Aquiles en el gineceo,
o Aprender a ser mortal es el
segundo volumen de la Tetralogía de la
ejemplaridad del filósofo Javier Gomá Lanzón, cuyo
primer título, el voluminoso Imitación y
experiencia, tanto me gustó hace menos de un año. Me ha gustado mucho
leer y comprobar que, como sospechaba, cada volumen de la tetralogía se puede
leer por separado, dado que me parece que volúmenes más ligeros (al menos en
páginas y peso) que Imitación y
experiencia convencerán más a los lectores para acercarse a este magnífico
analista de la filosofía occidental y sus aplicaciones prácticas que es Gomá.
Con el hecho de que sean volúmenes más manejables tengo sentimientos
contradictorios, no obstante, porque siempre me apetecen más páginas…
Ya aprecié las dotes narrativas de Gomá en el primer
volumen, y las he comprobado de nuevo en plena forma en éste, y entiendo que la
Tetralogía, a pesar de sus volúmenes independientes también las contiene en un
estadio más global. En Aquiles en el
gineceo, Gomá propone aplicar un mito a nuestra vida y actividad
cotidianas, y, a partir de dicho mito, su lectura, y sus implicaciones, y tras
pasar por varios autores (Kierkegaard, Rousseau, Goethe) y sus aportaciones,
concluir con un estado del arte
actual en que el camino hacia la ejemplaridad pública, aunque ya esbozado en su
matiz de heroicidad de la rutina gracias a Aquiles y las consecuencias de su
sacrificio, todavía queda a la espera.
Aquiles descubierto por Ulises y Diómedes, cuadro
de Rubens en el Museo del Prado
La historia es la de un instante, sus causas y sus
consecuencias: Aquiles vivía tranquilo en el gineceo de Esciros, disfrazado de
mujer adolescente, ocioso a la vida y a las batallas de los hombres. Pero
cuando Ulises interrumpe esta visita regalada, el recuerdo y la obligación
moral de su destino (recuperar Troya aunque su muerte sea segura), le hacen
sumarse a las tropas y partir a la batalla.
Gomá se detiene en los hechos concretos del mito y en el
carácter particular de Aquiles, pero es el valor parabólico lo que le interesa.
En el gineceo, Aquiles es el adolescente ocioso y despreocupado sin experiencia
de vida y que por ello aborrece lúcidamente del imperfecto mundo adulto y su
caudal de negaciones de los deseos de la vida. Sin embargo, llega un momento en
que el adolescente es llamado a la vida adulta, para incorporarse a ella y
rendir su puesto en la sociedad; en general el proceso se inicia con la pasión
(y aprendizaje mediante fracaso) del primer amor, que apela a las primeras
responsabilidades para con otro. Y, también en general, el proceso no termina
de manera tan pronta y violenta como en el caso de Aquiles, que gana su gloria
de héroe muriendo literalmente en el campo de batalla por exigencia de su
sociedad. La parábola que Gomá ve aquí es la del héroe cotidiano, convertido en
ciudadano responsable, que alcanza su moral y su libertad muriendo de su estado
adolescente (o estético, en términos de Kierkegaard), probablemente mediante
algún rito de paso, y pasando a un estado ético en que desarrollar su vida
aportando a la sociedad su valor.
Soren Kierkegaard, además de los estadios estético y
ético de la vida/existencia, admitía un tercero, el religioso, en el que ya no
se persigue el placer, o los postulados de la ley, sino a Dios, al que se llega
mediante un salto de fe, y cuyas órdenes se acatan sin discutir (foto
de Dan Lundberg)
Ante este panorama, mi primer punto de discusión en Aquiles
y el gineceo es que Gomá describe su mito y analiza su valor metafórico, lo
hace desde el, digamos, paradigma de los antiguos, y no –o al menos no todavía-
desde nuestra contemporaneidad. Esto es interesante porque una lectura desde el
siglo XXI puede entrever un juego intelectual de justificación de la resignación,
cuando no alienación, que Marx subrayó, por no hablar de Freud y las
implicaciones sexuales del mito (travestismo, Edipo, homosexualidad). Este
Aquiles que puede permitirse permanecer en el gineceo lo hace porque es un
semidios (podemos leer: rico y libre) y si puede salir de él a cumplir con la
sociedad es gracias a su condición de varón (y tiene un puesto, el de guerrero
y posterior héroe, esperándole). Sometido el mito al juicio de la
contemporaneidad, no sobrevive bien su implicación moral –prohibida a otros
agentes-, y su incorporación a la sociedad y a la polis suena a trampa…
Entiendo que Gomá obviamente no desconoce (y no desprecia)
este tipo de detalles, pero obviamente no entra en las perspectivas de género,
clase, ni quiere caer en la dichosa trampa de la diversidad. Su explicación
para la cesura de la modernidad con el modelo que Aquiles representa se centra
en la crisis de identidad de la humanidad desarrollada a partir de la
Ilustración, y la aparición del yo romántico, individualista y que se
siente/piensa protagonista único y último de su vida. Pero la modernidad no
trae sólo este individualismo que puede acabar en un desprecio de los intereses
sociales, sino también un colectivismo
dictador y alienante de las masas en las que el individuo, igual a tantos otros
individuos, se desdibuja y frustra como proyecto individual, y además acaba
manipulado. El paso del estadio estético al ético, el abandono del clarividente
absolutismo del yo adolescente para tomar responsabilidades y aprender que la
vida adulta es un conjunto de negaciones, es para Gomá un ejercicio de alcance
y desarrollo de la libertad que entra en crisis desde el siglo XIX, que
seguramente comporte una redefinición del héroe moderno. Eliminados los ritos
de paso a la vida adulta, y modificada ésta por el progreso científico e igualitario
(que en el fondo van de la mano), que imposibilita la heroicidad individual y
libre de la rutina al servicio social mediante la reproducción y el trabajo
especializado, ¿cómo llegar a ser héroe, cómo ser ejemplar? Aquiles en el gineceo aún no lo aclara,
pero sí concluye que en nuestro tiempo los estadios estético y ético de la vida
no están tan claramente parcelados. La sociedad, para cumplir con sus
necesidades, no obliga a abandonar el yo adolescente de manera definitiva, e
incluso lo aprovecha: no es ya que no sea necesario morir para ser héroe, sino
que en la ley está reconocida, y en la sociedad (incluido el poder económico)
se alientan una serie de derechos individuales y profesionales para que el
estadio estético penetre y difumine con su subjetividad los rigores de un
estado ético de los antiguos.
Pero esto parece que le disgusta algo a Gomá, cuyo
entusiasmo en esta descripción es indudablemente menor. A mí sin embargo me
aparenta un mundo mejor, más relativo y menos absoluto, más justo por
igualitario, y no veo que haya de ser menos bello… pero, por otro lado, me
parece inevitable bajo los paraguas del estado socioliberal y la tecnología,
hijos de esa Ilustración madre de todas las rupturas.
Quiero hacer dos apuntes más personales: a Gomá no le gusta
el existencialismo, pues lo ve el culmen de la exacerbación del estadio
estético, más allá incluso del romanticismo (al que vía Goethe también discute
abiertamente). Yo comparto su criterio, que además explica muy bien, como
filosofía que impide el desarrollo personal (y social) por no dejar otra salida
que la resignación angustiosa ante los males del mundo, que no son otros que
los propios de la negatividad de la vida adulta. Lo reconozco todo porque yo he
estado ahí, he sido adolescente y joven existencialista, y tuve un bucle de
años en que no salía de Kierkegaard, Hesse, Camus, Sartre y Unamuno (Heidegger
no: no conseguía entenderle). Pero por otro lado le reconozco al
existencialismo el diagnóstico filosófico de mis males de entonces (que eran
los de muchos), su dolor histórico para con el trágico siglo XX, y su capacidad
de ayudarme a pensar e interesarme directamente por la filosofía, aun siendo chico de ciencias. Diría, por hacer la
comparativa adolescente, que no me gusta que (me) critiquen a Agatha Christie,
de la que leí cincuenta novelas entre los 13 y los 15 años porque, aunque ahora
no soportaría ni una, me hizo lector. Y no es que le faltaran malas tramas: es
difícil no ver un estadio ético, refinado, dolido pero libre como pocos, en el doctor Rieux, ¿no?
El segundo apunte es casi íntimo: como
decía Martin Amis, cuando se escriben biografías debería contarse qué libro
estaba leyendo el protagonista mientras vivía un episodio determinado de su
vida, porque la literatura (la ficción si se quiere más generosidad con otros
medios y soportes) nos da soporte, apoyo y hasta realidad a la vida. ¿Y qué
leía yo durante el confinamiento? Entre otras cosas, Aquiles en el gineceo, con sus reflexiones sobre la rutinaria
heroicidad diaria. El abandono forzado de los apuntes estéticos de nuestra permisiva sociedad durante el
confinamiento, el carácter heroico atribuido por el control político y el
imaginario social a las profesiones clave en el control de la enfermedad, en
asegurar la alimentación, la seguridad o el transporte… Sin duda el mito de
Aquiles ha resurgido en muchos momentos, pero su articulación y resultados
están tal vez por conceptualizar. A Gomá le he seguido artículos y tweets
durante la pandemia, y le he visto más acongojado que seguro en soluciones,
dubitativo (es decir, inteligente) por la fuerza enfrentada de conceptos como
libertad, seguridad, ciencia y democracia. Posteriormente publicó que había
pasado la enfermedad y sus secuelas… Escucharle de su propia voz, en dos noches
de sueño difícil, su monólogo Inconsolable,
dedicado a la muerte de su padre y a su duelo posterior, acongojado en mi cama
a principios de abril de 2020, cuando el virus y la muerte parecían cercanos (y
lo fueron) fue una experiencia dolorosa y liberadora que será difícil olvidar.
Aquiles en el gineceo,
por supuesto, tiene un vocabulario y sintaxis riquísimos, clarividentes
análisis de Rousseau y Goethe, así como apuntes estupendos sobre el
romanticismo y la educación en el siglo XIX, y, sobre todo, un análisis certero
de las motivaciones psicológicas de la adolescencia, pura claridad y precisión.
Se lee con ganas de subrayarlo entero Yo ya voy a por el siguiente…
Javier Gomá (vía)