La mujer del retrato es un cómic que se inicia con el recuerdo del retrato de su personaje principal, Concepción Arenal, que es muy conocido:
El retrato colgaba de la pared de la casa de Teresa Novoa, autora del dibujo de este trabajo y tataranieta de Concepción Arenal. El guion es de Mónica Rodríguez, escritora de literatura infantil y juvenil. La historia se centra en la infancia y adolescencia de la pionera feminista española, pero se admite abiertamente desde el propio subtítulo (Concepción Arenal. Vida posible de una niña pelirroja) que se trata de una especulación.
En El feminismo en España, María Isabel Cabrera Bosch dedica su capítulo al exiguo feminismo español del siglo XIX (de lo que da causas: el peso del catolicismo, la ausencia de industrialización, la falta de clase media) con protagonismo para luchadoras solitarias como Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán. Arenal luchó especialmente por conseguir una educación igualitaria, pues la falta de educación para las mujeres suponía la verdadera razón de la debilidad intelectual y moral que la sociedad biempensante achacaba a la mujer. Arenal gustaba especialmente de señalar las hipocresías sociales para con las mujeres, que pagaban impuestos si tenían propiedades o podían ser ejecutadas por un crimen, pero no podían estudiar para ejercer una profesión. Tuvo una sensibilidad especial además hacia las clases más desfavorecidas. Consiguió Arenal algunos logros gracias a sus publicaciones, conferencias y trabajo público (fue visitadora de prisiones de mujeres e inspectora de casas de corrección de mujeres), pero, para la historia y hasta que ha sido recuperada, lo destacado en los textos fue su labor filantrópica y penitenciaria.
Los mimbres de una potencial personalidad así (que debía ser inmensa para los tiempos) se encuentran en esta novela gráfica bien integrados en el diseño del personaje: argumentadora, contestataria, denunciadora, concienciada. También necesariamente solitaria y enfrentada a su madre viuda, austera en el vestir y por ello objeto de burlas… Su retrato, el arriba recogido, es sin duda severo y ajustado a la moral católica de la que Concepción Arenal también era practicante.
Todos estos ingredientes sin embargo no rinden un producto especialmente relevante salvo por el biográfico, que ya hemos visto que es altamente especulativo. Dibujado en blancos y grises (dejando un individualista rojo apagado para el cabello de la protagonista), aparentemente al carboncillo con estilo expresionista que no se pierde ni en los escasos momentos felices de la protagonista y que muestra con ello un tiempo duro y oscuro), el principal problema del libro es el subrayado continuo; no tanto la visión histórica algo presentista (que existe, pero el personaje se distingue precisamente por ideas y carácter decisivamente distintos a su tiempo) pero sí en la explicación continuada, que empieza incluso en el subtítulo. No existe por así decir misterio alguno en un libro diáfano en mensaje e intenciones desde el principio, y que tal vez por cierto sentido didáctico, resulta algo repetitivo. No es que por ello no tenga interés y varios logros elevados; hay uno narrativo y característico que precisamente funciona mejor por no subrayarse: frente a lo habitual o esperable, la protagonista encuentra mayor consuelo personal y vital, pero también incluso intelectual, cuando se aleja de la gran ciudad y se separa de la encorsetada vida de su clase en ella, y recala en la aldea cántabra donde vive su abuela y le espera una biblioteca nutrida. La variante tal vez no sea del todo justa, pues en Madrid la miseria está cerca y es visible, pero en Cantabria y bajo sus aguaceros no aparenta haber ese tipo de circunstancia. No obstante, el detalle aleja hábilmente a la protagonista de la sociedad de su tiempo (también el detalle del color del pelo, aunque este sea algo más manido) y adelanta la posible trayectoria vital posterior de Concepción Arenal.
La soledad y el obligado aire solipsista de Concepción Arenal tiene también buenos momentos visuales, como las escenas en el bosque con su perra y bajo la lluvia del norte, o su epifanía en el balcón de Madrid, que engarza amor romántico potencial, el dolor de la menstruación y del corazón, y los elementos naturales como la luna y la noche, que intuyen que el personaje se alejará de un Madrid ya imposible para ella.
Queda la pregunta sobre lo veraz del retrato, sobre lo verosímil de la especulación. ¿Qué pensaría o sentiría Concepción Arenal de su representación en estos términos? Mi impresión es que le sorprendería haberse convertido en referente, pero le agradaría, y también que su imagen es poco devota, lo que no le agradaría. Esas son las contradicciones del presentismo, por supuesto, a las que tal vez se añada la estética, que desprende una negritud considerable del encierro moral e intelectual de una mujer apenas sin alegría alguna. ¿Se vería así?