Patria es una novela que cuenta el asesinato de un transportista durante
los años ochenta a manos de un comando terrorista de ETA en un pueblo
indeterminado de Gipuzkoa. Se inicia con aspereza y sequedad, empezando por lo
más duro: los duelos familiares por el asesinado, el acoso que sufre la familia
tras el atentado, y la mirada directa a secuelas menos mediáticas o conocidas
(las familias desestructuradas, la violencia de persecución, los problemas de
relaciones sexuales de los familiares de las víctimas, etc…). Distintas, pero
también de profundidad dramática son también las circunstancias en que caen las
familias de los presos: de la intransigencia ideológica a la pérdida de valores;
de la virginidad del principal personaje terrorista protagonista a la gestión
del endiosamiento a que es sometido en el pueblo. Un pueblo físico pero sin
nombre, para evitar una demonización del lugar y de sus habitantes, pero que
así se convierte también en todos los pueblos vascos. El retrato social existe
bajo la premisa del pueblo pequeño,
infierno grande más allá del terrorismo, pero llevado a la locura por ello.
Imanol Arias y Ramón Barea en La muerte de Mikel, de Imanol
Uribe, película de 1983. (vía)
Las primeras 400 ó 500 páginas de Patria son tan duras como
excepcionales. Aramburu adopta una estructura multitemporal y desde todos los
puntos de vista. Hay dos personajes principales, Bittori y Miren, que pasan de
amigas de toda la vida a enemigas sin posibilidad de acercamiento una vez que
el marido de Bittori es señalado como enemigo del pueblo. Hay siete secundarios
principales, los dos maridos y los cinco hijos, cuyas vidas son objeto de la
novela. Como a sus madres, el asesinato rompe sus vidas en dos. El asesinato
proyecta una sombra ominosa a todas las relaciones desde el vértice familiar
que es la madre en cada caso. Patria
también versa sobre el matriarcado vasco, como situación más que como objeto de
análisis.
Ana Torrent caracterizada como Dolores
González Cataraín, en Yoyes,
de Helena Taberna. Película rodada en 2000 (vía)
A partir de la página 500, cuando la
estructura zigzagueante en tiempo y emociones ya ha explicado la tarde del
crimen, hay para mí cierto cambio de tono, y Aramburu se deja llevar por el
drama familiar más desatado. Determinadas decisiones narrativas parecen más rutinarias,
y algunas resoluciones adquieren un aire expositivo (de la mención a personajes
famosos al matrimonio igualitario, de la conferencia del escritor que nada solucionará al personaje amigo
de Manuel
Zamarreño). Pero Aramburu ha construido tan bien que la lágrima encuentra
su camino en este descenso a una bendita rutina pacificada, y estas 200 páginas
finales en la que desaparece la sequedad son sin embargo una catarsis completa.
No una reconciliación popular, desde luego.
Aramburu toca todo (o casi todo) lo que
fue el día a día mientras ETA existió. Lo hace en clave íntima como narrador
dramático, pero también tiene un aspecto costumbrista (no creo que olvide el
vapor que sale de la merluza frita al romperla con el tenedor), y un punto de
género negro, con la pregunta eterna (¿quién disparó?) como uno de los focos
del libro. No faltan circunstancias menos conocidas del no tan rocoso bloque de
presos: los ongi etorris y su final descolgando la foto del preso liberado de
la Herriko del pueblo, las jóvenes abertzales que escriben a los presos para
proponerse para vis a vis con ellos, y las rupturas familiares. Tampoco falta
la Iglesia y su particular crueldad, ni el desdén político (Aramburu apenas
menciona a los partidos, sólo para situar a Zamarreño como concejal del PP y al
PSOE como partido que aprobó el matrimonio igualitario). También el racismo. El
uso interesado y excluyente del idioma. Las tabernas políticas… En todo este
microcosmos vasco, en este Macondo alucinatoriamente realista, reconocemos el
acierto descomunal en las descripciones psicológicas y el drama interno de cada
personaje como bofetadas de experiencias propias que todo vasco de cierta edad
acumula; y aún con eso, en mi opinión, son la estructura y el lenguaje lo que
elevan la maestría con la que Patria
refleja el conflicto.
El logo de ETA ‘Bietan Jarrai’ (vía)
hace referencia a las heridas que causa el hacha de la vía militar junto a la
astucia política de la serpiente. Bietan Jarrai significa literalmente ‘seguir
por las dos vías’ (explicación del propio Aramburu en su glosario).
La estructura envolvente, que se mueve
entre antes y después del atentado, pero que tampoco es lineal en cada una de
las fases, y que tiene un eje lineal subyacente, sutil pero continuado, es
fascinante. Permite considerar 25 años en un único estado mental, y dibuja
maravillosamente un encierro temporal: nadie escapa a este tiempo. El encierro
es además geográfico, casi irrompible: todo sale mal cuando los personajes por
diferentes motivos viajan, o intentan escapar, a Zaragoza, a Mallorca, a
Alemania, como si llevaran una maldición con ellos. La cárcel es obviamente
otro foco de problemas dramáticos. Donosti en parte, o Bilbao, permiten
respirar en un semiencierro que contrasta con la asfixia del pueblo. Bajo esta
estructura, los personajes se van multiplicando y sobre ellos va cayendo capilarmente
la violencia y sus consecuencias, que se filtra y afecta a todas las ramas del
árbol. Patria es literalmente asfixiante en este sentido, un vórtice de acción
y drama sin escapatoria, un espejo incalculablemente preciso de la trampa en
que vivíamos.
Ion Arretxe en Tiro en la cabeza,
de Jaume Rosales, película rodada en 2008 (vía),
reconstruye el
asesinato de Raúl Centeno y Fernando Trapero en Capbreton.
¿Y el lenguaje? Aramburu utiliza modismos
que aportan emoción al relato. Por ejemplo, la introducción de una única frase
en primera persona dentro de un párrafo escrito en tercera, pero protagonizado
por uno de los personajes principales. En general, se acompaña de interjección
o de frase inacabada, con locuciones típicas populares de hace décadas, que
algunos personajes mantienen también en la actualidad. La novela está escrita
en castellano y describe diálogos que se realizan en euskera, aunque introduce
expresiones casuales pero habituales para un castellanoparlante. Desconozco hasta
qué punto la opción es una elección o una necesidad del autor, aunque en cierto
modo el autor contrarresta la posible visión del euskera como idioma de la
violencia con la cotidianeidad del personaje escritor. Pero la familiaridad del
tono del diálogo y su acople con el pensamiento incapaz de liberarse es extraña
para el lector vasco, creo que por falta de costumbre: no solemos ver reflejado
con naturalidad nuestro uso expresivo del castellano.
Elena Irureta en un fotograma
promocional de la serie basada en la novela, de HBO (vía)
Y hasta aquí los apuntes de una
experiencia tan intensa como agotadora. No me apetece realmente escribir sobre
lo que aporta Patria al relato, creo
que en realidad no se trata tanto de una opinión o una verdad o una visión de
lo sucedido. Aramburu para mí refleja el ánimo en que vivíamos, el estado del
miedo cercano y la tenaza en que envuelve y destruye a quien lo practica, a
quien lo sufre, y a quien lo observa.
Fernando Aramburu (vía)