Borja Barragué es un profesor universitario conocido por participar en las tertulias de La hora de La 1. No le he visto nunca, pero entiendo que en parte este acceso a lo mediático se debe al éxito de este libro, Larga vida a la socialdemocracia, con el subtítulo Cómo evitar que el crecimiento de la desigualdad termine con la democracia. Bueno, éxito no sé si económico (¡ojalá!), pero al menos recibió un premio relevante, el Euskadi de literatura (en la categoría de ensayo en castellano), que fue el motivo por el que conocí la obra.
Probablemente este título sea poco adecuado para reflejar el conjunto del espíritu del libro, porque en cierto modo enfatiza su línea más ligera (el libro tiene una evidente capa de escritura dedicada al apunte humorístico actual) y su portada adopta cierto aire irónico de libro de autoayuda. Incluso incluye (y anuncia con un botón publicitario en la portada) nada menos que un socialdemocratómetro al final de la lectura, donde el lector podrá comprobar si en verdad es, literalmente, más socialdemócrata que Olof Palme.
Bajo esta capa de aparente ligereza se encuentra sin embargo un análisis cuidado, perspicaz y profundo de la situación económica actual de Occidente. Actualidad que además se mantiene a pesar de la pandemia y aunque el libro esté publicado en 2019. Por supuesto, el autor ahora analizaría los fondos Next Generation y la deuda federal pública europea o las subidas de impuestos de sociedades de grandes empresas propuestas por EE.UU. y el G20, y probablemente se modificaría alguna coyuntura respecto a las políticas previas de austeridad cuyos orígenes y efectos también estudia (recogiendo resultados electorales del ascenso de la ultraderecha española, no obstante anteriores a las dos elecciones generales de 2019); pero, en realidad, todas estas novedades se ajustan a la mecánica de su análisis, que aboga fundamentalmente por las políticas predistributivas frente a las redistributivas (sin rechazarlas: deberían combinarse), que analiza también las penalizaciones del actual sistema de pensiones (que a fin de cuentas olvida a los que no pudieron trabajar y que premia a quienes han disfrutado de rentas altas del trabajo), y está lleno de advertencias a los neoliberales sobre los problemas que les produciría la tendencia a eliminar las políticas de igualdad.
Dos parecen las pasiones principales de Barragué: la propia socialdemocracia y el concepto de lo igualitario auspiciado por el filósofo y economista John Rawls, un en principio liberal que admite el sistema capitalista y las libertades individual y comercial, pero siempre que por justicia equitativa sus resultados favorezcan a la clase más perjudicada económicamente. Barragué radica los principios de su libro en Rawls, aunque le asoman con orgullo las costuras marxistas (reflejados sobre todo en su análisis del trabajo de Marx en la Crítica del Programa de Gotha, el famoso congreso de constitución del SPD alemán en 1875, que olvidó según el autor los valores de las políticas predistributivas). Rawls, de quien Giner ya anticipaba gran interés en su Historia del Pensamiento Social) es un referente utilísimo por proceder de la tradición liberal, que en realidad parece comprender y adaptar a los tiempos los criterios de caridad de Adam Smith, en cuya trayectoria prerrevolucionaria y creyente aún no cabía conceptualmente el estado de derecho. Barragué es especialmente contundente (cita para ello a Owen Jones y su Chavs) en su crítica a la tercera vía y su foco en que las responsabilidades de las circunstancias de la vida sean individuales.
Pero las páginas más interesantes en mi opinión tienen que
ver con el análisis del gasto social en España, las razones profundas de sus
problemas estructurales, y las herramientas que Barragué propone para
solucionarlos dentro del reformismo progresista. Interesantes en primer lugar
porque el autor huye de los tópicos habituales de demonización de la
socialdemocracia (que no se ha reformado, que debe volver a las esencias),
trabaja y presenta gráficos originales de índices reveladores (índices de
pobreza a lo largo del tiempo por franja de edad, transmisión de la desigualdad
salarial a las pensiones, y un largo etcétera), que son sorprendentes con
frecuencia -recuerda un tanto a la metodología y resultados de Factfulness-,
obtenidos a partir de datos internacionales publicados y que explica lúcidamente
a los lectores legos (🙋) lógicas como la visión
de las pensiones como seguro, en cuya insistencia se está dejando atrás en el
conjunto del gasto social a las personas desfavorecidas por rentas bajas del
trabajo. Otro detalle especialmente importante es que, al autor, como filósofo
político que es, no se le olvida nunca que las propuestas económicas
igualitarias, y las predistributivas como la renta básica universal
especialmente, tienen que ser aprobadas democráticamente, y que hacen pasar a
los gobiernos que las aprueban por el dictamen de las urnas, en las que
impuestos y gasto social no suelen tener la mejor prensa (sin olvidar que los
muy desfavorecidos suelen ser abstencionistas). Por ello por ejemplo hace notar
en que centrar el gasto social de manera específica en los muy desfavorecidos
provoca estigmatización de los programas, y, a la larga, reducción de los
mismos; frente a estrategias universalistas (pensiones, educación, sanidad) a
las que tiene derecho también la parte rica de la sociedad, y que, por ello,
discute menos su participación en las mismas con sus impuestos. Así, el autor
propone que una renta básica universal debería ser ciertamente universal,
incluidas las personas de altos ingresos. Pero, eso sí, si se propone sin
reducir las demás prestaciones sociales, supondría un aumento impositivo que se
antoja difícil de aprobar el examen electoral.
En este conjunto equilibrado de cuestiones económicas, políticas y psicológicas encuentro yo el valor principal de este volumen; en su prudencia expositiva (por ejemplo, afirma simplemente que es indiciario que precariado y desafección democrática vayan de la mano); en el reconocimiento de problemas de la socialdemocracia (al igual que Innerarity o Gomá -que lo hace citando a Habermas-, Barragué también menciona el conflicto identitario vs. el distributivo como uno de los paradigmas a resolver del momento, y aunque se atreve a anticipar que en su opinión no son incompatibles, tampoco él realmente ofrece una solución a esta dinámica); en la explicación teórica de la existencia de bienes universales que justifiquen la renta básica universal, etc. Yo desde luego creo que el autor se ha ganado el salario, aunque, en el fondo de mi corazón de lector y casi de alumno, la capa de humor le ancla en exceso al momento no ya histórico sino coyuntural y altamente específico, incluso más que los mencionados y en parte estudiados Tony Blair, Donald Trump, o José Luis Rodríguez Zapatero. Porque, a fin de cuentas, el edificio teórico y los datos presentados y ágilmente explicados son capaces de superar, al menos en mi opinión, los efectos particulares que supuestamente pueden ser plomizos de un análisis de la crisis financiera de 2008. Por así decir, tal vez el texto perduraría más sin el chiste directo, ya que la prosa es ligera y hábil de por sí, y el autor es original con formatos como el ‘tuit un poco largo’, aunque tal vez hubiera sido menos reconocido y exitoso. ¿Será que como lector soy taciturno y hasta cenizo? Bueno, al menos el optimismo por el éxito de la predistribución lo comparto, así como el desprecio del conflicto revolucionario y hasta bélico como mecanismo igualitario de rentas mediante el destrozo de rentas, patrimonios y capitales, frente al reformismo continuado. Juan Carlos Monedero invitó al autor a su programa para afeárselo un tanto…