Habría sido probablemente más adecuado leer
más libros de Unamuno antes de afrontar este volumen que me llevaba tiempo
esperando entre las lecturas pendientes. No se trata en cualquier caso de una
biografía, sino de una serie de ensayos escritos por María Zambrano desde el
exilio a principios de los años 40 sobre uno de sus principales maestros
filosóficos (el otro, profusamente nombrado en el texto, es José Ortega y
Gasset). Algo repetitivos y deslavazados, estos ensayos no tuvieron continuidad
y no fueron publicados; algunos llegaron a ser conferencias, pero el hecho es
que la autora no los revisó críticamente para preparar una edición adecuada, y,
finalmente, la Fundación María Zambrano los reunió, dotó de cierto orden, e
imagino que con el prurito preservador que se le supone a las fundaciones, no
sometió a edición crítica el texto. Un texto que, no obstante, brinda elementos
de análisis de alto interés sobre la personalidad intelectual de Unamuno y su
desarrollo en su obra y expresión vital y literaria general, que parte
obviamente de alguien que le conoció y estudió, y con quien compartía intereses
filosóficos.
Miguel de Unamuno en los años 30 (vía)
La personalidad fundamentalmente
disidente y contradictoria de Unamuno es aún recordada. Su afán por la
controversia, sus cambios de opinión debidos a avatares de su vida y su
profesión, y su capacidad de expresión para apuntalar sus opiniones, con un
dominio de la palabra que le hacía genio en el arte de la réplica, forman parte
de una convulsión hoy paradójica que Zambrano achaca a una personalidad alineada
con el romanticismo y el idealismo alemanes, que hicieron del yo la realidad radical, trascendental por excelencia.
La convicción de Unamuno era además que ser escritor consistía también en ser
original, lo cual, junto a dicha permisibilidad de su tiempo para hablar desde
el extremo personal, le dieron forma. Según Zambrano no es por tanto de
extrañar que a personalidad tan arrolladora el ansia de vivir y la posibilidad
de inmortalidad le amargaran la vida, y, dado el tiempo que le tocó vivir, le
llevaran al debate religioso como caso único de su tiempo, al ser según la
autora el único pensador de su tiempo que no practica la inhibición religiosa. En un tiempo en que las ideologías se
afanaban en sustituir el espacio hueco que Dios había dejado, Unamuno aún
discutía del combate entre la fe y la razón, resumido como ensayo en el
sentido, emotivo, poético, Del
sentimiento trágico de la vida.
Muy peculiarmente, tanto el debate
religioso como la exacerbación del yo encajan con una visión particular de la
filosofía como especialidad que Zambrano observa al contrastar su práctica en
España como una filosofía alejada del abstraccionismo germánico, y modulada por
el poder de lo metafórico y lo poético en el pensamiento, con un apego incluso
amoroso a las cosas. Zambrano no puede sino escribir desde su exilio de 1940
con la lágrima aún viva por la España perdida, y todavía impregnada de una
necesidad no ya filosófica sino esencial, ontológica, por definir el carácter
de lo español como categoría. Una época
en que ni los enemigos vencidos por el ultranacionalismo franquista podían
despejarse de otorgar un carácter trascendente, sin duda también romántico en
origen, a la tradición nacional, a la definición del comportamiento según
circunstancias identitarias. Esta retórica se hace a veces cuesta arriba en el
libro, porque se acompaña de cierto carácter discursivo en la redacción. Es una
lástima, porque en ocasiones Zambrano enfoca el problema con habilidad certera
en el detalle y en la definición histórica, como en el capítulo sobre la
envidia española y su raíz religiosa.
Unamuno es un bilbaíno inabarcable,
paradójico y ciclotímico, al que si he leído más de lo habitual en escritores
de su tiempo es sin duda por su origen. No siempre me ha parecido un escritor
tan brillante como Zambrano afirma, pero algunos de sus libros son lúcidos
especialmente en el desgarro de caracteres sesgados por la irracionalidad
religiosa. El libro de Zambrano, si se pondera la prosopopeya de la época, es
un viaje estupendo a varias de las caras de Don Miguel.
María Zambrano (vía)