éxito de Yo, Claudio y convenientemente truculenta dado el tema.

Obviamente, la visión de Calígula de Yo, Claudio (cuyos autores deben mencionarse: el novelista Robert Graves, el guionista Jack Pulman, el realizador Herbert Wise) es la previsible: Calígula es un loco, un desequilibrado que desde niño ambiciona ser emperador, ostentar un poder absoluto, aunque para ello tenga que matar incluso a su padre, y que, cuando llega al poder, diezma a su familia, a sus guardias y a los patricios del imperio mientras sus grandilocuentes puestas en escena los ridiculizan y atemorizan a la par. Calígula podría ser el resultado de esa mixtura genética continua de las familias Claudia y Julia, un ejemplo máximo de la crueldad indiferente de la humanidad, y uno de los escollos que Claudio vive en su camino a la sabiduría estoica de su personaje. Nadie que haya visto la serie puede olvidar a John Hurt. Y, la verdad, vista la serie más de veinticinco años después, conserva toda su fuerza y una reputación inmerecida: la de su inspiración teatral. No es cierto sobre todo por el estupendo trabajo de cámara, que no prescinde de magníficos travellings, gusto por el encuadre adecuado, y da una excelente relación entre actores, atribuible toda a Herbert Wise, que hace un trabajo espléndido. Cierto que son actores de la tradición teatral británica, cierto que el presupuesto obligaba a rodar todo en interiores (frente a la cinematográfica Roma, claro), pero eso no es lo definitorio del teatro.


Y, en ese teatro, Camus da una visión más revolucionaria y si se quiere, mucho más inquietante de Calígula, quien resultaría sólo loco por separarse de la supuesta cordura habitual, o por haber adquirido una necesidad de conocimiento superior dada por la revelación del cargo que ocupa. Camus utiliza a Calígula –al que comprende y ayuda un antiguo esclavo- como centro de una paradoja límite que seguro que atormentaría al autor. Al leer el texto, o al ver la representación dirigida por Santiago Sánchez (interpretada por un Calígula fondón y magnífico, Sandro Cordero), los valores del mayo del 68 que Camus no vivió aparecen por todos lados: la libertad absoluta debe ser buscada a toda costa, hay que pedir la luna como buscar la playa debajo del adoquinado, y existe una burguesía patricia acomodada, rancia y cuyos valores éticos están manchados por su necesidad de estabilidad, que lo ensucia todo. Y, sin embargo, el precio de esa libertad es la sangre indiscriminada. La revolución supone muerte, desolación, injusticia en sí misma. Calígula es tan libre que puede ejercer la locura en nombre de su divinidad, pero esta locura liberadora es también tiránica, y le arrastra por una crueldad que no es éticamente (léase no sólo ‘burguesamente’) aprobable. ¿Es la libertad la que en sí misma resulta aterradora y por ello no la afrontamos directamente? ¿Cómo llamarla libertad si no respondemos a nuestros deseos profundos y nos sentimos frenados por la libertad de los demás?


Tal vez Camus fue profeta sin quererlo, aunque la revolución que vivió su país años más tarde no fue cruenta (otros países lo llevaron peor), y no hubo Calígula que la liderara. Quien sabe si por ello ese mayo del 68, aquel que Mitterrand criticara por ser (según él) una simple reivindicación de los estudiantes por poder llegar más tarde a casa y tener relaciones sexuales antes del matrimonio, afectó más profundamente a estructuras que no lo esperaban.