Jolgorio es el tercer libro que leo de Brecht Evens y, al igual que los dos anteriores, me ha parecido impresionante. Se parece bastante en tema y personajes a Un lugar equivocado (del que parece una muy afortunada ampliación), y el estilo es similar al de este libro y al de Pantera, lleno de recursos narrativos usando el color, la expresividad de la acuarela, la libertad de encuadre, y, posiblemente como mayor variación en Jolgorio, la rotulación, que no estaba tan rotundamente integrado en el dibujo en las obras anteriores.
Jolgorio cuenta tres historias que suceden durante
una noche de juerga en una ciudad europea innominada. Suceden de manera
paralela, con algún entrecruzamiento menor entre ellas, y, aunque el personaje
de una de ellas (el conocido como barón Samedi, de nombre real Rufo) puede
considerarse protagonista al estar insuflado de una mayor fascinación visual y
temática, las tres contribuyen a la peculiar descripción que Evens realiza del
estado alterado de la conciencia con la que parece ver la noche, una especie de
convulsión sinestésica de cuerpos y mentes, pasiones y necesidades,
profundamente rica en sensaciones, amalgamada en capas de significado, y con un
aliento vital lisérgico entre lo místico y lo patético.
Rufo, el barón Samedi, tiene veintisiete años y parece que
ya ha visto todo en la noche. No tiene buen ánimo hoy; prácticamente sólo ha
salido para hablar con una amiga. Pero en el baño del pub restaurante en cuyas
mesas cenan los tres protagonistas, y que sirve de origen casi maternal de la
noche, entra en contacto (literalmente) con una droga que rompe (o altera) su
diseño de personaje hasta entonces, y enloquece su devenir de esa noche. Por
supuesto, esa droga, aunque sucede narrativamente de modo convencional, es
también una excusa para él y para el libro, tan mutante como su propio
personaje. El barón Samedi es el protagonista de algunos de los momentos
visuales más estéticos del libro. Su baño en el océano, su contemplación 'a lo
Fredrich' de los neones de la noche (ejemplo inmenso de la singularidad del
héroe romántico y su adscripción a una “patria”, en este caso la confederación
de clubs de la noche), o su final al llegar la mañana resuelven su condición de
aristócrata definitivo del esfuerzo por el placer nocturno humano.
Jona es un personaje menos recomendable. El libro se inicia
con su intento de convencer a una decena de amigos de salir con él esa noche,
ya que es la última en la ciudad antes de irse a vivir con su chica a Berlín.
Pero Jona no tiene éxito con sus amigos (que rechazan salir con él con excusas
varias, aunque luego se los encuentra a todos) y finalmente sale solo para
acabar encontrándose con un expresidiario al que conoció en la cárcel. El hilo
de sorpresas se completa sabiendo que miente a su chica con su trabajo, y su
noche, que funciona en su caso revelando una oscuridad contraria a la pureza
del barón, termina en desastre.
Finalmente, Vicky, una chica con problemas psicológicos (o
quizá no, pero es lo que su hermana le dice de continuo) ha salido con su
hermana y una pareja de amigos. Su conflicto aparece cuando acabada la cena no
quiere volver a casa. Se encierra en el baño y luego se escapa con una extraña,
con la que pasa el resto de la noche entre confidencias y bailes hasta que la
localizan y vuelve a su vida, aparentemente, bajo la protección de su hermana.
Además del restaurante inicial, y la noche de infinitos
locales que a todos acoge, Jolgorio conecta también a sus protagonistas
haciéndoles usar el mismo taxi en tres carreras distintas. El taxista cada vez
cuenta una historia distinta sobre el esqueleto decorativo que lleva en su
espejo retrovisor, símbolo de lo voluble de la noche y lo libre del libro, así
como del pasado maleable mediante el relato. Este taxi de color y conversación
(un lector almodovariano no puede dejar de pensar en Mujeres al borde de un
ataque de nervios) es a la vez refugio y disparador, y una nueva excusa para
desatar el peculiar talento de Evens con la luz y el color, ahora emulando el
movimiento a la vez que la sensación de seguridad de un vehículo.
Jolgorio es un cómic tan libre que no tiene viñeta
alguna ni número de página, en el que los textos llenan la siluetas e incluso
dirigen el movimiento, donde la noche puede tener fondos blancos o negros no
solo según la luz sino según los ánimos, donde la acuarela permite difuminar
dibujos e intuir casi los sentimientos del personaje... Y esta sensación de
navegación por un mar sin señales es ciertamente muy cercana a la de la
revelación nocturna como realidad o relato, al menos en determinada experiencia
moderna. La ficción de Evens estiliza y estetiza al máximo la representación
del momento vital alejado de la rutina de productiva del día, y crea héroes con
poderes que por un momento aparentan ser veraces. Encierra con ello, gracias al
estilo a veces sencillo y a veces abigarrado, un reconocimiento de situaciones
y personajes que se antoja profundamente conocedor del mundo que retrata. Bravo
por Evens. Qué maravilla.
(Para más Brecht Evens, complétese con la audición de este podcast de Pictopía con Gerardo Vilches y Roberto Bartual rindiendo la debida pleitesía al desbordante autor de Jolgorio)
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