31 de marzo de 2021

Desmontando a Murnau


Era pertinente ver Tabú, la película de Friedrich W. Murnau, antes de comentar Noche y océano, la novel de Raquel Taranilla que ganó el Biblioteca Breve del año pasado, y en la que Murnau tiene un papel relevante. Bueno, en realidad su cabeza, que es la que lo desencadena todo. La protagonista es Bea, una profesora solitaria de Sociología que vive de alquiler en un caserón destartalado de Barcelona, que decide escribir su relato al conocer que alguien ha robado la cabeza de Murnau de su tumba. Bea sabe quién es el autor de la profanación: un antiguo compañero de alquiler, Quirós, que le impuso su casera, y que vivía obsesionado con realizar un documental sobre Murnau y el rodaje de Tabú en la Polinesia. La noticia, por cierto, es un hecho real.

Friedrich Wilhelm Murnau, director de películas como Nosferatu, El último, Fausto, Amanecer, o Tabú

Murnau como figura y Tabú como película permiten a Taranilla construir un libro no sé si decir polifacético o incluso multidisciplinar, de mil intereses culturales y riquísimo en referencias, que viaja de la apropiación cultural al análisis crítico, parando en la descripción a veces comprensiva a veces irónica de varias miserias humanas. Bea se ve obligada a convivir con Quirós y poco a poco se sumerge en sus obsesiones y en sus toneladas de documentación. Mientras, va definiendo su propio personaje insatisfecho con su trabajo (el desprecio hacia la actividad universitaria es profundo), su vida, su época, y hasta con su propia intelectualidad. Sabemos desde el principio que Quirós ha robado la cabeza del genio (del que el propio Quirós carece), y hay un interés en saber cómo y por qué, pero, más allá de lo remarcable y osado de la acción, y más allá incluso del enjambre de anécdotas y lecturas alrededor de Murnau (sin ser estas menores, dado su carácter y figura), son las opciones estilísticas y dramáticas que la autora escoge y ejecuta las que hacen de Noche y océano un libro tan interesante, tan brillante por momentos, y tan divertido como inteligente.


Tabú, película de 1931, que empezó a dirigir conjuntamente con Robert Flaherty, director del documental pionero Nanuk, el esquimal.

¿Ejemplos? La cinefilia de Taranilla, su sentido digamos cinéfilo del humor, tan reconocible por cualquiera que lo haya practicado en los límites artísticos en que la autora los ejecuta y que incluyen matices desde el desencanto cínico al detalle enciclopédico. Otro ejemplo, literariamente más curioso, es el uso de los pies de página, que son parte de la ficción del libro, y que contraponen un humor algo más absurdo y desatado que el texto general, y hasta constituyen por momentos una línea literaria distinta a la principal, que resulta natural y que informa de manera indirecta sobre el carácter de la protagonista. He leído luego, no sé dónde, que la autora admira a David Foster Wallace (¿quién no?), y ciertamente por momentos pensé en Hablemos de langostas, algunos de cuyos capítulos alcanzaban el barroquismo retorciendo este recurso. Me gusta mucho también la obsesión de la protagonista con su edad, presente a lo largo de la novela y usado como contrapunto de su ánimo, más bien estático y de cierto espíritu estoico, al describir la vida de muchos de los personajes reales referenciados en el libro a sus 32 años, los que Bea tiene al narrar esta historia.

Todo esto y varios apuntes más contribuyen a un ejercicio en ocasiones arrollador de cultura y memoria usados con una ligereza evasiva, como si la protagonista, agotada de que su pasión por la cultura le haya rendido una vida gastada, superara su malestar mediante un espejo satírico, más que crítico, del arte, sus practicantes, y sus hermeneutas. En cualquier caso, es una obra que habla un lenguaje que me resulta muy cercano, y que por ello probablemente me ha enamorado.

Raquel Taranilla (vía), fotografiada por Abel García Roure.

 

16 de marzo de 2021

Conocer a Federico

Si entre los delirios de Friedrich Nietzsche estuvo el superar su estado de humanidad y alcanzar una posteridad, no hay duda de que ha sido así. Pocos filósofos han dejado varias ideas que sean reconocidas con planteamientos relativamente entendibles, que en su caso además adquirían un tono profético o visionario. Dios ha muerto, la popularización de la idea del eterno retorno, y el concepto del Superhombre sobrevuelan el siglo XX, y sus interpretaciones han sido múltiples. La diferencia entre lo apolíneo y lo dionisíaco es menos generalista, pero conocida e inevitable en el mundo del pensamiento. En una competición entre filósofos, Nietzsche estaría bastante arriba en influencia y recuerdo. Aunque es cierto que es relativamente reciente, y otras generaciones dirán.

Friedrich Nietzsche

Aun conociendo (parcialmente, por supuesto) su filosofía, no he leído nunca a Nietzsche; cuando vi esta biografía, que se presenta más bien como una iniciación a los libros de Nietzsche, me resultó atractivo porque además partía del seguimiento de una correspondencia inmensa donde el filósofo analizaba su vida, obra y repercusión en una pulsión escritora aparentemente sin fin. El título, Vidas de Nietzsche es sin duda adecuado para alguien que tuvo etapas vitales muy diferenciadas, al menos tres muy distinguibles en su madurez: su actividad como cátedro y profesor en la Universidad de Basilea durante su juventud, su vida de escritor libre y nómada tras renunciar a ese puesto (en la que va publicando su obra y ganando más reputación que dinero), y su incapacidad final tras caer en la demencia durante la década final de su vida, que termina en 1900 con 56 años.

Miguel Morey transmite una considerable pasión por su biografiado, en un texto descriptivo pero ágil, que se detiene en el pensamiento de las obras de Nietzsche pero también en su contexto, las dificultades o no de su publicación, y su impacto notable, tanto en el autor como en la sociedad intelectual a la que se dirigía. Fue protagonista de polémicas culturales, como su cambio de posición respecto a Wagner por los posicionamientos religiosos de madurez de éste, y un viajero continuado entre varias plazas centroeuropeas (Basilea, Génova, Turín, Bayreuth, Sils María…) en busca continua de reposo para sus dolores, de concentración para su pensamiento, y de alojamiento barato o gratuito. No es posible resumir lo que desgrana Morey sobre Nietzsche, porque desentrañar su vida y pensamiento es a fin de cuentas a lo que se dedica Vidas de Nietzsche. Pero sí que hay apuntes sobre el filósofo que me quiero llevar, y por ello prefiero dejarlos escritos. Por ejemplo, su distinción entre su formación científica como filólogo y su vocación poética como filósofo (consecuencia de la dicotomía entre lo apolíneo y lo dionisíaco), y cómo desarrolló su exigencia profesional como escritor en el campo de la filosofía, tema sobre el que reflexionó con lucidez:

También es especialmente interesante su acercamiento a las disciplinas científicas que hoy llamaríamos puras, en las que apoya partes de su múltiple ideario, con conclusiones muchas veces erróneas que la ciencia desmentiría más adelante; hace pensar en cómo habrían sido determinados planteamientos si esa atención a la ciencia se hubiera producido caso de nacer Nietzsche en época más reciente, o de haber reconocido más lúcidamente la esencia del método científico, que parece el problema de muchos pensadores del cambio de siglo fascinados por los avances del progreso y decididos a teorizarlos.

También es de interés ineludible el entorno de cultura pangermánica y antisemita en que vive Nietzsche. Él era apátrida, no era antisemita, ni creía en el estado. Fue en ese sentido un adalid de libertad individual frente al poder estatal o frente a las masas adocenadoras, pero el continuo establecido entre los filósofos y la cultura de Grecia -que eran su especialidad académica- y la casi única cultura alemana como objeto de estudio contemporáneo es señal de los tiempos leída entre líneas para un hombre que, sin embargo, estableció barreras claras ante la construcción del nacionalismo germánico: seguramente le sería muy dolorosa la lectura que el nazismo hizo de su obra.

Finalmente, ¿qué queda del propósito de Morey, servir de introducción a obras de Nietzsche? Pues el libro se antoja útil, aunque los títulos que me apetecen no son los más conocidos. Morey le dedica especiales atención y cariño a Así habló Zaratustra, analizado prolijamente, mayor exponente del filósofo como profeta y libro que sigue leyéndose y vendiéndose bien. El estilo aforístico de Nietzsche, por su lado, me produce cierto alejamiento, aunque los extractos muestran su gran fuerza parabólica, sin duda demostración de su inclinación por lo dionisíaco. Sucede también que determinados pensamientos radicales y controvertidos hoy son socialmente aceptados (pienso en El Anticristo, o en El nihilismo europeo) y por ello pierden cierta capacidad de asombro que debió ejercer con ellos muy destacadamente cuando escribía y publicaba el más impetuoso de los pensadores. Quizás, curiosamente, sea más interesante leer a los intérpretes de su obra, nótese por ejemplo aquí. Veremos…

Miguel Morey (vía)