27 de mayo de 2013

Traición



El campo del alfarero es el título de la primera novela de la serie del comisario Montalbano que leo. Como es sabido, el veterano escritor siciliano Andrea Camilleri fue un novelista tardío y casi con 70 años publicó la primera novela del personaje Salvo Montalbano (nombre que homenajeaba a Manuel Vázquez Montalbán), un inspector de policía de Vigata, localidad siciliana de nombre ficticio donde desarrolla su trabajo entre costumbrismo italiano, el gusto por la gastronomía y la literatura y el cine, la mafia, y una organización policial funcionarial.

Camilleri es sobre todo, y creo que por eso se le lee, un autor muy divertido. Aunque su Montalbano tiene paralelismos con el Carvalho de Vázquez Montabán, no he podido evitar recordar de continuo el tono humorístico descreído de Eduardo Mendoza, aunque el loco detective a la fuerza de éste es un personaje muy distinto. Como autor noir, Camilleri es más costumbrista que social, lo que permite que el humor encaje más fácilmente en los contrastes dialectales de una sociedad inculta o las, tampoco muy elegantes, diferencias sexuales.

El campo del alfarero es el lugar de Vigata donde aparece un cadáver mutilado en treinta pedazos en lo que aparentemente es un asesinato ritual de la Mafia, siempre que alguien no haya querido que precisamente parezca eso. El título del libro incluye una referencia bíblica con la que Camilleri inunda el libro y su tema: la traición, que es continua en varias de las relaciones de los personajes del texto.

Barcas en Sicilia, fotografía de soyignatius

Sigo sin disfrutar del todo el género negro, a cuyos cánones de resolución se encamina El campo del alfarero con esperada profesionalidad algo churrera. Se produce también un compadreo habitual en el género entre autor y protagonista, que se permite dibujar al lector el cuadro creativo de personajes a los que sabe manejar, que realza una sombra demiúrgica un tanto subrayada. El libro arranca carcajadas sobre todo al principio, pero una vez leídos los primeros chistes, rara vez hay renovación o profundidad. De Camilleri, para resarcirse, me permito recomendar otra novela de 1998, La concesión del teléfono, que me pareció muy brillante y me dejó mucho mejor sabor de boca.

Andrea Camilleri (vía)





19 de mayo de 2013

Nacido rifeño


(Reseña previamente publicada en la Revista Cultural Factor Crítico)


El pan a secas es la primera novela de Mohamed Chukri, fue escrita en 1973 y narra sus experiencias infantiles y juveniles en el Marruecos del Protectorado Español de los años 40 y 50 del siglo pasado. Cercana al retrato picaresco, con aspectos sociopolíticos y de clase obvios, la novela es ágil y cruda, con el punto de vista en el marginado (por tres o cuatro razones) protagonista principal, y se antoja más cercana a las tradiciones de la literatura occidental que árabe; en Marruecos, su publicación fue prohibida hasta 2000 en teoría por su mirada directa a las drogas y el sexo (hoy aún válida), pero sin duda la descripción del poder gratuito del patriarcado musulmán -y el uso del árabe culto para describir hechos escabrosos-debió ser parte importante de esta censura de tan escandaloso texto: Mohamed es un niño golpeado por su padre, un hombre expulsado del ejército, eterno parado alcohólico, violento y abusador que llega a matar al hermano pequeño de Mohamed. Mohamed crece creyendo que el estado natural del hombre es casarse, no trabajar y pegar a su mujer. Desde joven, el chico se ve obligado a sobrevivir en las calles de Tetuán y Tánger, donde tiene que prostituirse y dedicarse al contrabando, y gasta su dinero en kif, alcohol y mujeres, hasta que a los 20 años, la posibilidad de leer y escribir le apunta a la salida de la cloaca en la que la vida le sumerge.


Mohamed, el personaje, vive toda su existencia con una importante rabia interior, consciente de su falta de oportunidades por rifeño, analfabeto y pobre. El dibujo es acertado porque sus acciones son con frecuencia moralmente muy reprobables. El contexto y la necesidad de supervivencia permiten exculparle en parte, y sin duda su desatino moral es reflejo del de una sociedad oprimida por las armas, tradiciones y religión. Chukri no ruega ningún perdón en su ejercicio de desnudez física y moral, que el autor opone hábilmente a una sociedad en que todo se oculta y es imposible entender la vida.

La estrategia literaria es el arma más potente del libro, porque implica un análisis del individuo y supone alcanzar mediante catarsis un grado de redención por la narración: una novela despejada de manierismo, con frases cortas y directas, que usa un lenguaje real que mezcla castellano y bereber con el árabe dominante, diálogos rápidos y eficaces, y una acción que es trepidante en sus momentos más violentos, pero a la vez describe con fisicidad sensual estancias, sensaciones y cuerpos. El libro está sin duda influenciado por la cohorte de escritores extranjeros que vivían en Tánger en los 60 y con los que Chukri se relacionó, pero es un retrato que en parte les niega, y se convierte en necesario en un sentido literal, porque posiblemente sin la rara avis que fue este escritor, no habría existido siquiera como testimonio.

Mohamed Chukri (vía)


7 de mayo de 2013

Los regalos de mi amiga




Una amiga un tanto puñetera me regaló este librito, El arte de tener siempre razón, en que Arthur Schopenhauer explica hasta 38 estratagemas para hacer prevalecer la opinión propia en una discusión. Estratagemas para confundir, para avergonzar, para defenderse o para atacar al rival dialéctico, considerando tanto nuestra y su capacidad como la de la audiencia que sigue la discusión, con el único objetivo de triunfar en la discusión, independientemente de si nos asiste la verdad o no. De hecho, esto es irrelevante para la dialéctica (frente a la lógica), y es más, se trata también de dar herramientas a aquellos que teniendo razón son incapaces de defender sus ideas con argumentos frente a oponentes dialécticamente superiores. A continuación, unos ejemplos gratuitos:

Hacer muchas preguntas a la vez y ampliar el contexto para ocultar lo que verdaderamente se quiere admitir

Hacer enfurecer al adversario

Si se trata de un concepto general que no tenga designación propia y que deba ser denominado alegóricamente con un tropo, escoger de modo que sea favorable a nuestra tesis […] Esta es la estratagema que se usa más a menudo, instintivamente. Proselitismo = fanatismo. Desliz o tontería = adulterio. Equívocos = obscenidades. En una situación delicada = arruinado. Influencia y relaciones = corrupción y nepotismo. Sincero agradecimiento = buena remuneración.

En caso de argumento especioso o sofístico del adversario por el que no nos hemos dejado engañar, podemos sin duda echarlo por tierra lo que tiene de insidioso y falaz. Pero es preferible oponerle un contraargumento igual de especioso y sofístico a fin de ajustarle las cuentas.

Una estrategia brillante es la retorsio argumenti: cuando el argumento que el adversario quiere utilizar para sus fines puede ser aún mejor si se vuelve contra él. Por ejemplo, dice: Es un niño, hay que ser indulgente con él, retorsio: Precisamente porque es un niño hay que castigarle, para que no se encierre en sus malos hábitos.

…alegar la propia autoridad en lugar de dar razones válidas. El contraataque consiste en decir: Permítame, pero dada su gran capacidad de penetración, debe serle fácil comprenderlo; todo esto se debe a la mala calidad de mi exposición, y en repetirle machaconamente la cosa de modo que se vea obligado, nolens volens (de grado o por fuerza), a comprenderla y resulte claro que antes efectivamente no comprendía nada. Así hemos replicado. Quería insinuar que decíamos sandeces y le hemos demostrado su necedad. Todo ello con la cortesía más perfecta.

Si uno se da cuenta de que el adversario es superior y de que uno no va a ganar, hay que decir cosas descorteses, ofensivas y groseras. Ser descortés consiste en abandonar el objeto de la disputa (puesto que se ha perdido la partida) y atacarle de una manera o de otra en lo que él es: a esto se le podría llamar argumento ad personam para distinguirlo del argumento ad hominem. […] Esta regla es muy apreciada, pues todo el mundo es capaz de aplicarla, y por lo tanto se utiliza a menudo. Ahora se plantea la cuestión de saber qué respuesta puede usar el adversario. […] Sería un grave error pensar que basta con no ser uno mismo descortés, pues al demostrar tranquilamente a alguien que está equivocado y que por consiguiente juzga y piensa de forma errónea, lo que sucede en toda victoria dialéctica, se le hiere aún más que con palabras groseras y ofensivas […]. También en eso una sangre fría puede ser saludable. En cuanto el adversario pasa a los ataques personales, hay que responder entonces tranquilamente que eso no tiene nada que ver con el objeto del debate, volver a éste inmediatamente y seguir demostrándole que se equivoca sin prestar atención a sus palabras ofensivas, o sea, en cierto modo, como dice Temístocles a Euribíades: golpea, pero escucha. Pero esto no puede hacerlo todo el mundo.

Este disfrutable librito, lleno de gozosos latinajos y expresiones ad rem y ad hominem, es lúcido, irónico y francamente revelador, por no decir que muy útil para quien guste de enredarse en discusiones. Su cinismo no es tal pues como ensayo científico acota excelentemente su estudio de objeto, que no es la verdad ni la manera de alcanzarla. Pero obviamente supura cierto desencanto personal ante la condición humana, centrado en el pensamiento, nuestra relación con él, y su influencia en los que nos rodean y su manera de pensar.

Soy consciente de lo que me quería decir mi amiga con el regalo del libro. A fin de cuentas, desde hace catorce años participamos en foros de discusión donde peleamos por nuestras posiciones respecto a muy variopintos temas entre nosotros y con más amigos (aka oponentes dialécticos) en ocasiones con fervor digno de mejores causas. Este libro recoge estratagemas que he usado y que he visto usar, posiblemente sin el grado de consciencia que expone Schopenhauer, pero que, a pesar de todo, creo que nos han ayudado más de una vez a encontrar las distintas facetas de la verdad de lo que Schopenhauer sospecha. Tal vez su libro tiene más peligro si se expone junto a las tertulias gratuitas, políticas o del corazón, con que nos obsequian en los medios, probablemente por no cumplirse esta regla casi última:

La única respuesta segura es, pues, la que Aristóteles indicó en el último capítulo de los Tópicos: no debatir con el primero que llega, sino únicamente con las personas que uno conoce y de las que sabe que son suficientemente razonables para no ponerse a soltar absurdidades y a cubrirse de ridículo.

 El mayor de los pesimistas, el más libre de los peinados